Yalep aguantó por seis horas estar junto al oro de Maldra. Contó dos mil cuatrocientas tres piedras en el camino con su espalda. De pronto los tres bandidos de la calle se quedaron en silencio. Las monedas dejaron de batirse. El sonido del rayo erizó su piel. Escuchó a Maldra pedirle a la niña huir. El carruaje se volcó. «¿Dónde te metiste?» sonó la voz de Bli. Otro estruendo del cielo generó un vació en su estómago.
El niño pelirrojo asomó sus ojos negros por la tapa que escondía el oro de Maldra. La puerta del carruaje estaba empujada. Se levantó. Las monedas cayeron. Escuchó pasos aproximándose.
Kaleck abrió la escotilla escondida. En el transporte de Maldra no vio a nadie. Yalep colgaba de la puerta a las espaldas del segundo enviado. Sus pies eran como plumas. Dio pasitos hacia atrás. El hermano de Lenet volteó a ver. Unas hojas se bailaron con el viento.
Él siguió el llanto de la niña. Con sus brazos azules y limpiándose las lágrimas Yalep encontró a Lu y dijo «Déjà vu». Ella se alegró y lo abrazó. El niño pelirrojo la ayudó a calmarse, si no lo mataría su color. Susurrando le advirtió: «El ruido lo atraería». Cuando la luz se retiró los dos pensaron en un plan para rescatar a los otros dos bandidos de la calle.
Yalep buscó al segundo enviado. Pactó entregarle la niña si él le enseñaba a conquistar una tormenta. Kaleck vio un reflejo de sí. Le aseguro que cualquiera que fuera su plan, no valdría la pena. «¿Reíste junto a él? ¿Te enseñó algún truco? Pobre montañés. Caíste en su juego como todos y como todos te darás cuenta muy tarde». A las espaldas del hombre pelirrojo, Lu despertó con su Luz a Bli y le quitó las ataduras con las líneas azules. Lenet entró en la mente de Maldra. Él abrió sus ojos negros. Él tomó las piedras pequeñas y pesadas. Las echó en una bolsa.
—Lo sabes todo ¿no? Creo que no, es más, te contaré algo que desconoces por completo: como que pronto tendrás un fuerte dolor de cabeza.
—¿Por qué? ¿Vas a golpearme? No te falta algo de estatura para eso.
—No lo decía, —Lenet sacó su vara, la giró una vez y la enterró en el suelo. Todo flotó menos los protagonistas. Maldra giró uno de sus bloques, La bolsa se estrelló con la roca negra. La falta de gravedad le dio un impulso sin igual. Antes de chocar con el rostro de Kaleck el bastón de madera volvió a tocar el suelo. El peso volvió. Esa combinación adentró al hijo mayor de Sahi en lo más profundo del bosque— por eso —.Dijo a nadie.
Maldra no tuvo como negarle su adhesión a la expedición al cielo. Le advirtió que no sobreviviría.
—¿Y perderme esta épica historia? Jamás —. Dijo para darse fuerzas.
Con una fuerte palmada en la espalda, Lenet le dio la bienvenida al equipo. Ahora eran los tres bandidos de la calle y el montañés.