Toba le aseguró Hedall que ellos no podían hacer nada por la niña. El padre de Yalep reaccionó indignado «¿Cómo puedes ser tan frívolo? Es solo una niña».
—La niña que casi echó a perder todas las reservas de lana.
El vecino del hombre pelirrojo y bajito no dio un paso atrás con su postura. Hedall le intentó hacer ver que ella podía ser una hija de él. Una niña que tal vez perdió a sus padres. Alguien desesperado.
—Igual no podrás ocultarla para siempre. El día que la encuentren ¿qué le dirás al pueblo? ¿que es tu hija? ¿cómo explicarás las manos brillantes? La gente se puede hacer ideas raras. Aunque no lo quieras aceptar, ella es un peligro para tu familia.
Weledyn le dio un caldo con verduras a la niña para que recuperara la temperatura. Preguntó por el nombre de ella.
—¿Qué es un nombre?
Riendo, Dall respondió a la pregunta con otra «¿Cómo te llaman cuando tienes que ir a comer?» su madre lo calló con una mirada amenazadora. «¿Qué madre? Intento explicarle a la bestia qué es un nombre».
—Ella no es una bestia —. La madre vio las manos azules de la niña—. Ella es Lu. Una niña normal como cualquiera que hay en el pueblo.
Dall intentó reclamar. Su madre lo amenazó con darle la paliza de su vida si tenía alguna otra objeción. El hijo mayor de Hedall se fue fastidiado. Chocó el hombro con su hermano «Gracias Yalep» dijo fastidiado.
El niño pelirrojo se acercó a su madre «¿Qué haremos con la be... digo con Lu?».
—No lo sé. Tu padre aún lo decide.
Toba y Hedall discutieron sobre la ley de la montaña. Por un lado, los mandatos de la siempre correcta diosa de la justicia Sahidra decía que siempre será de su gracia quien ayuda todo desamparado. Mas había otro apartado con gran énfasis en el repudio a toda imagen de la hija traidora.
—Debemos llamar a los sacerdotes —. Se le ocurrió a Toba—. Ellos sabrán qué hacer.
—Recuerda lo que pasó en la otra aldea en donde los sacerdotes sacrificaron a un enviado de la siempre correcta diosa madre de la verdad Sahidra. No quiero mil años de invierno mucho menos uno eterno. A nosotros nos irá peor, ya no hay tantos domadores de tormentas como antes. Nuestra estirpe quedará infértil. Nada que sembremos prosperará si se dan cuenta que incitamos al error a los sacerdotes. Lo mejor será ocultarla hasta que acabe el invierno.
—Pero el hombre de las cadenas vendrá y la furia caerá sobre este pueblo si él no encuentra su presa.
—Lo mejor será rezar para que la siempre justa diosa de la verdad Sahidra nos de sabiduría.
Aún cuando Hedall y Weledyn querían respetar las leyes de la montaña; la confianza plena no había inundado sus corazones. Decidieron dejar a Lu en el establo, por lo menos hasta tener una idea de qué hacer.
A la mañana siguiente Yalep fue a despertar a Lu. Ella no entendió a qué se refería el niño con desayunar. Cuando el hijo de Hedall le intentó dar la mano para levantarla la niña de cabello blanco se asustó. Le mostró al tomar una paja del suelo el peligro. El pelirrojo vio cómo se deshizo.
La niña vio la cocina llena de figuras de animales de cerámica. Reconoció de inmediato a los patos que hacían una fila en medio de la mesa tan lijada que parecía una nube. Curiosa la niña miró exploró con sus ojos azules los pilares de la casa. Le recordaban los caminos divertidos que encontró en el bosque. Por la ventana miró por un momento la luz del día blanco. Weledyn la cerró de inmediato.
Después de que la madre perdiera el tercer tenedor en manos de la niña, le preguntó de dónde venía.
—De ahí —. Señaló la puerta que conectaba con el granero.
—No, no, lo que quiero decir es ¿cuál es tu lugar de origen?
—De arriba —. Apuntó al techo.
—¿Puedo preguntar a qué te envió la siempre justa diosa de la verdad Sahidra?
—Quien sabe. Solo sé que la puerta de las voces se abrió. Salí corriendo y cuando me di cuenta me caí.
Dall rio ante lo absurdo de la historia. A lo que Lu se sumó. Weledyn le reclamó la burla a su hijo y él respondió que hasta la niña se estaba riendo.
El marido llegó agitado con buenas noticias. Él y Toba recordaron que la ley de la montaña decía: «Quien logre compensar el mal que hizo estará en gracia con la siempre digna diosa de la justicia Sahidra». Así determinaron que si la niña trabajaba sería liberada de la culpa.
Como su mal estaba relacionado con la lana y esta con el calor. Hedall pensó que ella podía trabajar en algo relacionado. Por eso los dos hijos de Hedall le explicaron a la niña cómo picar leña. Aunque le repitieron seis veces como agarrar el hacha fue inútil. En el momento que ella tocó el mango se volvió pedazos.
—¿Sabes cuánto trabajo me costó ganarme esa hacha?
Ella escondió sus manos. Se disculpó mientras caminaba hacia atrás. Se apoyó en un tronco y lo volvió pedazos. Yalep tuvo una idea.
Cuando Hedall fue a ver cómo el trabajo había progresado, vio que solo la niña ya había picado la madera suficiente para tres inviernos con tan solo sus manos. Dall le traía más madera y Yalep la apilaba.
Los dos hijos estaban contentos. En especial Dall, que ahora se había ahorrado el trabajo del invierno. Aun así, a pesar de que vio a los tres hombres felices Lu se sintió culpable por todo el daño que le hizo a esa familia.
—Yo no sabía lo que estaba haciendo y no sé cómo agradecerles a ustedes —. Les dijo a los dos hermanos cuando Hedall se marchó.
—Pero tú ya pagaste tu deuda —. Le recordó Dall.
—Se que les hice mucho daño. No sé cómo repararlo, pero sé que puedo hacerlo —. Yalep sabía cómo se sentía. Por eso se le ocurrió otra idea.
Fueron al jardín y con las manos de la niña despejaron la nieve en el camino que conducía a la casa. Ninguno de los tres se percató. Un vecino los vio trabajar. La envidia corrió por las calles. El carruaje del hombre de las cadenas también.