Aferrarse a la vida es de la gracia de la montaña» Fue la justificación convincente para el sacerdote Goula. El junto a Feisa quien fue contratada por los herejes, desligaron a la niña del reloj. Sugirieron que esa podía ser la razón por la cual su mano no dejaba de brillar. Aun cuando le quitaron el objeto imposible la luz azul no la dejó. El día invertido en ella no valió la pena.
—Que te quede claro niña, condenaste a este pueblo a la perdición. Nada de esto nos salvará —. Advirtió Goula.
Palabras que motivaron a Yalep a insistirle a su padre por su participación en la batalla. Él ya se había enfrentado a peligros así. Esa no fue razón suficiente para Hedall. Lo perdió una vez. No se permitiría reincidir. Por eso el niño pelirrojo tuvo una idea. El día estaba nublado. Dall guardó su secreto. Le deseó suerte.
Asustado Goula irrumpió en la casa de Hedall. El reloj había desaparecido del templo. Lu al cruzar miradas con Dall lo entendió. La niña fue a buscar a Yalep colina arriba.
En la sima en donde la lluvia y el viento sacudía los árboles Lu escuchó a Yalep batallar contra la naturaleza. Ella tomó ánimos. Se lanzó al precipicio y se aferró a la ladera rocosa. Avanzó rápido. Sabía con perfección que si permanecía mucho tiempo ahí suspendida, sus líneas azules podían deshacer la montaña. Asomó su cara por el borde del precipicio. Vio cómo el pelirrojo enterró sus manos al suelo para permanecer en la colina.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la niña.
—Ni creas que me vas a detener. Debo demostrarle a mi padre de lo que soy capaz. Debo domar esta tormenta.
—¿Detenerte? Después de lo que has hecho por mí, lo más que puedo hacer es ayudarte.
Con una voltereta Lu se puso al frente de él. Su ataque de luz azul deshizo el alud que caería sobre ellos. Él la tomó del brazo. Presionó la corona del reloj para subir la montaña tan rápido como la electricidad. Ella se soltó y cortó con su pie azul un tronco de madera que intentó botarlos. Yalep desviaba los rayos con sus manos. El campo de fuerza repelía a los otros. En la cúspide la niña deshizo una corriente de aire con sus manos. El escudo los protegió de la lluvia. El pelirrojo mostró su gracia cuál compositor al conducir la energía de las nubes y controlar la tormenta. En ese momento supo de su éxito. Al extender con suavidad sus manos tempestad cesó.
Hedall los recibió al pie del destierro. Miró a su hijo con orgullo quien no solo era ahora un domador de tormentas sino un hombre.
Lu estaba feliz. Lo había logrado. Ayudó a Yalep como ella quería que lo hicieran con ella.