En la cena familiar Yalep se enteró que su hermano mayor pronto se convertiría en nube negra. El grado más alto entre los jóvenes maestros rayo. Avergonzado frente a su padre admitió apenas empezar los entrenamientos con Lenet. Pronto el invierno llegaría y él regresaría a la academia. Debía hacer algo para mejorar. Tuvo una idea que primero sonó absurda en su cabeza. Entre más lo razonó le vio más sentido.
El niño pelirrojo suplicó a Maldra dejarlo ser parte de su expedición al jardín. Después de reírse por un par de horas se lo negó. «Niño, ¿Tengo cara de niñera? Suficiente tengo con cuidar a dos, con tres ya necesitaría una paga por lo menos para comprar toda la montaña».
Desesperado Yalep buscó a Bli. El maestro lo regañó. Llegar tarde a los entrenamientos no era la marca de un buen maestro del rayo. Se excusó en ayudar a Maldra con las ovejas toda la mañana. Explicó su problema. Lenet lo comprendió. «Si le demuestras utilidad al hombre de las cadenas de seguro te dejará ir con nosotros» expresó con vaguedad el niño de cabello rubio.
Estaba en un problema peor. ¿Cómo podía él ayudar al semejante figura mítica? «Tal vez puedas ayudarme con mis manos» Sugirió la niña. De inmediato Lenet la calló.
—Las personas meditan en silencio —. Reprendió así a la niña.
Yalep vivió un «déjà vu». Una idea parecía loca al principio, pero luego cobró sentido. Abandonó su entrenamiento sin iniciar corriendo. Regresó con el libro enorme prestado por Goula. En medio de esas páginas amarillas y viejas encontró el párrafo exacto. La luz en ocasiones podía ser energía.
Así los convenció de hacer un círculo para practicar conducción. Aunque a Lenet le parecía mala idea accedió por curiosidad. Los tres frotaron sus manos para luego juntarlas.
Bli se sorprendió al verse sentado ahí con las líneas azules en sus brazos sin que le doliera. En sus pies empezó un hormigueo. Su cabeza le pesaba. No pudo resistir y se desmayó. Yalep y Lu los sostuvieron.
Lu se asustó. Sus piernas empezaron a brillar, el suelo a hundirse. Quiso soltarlo, Yalep se lo impidió. «Si lo sueltas podría pasarle algo peor. Debes calmar tu respiración». Le gritó el pelirrojo. A pesar de estar ansiosa lo intentó. Lo hizo por él. Se sujetó fuerte de los dos niños. Respiró más despacio. El brillo cedió en su parte baja, luego en sus antebrazos. Lo orilló hasta la muñeca. Por un segundo lo acorraló al inicio de la palma de sus manos.
Bli se despertó mareado. Lu caminaba de un lugar a otro preocupada por él. Cuando abrió los ojos había algo diferente. Yalep se lo notó.
—Tus ojos son azules Bli.
Asustado el niño rubio salió corriendo.