En la punta de la proa de su barco, Bli inspeccionó el avance de sus tropas por el oscuro espacio. Tenía un nudo en su garganta pero una resistencia de hierro. Sujetado de la baranda no quiso caer en la tristeza. La voz firme de su tía lo despertó de ese trance.
—No es justo. Apenas encuentro algo normal en mi vida me lo arrebata —. Dijo Lenet al sentirse tan vacío como el espacio que atravesaba con su nave.
—Tu padre sabía mejor que nadie las consecuencias de hurtar un objeto imposible. Él lo quiso así.
—Pero él no quiso abandonarme. El peleó y conquistó galaxias para buscarme ¡Tú lo sabías!
—¿Y qué te iba a decir? que tu padre era un guerrero que desterré a las tinieblas para salvar el cuello de tu madre o que era un enemigo del origen que pretendía destruir el orden de todo. ¿Soy cruel por pretender darte una vida normal?
—¡Dime algo que haya sido normal en mi vida! —Lenet la volteó a ver con sus ojos vidriados— Solo hay una cosa. Después de que destruya a Lu, tú la diosa de la justicia me vas a responder a mi pregunta. ¿Dónde terminó mi madre terrenal?
***
Lu estaba rendida en el suelo. La mañana pesaba en sus hombros. Su mente le pedía detenerse, su corazón le rogaba continuar con el entrenamiento. Lo valía por Maldra. Eso repetía en las caminatas. Quería lograr el control completo de su luz. Welick le exigía con cada patada más. Los ataques azules eran fuertes. Aún faltaba precisión. La líder de los herejes demandaba más que golpes salvajes, necesitaba la mente fría.
Con cada golpe de una roca ella controlaba aún más las líneas azules. No podía evitar el daño, pero si regular la velocidad de avance de su marca. «Todos te han dicho que tu luz es un error, algo que debes aprender a ocultar. Grave error. Es una parte de ti. El más listo de los generales te envidió. Esa es razón suficiente para que te sientas orgullosa. Tienes lo que muchos hijos elementales querrían. Destruir hasta el orgullo celestial». Decía Welick mientras la niña se sumergía en la tierra con su luz.
En el bosque Welick sintió la adrenalina vivida días atrás al enfrentarse al poder de Lenet. No estaba segura de donde se ocultaba Lu. Las marcas estaban por todas partes. Había hoyos con líneas azules por doquier. Sin apenas percatarse ella cayó desde lo alto. La tomó del brazo. Con el impulso logró regresar el rostro de la hija elemental a su origen.
—Quien me tiene a mi dándole alas a las serpientes —. Dijo risueña al voltear a ver con dificultad a Lu.
* * *
Hedall estaba preocupado. Esperaban recibir la ayuda del enorme ejército hereje. Los doce sobrevivientes no era una cifra alentadora. Los ojos en las calles aseguraban noticias peores. Las huestes celestiales se habían infiltrado en los montañeses. El padre de Yalep se negaba a creer en la llegada de las estrellas rojas. El niño pelirrojo sugirió una idea. Ellos debían tomar la iniciativa.
Las palabras de Welick dejaron en claro la opinión de los herejes. Un fallo era regalar ventaja al enemigo.
—Tenemos dos objetos imposibles, dos domadores de tormentas, la líder de los herejes y al hombre que hizo prosperar un árbol en medio del invierno.
—¿Tienes una idea de lo que dices niña? —Preguntó la mano derecha de Welick.
—Déjala Yabíl. Ella tiene razón. Tenemos muchas ventajas. La mejor de todas: este mundo es nuestro territorio. Si quieren jugar, lo harán con nuestras reglas.
Los visores confirmaron la presencia de una estrella roja en Perniloy, el pueblo del invierno eterno. Welick, Hedall, Yalep, Yabíl y Lu estaban listos para el encuentro. El fiel hombre de la líder hereje vigiló desde el techo de una de las casas de madera. La niña y el padre del pelirrojo esperaron desde el alcantarillado.
El segundo alumno estaba listo para sorprenderlo en la esquina. La mano derecha de Welick lo detuvo. El hombre moreno, alto cual abeto y greñudo le ordenó respetar el plan. «Si encontramos a uno, encontramos a dos más». El hijo de Hedall bufó al agarrarse el cabello rojo de la desesperación.
El segundo alumno frotó sus manos lo suficiente y electrificó el suelo lo necesario para ralentizar el andar del caído del cielo. Él sabía de dónde venía el ataque. Con toda la intención de reprenderlo se volteó hacia Yalep. Welick saltó desde el tejado con un ataque de luz dirigido a la cabeza de la estrella roja. El hombre fue enterrado en la tierra.
La estrella roja tomó a la mujer de su tersa pierna. La jaló y estrelló su puño lleno de cayos contra el rostro de Welick. La mano derecha de la líder lo sacó de su fosa. Le propinó tres golpes en la cara. Necesitaban dejarlo inconsciente. Con un trueno alejó a Yabíl. Yalep creó un círculo eléctrico. La víctima no podía salir de ahí. Él no controlaba su energía. Todo intento por salir era frenado por la luz blanca hereje.
Aun cuando perdía su movilidad no se rendía. El suelo lleno de nieve rodeado por electricidad adquirió líneas azules. Una gran descarga rompió la tierra. Hedall dio el golpe final desde abajo. Lo último que vio la estrella roja fue la sonrisa de la niña al ver su logro.
En lo profundo del alcantarillado Welick interrogó a la estrella roja. El hombre con la fachada de ojos verdes y piel naranja reía mientras la líder avanzaba con sus preguntas. Ella golpeó su rostro hasta romperle la nariz perfilada. «La ira caerá sobre esta tierra» Repetía como eslogan. Hedall estaba seguro que los otros compañeros del caído no tardarían en llegar. Acertó mas no en la cantidad.
El techo se derrumbó. El campo de fuerza del reloj los protegió. La noche estrellada la tapó un enorme barco de vela en el cielo. Cientos de truenos abrieron un bache enorme en la calle. En la punta de la proa estaba el niño con el casco de hierro. Él se dejó caer. Listo para la pelea. Welick miró a Hedall. Lenet necesitaba alguien con quien pelear. Yabíl y el padre de Yalep cubrieron el escape. El resto juntaron sus manos en el reloj. Corrieron lo más lejos que el objeto les permitió.
Lenet quebró la mano de Yabíl con su control. Hedall se movía rápido para no caer en la trampa. Con su otro brazo el segundo al mando de los herejes propinó tres ataques directos al niño. Bli los manipuló. Le devolvió la cortesía a su dueño.
Bli alteró la gravedad. Atrajo a Hedall y le propinó un golpe titánico en la cabeza. Mareado no pudo evitar los rayos de los esbirros de Golowy. Las patadas con luz de Yabíl le daban segundos al hereje. Las estrellas rojas tenían horas.
Hedall tomó tierra con sus manos. Nubló a uno de los caídos. Fue suficiente para ganar espacio y contraatacar usando toda la energía a su alrededor. Se lanzó con todas las fuerzas que tenía sobre Lenet. Bli lo esperaba con los ojos clavados en su mirada. El maestro alzó las manos y frenó el impulso del padre de Yalep. Ya estaba bajo su dominio.
Hedall no pudo hacer nada por el destino del hereje. Las estrellas rojas aplastaron su cráneo hasta dejarlo plano.
—Eres un hombre de bien Hedall, pero tu decisión traerá oscuridad a tu familia y muerte a este mundo.
—Lo dice el líder de las tropas.
Lenet cerró sus ojos y tomó fuerzas para su decisión. Exhaló:
—Un padre que protege a su hijo. No hay nada más valiente. Por eso me duele como terminarás gran hombre.
—Acepto mi castigo y me honra mi destino —. Lenet lo puso de rodillas—. No hay mejor dicha para un hombre… —Lenet apuntó con su dedo índice a la frente de Hedall. Completó su frase.
—Que darlo todo por su familia.