Los vigilantes levantaron su mirada. Algo merodeaba por el bosque de los abetos. Unas pisadas familiares alzaron las alertas. Unos metales chocando levantaron a los hombres de piel morena. Las antorchas cambiaron las caras de enojo por las de impresión. Un aliento del destino creó expectativa. Maldra, su líder de batallas pasadas, los intentó robar.
Yalep creyó que pelearía. Se preparó a pesar de estar renco. Ellos lo recibieron como un ídolo. Lo cargaron junto a Lu y al montañés a la gran mesa de los banquetes. Sirvieron todo tipo de comida desde huele pecados, Tumuluks con sus cien pies pequeños o Ratidots recién salidos del mar. Las mujeres con telas semitransparentes entraron. Maldra les pidió a los dos niños salir de ahí. «Asegúrate de que no le quiten el velo a Lu. Estas personas son muy extrañas». Le susurró al pelirrojo.
Welick la líder de los herejes le rogó al hombre de las cadenas que dejara a sus dos hijos acompañar a sus dos aprendices. Él aceptó con una sonrisa. Sabía el siguiente paso. «No se dejen engañar. Nos recibieron con flores y alabanzas. Ellos querrán sacar provecho desde el primer segundo» advirtió Maldra antes de adentrarse en el campamento.
Los templos eran los más grandes que Yalep vio en toda su vida. Él quiso sacar primero provecho de ellos, no al revés. Debía conocer a detalle la hazaña más grande de su rival. Se excusó en sorprender a su maestro. Los hijos de Welick contaron fascinados las historias de los dibujitos en la pared.
«Un crujido estremeció la piel de los altos. Inició el himno de los indignos. Un grito despertó el clamor de los tiempos. "A esto llamas libertad. ¿Esperar a que la vida tenga misericordia llamas libertad?" La pregunta golpeó más duro que los dogmas. "No más ley de la montaña". Exaltaban quienes levantaron su mirada. "No más la frente agachada. Nunca más seremos herramientas de un orden que se autoproclamó misericordioso". Con las espadas afiladas escribieron la primera historia de amor. Una en la que la tercera generación era el centro. Los verbos se volvieron sangre. Las manos se vistieron de rojo. Con cada planeta el reino de los celestiales llegaría a su fin. Las estrellas verían caer a la diosa de la justicia Sahidra y con ella al origen».
—Por eso lo llaman el conquistador de mundos. Maldra es increíble —. Dijo Yalep asustado.
«Venció a las tropas divinas en cada tierra que botó sus monumentos al capricho generacional. Incluso accedió las puertas del jardín en donde arrancaría al origen de raíz para plantar el nuevo orden de todos. Pero él no pudo contra todos. Los celestiales mandaron un inmune a la espada de la libertad. Un monstruo sin alma».
* * *
«"No te haría lo que no quisiera que me hicieras a mí". Dijiste una vez o gran paladín de los dioses». Los herejes sabían que él traía algo entre manos. Preguntaron hasta el hartazgo en aquella mesa mientras Maldra se dio el festín. Los hombres de Welick trajeron a los dos niños amarrados.
—Sabemos que capturaste a la bestia expulsada de los cielos. La que es capaz de destruir todo. Incluso algunos rumoran que podría acabar con el origen —. La mujer se acomodó su cabello rizado y negro que se batía porque parecía que escupía sus palabras —. No vendrías al bosque de los abetos rojos por mera casualidad. Danos el mapa y a la bestia o habrán problemas —. Ella alistó su luz blanca y apuntó al niño pelirrojo a quien traían como rehén junto a Lu.
—No te atreverías.
—«Para ganar nuestra libertad, algunos de nosotros tendremos que ensuciarnos las manos» . Dijiste una vez en las puertas de las tinieblas. Somos los hijos que rechazaron a su padre. Quien rechaza a su padre rompe sus reglas.
En eso un ancestral rival se infiltró en la mesa. Su voz aguda estremeció a los más viejos. Su piel blanca y cabello rubio alzó como fuego en hojas secas los cuchicheos. Welick lo recibió con una risa muy fuerte. «¿Crees que vienes a intimidarnos niño? Escuchamos los rumores. Fuiste expulsado del cielo. No te tenemos miedo. Tú ni este viejo son ni la sombra de lo que fueron antes».
Bli invocó su vara, «¿Expulsado?» la golpeó una vez contra el suelo. Los herejes gritaron aterrados al ver que flotaban. Cuando cayeron, huyeron desgarrando la tela del toldo. Dejaron sola a su líder quien con un semblante pálido encaró al primer enviado.
—Creo que golpeé tan fuerte la cabeza de tus antepasados que naciste sorda y escuchaste mal la historia. Ustedes, montón de Tumuluks indignos saben que no soy ni bueno ni misericordioso. Por eso cumplirán mis demandas. Quiero que me entreguen al hombre de las cadenas y a sus dos súbditos con provisiones para cien días o los regresaré a la tierra al igual que tus antepasados.
Yalep le confesó a Maldra que él se sentía admirado por su proeza en las estrellas, mientras se alejaban del campamento.
—Aunque hice millones de gestas, esa es de la que me siento menos orgulloso. Cambiar las reglas no te hace diferente del origen. Además, los montañeses tenían razón. El que confronta al orden solo le espera dolor.