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Chapter 7 - Ciudad de las frutas. 

En medio del atardecer, Lu y el hombre de las cadenas se dirigían al siguiente poblado. La niña creía que los altos pinos de a poco liberaban la oscuridad que escondían debajo de sus hojas. El celeste que degradaba en naranja daba paso al frío azul.  La niña tenía sus pies cansados de bajar el empinado camino. 

Lu estaba preocupada por Lenet quien desde la anterior noche no despertaba. 

—¿Estás seguro de que él está bien?— de inmediato se dio cuenta que eso sonaba mal—. Digo, no lo vas a vender así. 

—Se dio un buen golpe. Normal que pase unas horas descansando.

—Es decir, ¿si a mí me pasara algo así estaría bien?

—Si a ti te pasara algo así ni te darías cuenta y ya estarías en las tinieblas. Él no. Él no es como tú o como yo. Es peor. Lenet es como lo dice su título, el enviado del cielo.  El convierte la palabra de Sahidra en verdad —. Respondió desanimado Maldra.

—Eso no suena tan malo. 

—¿Tan malo? Lenet cumple la palabra de Sahidra sin importar el costo. Sin importar si debe meterse en tu mente para encontrar tu mayor debilidad para usarla en tu contra o si debe sacrificar a los suyos para ganar un segundo de tiempo.

Lu exhaló tranquila. «Por suerte le diste una paliza». 

—Niña tonta ¿acaso no lo entiendes? Si el enviado del cielo está tras nosotros, la furia de los altos también lo está. Personas podrían... —al ver los ojos llenos de pánico de Lu, Maldra recordó que ella era una niña— olvídalo. Lleguemos a Perniloy de una buena vez ¿quieres?

Por más que intenta ocultarlo, Lu estaba triste por sentirse como una carga para Maldra. «Debo hacer todo lo que pueda para ser la mejor mercancía que Maldra haya vendido». 

El hombre de las cadenas le mostró a la niña Perniloy, la ciudad de las frutas. El lugar que a pesar de estar cubierto por nieve eternamente, los cultivos prosperaban. Lu miró a dos niños de su edad jugar. Se empujaban mientras practicaban el control del rayo. De pronto un hombre quien ella creyó debía de ser su padre les ordenó entrar a su vieja casa. Ella se preguntó si tendría algún día algo así.

En una granja tan grande como las montañas los esperaba un solitario viejecillo cultivador de fresas para poder negociar un buen precio por la niña. La niña jamás vio a un anciano tan bajito. Casi del tamaño de ella. Le sacó una risa al notar que él no tenía dientes. 

Maldra le presentó a la niña y su habilidad destructiva. Lu cortó uno de los arbustos en mal estado con gran facilidad con sus brillantes manos azules. Para causar confianza, el agricultor le mostró el secreto para que las plantas prosperen con todo y nieve. 

—El secreto está en la energía. 

—Claro, ustedes son maestros del rayo. 

—Muy astuta niña. Las plantas y todo ser vivo se mantiene por la energía. Como las plantas no pueden producirla por la nieve, nosotros se la damos y ellas nos lo agradecen —. Arrancó una fresa y se la dio a Lu la cual se deshizo en sus manos. 

—¿Ella lo puede controlar?

—Aún aprende —. Dijo Maldra riendo de los nervios.

Luego de que Lu paseara por la plantación y jugara con el resto de niños llegó la hora de negociar. Después de regatear por un rato los dos hombres acordaron el precio de diez mil piezas de oro. Ella se fue a despedirse Maldra, más el hombre de las cadenas se fue sin decir nada. 

Llena de tristeza, el brillo azul de Lu apareció en los pies de la niña. La tierra se empezó a hundir con forme las líneas azules se extendieron. Lu se horrorizó y no pudo controlarlo. La plantación del comprador se echó a perder con las casas de alrededor. Maldra llegó desde los cielos y la rescató con una de sus cadenas. 

Las casas se hundieron. Las plantaciones se quemaron con un intenso fuego azul que iluminó la noche en Perniloy. Los vecinos del comprador huyeron despavoridos. Unas líneas del mismo color que el brillo de la niña, destruían todo lo que tocaban. 

La niña se disculpó sin cansancio. Maldra estaba paralizado en la entrada del pueblo. Sintió vivir una pesadilla. Le devolvió el dinero al campesino y le ofreció su ayuda. Él la rechazó y les pidió que se marcharan de ahí inmediatamente. 

Mientras se alejaban Lu no paraba de disculparse. Maldra no podía más:

—Te puedes callar Sahi, yo arreglaré todo —. De inmediato se percató de su error—Digo Lu, te puedes callar Lu, —su tono descendió— yo lo arreglaré todo. 

«Tal vez Bli tiene razón». Pensó antes de dormirse.