A lo lejos, mientras Lu, Welick y Saigona veían como la aldea se quemaba. La niña contó una historia conocida por los dos adultos, pero nueva para ella.
«Después de que salvaste a tu sobrina, ella escribió el libro del conocimiento prohibido. Entendió que el origen jamás cambiaría por lo que optó por la solución de raíz. Así la diosa creadora de todo plantó un nuevo árbol. El fruto, Bli y el ojo que todo lo ve se unirían en un solo ser. En SAC, el libertador. El dolor de la guerra cambió forma al alma del niño y al objeto imposible. Sus lágrimas se agregaron a su creación. Ella odió mi cabello blanco desde el inicio. No era alguien mejor. Solo otra copia suya. Todos ustedes lo creen. Tan sentimental, tan llena de culpa. Pero el reloj no contó el final de la historia. Yo le daré uno. Estoy cansada de sentirme así. De tener esta culpa. Amo y amaré a Maldra. Dio la vida por mi como el héroe que fue, pero el escogió su camino. Yalep me amó tanto que despreció su vida. Jamás lo obligué a estar a mi lado. Él tomó su decisión».
—¿A dónde quieres llegar? —preguntó Welick.
—No puedo hacer más que sentirme orgullosa que dos de los mejores hombres dieran la vida por mí. Me siento dolida pero agradecida por ser quien soy. Aun si me parezco a Sahi. ¿Está bien sentirse así? —La luz azul de la niña llegó a sus hombros.
—Disfrutas de tu castigo —. Dijo conmovida Welick. —A ti nadie te quitó la libertad.
—Si sabes que el origen mandó a su mejor emisario para acabar contigo.
—Si quieren acabar conmigo, adelante. Se tendrán que esforzar.