Maldra y sus dos mercancías llegaron a la orilla de la playa con el atardecer en el punto más naranja en el cielo. El mar golpeaba en el puerto de madera podrida. Lu preguntó por qué estaban allí. El hombre de las cadenas explicó que necesitan partir a la isla Tlek donde había otro postor. «Necesitamos una balsa para partir», dijo el hombre al adentrarse al bosque.
Bli preguntó porque no solo los lanzaba uno por uno. Maldra aseguró poder hacerlo. Mas su caballo odiaba volar. La niña siguió contenta a su amo. Ella quería mostrarle una idea que se le ocurrió aquel día en la plantación de manzanas.
Lu serró los troncos, Maldra los apiló en bloques.
—Ahora niño, es tu turno.
Lenet no entendió. Maldra respondió extrañado que sacara su vara para hacer que la carga flotara.
—Así no funciona.
—Muéstranos cómo funciona niño holgazán —. Maldra subió su tono de voz.
Entre dientes y con sus brazos cruzados Lenet respondió «No la tengo».
—No me vengas con cuentos de los hijos del sol. Todos aquí sabemos que no usaste tu vara las anteriores veces por algún siniestro plan tuyo.
—¿Acaso eres sordo? No la tengo. Me la quitaron.
—Espera un segundo —. Maldra se tiró al suelo a reír—. No tienes tu vara. A ti te expulsaron del cielo.
—Tú no lo entiendes —. Bli golpeó el suelo de un zapatazo y todos por un instante flotaron.
Cuando volvió a tocar el suelo. Maldra secó sus lágrimas. Aun no paraba de reír
—Ahora sé que no vales nada. Aunque pueda que ver tu cara de fastidio me levante el humor más de una vez —. Maldra tomó los troncos y se marchó lleno de gozo.
Lu se sintió mal por el niño, mas siguió a su amo a la playa.
En la costa el niño de piel pálida se quejó por el innecesario plan de Maldra. «Si el caballo odia volar, por qué no lo dejamos aquí esperando».
—Niño, necesito comprar cosas importantes y en el carruaje está todo mi oro.
—Eres Maldra, el conquistador de mundos, para que mierdas quieres ese montón de piedras sin valor.
—Pero esas piedras brillan —. Explicó Lu—. Con ellas puedes comprar cosas como comida, otras piedras divertidas
—¿Acaso no lo sabes? Un conquistador toma lo que quiere sin preguntarle a alguien.
—Tu mejor que nadie sabe que no todo puede ser conquistado.
Lenet se revolcó en la arena de la risa. Maldra preguntó lo que le parecía tan gracioso.
—Solo me regocijo de que Maldra, el mortal que pretendía acabar con el orden de todo, ahora siga a rajatabla las leyes de la montaña. No eres ni la sombra de lo que fuiste antes.
—Hay razones de fuerza mayor que me obligan a seguir las reglas de este juego de mierda.
—¿Cómo cuáles? ¿Tu vergonzosa derrota en las puertas del jardín?
Maldra le dio la espalda al niño. Él no perdería su tiempo explicándole a como él lo llamó «Hijo mimado de un dios» sobre sacrificios.
—¿Sacrificar? Sabes cuánto me costó ganarme mi vara ¿sabes por qué la perdí? Porque al igual que tu pretencioso y avaro mortal fui egoísta.
Maldra tomó al niño del cuello de su bata verde «Dime un día que hayas renunciado hasta a lo que crees por alguien y ese día te podrás comparar conmigo. Yo por lo menos no actúo como si no tuviera alma».
—Solo quiero volver a ver a mi tía. Pero qué sabe un conquistador de familia.
Maldra lo soltó. Bli se marchó corriendo de allí. Lu miró a su amo. La culpa comía por dentro al el hombre de las cadenas. Pateó los troncos que tenía apilados. «No me mires así. Él es de mi propiedad, le puedo decir y hacer lo que yo quiera». Los ojos azules de la niña lo obligaron. Fue a la orilla de la playa donde Bli miraba sentado y melancólico como la noche arrasaba con toda tonalidad naranja.
—Siento lo que dije Lenet. Sé que Sahidra te importa mucho —. Bli lo volvió a ver desanimado—. Pero siendo honestos no eres el único que quiere recuperar lo que queda de su familia. Todo el oro que guardo es para comprar la llave de la fortuna y recuperar a mi hijo.
—¿Qué le pasó a tu hijo?
—Tu madre... —Maldra no pudo terminar. Sus ojos se humedecieron.
—Mi madre le hizo cosas horribles a más de uno—. Lenet exhaló resignado—. ¿Por qué me cuentas esto?
Excusándose en un plan ficticio esquivó la pregunta. Sin embargo, luego se le ocurrió uno real.
—Si me ayudas a robar la llave de la fortuna yo te daré tu libertad y a la niña para que puedas regresar al cielo. Pero debes prometerme que tu tía no le hará daño a Lu.
—Ella irá al cuarto de las voces, creo.
—Más te vale niño presumido —. Maldra le dio la mano para levantarse y pactar la alianza.
Maldra y Bli regresaron a donde estaba la balsa a medio acabar. Los tres pasaron la noche ahí junto a la fogata. Lu sabía que todo estaría bien. Así lo pensó mientras veía recostada en la arena con una sonrisa de emoción las constelaciones.