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Chapter 40 - Corte de canguro.

Maldra lanzó su cadena. El gran bloque negro logró colisionar a la diosa con tres columnas. El hombre de las cadenas repitió el ataque para acabar con ella. Un aura amarilla detuvo la fuerza del proyectil. Los escombros salieron disparados y dejaron libre a Sahidra. Con un ataque de luz buscó la sorpresa. La hermana de Sahi lo anticipó con sus magníficos reflejos. El moreno vio a su hijo. No podían perder un segundo más. Una gran ola cubrió los pasillos. Debían huir.

El aura de la diosa se concentró en su bastón de oro. Yalep se puso al frente. «Si conduzco el rayo puedo desviarlo» pensó. Ella lanzó su símbolo de autoridad como un proyectil. El montañés jamás lo imaginó. «La cadena» gritó al cambiar de plan. A centímetros de impactarlos Maldra y él lo enrollaron. Soportaron como la electricidad subió por sus brazos. El arma de la hija de Golowy se devolvió a su origen. Se esforzó en detenerlo, mas fue clavada en la ola gigantesca. Con Sahidra sumergida, el agua se electrificó. 

Lenet golpeó su bastón. Detuvo el avance del agua. Maldra cargó a los tres niños en su espalda. Brincó y giró sobre su propio eje. Abrió un portal y se volvieron energía pura. La puerta al mundo de los mortales se cerró del lado celestial. Ellos cayeron esparcidos cerca de la salida. 

Sahidra llegó a la plaza con su cabello revuelto y mojado. El agua se desvió hacia los lados y se congeló al caer al vacío. Al elevar sus manos, los soldados de cerámica blanca se levantaron para defender el honor de los celestiales. En las cuencas de los guerreros estaba el aura de la diosa de la justicia. Desde lejos Maldra volvió a ver a la niña. Ya lo habían estudiado. Debía abrir una brecha en el campo de fuerza de la puerta con sus manos para que Lenet la desintegrara con su vara. 

Lu corrió esquivando los rayos de la tormenta divina. Se deslizó entre las piernas de tres guerreros a la vez. Cortó la cabeza de otros dos con su mano. Un ataque de Sahidra dio con ella, pero el reloj activó su campo de fuerza. El objeto desgarró aún más su piel. Más rayos de luz azul escaparon. La diosa no se rindió y la llevó contra la niña de cabello blanco con más ataques. Lenet le dio impulso artificial a Yalep con su vara. El montañés tuvo el atrevimiento que ninguno de los suyos alcanzó. Golpeó con su puño cargado del don dado por la hermana de Sahi a los hijos de la nieve. Él clavó sus manos en el suelo para aterrizar. Maldra fue por él. 

El hombre de piel morena destruyó a incontables guerreros con sus cadenas para abrirse paso. Yalep subió a su espalda y le quitó de encima a quienes querían acabar con él con sus rayos. Maldra salió corriendo. Al ver que tras de ellos estaba Sahidra lanzó al montañés hacia los otros dos niños. 

Lu abrió una brecha con su mano azul. Con la otra sostenía el reloj para que el campo de fuerza los protegiera de los rayos. Lenet invocó su vara y empezó a desintegrar el bloqueo. Volteó a ver a Maldra. En el suelo el hombre de las cadenas se defendía de las feroces embestidas de la diosa y sus esbirros. Bli pidió a la niña usar el escudo para mantener la brecha abierta. Su mano apenas resistía. Yalep le dio su hombro para mantenerla en pie.

Lenet controló la mano de Maldra y lo atrajo junto a él hacia la salida. Su tía imitó su movimiento. Ella era más fuerte. Yalep soltó a Lu. Jaló de la cintura a su maestro para darle apoyo. Bli tocó con su vara el suelo para quitar la gravedad. Sahidra clavó sus pies en el suelo. Los dos niños se impulsaron hacia atrás. Lu les abrió espacio para pasar.

De apoco lo arrastraban. Maldra intentó usar su fuerza para ayudarlos. «En cualquier momento puede llegar el padre tiempo» pensó el hombre.

—Lárguense, ahora —. Les gritó. 

—Ni se te ocurra padre —. Le dijo Bli entre dientes. 

Lu no pudo aguantar más. Soltó el reloj. Extendió sus manos y piernas. Su cuerpo incluido su cabello fueron consumidos por su brillo. «Apresúrate Maldra». Habló con gran esfuerzo. Las líneas azules corrompieron el suelo de la entrada celestial. No le importó colapsar su única salida. Jamás rompería su promesa.  

—Sálvalos a ellos —. Dijo desesperado el hombre de las cadenas. 

Con un nudo en la garganta y lágrimas ácidas la niña cerró la brecha. Con el campo de fuerza Lenet y Yalep perdieron su apoyo. Cayeron al túnel. Lu los siguió antes de que todo colapsara. 

Tanto Maldra como los súbditos de Sahidra cayeron cuando la gravedad volvió. El conquistador quedó a los pies de la hija de Golowy. Sonrió satisfecho.   

—Tu sentencia pronto será firme —. Dijo la diosa. 

—Eso ya lo sé. Es lo que he estado esperando toda mi vida. Debemos tener esta pelea. Solo tú y yo. Para acabar con nuestra incomodidad eterna —. Ella accedió y desapareció a su ejército de cerámica blanca.  

Desesperado, Maldra se lanzó al ataque sobre la diosa. Levantó una gran roca al cielo. La usó como distracción para elevar la mirada de Sahidra. Golpeó el perfecto rostro de la hermana del amor de su vida. Enredó sus piernas para sostenerla y desquitar su furia. Ella era más rápida. Esquivó cada golpe con facilidad. 

Sahidra jaló sus eslabones para darle un cabezazo. Lo acompañó con tres rayos que quemaron la piel morena del conquistador de mundos. 

—Un hombre listo para morir. Eso es nuevo —. Dijo cuando puso su mano en la frente de Maldra para acabar con él. 

—No es lo único nuevo entre nosotros —. Contestó carcajeando.

Llena de ira, la diosa golpeó sin compasión a Maldra. Quería romper sus costillas. Castigar su cara hasta volverla blanda. Él no se defendió. Esperó hasta tenerla muy cerca. Él la abrazó y la ira de la mujer se elevó aún más. La desquitó contra su abdomen. El hombre de las cadenas enredó sus eslabones en el cuello de la hija de Golowy. Con su rodilla la aturdió. Cuando reaccionó vio como el moreno tomó su bastón dorado y la sembró en el suelo. 

Un chasquido que resonó por todo lo alto detuvo la pelea y el tiempo. Sahidra se sintió avergonzada. Golowy el padre tiempo la vio en medio de la dificultad y la amargura. 

—¿Qué pasa aquí?

—Padre, no tienes que molestarte en venir a

—Silencio —. Dijo el hombre gigantesco y blanco—. Perdiste la vara y ahora el reloj. Realmente penoso —. El padre del tiempo chasqueó los dedos y el tiempo siguió corriendo. 

Maldra vio complacido al padre del tiempo. «Es todo un honor que te tomes la molestia para acabar conmigo». 

El viento empezó a soplar. El hombre de las cadenas cerró sus ojos y abrió sus brazos. Esperó contento su castigo. La mano de primogénito se llenó de un aura blanca. Sahidra vio incrédula la felicidad del condenado. El dedo índice de Golowy apuntó al moreno. 

Maldra pensó que el suelo era perfecto. Su risa atormentó a Sahidra. Golowy no tuvo interés en verlo. La luz fue con él y la recibió lleno de gozo. Su piel y carne se quemaron. Sus ojos se secaron. Como hijo de la tierra volvió al polvo. De su historia solo quedaron dos testigos. Sus cadenas. 

Sahidra las juntó. En su corazón había rencor. «Ya no está» dijo con una lágrima en su rostro.