Los niños salieron rodando por la puerta de piedra. Yalep preguntó por Maldra.
—¡¿Por qué soltaste el reloj?! ¡¿Por qué cerraste la brecha?! —dijo Lenet lleno de ira.
—No pude sostenerlo más. Intenté mantenerla abierta. Él me dijo que los salvara. Lo siento, —lloró desconsolada— no sabía qué y ahora él, ahora él —no tenía el valor para aceptarlo.
—¡Debíamos volver todos!
Lenet la atacó con un rayo de luz azul. Yalep quiso detenerlo, pero Bli controló sus manos y lo lanzó fuerte contra el suelo. Lu se arrastraba. Él la tomó del cuello de su vestido.
—Eres una tonta. Tenías que haber aguantado un segundo más. Él lo habría hecho por nosotros —. Las manos de Lu se pusieron azules —. ¿Me lastimarás como mi madre? Hazlo. ¿Qué más me puedes quitar? ¿Qué más? —Bli la soltó y lloró a sus pies. Ella lo abrazó pidiéndole perdón.
—No se comporten como un montón de idiotas. Maldra está vivo. Pronto volverá. De alguna forma tiene que hacerlo —. Dijo con sus ojos enrojecidos.
Lu se levantó y lo abrazó. Ella alzó su mirada al cielo. Con su brillo blanco la luna llena posaba en el cielo. «No es cierto» susurraba. «Dime que no lo es. Ella se burla de nosotros». La niña salió corriendo. Huía de su brillo.
Yalep volteó a ver a Bli. El enviado del cielo no tenía fuerzas para levantarse.
Con un remedio de ánimo, el montañés buscó a la niña. La luz lo guió como la primera vez. Ahora la encontró a la orilla del río, secando en vano sus lágrimas. Él intentó decirle algo. No sabía que. Se quedó a su lado escuchando su llanto. No tardó en acompañarla.