Fergolak y compañía llegaron con el ánimo caído a la montaña. Yalep entró a la casa de su madre pensando en una buena excusa. No la había, solo una historia que contar. Lu escuchó a Weledyn llorar. Su corazón suplicaba consolar a su familia. No podía. Tenía una cita con un libro.
Las miradas del pueblo se llenaron de terror. Welick se puso en medio del carruaje y el destino del dios. Molesta con sus puños listos para la batalla preguntó por la osadía de su presencia. Yehbal le dedicó una mirada de desagrado. Yalep se anticipó a la ira de la líder hereje. «Mi padre lo llamó».
Saigona lamentó la muerte de Maldra y Hedall. «Por eso vine, porque si los bandidos de la calle escaparon de allá arriba, todos aquí estamos en serios problemas». Yalep, Welick y Yehbal discutieron sobre el proceder. El negociador puso un argumento en la mesa «Aun me hace gracia que los herejes sigan repitiendo que el origen eliminó la primera generación por miedo. El intervino en la guerra porque cruzamos la línea. Kenot me lo advirtió, pero no quise escucharlo. Raptar a la pequeña Tiempo y esconderla en el mar de arena era ir demasiado lejos. Después de todo tenía razón. Golowy era el primogénito. El favorito. El origen jamás nos perdonó y por eso impuso el peor castigo. Nosotros, sus hijos, manchamos de sangre inocente ese mundo. Por eso debemos acabar esta guerra cuanto antes. Si el origen pierde fe en este universo, no le pesará eliminar todo y a todos».
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Goula le entregó el libro con los conocimientos de los maestros del rayo más antiguos. Esa era su forma de combatir el dolor. Pasaba las páginas mientras secaba sus ojos. No se daría por vencida. El sacerdote lo entendió. Debía combatir el fuego con otro incendio. Estudió así las técnicas imposibles. Leyó sobre la energía en los ojos y sobre el dominio del exterior, cuerpo y mente. «El primer hilo son las palabras» Practicó la pose de sus manos. Meditó sus inseguridades.
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Con un abrazo Yalep detuvo a su madre. Ella iría por Lenet. No le perdonaría quitarle el amor de su vida. El hijo no quería verlo caer en la locura. Weledyn sentía la necesidad de hacerlo. La mujer no toleraría ver a su retoño enfrentar la guerra. Dall trajo a Lu. La niña tuvo claro que decir desde el primer momento.
—No hay escapatoria Weledyn. Somos una familia. Debemos protegernos unos a otros. Por eso debemos enfrentarlo juntos —. Sonrió para crear una reacción.
La madre abrazó a sus cuatro hijos. Por dentro Lu se sintió devastada. Así se lo contó a Welick. Ahora tenía la clave para vencer a Lenet pero para ello debía ser igual a él. Lo experimentó por primera vez y el vacío carcomió su brillo interior. La líder hizo la analogía con el origen y sus reglas. La niña meditó la respuesta.
Yalep la encontró estresada en medio de la noche atrás de su casa. Ella confesó la locura en su cabeza. Enojado el niño pelirrojo lo negó. Ella jamás llegaría a ser como Lenet. «Si eso llegara a pasar, me volvería un conejo y me escondería en mi madriguera para siempre». Ella miró su tristeza en sus ojos. Se acercó a su rostro y lo besó. Tenía clara la segunda lección. El segundo hilo eran los gestos.