Después de haber caminado toda la madrugada, a Lu ya no le daban las piernas. Alzó la mirada al cielo para entretenerse con las figuras hechas de puntos de luz. Buscó entre la bóveda azul pintada en un extremo de celeste y naranja a la osa mayor. Esforzó sus ojos. Dejó volar su imaginación. A veces creyó ver a las estrellas parpadear. Pensó que se burlaban de ella. Se sintió tonta. Al menos esperó ver las garras de la constelación o su gran hocico. Estaba harta de andar por ahí sin saber a dónde iban o qué haría el hombre de las cadenas con ella.
—¿A dónde vamos? —preguntó y después sopló el mechón de cabello blanco que le estorbaba.
Maldra ignoró las preguntas de la niña. Quería no mostrar su incomodidad por el parecido a su última dueña.
Los dos llegaron al amanecer a una casa con techo de paja donde vivía un gran cliente de Maldra. Seball preguntó por las razones que trajeron al hombre de las cadenas a la montaña.
—Necesito enviar un aviso de subasta. Tengo un trato que le interesará a más de uno y mi pobre halcón Fuyuret está muy viejo para hacer tantos viajes.
Maldra le pidió a la niña que le mostrara al hombre su habilidad. Ella juntó una roca del suelo y la volvió pedazos. Seball quedó impresionado y de inmediato fue por las aves. El hombre de las cadenas sacó de su carruaje tres piezas de oro para pagar. Aprovechó para ofrecerle baratijas a su cliente. Le mostró unas piedrecillas de muchos colores que al lanzarlas al suelo se hundieron con rapidez. «Perfecto para trampas» agregó. Seball le dio veinte piezas de oro por aquellos objetos tan particulares para la niña.
Mientras se alejaban de la casa con techo de paja Lu preguntó:
—¿Por qué cambiaste esas piedras tan bonitas por esas horribles piedras amarillas?
—Las piedras amarillas se llaman monedas niña. Brillan más que cualquier cosa, por eso valen tanto.
—Entonces mis manos valen un montón de sus monedas ¿Se pueden cambiar?
—Esa es la idea —. Sonrió el hombre de las cadenas.
Conforme fue avanzando la mañana Lu ayudó al hombre de las cadenas en sus ventas. Aunque no lo sabía, muy en el fondo estaba agradecida por lo que hizo por ella en la montaña. En aquel bosque oscuro y helado, corría todos los días llena de miedo. Con la familia de Yalep se sintió bien hasta que la descubrieron. al menos, pensó, el hombre de las cadenas le quería conseguir un lugar donde fuera feliz. Ese pequeño gesto de preocupación despertó una sensación de calidez agradable que le recorría cada parte de su cuerpo.
Ella quería que él sintiera lo mismo.
El corazón de los aldeanos fue conmovido por Lu quien les explicaba que sus monedas horribles en comparación a las baratijas de Maldra.
Ese día, el hombre de piel morena vendió como tenía años de no hacerlo. Entendió que era más fácil manipular a sus clientes con la tierna ingenuidad de la niña. Le agradeció por su ayuda. Muy entusiasmada Lu le preguntó si ella podía llegar a ser como él.
—Si consigues un carruaje como el mío, tal vez.
Al atardecer la niña cuidó el carruaje mientras Maldra compraba heno para su caballo. En eso dos hombres se detuvieron a hablar con Lu. Fergolak y Gorlick le dijeron que ellos eran cambiadores de oro.
—Podría participar si ustedes me ofrecen un objeto más brillante que todo el oro que tengo.
Ellos sacaron un espejo y los tres hicieron el trato. «Tómenlo ustedes mismos. Levanten la alfombra del carruaje y ahí lo encontrarán».
Cuando Maldra regresó ella le contó emocionada que ella hizo un gran trato como él. El hombre de las cadenas levantó el tapete para guardar las piezas de oro que le sobraron y en sus reservas solo encontró un espejo.
Lleno de ira regañó a la niña. De sus ojos salió un brillo verde. La luz de Lu se extendió hasta sus codos. Se disculpó temblorosa y tartamudeando. «Solo quería ser tan valiosa como mis manos». Al escuchar esas palabras él se calmó. Entendió que ella solo lo quería imitar.
—Si quieres ser igual a mí, hoy aprenderás una importante lección.
Gorlick y Fergolak se volvieron a topar a Lu en la plaza del siguiente poblado, junto a la fuente de agua congelada. Ella los invitó a participar en un juego de apuestas en donde si no lograban levantar una roca atada a una cadena que atravesaba la pared ganaban el doble de piezas. Ellos vieron como un hombre se llevó un saco lleno de oro que era en realidad Seball participando de la treta.
Aunque Gorlick no se lo creyó en un primer momento por la parte de la cadena que la pared ocultaba, probó con dos piezas de oro. Al no lograrlo su risa fue tan fuerte que sacudió su cabello marrón y colocho como si un huracán pasara por ahí.
Fergolak quien era el más gordo de los dos apostó veinte piezas y recuperó cuarenta. Acicaló su largo bigote cuando planeó la siguiente estrategia. Él apostó un millón de piezas de oro. Las monedas callándose del saco fueron la señal para Maldra. El hermano de Gorlick apenas acarició la cadena y la piedra salió tan disparada que ellos le perdieron el rastro en el cielo. Sintiéndose engañados acusaron a la niña de hacer trampa.
—Si tienen algún problema, háblenlo con mi amo. ¡Amo Maldra!
Al escuchar ese nombre los pelos se les pusieron de punta a los dos hermanos. Sus piernas temblaban y en sus estómagos solo había un agujero. Intentaron huir, pero el hombre de las cadenas estaba a sus espaldas.
—Caballeros, ¿tienen algún problema con mi juego? —dijo Maldra con su voz grave.
Secándose el sudor frío de la frente Gorlick le dijo al hombre que ellos no buscaban problemas con él.
—Al contrario, me quiero disculpar por mi joven pupila. Aún no aprende el viejo arte de los negocios —. Les susurró al oído—. Ustedes me entienden —. Con una risa nerviosa los dos asintieron—. Por eso quiero hacerles una gran oferta.
Maldra los llevó a los tres a su carruaje y sacó una pequeña caja de bambú.
—De la mano de Sahidra a ustedes les traigo el objeto más valioso que obtuve en mis gloriosos botines. Este objeto, es capaz de escribir en cualquier idioma que se les ocurra. Hasta algunos dicen que es capaz de escribir en la letra de la mismísima diosa de la justicia. Además de ser una gran herramienta para traducir textos, Sahi en persona me juró que el padre del tiempo Golowy plasmó con él los más hermosos poemas.
Maldra vendió aquel objeto por todo el oro que tenían esos dos hombres. Ellos le agradecieron su amabilidad y se marcharon con una sonrisa de incredulidad.
De camino a la siguiente ciudad Maldra y Lu se ahogaron de la risa por aquella hazaña tan valerosa.
* * *
Bli se encontró a Fergolak y a Gorlick en una furiosa discusión por cómo habían comprado una simple pluma por cinco millones de piezas de oro. Ellos le contaron la historia al niño. Le dieron la dirección hacia donde se dirigían los dos estafadores por una simple firma en un papel. Ahora estaba más cerca de ellos.