La fogata ardió y Yalep tuvo una idea. Era momento de más historias a la fogata. Listo para impresionar a los tres niños Maldra contó su historia:
«Un día sirves fielmente a tu diosa y al siguiente te destierran a las tinieblas. ¿Suena gracioso Yalep? No lo es si tienes que soportar a Kenot quejándose una y otra vez por su destino. Me tuve que acostumbrar a dormir con los rostros de las almas en pena. Eran lentamente consumidos por sus errores. No podían gritar. ¿Qué podía hacer por ellos? Estaba atado a estas miserables cadenas. Tanto hombre como eslabón éramos igual de fuertes. Yo era el exguardia de la diosa creadora de todo, se necesitaba más que las paredes del destierro máximo para detenerme.
Kenot despertó enfadado. Convertí mis ataduras en armas. El idiota no se percató de la trampa. Lo esperé desde las sombras y lo asfixié con las cadenas. Me dio pelea creo que por setenta años. Con su cabeza mareada y su aliento prácticamente detenido me rogó piedad. Desde los límites de la existencia me levanté con un trofeo en mis muñecas. La señal de que el hombre podía retar a las huestes originales».
—No me imagino la cara de Kenot cuando saliste de las tinieblas ¿De seguro jamás se sintió tan furioso? —Afirmó Yalep emocionado.
—En eso te equivocas mi joven pupilo. —Corrigió Lenet he inició su historia:
«Maldra no estuvo ni cerca de infundir la mayor de las cóleras al dios de las tinieblas. Ese fue trabajo del padre del tiempo, su hermano. Aunque Kenot le dio más hijos al origen y de que estos fueran los mejores guerreros de toda la creación, el principio de todo no cambió su deseo. Golowy, el primogénito fue nombrado sucesor. Por eso inició la primera herejía. Los hijos rebeldes pelearon contra el padre de todo. Mi madre y mi tía estuvieron a su lado para proteger aquel mundo tan simple. Pero los herejes cometieron una aberración que estremeció el corazón del origen. "Hijos ingratos" Se apareció ante todos. "Les di a cada uno grandes tierras, un misterio de la existencia y me pagaron con sangre. Sobre ti creación mía caerá mi furia mas quienes no tienen sus manos llenas de sangre inocentes escaparán de mi castigo" Así se levantó la primera mano y una cálida luz cubrió ese mundo tan simple. Ese día Kenot maldijo a su hermano. "Por su culpa cortaré mis manos"».
Lu se levantó y dejó su comida a medio acabar. Yalep intentó seguirla. Maldra se lo impidió. «Ella necesita estar a solas».
—No idiota, lo que necesita es que tú te disculpes.
El montañés trató de dormir esa noche. Repasó sin cesar cuando conoció a Lu, como Maldra la encontró. Le dolía imaginar que después de todo ella lo amaba. Cansado de dar vueltas en el suelo se levantó a caminar. Pensó que el aire frío lo ayudaría a conciliar el sueño.
En un tronco al lado de un abeto se sentó a mirar los puntos de luz en el aterrador cielo azul. No comprendía por qué no podía dejar de verlo. Como si se tratara de un asombro ancestral oculto en su interior. La brisa abrazó su cuerpo. sus ojos cansados estaban al borde de ganar la batalla contra el insomnio.
—Tampoco puedes dormir —. Fue sorprendido por la voz ronca de Maldra.
Primero lo vio sorprendido. Cuando su adrenalina bajó el fastidio invadió su ser.
—Los hombres miramos las estrellas para inspirarnos. Y de algún modo para recordar nuestro origen. Sabes, antes de todo, antes de los primeros hijos de la tierra, fuimos parte de ellas. Libres, sin preocupaciones por problemas insignificantes.
—¿Eso es para ti lo que pasó con Lu? ¿Es insignificante? ¿Por qué algo tan bello puede estar tan fuera de mi alcance? ¿Quién le dio las estrellas al cielo? Cuelgan de él, como si estuvieran atrapadas. ¿Por qué se quedan ahí? Pareciera que les gustara estar ahí en un encierro eterno a la merced de la oscura noche.
—¿No hablamos de las estrellas ahora, no?
—¿Por qué ella te ama aun cuando no lo mereces?
—¿Cuántos hombres han pisado esta tierra que merecen las estrellas? Creo que más que ellas. Aun así Yalep, las estrellas no son de quien las cree merecer sino de quien hace algo para alcanzarlas. Tú mismo lo buscas. Quieres probarte a ti mismo porque está en tu interior, en el de todo hombre. Ansías un destino, una proeza que te haga tan grande como el cielo y que aunque sea una de ellas pose junto a ti incluso más allá del tiempo.
—¿Y si soy uno de esos hombres? ¿Y si estoy atado a esta tierra?
—Por experiencia te digo que puedes jalar de tus ataduras. Si no se rompen y tu deseo es verdadero, la tierra te seguirá en tu búsqueda —. Maldra mostró las cadenas al joven montañés.
Yalep vio a Maldra subirse al carruaje. Choqueado no pudo despegar su mirada del basto cielo. Jamás sintió algo así . «Ahora lo respeto».