Lu no aguantaba un segundo más de la mañana con Lenet quejándose o Maldra contestando. «Me escaparé esto, es tu culpa aquello, ya verás lo otro» escuchaba la niña mientras volteaba los ojos cada vez que la discusión volvía a comenzar.
—Si es tu mercancía ¿por qué no lo vendes? —preguntó la niña.
—Nadie, —volvió a ver a Bli— Y cuando digo nadie es nadie compraría a un mocoso malcriado que a la mínima oportunidad te traicionará.
Lu se acercó al niño y le susurró «Si quieres puedo romper tu cadena y puedes huir».
—¿Y perderme como este imbécil te vende al primer idiota que le pague con un montón de piedras amarillas inservibles? Imposible.
Maldra llegó a la casa del siguiente postor. Este se negó a recibirlo al verlo junto al niño. Así se repitió la historia hasta el poblado siguiente al lado de la costa. Bli reía con cada fracaso de su amo. Ninguno de los tres lo entendía, hasta que un citadino les contó la historia. Dos hombres entraron a las casas de todo el pueblo con un papel firmado por Lenet. Ellos se llamaban a sí mismos como inspectores de las estatuas de oro de Sahidra. Ahora el poblado estaba desprotegido y las personas molestas con Bli.
—Creo que gané—. Dijo el niño muy sonriente—. ¿Cómo vas a vender a la niña si andas conmigo?
—Podría matarte.
—Inténtalo. Tal vez si me doy la vuelta y no veo tengas más oportunidad de lograrlo. Pronto me dejarás ir porque Lu ya no tiene a donde ir.
—Tú menos. ¿con qué cara llegarás a donde Sahidra cuando dicen que tu robaste sus estatuas de oro?
Maldra habló con el sacerdote del pueblo. Él les contó que los dos hombres dejaron a responder un objeto místico que podía escribir en cualquier idioma. Maldra captó quienes eran.
El hombre de las cadenas y Bli discutieron por cómo eran afectados al estar juntos. Lu se hartó y los interrumpió.
—Déjala hablar. Aprendí que se calla más rápido si ella cree que la escuchas —. Le dijo Maldra al iodo de Bli.
Ella les contó su idea. Los tres partieron al poblado siguiente. El sacerdote les recomendó un atajo bajo la promesa de que les devolverán las estatuas.
Los hermanos Fergolak y Gorlick se encontraron a la niña camino a la herrería. Ella les dijo que el hombre de las cadenas seguro la abandonó al no poder perderla. Al verla tan sola y con una oportunidad tan grande de hacer mucho oro, le sugirieron que los acompañara.
Cuando doblaron la esquina encontraron a Maldra. Él los acusó de robarle su mercancía. Asustados se la devolvieron. Él les dijo que deberían conocer el castigo de sus cadenas. Ellos corrieron atemorizados. El hombre gordo vio a Bli. Los dos hermanos le suplican ayuda. Lenet dijo conocer una forma secreta de deshacerse de hombre de piel oscura, más necesitaba unas diez estatuas de oro de su siempre correcta diosa de la justicia Sahidra además de algún papel firmado por él para ratificar el conjuro. Sin pensarlo accedieron. Él les pidió cerrar sus ojos.
Con sus cadenas Maldra tomó las estatuas. Bli les ordenó abrir los ojos. Al ver que no había ni amenaza ni estatuas, ellos le agradecen con un tributo de tres mil piezas de oro.
Maldra, Lu y Bli regresaron al pueblo costero. El sacerdote les retribuyó con nueve mil piezas de oro por haberle devuelto la paz al pueblo.
Así Maldra obtuvo más oro, Bli recuperó su honor y Lu logró el silencio tan querido para seguir caminando.