Con una excusa en la mano Lenet le hizo creer al sacerdote Goula que quienes lo acompañaban eran sus prisioneros. «Debo llevarlos a la siempre correcta madre la de justicia Sahidra» dijo. Complacido en ser parte de la diplomacia celestial el hombre del cual colgaban dos cuernas de alce en su cuello se comprometió a servirle.
Muy Feliz, Lu se alegró de volver a ver a Hedall y a Weledyn. La pareja se sorprendió de verla más alta. Los dos le sacudieron su cabello. Ella amaba ese gesto. También con gran regocijo la niña saludó a Yalep quien se avergonzó cuando escuchó a la niña gritar su nombre.
Por la hospitalidad de los dos montañeses, Maldra obligó a Bli a entrenar junto a Lu al hijo de Hedall. Fastidiado, aceptó. No había tiempo para quejarse por pequeñeces.
Con una gran vista de las montañas de Kenot los tres niños hicieron del patio de atrás el salón de estudio. Yalep se emocionó al igual que Bli por revisar las viejas páginas del libro que Goula les entregó.
Lu dijo extrañar la nieve, mientras Lenet la obligó a meditar en medio del sol del mediodía. Yalep esquivaba los rayos azules de Bli. No podía sudar mientras corría. Él debía ser capaz de controlar su temperatura corporal para poder conducir la electricidad.
Lenet corrigió los movimientos del hijo de Hedall cuando practicó las coreografías de maestro rayo. Debía ser rígido, firme ante la energía y nunca cambiar. Llevó sus manos de arriba al centro de su pecho un centenar de veces. Él solo era un conductor, nunca una fuente. Sus pies debían estar bien puestos en el suelo. Si los rayos pasaban por él, siempre debía estar en contacto con la tierra. Después de un rato Yalep se sorprendió. Por primera vez percibió el flujo de energía a su alrededor.
Lu odiaba practicar los movimientos de un maestro de la luz. Su cuerpo debía ser ágil y suelto todo el tiempo. Ella era como una roca bailando. Por cada regaño de Bli su estrés aumentaba. Debía repetir hasta aprender a mover sus manos con fluidez del hombro hasta extenderlas. Cuando no estaba corriendo por ahí, Lenet la obligaba a sentarse en medio del patio a ignorar sus propios pensamientos. Menudo problema, si ya le costaba ser escuchada por Maldra o por su maestro.
—Me puedes recordar por qué debo hacer esto Bli.
—Si lo que hay en tus manos es Luz, eres una maestra Luz. Si controlas la luz, podrás controlar el brillo.
Harta de ver a los dos niños brincando por todas partes decidió unirse al entrenamiento de Yalep. En vez de reprenderla, Bli la animó a ayudarlo atrapar a Yalep. El pelirrojo corrió colina abajo. La niña de cabello blanco y su maestro intentaron alcanzarlo. No eran tan rápidos.
Bli se elevó por los cielos impulsado por su luz azul. Se paró frente al perseguido. Estaba listo para atraparlo. Yalep se apoyó en sus manos. Aunque se esforzó para saltar a Lenet su velocidad no lo dejó maniobrar bien y atropelló colina abajo a su maestro.
—Eso no cuenta —. Dijo Yalep al enterrar su mano en la tierra para frenar.
Yalep vio que la niña se aproximaba a toda velocidad. Puso su talón para hacerle una zancadilla y consagrar su victoria. Lu saltó su pierna sin problema y se puso frente a él. «No irás a ninguna parte» Le advirtió. Bli se puso a su lado.
—¿Ahora qué vas a hacer pequeño montañés?
El hijo de Hedall no tuvo más opción que correr colina arriba. Los llevó al bosque para perderlos. Él era bueno esquivando los árboles. También lo era Lenet quien los usaba para agarra más impulso. Entre caerse y rodar, la niña seguía en el juego.
Debajo de una piedra enorme enterrada en la montaña acorralaron a Yalep. Lu se le lanzó encima. Los reflejos del montañés eran más rápidos. Las manos de Lu tocaron la roca y las líneas la escalaron. Bli sacó su vara y eliminó la gravedad para no morir lapidados. Cuando quitó todos los trozos que podrían acabar con ellos la regresó. Asustada la niña salió corriendo al verse culpable.
Ellos la persiguieron hasta un acantilado en donde se sentó en la orilla.
—Lo arruine ¿cierto?
—Fue un accidente. No tenías por qué correr.
—Intenté correr, pero no puedo escapar de mí misma, de ser un monstruo —. Su brillo subió a sus hombros.
—Mira, —dijo Lenet— tu brillo subió cuando dijiste eso. Tal vez esa sea la clave. Si te sientes menos así tendrás tus manos libres de tu brillo.
—¿Pero cómo voy a hacer eso si esto es lo que soy?
—Tú no eres un monstruo. Nadie cree eso de ti.
A lo lejos Bli y Lu reconocieron a un viejo conocido. «Eso solo pueden ser problemas» dijo el niño de cabello rubio. De inmediato bajaron junto a Yalep. Avisaron a Maldra. Hojalata Smill merodeaba el pueblo.
Goula estaba enfurecido. Creyó que el niño lo engañó al escuchar la orden directa del cielo de atraparlo «Por tu culpa nos quitaron el templo hasta que los entreguemos a los tres. Bli lo convenció de que las palabras de hojalata eran falsas viniendo de un rufián como él. Convenció a los tres sacerdotes y al pueblo de organizar un golpe fulminante para bajar la bandera de foráneo.
Maldra secuestró a los guardias con sus cadenas. Hedall y Toba esperaron en las ventanas la señal. Yalep era el señuelo.
El niño pelirrojo llamó a las puertas del templo asegurando haber visto a los tres bandidos de la calle. Él lo siguió y Yalep empezó a correr. Se metió por cada callejón del pueblo, por cada establo y recoveco. El hombre lo persiguió con la respiración de un toro que buscaba embestirlo. Al doblar la esquina, lo perdió, pero encontró a Maldra y a Bli. Lenet desapareció la gravedad. Le dio impulso además del dado por Maldra a los dos bloques. Smill solo pudo atajarlos con su rostro al cual ahora le faltaban dos dientes.
Toba y Hedall acabaron con los esbirros de hojalata. En el templo no hubo tantos rayos desde la segunda herejía. Lu esquivó los golpes de los hombres y les dejó bien marcada su mano en sus rostros. Horrorizados abandonaron la montaña. La niña subió al techo del templo y con su mano cortó la bandera del martillo. Al ver la gente aplaudiéndole a su luz bajó hasta sus manos.
—Kaleck jamás usaría un martillo —. Dijo Goula mientras aplaudía tal gesto.
Bli interiorizó ese nombre. «Si mi hermano está en la tierra, estamos en serios problemas». Le susurró al hombre de piel morena.