Bajo la luna llena los alumnos corrieron por sus vidas. El suelo se estremeció. Sus pasos se volvieron ligeros hasta dejar de tocar el suelo. La luz del símbolo de la diosa desapareció. Lu volteó. Una roca enorme del tamaño de una montaña se alzó al cielo. Apenas era distinguible quien la elevaba. Lenet no tenía intenciones de volver a perder su alma. Yalep tomó a la niña de su mano sin brillo. Con la otra el Montañés se agarró de una rama de un abeto rojo. Se impulsó para huir de la sombra que se hacía cada vez más grande. El silencio lo tenía con los nervios de punta. Bli volvió a golpear su vara. Con la otra mano indicó el destino.
La brisa comenzó a correr. Yalep y Lu tocaron el suelo. No volvieron a ver hacia atrás. Temían perder la esperanza de escapar. Como si un titán golpeara el bosque, la montaña se incrustó en medio de los abetos. El montañés jamás escuchó tanta madera quebrarse al mismo tiempo. La onda expansiva era como un ejército de leñadores. El suelo también quiso abandonar con ellos. Por eso se levantó dejando grietas a su paso. Los dos niños estaban en una ruleta a la merced de Lenet. El enviado del cielo cayó de lo más alto. Con su impulso enterró la vara.
Los dos alumnos hicieron maromas para no caer. Como último recurso. Yalep sostuvo a la niña de su pelo azul. Él se sujetó del borde. Creyó que por gracia de las montañas ellos se elevaron. Error, Lenet quitó la gravedad. El maestro tenía una oportunidad de desintegrar al Montañés. No tenía la fuerza de voluntad para hacerlo. El niño pelirrojo tomó la ventaja al tomarlo desprevenido con un rayo. El impacto regresó la gravedad. En medio del desastre y de interminables trozos de tierra bajando del cielo, los fugitivos no se rindieron.
Enojado por verse débil. Bli abrió paso entre el caos para acabar con un ataque de luz con Yalep. El Crujido le hizo la advertencia al montañés. Antes de voltearse para responder Lu lo protegió con el campo de fuerza del reloj. Su mano no brillante era carcomida por los rayos de luz amarillos. Los dos alumnos presionaron la corona antes de que Lenet reaccionara. Desesperado ante la derrota el primer enviado cayó de rodillas y quebró en llanto.
Aunque el mundo transcurría lento los niños no pararon de correr aun cuando las grietas amarillas no paraban de subir por sus manos. Lu no pudo más y soltó la corona. Los dos cayeron exhaustos y con el aliento exaltado. La niña con la mitad de la cara iluminada no aguantó más. «No otra vez, no a mí, no él, otra vez lo arruiné». El alumno estaba ardido en cólera:
—¡Eres un idiota Bli! ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué a ella? —Al ver a quien tanto amaba llorando con desespero le dio una bofetada en su lado azul—. ¡Reacciona Lu! Eres mejor que esto. ¡Eres más fuerte! —La abrazó con fuerza a pesar de hacerse daño—. Nos la pagará te lo juro por la ley de la montaña. Levántate, no te des por vencida o te juro que te mato.
El desahogo de la niña fue bajando su luz hasta su mano izquierda.
* * *
Los caídos del cielo encontraron a Bli en medio del desastre causado por él. Alzó la mirada. Avergonzado la quitó. Su tía visitó la tierra de los mortales.
—Apiádate de mí o diosa de la verdad y acaba con este castigo.
Ella acarició el cabello de su sobrino. «Para apreciar la belleza de la luz, debes entrar al cuarto más oscuro. Veo dentro de ti y aún hay bondad, pero aún más dolor».
—Yo no tengo esperanza. Perdí mi alma por siempre y perdí a mi padre.
—Siempre hay esperanza para los que saben lo que es correcto—. Con sus ropas doradas secó sus lágrimas.
Al levantarse con ayuda de Sahidra con voz quebrada lo aceptó. «Lo correcto es destruirla».
—Lo correcto es que recuperes lo que es tuyo por derecho y borremos de la faz de la existencia todo rastro de los errores de tu madre. Esa siempre fue tu misión.
Él maldijo la hora del abandono de su misión. Ella bendijo la de su resurgimiento con la verdad en sus manos. «Lo haremos por ella» dijeron los dos al abrazarse.