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Chapter 24 - Historias a la Fogata I.

Mientras Maldra, Hedall, Weledyn, Yalep, Lu, Dall y Bli pasaban la noche con una fogata, el niño pelirrojo tuvo una idea. «¿Por qué no contamos unas historias a la fogata?». A la familia le parecía una excelente idea mas los invitados no sabían lo que era eso.

—¿Nunca lo han hecho? Es decir, historias, fogata. Eso es algo que hacemos en la montaña desde miles de generaciones atrás —. Dijo Hedall.

—En la costa lo que hacemos es cazar monstruos y cocinarlos con la fogata —. dijo Maldra mientras asaba su pierna de cerdo.  

—Oye, tranquilo que el patriarca siempre empieza. 

«Aunque ya he contado esta historia un millón de veces no me canso de hacerlo. Eran tiempos difíciles en la montaña. La tierra era ingrata con nosotros y los animales morían por la falta de alimento. Los ancianos del rayo pronosticaron una hambruna de mil años si no buscábamos la leyenda viviente de toda esta sima. El grano del que comían los dioses podía salvarnos pero debíamos pedírselo a la madre de las semillas. Le ofrecimos un templo, nuestras riquezas, pero el árbol de las ramas infinitas no quería nada de los hijos de la nieve. Entonces desesperado aposté mi vida contra la entidad divina. Dije que si lograba hacer un mejor huerto podría tomar mi vida. Confiada aceptó. Jamás se dio cuenta que controlé la energía de sus plantas para que murieran. Llena de cólera por su derrota, pagó su deuda».

Sorprendida, Lu dijo haber escuchado algo similar de los aldeanos de colina abajo. «Sí, es lo mismo que ellos usan para sus plantas».

Maldra al dar un mordisco a su pierna de cerdo contó la suya:

«En Merbib pelee una de las batallas más difíciles de toda la campaña. Tanto los nativos como mis tropas se desangraban en el campo de batalla. Por eso hablé con el general Sacoida. Pedí que se rindieran para evitar más muertes en vano. Su planeta estaba rodeado al igual que su ejército. Seguir solo traería miseria a sus tierras. Él se echó a reír. Me dijo que si traía el planeta de al lado a sus pies, se darían por vencidos. Saqué mis cadenas y con mi gran fuerza jalé la gran roca espacial y la estrellé contra su templo. El llorón no cumplió, pero sus hombre sí. "Para qué templo a Sahidra si este hombre tiene la fuerza de un dios y nos puede proteger"». 

—Tampoco hay que sorprenderse del final — Añadió Bli—. Los merbibenses no son las personas más brillantes del cosmos.

Lenet sacó su vara y empezó a contar una historia que según él sí era digna de la fogata: 

«Muchas entidades del cielo y de las tinieblas intentaron tener en sus manos la tan preciada por el universo. Desde los más fuertes hasta los más ingeniosos fallaron ante las gigantes manos de piedra que el mismo padre tiempo construyó para protegerla. Con sus dedos haciendo una bóveda y sus palmas apoyadas en sus extremos se volvía real el verbo dicho al inicio de la segunda generación. "Sin tu apoyo no puedo estar en pie". Fue hasta que estuve ahí lo comprendí. Destruí los apoyos de las manos y empujé la palma de arriba hacia un lado. Fue así como mi tía me dio el supremo don de portar el arma de la estabilidad, la vara». 

—Eso fue porque yo no sabía dónde estaba, porque de seguro ahora tendría dos objetos imposibles —. Aseguró confiado Maldra.

Risueña Lu se atrevió a contar su historia: 

«Yo no sabía muchas cosas cuando llegué aquí. Una vez en una cueva creía que un monstruo me seguía por todos los rincones oscuros de mi escondite. Destruía las paredes y dejaba marcas azules por todos lados. Al final, me di cuenta: todos los destrozos los causé yo y mis manos y que la bestia era yo». 

A pesar de que ella reía a carcajadas, nadie la acompañó. Así se percató que su historia no era tan buena.