Lu se encontraba tirada en el suelo. Maldra desvariaba hundido en las astillas de su carruaje. Yalep llamaba a su padre desconsolado. Lenet esperó sentado a su hermano. La hora de parir había llegado.
Kaleck, quien apagaba las llamas en el suelo con sus pies pidió una prueba de confianza. Bli invocó su vara. Distorsionó la gravedad para atraer al montañés a toda velocidad hacia su puño. La gravedad volvió y el niño pelirrojo dio vueltas en el suelo. No podía levantarse. Maldra reaccionó y lloró. Maldijo con todas las fuerzas de su garganta al enviado. El hermano mayor del primer Lenet se disculpó. Sabía que su hermano odiaba actuar de forma directa. «No hay tiempo, nuestra tía nos espera».
—Espero me perdones por lo de la última vez y por hacerte pasar por todo esto. Debía arreglarlo yo solo para que nuestra tía me pudiera perdonar.
El hermano de Lenet puso su mano en el hombro. Lo miró con compasión.
Kaleck abrió la puerta de piedra. Maldra lloró a gritos. No podía permitir que dejaran a Yalep ahí tirado.
—Deja que el cadáver del niño venga con nosotros. No somos monstruos.
El hombre de las cadenas lo cargó. Lu fue obligada a levantarse para entrar a la pequeña cueva. La oscuridad se fue haciendo más prominente. El suelo desapareció. El cabello blanco de la niña fue empujado hacia atrás con violencia. Las estrellas se volvieron líneas que se intersecaban donde sus ojos azules no alcanzaban a ver. Los cinco llegaron al lugar donde el cielo no tenía puntos de luz. Lleno de columnas de piedra extendidas hasta el infinito, el lugar más allá de los astros era frío con el aire pesado. Lu se llenó de miedo. Toda esa neblina en el suelo no le permitía quedarse atrás. Era como si de a pocos la bruma los consumiera.
—Debemos llevar a la niña a la habitación del tiempo. Hay que averiguar cómo se escapó —. Sugirió el primer Lenet cuando miró las estrellas desde sus pies.
Los tres bandidos y los dos pelirrojos, pasaron debajo de un arco de madera. Lu pudo ver su reflejo en la plaza redonda de cerámica blanca. Levantó sus ojos azules. Miró el cabello rojo temible para sus memorias. Los iris marrones la juzgaron con asco. Sus manos delicadas y pálidas reposaban en un bastón de oro que en su parte superior se convertía en el símbolo del principio. Sahidra la diosa de la justicia y la verdad no sabía las razones de la visita de su sobrino.
—¿A ti quién te dio permiso de volver hijo de Sahi?
—Yo Bli, Lenet entre los Lenets he venido a cumplir mi promesa. La promesa que le hice al primogénito, padre de todos y a la hija siempre justa jamás incorrecta. La de servir a los propósitos que mantengan el equilibrio de todo para honrar al árbol de la vida y servir como el mayor de los gustos al magnánimo Origen.
Sahidra levantó su bastón. El viento realzó su esbelta figura. Una onda dorada se esparció por la plaza blanca cuando el símbolo de su autoridad tocó el suelo. La onda expansiva subió por los pies de Bli. «Dime la verdad» Su voz dulce y firme agachó la mirada de Maldra.
—Yo solo quiero ir al jardín.
Sahidra escuchó bondad en sus palabras. Lo dejaron continuar para cumplir su propósito. Bli habló con su hermano de camino. No podían llevar al hombre de las cadenas a la habitación del tiempo. «Hay que evitar tentaciones». Se dividieron. Kaleck entró al cuarto con Lu, Maldra, Yalep y el hijo de Sahi se dirigieron a la gran caída.
A Lu le llegó el agua a los tobillos. Todo estaba oscuro menos en un punto iluminado en el centro. De lo más profundo salió una mano de cristal. En sus dedos transparentes estaba un reloj con una cadena y corona dorada. Kaleck la obligó a tomarlo. La niña mojó sus rodillas por el peso de aquel objeto imposible. Sus manos fueron invadidas por unas líneas amarillas. Recordó las palabras de Bli «Después de que hagamos creer que Yalep está muerto y de que mi tía nos deje avanzar, te tocará lo más fácil. Kaleck creerá que no sabes usar el reloj. Esa es tu ventaja. Mantente calmada todo el tiempo o sino tu luz activará el escudo. En cuanto puedas presiona la corona por unos segundos. No demasiados o podrías no controlarlo y acabar muy mal. Golpea la cara de mi hermano. No importa la fuerza, irás tan rápido que un impacto mínimo lo pondrá a dormir». Ella ignoró lo último. Quería desquitarse con el tipo.
Lu se volteó con más rapidez. La cara de Kaleck no pudo reaccionar. Descargas subieron desde el reloj hasta el hombro de la niña. Su puño izquierdo sumó otro recuerdo más a la colección en el rostro del segundo enviado. Esta vez en su pómulo. Soltó la corona y el hermano de Bli quebró una de las paredes negras del cuarto con su cuerpo. Esa fue la señal de entrada del montañés y de los dos bandidos. Cerraron la puerta para evitarse problemas.
—Ya te habías tardado —. Susurró Bli emocionado.
Lu estaba cansada. Se sentó apoyando su espalda en la mano de cristal. El agua en sus piernas la reconfortó. El reloj se mojó.
—Se que ya te hemos pedido demasiado mi niña —. Dijo Maldra tembloroso —. Pero necesito que mires en tu interior e intentes recordar dónde lo escondió ella. Necesito que me ayudes a encontrarlo.
—Tal vez deberíamos considerarlo, Maldra. Mira como tiene el brazo —. Dijo Bli con voz conciliadora.
—No, se lo debo a Maldra —. Insistió Lu.
Con todas sus fuerzas la niña levantó su mano. Bli le pidió concentrarse en la manecilla delgada. Lu se sintió tan tranquila como el agua de ese cuarto. Cerró sus ojos. Las paredes mostraron una puerta que dejaba ver las estrellas y entrar la luz blanca de la luna llena.