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Chapter 4 - El hombre de las cadenas.

Las viejas ruedas del carruaje del hombre de las cadenas asomaron por las laderas de las Montañas de Kenot. Con su cabellera larga y negra se mecía con el viento. El frío no estremecía su moreno abdomen expuesto. Algunos montañeses rumoraban que la traidora lo talló con sus propias manos para satisfacer sus más perversas fantasías. No había un hombre según los ancianos que lo superara en fuerza.

* * *

Weledyn vio por su ventana como los tres sacerdotes del pueblo se acercaban a su puerta. Ella mandó a esconder a la niña. La madre juntó sus muñecas e inclinó su cabeza para recibir a los invitados. El anciano Goula preguntó por su marido y por sus dos hijos.

—Ellos andan en el campo cortando algunos abetos para mejorar la seguridad del establo.

—Hermana Weledyn. En el pueblo hay rumores que al hermano Ohhu y al hermano Furin no le agradan y si se lo pregunta, —dijo el hombre del cual su cuello colgaban unos grandes cuernos de venado— no me agradan en lo absoluto. Se dice que en esta casa se esconde una criatura expulsada del cielo, ¿sabe a qué me refiero?

—Sí honorable sacerdote Goula.

—Sabe que, si yo pregunto y usted miente, la podría condenar a las tinieblas.

—Lo sé honorable sacerdote Goula. Por favor, hágame el honor a mí y a mi familia de revisar la casa de esta humilde sierva.

Debajo del piso de madera, se encontraban Dall, Yalep y Lu. Los pasos del sacerdote aceleraron el corazón de la niña de ojos azules. Justo antes de que el anciano pasara encima de ellos, el mensajero llegó con una noticia. «El hombre de las cadenas está en la montaña».

* * *

—Señor hombre de las

—Llámame Maldra.

—Señor Maldra ¿cree que estamos tratando con un demonio o con algún expulsado?

El hombre que usaba pantalones de piel de búfalo revisó el cadáver ovejuno.

—Un demonio busca almas, un expulsado destruye ciudades, esto parece más un ladrón.

Maldra sacó un puro. El campesino le ofreció una chipa al chasquear los dedos. «Esto le saldrá muy barato señor Soylade».

Sin anunciarse los tres sacerdotes irrumpieron en el granero del montañés:

—Oh poderoso hombre de las cadenas, el pueblo se regocija con su llegada.

—Déjese de protocolos Goula, que se que me quieres lo más lejos que pueda de estas montañas.

—Nunca me deja de sorprender su perspicacia oh gran cazador. Pero esto es un mal menor. Los sacerdotes lo tenemos controlado.

—Él contrató mis servicios. —Señaló al campesino—. Si alguien me llamaba yo venía. Ese fue el trato.

—El trato era que usted venía si era necesario.

—Por eso, cuando alguien me llamara —. Maldra dio una gran probada a su puro—. Hagamos un trato, —exhaló el humo en la cara de Goula— si encuentro la bestia y veo que no es una que pueda vender, se la regalaré para que haga sus sacrificios.

Fastidiado el sacerdote mayor aceptó el trato.

* * *

Hedall regañó a Lu, Yalep y Dall. Él estaba seguro de que los vecinos lo sabían. «Incluso Maldra podía ya estar enterado» les dijo. El padre sabía de primera mano que el hombre de las cadenas estaba visitando a los vecinos, haciendo preguntas. «Pronto hará un mapa» razonó.

Tal y como lo imagino Hedall, Maldra prosiguió. Encontró el escondite de la bestia. La cueva estaba vacía. Era cuestión de horas para que él estuviera frente a la puerta. Aun así, Weledyn tenía esperanza. «Si pasamos la prueba, si nos ganamos la confianza de Maldra, podemos disipar los rumores». Así fue como la pareja ideó un banquete para el cazador.

La velada marchó espectacular. La familia reía con las anécdotas de Hedall. Maldra los acompañó con carcajadas exuberantes. La madre ya se veía como ganadora.

—Señor Maldra, es un gusto tenerlo de vuelta en la montaña.

—A mí siempre me gusta volver aquí. Perdona que te lo pregunte, —pensó distraer a los anfitriones— ¿te he visto en algún lado Hedall?

—Claro, mi padre lo llamó para el ataque del gigante.

—Eso sí que fue un buen negocio —. Notó que Weledyn miraba a la cocina—. Perdónenme que sea tan indiscreto, pero necesito que me muestren su casa. Es para evacuar unas dudas.

Weledyn le mostró la habitación de arriba, Dall la de abajo, Hedall el establo y Yalep la cocina. Maldra notó que el piso del último era hueco.

—Saben que, lamento haber dudado de ustedes. Son una familia de respeto. Les debo una disculpa. —Hizo una reverencia al inclinarse llevando sus brazos hacia atrás. De las dos pulseras en sus muñecas salieron dos cadenas atadas a dos bloques de piedra enorme que se hundieron en el suelo. Al fondo estaba la niña escondiendo su cara tras sus antebrazos brillantes. Maldra la tomó de uno. Al ver su rostro el hombre de piel oscura se estremeció. Sintió horror y ansiedad. Ella estaba muerta para él. —¿Qué demonios estás haciendo aquí? No se supone que Sahidra —el bullicio llamó la atención de Maldra. El sacerdote Goula lo sabía—. ¿Por qué estaban escondiendo a la diosa Sahi, la traidora?

—Ella no es Sahi —.Respondió Hedall susurrando.

Maldra volvió a ver a la niña. Ella temblaba de miedo. «Si ella no es Sahi, se parece demasiado». Yalep lloró. Suplicó que la dejara en paz. Él era el responsable. El hombre extendió una cadena, destruyó la pared de la cocina. El gran bloque de piedra se clavó en el suelo estremeciéndose. Con la otra tomó a la niña y la llevó frente a la muchedumbre.

—No podrás intimidarnos Maldra —. Dijo el sacerdote mayor—. Sabemos que la bestia es Sahi, la traidora. Es nuestra obligación entregarla a la siempre correcta diosa de la justicia Sahidra para que acabe con ella definitivamente.

—¿Qué les garantiza que lo hará bien esta vez? En la montaña está escrito que ella lo hizo y mírenla aquí. Yo les propongo un mejor trato. Yo mismo la llevaré a las tinieblas.

—¿Qué nos garantiza que cumplirá con su palabra señor Maldra? —Contestó el sacerdote mayor.

—Soy el hombre de las cadenas. El único mortal capaz de enfrentar a toda la corte celestial —. Maldra sacó el bloque de la tierra y lo volvió a golpear. Esta vez al lado del sacerdote. Goula cayó muerto de miedo.

—Más te vale cumplir con tu palabra, porque si no toda la ira de la montaña caerá sobre ti.

—No le temo a una montaña. Ahora ¡Largo! —De Maldra salió un grito que resonó en toda la montaña.

Los campesinos del pueblo contaron que el mismo Maldra libro a la familia de Hedall del embrujo bajo el cual los tenía la entidad demoniaca.

—¿Entonces ella es Sahi? —Preguntó Hedall.

—No, no tengo ni idea quién es, pero siendo tan parecida Sahi no puede quedarse aquí.

—¿Qué harás con ella? —Weledyn escondió a la niña detrás de su vestido amarillo.

—Buscarle un lugar en donde no corra peligro.

Lu abrazó a la madre. Le dejó sus manos marcadas en el vestido. Con el corazón partido le regaló uno blanco con una tira que ajustaba el cuello. Weledyn lo atesoraba de su infancia. El nudo en la garganta no dejó a la niña agradecer ni el regalo ni a Yalep y a Dall por toda la ayuda. Los dos le desearon buen viaje.

Amarrada a una cadena de plata a su muñeca Lu y Maldra partieron de la montaña. Con el sol a las espaldas la niña vio con tristeza las laderas. Las miradas de todo el pueblo estaban con ellos. Ella aunque amaba la nieve, las casas de madera, las enormes montañas azules, el cielo con nubes turquesa y rosadas, no pudo quedarse. La esperaba una nueva aventura.

* * *

El sacerdote Goula le contó del percance al niño.

—Tranquilo fiel servidor, de Maldra me encargaré pronto —. Dijo Bli con una sonrisa que dejaba mostrar sus blancos dientes.