Cuando el sol se puso en lo más alto miles de sombras marcharon por las calles de la aldea. Weledyn alzó la mirada. Jamás creyó vivir algo así. Las estrellas rojas avanzaron sobre la montaña. Desde su nave, Bli saltó. Cayó de pie. Su casco con una estrella roja encandiló a sus adversarios. Lu lo esperó en la mitad del pueblo al lado de Saigona y Welick.
—He venido a razonar contigo Lu —. Anunció Lenet.
—¿Y para qué trajiste tus tropas?
—Habla conmigo Lu. Hazlo por Maldra —. El niño enterró su vara en el suelo sin alterar la gravedad en símbolo de no agresión.
En la colina de su último encuentro los dos niños conversaron. Lu fue a pesar de las advertencias de Welick. Sahidra no estaba muy de acuerdo con el proceder de su sobrino. Bli apeló a la razón.
El niño se sentó al hacer una pregunta:
—¿Qué tal Weledyn? ¿Cómo tomó la noticia?
—Está devastada, llena de ira. Parece otra persona.
—¿Por qué Yalep hizo algo tan estúpido? Él debía cuidar a su madre. Ahora el sacrificio de su padre fue en vano.
La niña apeló a la terquedad del montañés. Recordó su motivación. Quererse probar a sí mismo. Lenet recordó riendo la vez que el segundo alumno intentó domar la montaña. La niña se alegró de que alguien entendiera su nostalgia.
—Él fue un idiota, porque no pensó en sus acciones. No como Maldra. El vio un valor en nuestras vidas, uno que ayer quedó claro ante mis ojos. Lu, nosotros podemos detener esta locura
—¿A qué te refieres?
—Hombres que atentan contra sus dioses, dioses que atentan contra su creación. Podemos acabar con esta estúpida guerra generacional. Podemos hacer que los hombres dejen de lastimarse.
—¿Y cómo piensas hacer eso? Me quitarás el alma o algo así.
—Las batallas existen porque uno o ambos adversarios creen que puede ganar. Yo pretendo quitarle eso a los hombres —. El niño se hincó frente a ella—. Por eso actué mal la última vez. Porque en mi estúpida conciencia existía la posibilidad de recuperar mi alma. Por eso los herejes están vivos. Porque tú existes. Por eso Lu, te pido, no, te imploro que pienses en este hermoso lugar, en la gente que aún queda y me ayudes a salvarla. Debemos aceptar el sacrificio como lo hizo Maldra.
—¿De qué estás hablando? —dijo al salir de sí de la impresión —. Escucha tus palabras. Maldra nos salvó por algo. Para que continuáramos vivos o acaso todo lo que vivimos fue en vano. Me pides demasiado ¿Tu qué pierdes?
—Te perdí a ti cuando acepté que tu existencia significaba una esperanza para que continúe esta guerra sin fin. Yo pierdo doble. No tengo alma y no te tengo a ti.
—Jamás aceptaré. Maldra, nosotros peleamos allá arriba para ser felices en la eternidad. Si quieres tomar mi vida tendrás que pelear por ella.
—No me obligues a pelear Lu. Ya has perdido y créeme, —dijo Lenet al ponerse de pie con los ojos llorosos —. Aún podemos perder más.
—¡No te lo permitiré!
—Y tú crees que son tus manos lo que destruyen todo. Llevarás a este planeta a su perdición.
—Lo detendré. Podemos hacerlo. Luchemos hasta el último aliento para evitar que eso pase. Si es necesario, permaneceré en el cuarto de las voces para siempre.
—Si existe la posibilidad, tanto dioses como hombres seguirán peleando.
—¿Por qué tenemos que pelear? —Preguntó la niña con un nudo en su garganta.
—No tenemos, pero si no das un paso atrás, no cederé y toda la furia del cielo caerá sobre esta montaña.
—Que así sea.
En la montaña empezó a correr el viento. Las nubes eran negras. Los barcos se agitaban. Desde los escondites de los maestros rayo estaban listos para defender la ley. Comandados por la luz blanca de Lenet todas las naves desplegaron un sin fin de truenos contra la aldea. Los cráteres se abrieron. Arrasaron con las construcciones sobrevivientes al encuentro anterior. Las estrellas cayeron. Bli planeó el fin de los herejes antes del atardecer.
Lu y Welick combinaron sus ataques. Patadas, ataques directos con luz blanca y azul recibieron en tierra a los enviados. Juntas parecían una máquina de guerra. Gorlick ordenó atacarlos con las naves. Saigona aplaudió para elevar el margen de error del ejército de Golowy.
Los otros once supervivientes los recibieron con una ola de discos blancos a las huestes celestiales. Luz contra el rayo. Las estrellas rojas intentaron rodear a los herejes. La velocidad y agilidad de los morenos no se los permitió. Aun así, no podían detener el avance por mucho tiempo. El enfrentamiento individual no los favorecía.
Lenet tomó su vara y la golpeó contra el suelo, levantó dos grandes rocas como las manos de un titán. Las volvió en pedazos más pequeñas y las lanzó como si de una lluvia de meteoros se tratara. Lu y Weick se dieron cuenta que era hora de replegarse.
Cuando las estrellas rojas se dieron cuenta era demasiado tarde. Weledyn chasqueó sus dedos y activó la trampa. La pólvora derrumbó los túneles. El ruido alertó a los maestros del rayo. Salieron de sus escondites. Electrificaron el suelo. Los herejes subieron al techo y frenaron el avance con una lluvia de golpes directos. Los montañeses elevaron sus miradas al cielo. Sus relámpagos destruyeron la madera antigua de las naves. El humo tiñó el suelo.
Lu abrió una gran zanja con su Luz. Más tropas no podían avanzar. Los barcos retrocedieron para no ser dañados por los truenos. Antes de que Lenet golpeara su vara contra el suelo, Saigona lo detuvo con un aplauso. Lenet no paraba de atacarlo con su luz blanca. El gordo dios era muy resistente. Welick golpeó la cabeza de Bli con una patada de luz. Lu controló las dos manos de su maestro al alzar sus dedos pulgar, índice y corazón.
Lenet clavó sus ojos en su alumna. Los brazos de los niños estaban tensos. Bli no resistiría mucho. Las líneas azules avanzaron sobre su piel blanca. La niña tenía los hilos, pero él era el titiritero. Antes de que Welick le diera la patada final él inclinó su cabeza. La evitó por poco. Saigona rompería su quijada con su mano de hierro. El jaló a la niña hacía su tío abuelo. Se liberó. Apoyó su equilibrio en su vara. Con un «Split» aéreo golpeó las cabezas de la niña y del gordo. Controló la gravedad para enterrar su puño en lo más profundo de la enorme panza del negociador. Unió la zanja y volvió la gravedad.
Lenet fue por la niña más Welick lanzó un ataque de luz continua para frenarlo. No era rival para él. En un Luz contra luz giró su muñeca para darle más potencia a su energía. La ofensiva de Bli alcanzó a la líder de los herejes. Lu presionó la corona y golpeó el rostro de su maestro. Él intentó atacarla, pero su campo de fuerza no se lo permitía.
Lenet manipuló la gravedad y golpeó con su puño el campo de fuerza. Del impacto Lu regresó a la primera línea de batalla.
Las estrellas rojas avanzaron guiadas por Gorlick. Saleyman les daba tiempo a los herejes. Fergolak le pidió una flecha al arquero del negociador. Ya había gastado todas deteniendo el avance de los caídos desde el techo. De un aplauso Saigona eliminó a cien invasores. Así pudieron retroceder al bosque. Los soldados de Golowy no podían avanzar si el viento no les favorecía.
Saigona se elevó por los cielos y se interpuso en el objetivo de Lenet. El primer enviado manipuló la gravedad a su antojo para darle un golpe tras otro a el negociador. Lenet creó otra lluvia de meteoros y la lanzó sobre los montañeses. Ellos no podían permitir que el templo cayera y dar lugar al chantaje. Lu lo sabía. Por eso lo atacó cuando le dio la espalda. Los locales lanzaron todos los truenos posibles. No podían darse el lujo de no salir ganadores. Aun cuando estaban acorralados.
Lu y Welick se turnaron para estar a las espaldas de Lenet. Si tenía a alguna de las dos en la retaguardia, no podía avanzar con sus tropas. Lu enredó la cadena del reloj en la mano con la que Bli sostenía la vara. Las descargas afectaron a la primera alumna. «Error» pensó el maestro al propinarle un cabezazo a la portadora de su alma.
Welick se abalanzó sobre Lenet con un sin fin de ataques de Luz. Bli no tuvo piedad. Los desvió hacia Saigona. Se liberó de la cadena. Alteró la gravedad. Lanzó a Saigona con las tropas celestiales. Abrió una zanja en donde inmovilizó a la líder de los herejes. Lu no pudo detenerlo. Saleyman no llegó a tiempo. La golpeó hasta el último aliento.
Saigona despejó el paso para los montañeses. Tenían como escapar. Las estrellas rojas los esperaban al otro lado de la montaña. Eso los hizo resistir en el bosque.
Lu le pidió a Saleyman ayudar al resto. El hombre tomó su caballo y partió a la montaña. La niña se defendía de los golpes esquivándolos. Con su mano azul contraatacaba. El color fue tomando posesión de su cuerpo. No pudo sostener más el reloj. Se entregó por completo a esa parte de sí que negó todo ese tiempo. Lenet no podía tocarla.
Los ataques de luz azul de Lu se equiparaban a los blancos de Lenet. El niño se desesperó y golpeó con sus puños a su alumna. La adrenalina de la niña de cabello azul brillante estaba al tope. No se percató de que las líneas dañaban el suelo.
Bli usó un ataque de luz continuo con sus dos manos. Giró sus muñecas. Luego intentó moverse rápido para crear una distracción visual. Vio un espacio y con un golpe distorsionado por la gravedad alcanzó el rostro azul brillante de Lu. No se detuvo. Arremetió contra la cabeza de la niña hasta dejarla inconsciente.
Lu despertó. Bli estaba a su lado esperando.
—¿¡Por qué no acabas conmigo!?
—Mira a tu alrededor. Solo hay destrucción y créeme se podrá peor.
La niña alzó su mirada. Vio al gigante Golowy con sus ojos verdes clavados en ellos. Lu se vio a sí misma, también a su alrededor. Destruyó lo que juró proteger.