Chereads / Herejía contra el Origen. Lenets. / Chapter 8 - Intercambio.

Chapter 8 - Intercambio.

Durante la mañana Bli pasó intentando romper la cadena de plata que lo tenía atado al carruaje de Maldra y maldiciendo por haberlo convertido en rehén. Él puso los zapatos de piel de jabalí en el suelo. Pensó en frenar a los fugitivos aún así falló con miseria al darse cuenta que su logro era ser arrastrado.

—Como te atreves miserable hombre a tenerme como una de tus baratijas. La furia del cielo caerá sobre ti. 

—Que caiga sobre mí, pero ¿te podrías callar? Aun no decido si llevarte a las tinieblas o sacarte el corazón y comerlo con cebolla. 

—¿Realmente lo vamos a comer? —dijo asqueada Lu. 

—¿Tenías que arruinar la broma?

La cadena de plata de la niña se despedazó. Ella se lo dijo a Maldra y él procedió a ponerle otra. 

—Eres sin duda la bestia más estúpida que he conocido. ¿Si sabes que puedes escapar?

—¿Y no ser la mejor mercancía que Maldra haya vendido? Jamás. 

En eso los tres fueron detenidos por una mujer de cabello dorado, cuerpo esbelto y ojos como los de la niña de manos brillantes. Asustada le rogó a Maldra que los ayudara ya que en su pueblo rondaba un demonio. Lenet agregó que si estaba consciente de que pedirle ayuda a Maldra era una pésima idea. Él lo mandó a callar con un gran grito. 

El hombre de las cadenas aceptó atraparlo si le pagaban quinientas piezas de plata. La mujer se las dio. Ella estaba segura que si el pueblo seguía atormentado, el dinero pronto no valdría para nada. «Espero que entienda mi precio, un demonio no es una bestia la cual pueda revender».

Maldra le dijo a los dos niños que lo acompañarían. Lu estaba emocionada y Bli rio. «Que te hace pensar que si me sueltas voy a seguirte». Maldra le recordó la ley de las montañas. Estaba obligado a quedarse junto a él o desaprobaría las letras de Sahidra. Fastidiado siguió a su amo.

La campesina los llevó al último lugar donde el demonio atacó. Sus vecinos, una pareja con sus dos hijos fueron inspeccionados por Maldra. Las fatales víctimas estaban en sus camas sin sus ojos. «La palidez en su piel me sugiere que se horrorizaron antes de morir. Pero si nadie escuchó un grito me dice que la bestia atacó con gran velocidad. Además, que ellos no tengan ojos puede ser una señal» agregó Maldra. 

—No es obvio—. Lenet se echó a reír—. Es un huele pecados como los que había en tu inmundo campamento militar.

—Pan de cada día—. Dijo Maldra sonriente.

—¿Huele pecados? —preguntó la niña. 

—Ya sabes, esas bestias de cinco patas, ocho ojos, erizas. Las atrae el olor de cosas indebidas, como ellos. Creo que seguro vieron algo así, no se lo contaron a nadie y el demonio se comió sus ojos y succionó sus almas. Lo normal. 

Maldra diseño un plan para capturarlo ya que buscarlo «podría significar la ruina para el pueblo» le dijo a la campesina cuando en realidad le daba pereza hacerlo. Lenet solo reía por el desfile de estupidez comandado según él, por el hombre de las cadenas. 

Primero necesitaban una carnada. Lu se ofreció pues ella creía estar en deuda con Maldra. Además de recibir la burla de Bli, también obtuvo la respuesta negativa de su amo.  Luego fueron a buscar un brebaje de pecado del hombre de las cadenas. En sus reservas solo tenía dos frascos. Aunque costaba conseguirlos, él prefirió llevarlos. «Uno para atraerlo y otro para marearlo».

Los tres pasaron la noche en la casa de la campesina. Maldra y la mujer durmieron en la habitación de arriba mientras que Lu y Bli se quedaron en la sala. 

Maldra preguntó por el nombre de la mujer y se disculpó por no consultarlo antes. Shelaví contestó ella para iniciar la conversación. Lo hizo hablar de su trabajo y de sus hazañas. 

—Aun así, a veces uno se siente solo —. Dijo la mujer. 

—Trato de no pensar mucho en eso. Por eso paso viajando todo el tiempo, vendiendo esto por aquí, atrapando a un fugitivo por allá, cobrando una recompensa de vez en cuando. La verdad, la soledad no se siente tanto si uno pasa ocupado. 

—No lo creo. Tú tienes a tus hijos. 

—No son mis hijos. Son mercancía.

Shelaví rio al creer escuchar una broma. Maldra acompañó su gozo. No quería ser maleducado. El hombre de piel morena regó un frasco con el brebaje por la habitación. Durmió en el suelo a la espera de la bestia.

—¿Puedes apagar tus manos niña? —. Le dijo Bli a Lu. 

—No sé hacerlo. 

Lenet le tiró encima una alfombra a Lu la cual se deshizo al tener contacto con el color azul. «¿Acaso tu existencia es fastidiarme?». Le dijo a la niña cuando enterró su rostro en la almohada.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—¿Ya hiciste una pregunta? Déjame dormir. 

—La ley de la montaña dice que debo compensar lo malo que haga para estar en gracia con Sahidra. 

—No se para que una bestia querría estar en gracia con mi tía, pero bueno supongo que si fueras una persona, de seguro que sí.

Con esa respuesta ella aclaró sus ideas. Se levantó.  A Lenet le dio igual . Quería dormir y si esa luz se iba él era feliz. La niña subió las escaleras. Entró a la habitación, después de verificar que los dos adultos estuvieran dormidos. El frasco restante se quebró en las manos de Lu dejándola impregnada con la fragancia semejante al olor a guardado. Los vidrios se deshicieron a los pies de la niña. Pensó que Maldra se despertaría. No fue así. Con cuidado salió. Al poco rato escuchó unos pasos. Creyó ser descubierta. Solo era la mujer acostándose al lado de hombre de las cadenas. 

Los gritos de Lu despertaron a Maldra. Él y Shelaví bajaron corriendo para ver qué pasaba. El demonio se revolcaba de dolor en una de las esquinas de la sala. En su picudo pelo estaban marcadas las dos pequeñas manos de Lu. Lenet con los ojos entreabiertos se despertó malhumorado. En medio del estrés, el hombre de las cadenas le quitó la manta amarilla con la que la campesina tapaba su dignidad para atrapar a la bestia. 

—Buen trabajo Lu. 

La niña sonrió satisfecha. 

Shelaví al percatarse que estaba desnuda, salió corriendo para su habitación. 

—Campesina indigna —. Dijo Lenet seguido de un largo bostezo.

A la mañana siguiente Maldra y los otros dos niños partieron con quinientas piezas de oro más trescientas para que guardaran el secreto de la campesina indigna.

—Solo a mí me pareció raro que sus vecinos murieran y no ella. 

—No lo creo —. Contestaron Maldra y Bli. Los dos rieron y la niña los acompañó. Ella no lo entendió. Solo le parecía graciosa las carcajadas del hombre de las cadenas.