Asustado Yalep despertó a Bli. Las lágrimas ácidas de la niña dormida ya habían deformado el suelo. Los dos las despertaron. Lu se impresionó porque según se acordaba su sueño no era triste. Lenet propuso una solución. A ella no le hizo mucha gracia volver a vivir una introspección. Al hincarse frente a él aceptó. La mano fría y pequeña de su maestra le llevó de vuela.
—Te lo juro, la salvé de que los humanos lo mataran —. Dijo Lenet a su tía.
—Mírame a los ojos y dime que no es otro de tus juegos.
—Ya te lo dije, la salvé porque vi en su código un gran potencial. Tal vez él sea la solución a nuestro proyecto. Mírala —Lenet le mostró el código de Lu.
—Tienes razón. El niño tiene potencial.
—¿Niño? —interrumpió Lu— Pero si soy una niña.
—Aunque tuvieras razón, sabes lo que nuestro padre piensa sobre esto. Traer a un hijo elemental a su casa rompe con el libre albedrío y con lo establecido por el eterno origen.
—Yo no quiero atentar contra el origen. Solo quiero estudiar su código. Podemos educarla. Él puede gobernarlos y evitar que se maten unos a otros.
—Que sepas que tendré piedad de ti porque es un niño adorable.
Lu no entendía el tema de conversación de su tía y él. A pesar de sus esfuerzos por comunicarse Lenet fue tragado por la lejanía. Cuando ella se percató estaba al lado de Sahidra recostada en sus regazos.
—¿Por qué Lenet no quiere hablar conmigo?
—Tu madre es distante. Ya te acostumbraras —. La diosa de la justicia acarició el cabello azul de la niña.
—Hago todo lo que ella me dice, me habla, pero no como tú.
—Ella es buena y todo lo que hace, lo hace por ti y por tu bien.
Las suaves manos de Sahidra la tranquilizaron hasta verse al frente de Lenet.
—Nos iremos por algún tiempo —. Le reveló triste Lenet.
—¿Por qué tía Sahidra no puede saberlo?
—Ella no entiende cómo te amo mi querido Bli —. Lenet puso su mano en el rostro de Lu —. Nadie entiende nuestro amor, por eso nos iremos. Ella lo abrazó. Cuando se despegó de él, se miró a sí misma con sus ojos y cabello azul. Ahí estaba su piel blanca. La única diferencia era el vestido. La niña no tenía uno dorado. No le importó. En sus brazos sintió calidez en su corazón —. No tienes nada que temer.
Un grito apagó su placer. Escuchó un llanto a lo lejos. Cayó en un vacío. La tierra recibió sus manos azules. Levantó su mirada y vio los ojos llenos de dolor de sí misma pero más vieja. «¿Qué he hecho?» Preguntó su otra yo.
—¿Qué le hiciste a los ojos del niño Sahi? —Escuchó cuando al abrir la puerta a sus espaldas con violencia, Sahidra las sorprendió.
Los dos niños salieron del trance. Lu no sabía qué hacer. No entendía nada. Lenet lo explicó. Podía tratarse de algún error generado por el reloj.
Lu no pudo conciliar el sueño. Se sentía avergonzada por mostrarle su sueño a Bli. Cansada de dar vueltas fue a tocar la puerta de su maestro. Preguntó si estaba despierto. Él respondió con dos toques. Ella expresó lo raro de la experiencia. También le dejó claro su conocimiento del cariño de él a su madre. Por eso le dio las gracias. No se conformó. Pidió ver su cara para decírselo de frente.
Después de repetir su nombre dos veces el tono de Lu se volvió asustadizo. La mano azul de la niña atravesó la puerta. Bli salió furioso por la interrupción de su privacidad. Alzó su mirada y vio que marcaba el miedo de la niña. Los dos reconocieron el aviso.
—Estrellas rojas. Es oficial —. Dijo Lenet.
—Estamos perdidos —. Añadió la niña.