Maldra pateó la rueda de su carruaje. Odiaba cuando le robaban algo suyo, mucho más si se trataba de su caballo. Le ordenó a Hedall y Yalep buscar en el pueblo. Lenet estudió la escena del crimen. Lu se quedó en casa con Weledyn sintiéndose inútil. Triste, le preguntó por cómo demostrarle a alguien que ella valía.
«Una persona especial» empezó el monólogo de Weledyn. Le contó la verdad de la existencia: Las personas existen si hay otras confirman de su paso. La mujer de cabello pelirrojo y rizado la invitó a sonreír. Él estaba ahí, esperando su ayuda, refugio y consuelo.
La niña entrenó más duro de lo habitual en el patio trasero de Weledyn. Si no esquivaba las rocas las partía en dos con sus manos. Aun así, esa era la excepción. Lenet descubrió la agilidad en ella. Rápida en sus movimientos y astuta para usar su entorno para su causa de ganar tiempo. Rastros falsos. Líneas en donde no debían usar. Era todo muy amateur, pero apreció el esfuerzo. Orgulloso de ella preguntó si existía una razón para seguir levantándose a pesar de fracasar con miseria.
—Quiero que la persona especial me encuentre —. Respondió con el poco aliento que le quedaba.
El niño echó una carcajada. Aunque fuera una excusa infantil, tenía una razón para usar sus maestrías en la mente de la tercera generación. Intuyó el nombre mas no lo preguntó por modestia. Bli enfatizó la importancia de la utilidad. Lu tuvo una idea loca. Quiso encontrar al ladrón del caballo. Lenet la ayudó y sugirió a su postor como importante pieza.
Lenet le dio ánimos a Yalep. En su interior el niño pelirrojo sabía quién era su persona especial. Ella demostró su valor por primera vez ante su padre. También expuso su valentía ante el frío y lo desconocido. Bli le insistió en su tarea fácil. «Debes estar ahí cuando ella logre su proeza frente a los ojos de su autoridad. Solo debes cuidar de ella. Debes hacerla creer que ella no es como las estrella sino la estrella».
Maldra fue a buscar al ladrón por la noche junto a Bli. El plan estaba listo. Lu y Yalep lo encontrarían primero, ellos llegarían a encontrar la escena triunfal. Mientras subían la colina los dos escucharon gritos. «Lu está en peligro». Dijo sin pensarlo por un momento el hombre de las cadenas.
Los dos llegaron a la escena. Yalep apenas se mantenía en pie en medio del barro. Con la adrenalina a tope la niña esquivaba la navaja del ladrón con la nariz enorme y ojos pequeños. Con uno de sus bloques Maldra puso fin a la historia. Los dientes amarillos del montañés atajaron el golpe. Mientras él se arrastraba de dolor, Lu cayó de rodillas en la tierra negra mojada junto a la escoria vestida con chaleco de tela. Falló.
El hombre de las cadenas pidió explicaciones. Lu interrumpió la discusión. Le contó sus razones a su persona especial. Ella quería demostrar ser más valiosa que cualquiera de sus mercancías a tal punto de dejar de ser una. Una pieza importante en su vida de la cual le cueste desprenderse.
Yalep no podía creerlo.
«Es igual a ella» pensó el hombre de las cadenas. Temió lo peor al voltear a Lenet. El niño de cabello rubio lloró paralizado. El hijo de Sahi no quiso volver a revivir su pesadilla.
Maldra se anticipó. Con su cadena sostuvo el brazo del niño venido del cielo. El rayo de luz no alcanzó a Lu. Bli usó su atadura para propinarle una patada en el rostro moreno del conquistador. Con la luz azul de su talón lo dejó desorientado. Yalep se interpuso frente a él. Lenet lo manipuló y lo hizo a un lado.
Lu corrió colina abajo. La luz blanca levantó la tierra y despertó a los vecinos. Creyeron ver una batalla celestial. Corrieron desfavorecidos. Con el corazón en la mano, la niña de ojos azules no los tocó. No podía arruinarlo aún más. Lenet invocó su vara, sin gravedad controló el suelo. Con dos grandes rocas la acorraló. Frente a sus ojos llorosos ella dio una voltereta hacia atrás. La luz por poco la alcanzó. Tomó impulso. Hundió sus pies llenos de brillo en la nueva pared para correr en ella. Se puso a las espaldas de su persecutor.
Lenet alzó sin gravedad la tercera pared. Ella no tenía a donde ir.
—¡¿Crees que no lo sé?! Quieres usarnos a mí y a Maldra para tu enfermo juego madre. Yo no he olvidado —. Dijo con un río de lágrimas en sus ojos.
En medio de sollozos y arrodillada le suplicó perdón por recordarle a su madre. Al ver su luz blanca lista para atacarla, se arrepintió por cual fuera el error cometido por su madre.
—¿Por lo que sea? —se indignó— ¿Es poca cosa lo que hice por ti? Deje las estrellas por ti, te seguí aun cuando mi tía, ¡tu hermana! me dijo que no lo hiciera. ¿Es poca cosa la forma en la que me pagaste? ¿Qué más quieres de nosotros? No te bastó con quitarle su hijo a Maldra, no te bastó con, —su nudo en la garganta no lo dejaba continuar— con arrancarme el alma—. Lu cerró los ojos y con brillo en sus piernas y brazos esperó su trágico castigo. Lenet no pudo levantar su mano contra ella. No tenía la fuerza para hacerlo—. Sabes que no puedo lastimarte. Esa es tu mejor arma —. Lenet la acompañó rendido en el barro.
«No digas tonterías» respondió susurrando a cada «cállate».
—¡Ya deja de decir tonterías! —Reaccionó harta de sentirse en lo más profundo. Recordó las palabras de Maldra aquel día con luna llena—. Qué importa si me parezco a tu madre, no soy ella y no haré lo mismo que ella.
—¿Cómo lo sabes?
Ella lo abrazó con fuerza en medio de la lluvia. Le transmutó sus líneas azules y sus lágrimas ácidas. «Porque jamás le haría algo así de horrible a uno de ustedes». Angustiada mientras lo apretó con fuerza repitió. «Ya deja de ser un estúpido ¿Me oíste?». Lenet descansó en sus brazos. Encontró consuelo. La luz cedió lento al igual que el agua. Primero sus piernas, luego sus antebrazos, por último, su muñecas, palmas y dedos.
Los dos salieron de las tres paredes con los ojos azules. Maldra y Yalep llegaron asustados. Vieron como la niña le ofreció su hombro a Lenet para caminar. Ella mostró sus manos. Le regaló un beso en la mejilla al niño pelirrojo por su ayuda. El hombre de las cadenas la cargó en sus hombro lleno de alegría. Fueron a la casa de Hedall con el caballo y una buena noticia. Todos celebraron a la niña de cabello blanco. La noche fue cubierta por una brisa abrumadora. El cielo se llenó de estrellas. Ella la recordó como la más feliz de su vida.