A los pocos segundos de existencia Lu sabía el despreció de su creadora. Ese desagrado no se comparaba al de Sahidra al descubrirla junto a su responsable. Desde ese día la niña pasó encerrada en el cuarto de las voces, sin otra compañía más que esos susurros imparables. De los temores personificados aprendió a hablar. Su única protección eran sus manos azules. No vio otra luz hasta el día de la rendija en la puerta en donde los lamentos incansables le dieron una idea.
Salió de allí a pesar de los gritos y rayos de Sahidra. Lu no diferenció entre el puente de cristal y la caída. Sintió como un parpadeo caer en un mundo extraño.
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—¿Cómo sabes que son ellos? —preguntó Yalep a la niña mientras los tres se adentraban en el bosque de los abetos con el carruaje de Maldra.
—Yo vi caer una vez una estrella así. Haría falta más que eso para hacerme volver a ese cuarto horrible.
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Lu no sabía qué eran esas figuras verdes puntiagudas. Los gigantes sentados vestidos de azul y con el cabello corto y verde la asustaron. Se disculpó por su llegada tan abrupta con las montañas. La niña no estaba segura donde estaban sus caras o si entendían sus palabras. Se marchó con prisa por temor a ser agredida. El cielo la acompañó a todo lado. Eso la mantuvo calmada.
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Llegué a un lugar lleno de esos grandes lanudos ¿cómo los llaman ustedes Yalep?
—¿Ovejas?
—De ellos aprendí a comer. Primero probé el pasto. Nunca le agarré el gusto. Luego descubrí que el granjero les dejaba manzanas. No tardó mucho en encontrar mis marcas. Ahora que lo recuerdo, él se parecía mucho a Maldra. Se que me dejaba manzanas escondidas al lado del bote donde se las dejaba a las ovejas. La estrella roja lo descubrió. Hui antes de que me encontraran. Oí los rayos a la distancia. Ni si quiera le pude decir gracias.
Los niños se detuvieron al lado de un río para juntar agua para el caballo. Lu quedó dormida en la parte de arriba del carruaje. Yalep y Lenet fueron a realizar la tarea con los ojos cansados. El montañés preguntó por las estrellas rojas «De seguro son iguales a Kaleck».
—Si esa estrella roja no acabó con Lu fue porque me ofrecí a encontrar a Lu a cambio de que me dejara volver al cielo. Ahora es diferente, no es uno, sino millones. De seguro un ejército. Nada tiene sentido, no sin él.
—Sé que si hace unos días Maldra hubiese encontrado a su hijo y él decidiera protegerlo tú lo ayudarías. ¡Ahora sálvate tú!
Conmovido Lenet se sentó en la orilla del río. Recargó su peso en la vasija de cerámica y empezó a reír. Salió corriendo a buscar a Lu. La despertó al sacudir el carruaje hasta votarla.
—¿Qué pasa? —dijo atolondrada.
—Mírame a los ojos niña tonta. Por alguna razón que no entiendo Maldra escogió salvarnos a pesar de que Yalep es un necio, tú la peor mercancía y yo el peor hijo de la historia. Tendremos que pelear con uñas y dientes para salir vivos de esta. Si él nos salvó algo valemos.
—¿Qué haremos? Son cientos de enviados del cielo. Son hombres del padre tiempo.
—Se te olvida que tenemos el mejor estratega de las estrellas además de tres objetos imposibles. Si es necesario retomaremos los entrenamientos. Yalep ha avanzado mucho y puedo trabajar contigo.
Yalep llegó a la escena tarde. Pensó que Lenet reprendería a Lu. Encontró a los dos riendo. Preguntó qué sucedía.
—Lo haremos por él. Eso sucede —. Dijo Lu con la emoción contagiada.