Los tres partieron en búsqueda de un herrero. Lenet le rezó a la estatua de su tía con uno de sus ojos de rubí faltantes.
* * *
Lu destruyó gran parte de la mansión de Saigona. Aunque el dios no paraba de gritarle y regañarla, ella estaba sentada en una esquina. Sus únicas fuerzas las usó para no llorar. Los odiaba por haberla engañado. Por no contarle. «Soy una mercancía» repetía cabizbaja.
A las puertas de la casa de Saigona Maldra le recordó a Shelaví lo que estaba haciendo. Aseguró debérselo a los dos. Además, se iría con cinco millones de piezas de oro.
—Eres la mujer más descarada y valiente que he conocido—. Se despidió de ella al besarla.
La casa de Saigona fue interrumpida por la voz de Bli «Estoy listo para negociar».
—Y cómo sé que esta no es una de tus tantas tretas bandido de la calle —-. Dijo el hombre al levantar sus cejas blancas.
—De nada me sirve tener la llave, si mi tía no me vuelve a recibir.
—Y por qué no la usaste para que te diera a la niña.
—Porque no la necesito a ella, lo que realmente necesito es volver a ver las estrellas desde mis pies.
Maldra intentó saltar la valla lleno de ira. Llamó traidor al niño. Lenet lo neutralizó con su luz blanca. Maldra se dejó caer hacia atrás cayendo al otro lado.
La niña salió al patio con sus extremidades brillantes. Cada paso dejó una marca de destrucción. Lenet le entregó las piezas además de a Shelaví como un regalo. Los dos niños se marcharon. Lu con la mirada agachada y Bli con prisa.
—Llévame lo más rápido que puedas a ese mugriento cuarto en donde no pueda ver nada ni a nadie —. Dijo Lu cuando la casa de Saigona dejó de asomarse.
Bli la abrazó con fuerza. «Gracias al cielo estás bien». Como una presa abriéndose las lágrimas ácidas bajaron por el rostro de la niña. Lenet las atajó. Sufrió el dolor del color azul por un momento. Lo necesitaba.
—Por qué, por qué —ella no podía hablar de la conmoción.
—Hay que apresurarnos, —sostuvo la cara de Lu con sus manos— Maldra nos alcanzará pronto.
Por un breve momento los ojos de Bli fueron del mismo color que los de la niña.
A lo lejos los dos niños se toparon con el hombre de las cadenas. Los dos hombres rieron por el acto montado frente a la casa de Saigona. Un estruendo sacudió los árboles. Debían correr si querían ganar.