Lu, Maldra y Bli llegaron a la primera locación costera. La niña de cabello blanco jamás vio tanta agua junta. La playa realmente le robó una sonrisa. Le divertía como las olas parecían jugar con la arena. Pero lo que sí la impresionó fueron las casas de ojos secas y ramitas. La Ciudad de las Caras de Piedra estaba llena de personas que según ella eran iguales a Maldra. De piel morena, con los ojos oscuros al igual que su cabello. El hombre de las cadenas se lo explicó. Ese era su lugar de origen.
—¿Por qué todas las personas nos ven raro?
Lenet se echó a reír «De verdad naciste ayer. Ellos no nos ven raro, es a ti la que te ven raro».
—No lo entiendo, todas estas personas se ven como Maldra ¿por qué serían diferentes?
—No hables con estas personas, —advirtió Maldra— no son lo que tú crees.
Los tres fueron a una tienda de un amigo de Maldra para comprar provisiones. Gelicon preguntó impresionado por quien era la niña. Susurrándole al oído respondió no saberlo. Él hombre de piel morena y gordo los invitó a pasar la noche en su casa. «Recuerda que hoy hay luna llena».
—Lo que menos quiero es traer desgracia a este pueblo. No después de lo que me ha pasado —. Él señaló con sus ojos negros al niño.
Antes de que cayera el sol, Lu exploró la casa del hombre gordo de piel oscura. Aunque él vendía baratijas al igual que Maldra, también ofrecía bestias y comida. Ella reía con los animales verdes voladores que repetían todo lo que ella decía. Le parecía hilarante ver a los otros rosados y gruesos revolcarse en el lodo. Así anduvo por los pasillos hasta que encontró el mostrador. Las figuras de madera la tenían fascinada. Ella fue sorprendida por dos clientes quienes indignados le dieron la espalda.
—Son bonitas estas figuras de madera ¿verdad señora?
Asustados madre e hijo salieron corriendo de la tienda. Lu intentó salir atrás de ellos para entender por qué le temían tanto pero su pie se quedó atorado en el suelo. Al voltear vio que Lenet tenía su mano levantada al igual que sus dedos pulgar, índice y corazón.
—¿Qué no te quedó claro que no debías hablar con los hijos de la tierra?
—¿Por qué? ¿Qué les hice yo a ellos?
—Tienes tres segundos para ir adentro o yo mismo acabaré con tu miserable existencia ¿te quedó claro?
Llena de miedo, ella salió corriendo. Buscó a Maldra y se refugió detrás de él. Temblorosa le preguntó por qué todos la odiaban ahí.
—Hace mucho tiempo existió una mujer. Se llamaba Sahi. Ella le hizo mucho daño a estas personas. Por eso no debes hablar con ellos, por eso no debes buscarlo y si puedes esconderte mejor. Para que no recuerden el dolor que ella les causó.
—Pero por qué les recuerdo a ella.
—Porque eres igual a ella.
—Excepto por el cabello —. Interrumpió Gelicon quien no terminó de hablar pues Maldra le dedicó una mirada de fastidio.
En la noche el sueño no estuvo presente para Lu. Se preguntaba si lo que hizo Sahi era tan malo o peor a lo que ella hizo en la ciudad de las frutas. Odiaba sentir esas cosquillas en su panza. Caminó por la casa pensando en formas de arreglar su error. Asomó sus ojos azules por la ventana. La luna llena iluminaba las casas de ramitas. La abrió para dejar entrar el aire.
Lu sorprendió a dos hombres merodeando por la casa de Gelicon. «No deberías estar aquí» le señalaron con voz baja. Ella se disculpó por lo que haya hecho. Quería remediar su mal inherente. Los locales sonrieron. «Hay una forma».
En medio de la ciudad frente a un altar se reunieron los hombres y las mujeres de la ciudad. Pusieron alrededor de la mesa, amuletos, ropas y otros objetos pertenecientes a las víctimas. El sacerdote vestido con ropas arrugadas, manchadas de amarillo por el tiempo, acostó a la niña de cabello blanco a la ofrenda de reconciliación. Alzó la voz a su pueblo:
—Sea este mis hermanos, un gesto frente a la luna el que inicie la purgación de los males de la diosa aquí presente Sahi, la madre de la creación; artífice de la traición y su manipulación de los siempre bien intencionados hijos de la tierra que murieron por su egoísmo y palabrería.
Antes de que el hombre con gran papada alzara su cuchillo para enterrarlo en el pecho de Lu, dos cadenas se elevaron por el cielo. Una luz blanca dispersó a la muchedumbre. Maldra se paró en la mesa y tomó a la niña. Lenet descendió de las nubes como un rayo. Los murmullos cesaron con su presencia. El temor no.
—Los hijos de la tierra cayendo en degeneración. Nada nuevo —. Dijo al llenar sus manos de luz blanca.
—Son un montón de bestias —. Maldra tomó a la niña—. Apuntan sus armas contra una niña.
—Ella es quien trajo la desgracia a nuestro pueblo. Debe pagar por sus crímenes.
—Ella no es Sahi.
—Y a quién le importa. Si no es Sahi, es un símbolo de ella. Su sangre derramada es la insignia que lavará nuestro dolor.
Con su luz Bli encandiló a la multitud enfurecida. Desaparecieron ante la sed de venganza de los hijos de la tierra.
Los tres huyeron. Lu no paró de hablar ni de disculparse por lo que hizo. Al perder la paciencia, Maldra la calló al alzar su tono de voz.
—Tú no lo entiendes —. Lu se hartó—. Todos me ven como un monstruo. Lo que ellos no saben es que no quiero serlo. Quiero arreglar mis errores.
—Tú no le hiciste nada a esas personas. Ellos están resentidos con Sahi
—Pero si soy como Sahi, de seguro soy tan mala como ella.
Maldra se detuvo. Agarró el cuello del vestido blanco de la niña. La levantó y la empujó con violencia contra el carruaje.
—Nunca volverás a decir semejante estupidez. Sahi es la peor entidad que ha existido y que te parezcas a ella no quiere decir que seas como ella.
—Pero yo pero yo —Dijo Lu con un nudo en su garganta.
—¡Qué no te pareces a ella! ¡Yo viví con ella! Tú no le quitaste sus familias a esas personas, lo hizo ella, tu no hiciste la guerra, lo hizo ella, ¡Tú no eres ella! No eres un monstruo como ella y no se lo tienes que demostrar a nadie —. Soltó a la niña y se encerró en su carruaje.
Lu se sentó con la respiración exaltada y los ojos llorosos. Lenet se bajó del carruaje. Se puso a su lado.
—Sabes, lo que las personas crean de ti no te convierte en eso, ni siquiera lo que tu creas de ti tampoco te vuele en eso. Uno es lo que es.
—Quieres decir que soy un monstruo, cierto.
—No, lo que quiero decir, —Bli se rascó su cabello revuelto— es que no eres mi madre. Además de que eso no tiene mucho sentido porque tenemos casi la misma edad, tú ya sabes.
La niña recostó su cabeza en el hombro del niño. «Todo estará mejor» Le dijo Bli a Lu.