En algún punto de la batalla el lugar había comenzado a ser inundado por goblins masivamente. Fuera de la barrera se vislumbraron una multitud de ojos que brillaban en la penumbra, como atraídos por la desgracia de los pobres humanos que fueron a caer en esa mina.
Pero eso qué importaba. Ante los ojos aterrados de Ainelen, Holam y Danika, Amatori yacía petrificado con una espada atravesada en su tronco.
El goblin chamán rio.
—La carne humana sabe deliciosa. Despedazar primero, sacar tripas, corazón y pulmones. La sangre se toma por separado. Bebida deliciosa.
—¡Hijo de puta! —Danika ejecutó un poderoso mandoble con su espada bastarda, sin embargo, la hoja destelló al golpear la barrera y rebotó—. No hay como romperla.
No. Perderían a otro camarada más. Ainelen había prometido que no dejaría morir a nadie, y ahora pasaba esto.
«Aun está vivo, puedo curarlo desde aquí», pensó. Y si se atrevía, muy seguramente el chamán lo volvería a apuñalar.
—¿Sabes cuantos humanos he comido? Muchísimos. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres. Gritan mucho cuando su carne se desgarra. Si los matas primero no hay entretención, por lo que...
—¡Cierra la boca!
Ese había sido Amatori, su voz forzada al máximo entre su agonizar. Tosió, gimió, pero se mantuvo de pie. ¿Estaba sonriendo?
Agarró el brazo con que el chamán lo tenía empalado.
—¿Qué harás?
—Esto. —La respuesta que el joven le ofreció al enemigo fue un veloz corte de su diamantina desde la entrepierna hasta la nuca. El sonido vidrioso se escuchó cuando la hoja separó el rostro patidifuso de la criatura, dejando espinas azules, como costuras en una línea vertical.
Las luces escaparon del cuerpo del goblin chamán al instante. Esto era lo que hacía una diamantina ofensiva cuando conectaba un golpe certero.
Las barreras de todo el lugar se desvanecieron, permitiendo a los chicos ayudar a Amatori. Este último se quedó de pie hasta que llegaron junto a él, entonces les ofreció una sonrisa engreída y se desplomo. Holam alcanzó a apoyarlo.
—Hay que retirar el sable.
—Espera —chilló Ainelen, poniéndose en cuclillas—. Una vez tenga listo el hechizo, te doy la señal.
Holam entrecerró los ojos, entendiendo lo que ella trataba de decirle.
—Bien.
—Me encargaré de retener a los goblins. No tarden mucho —Danika se dio la media vuelta y corrió con su armadura tintineando hacia la masa de enemigos que se aproximaban. Era un lío tremendo: goblins chocándose unos con otros, zancadas y sonidos de metal contra metal, gritos y gruñidos de criaturas que parecían convencidos de que la presa se hallaba vulnerable. Parecía una competencia encarnizada por quien era el que destripaba primero a alguno de los chicos.
Ainelen se obligó a no mirar en esa dirección. Tenía que tragarse su preocupación por la rizada. Era Amatori quien más la necesitaba ahora mismo.
Con dedos temblorosos y torpes, puso el bastón delante de su frente y cerró sus ojos para meditar.
Los goblins estaban muy cerca. Debía apurarse.
Recurriendo a ese raro sentido de la abstracción, Ainelen logró distanciar su preocupación de aquel enfermizo escenario de cadáveres y hedor a sangre. Vio las líneas azules de las criaturas que entraban en su rango, entonces dirigió una poderosa descarga mágica hacia el meridiano desecho en el pecho de Amatori.
—Ahora —indicó Ainelen, así que Holam deslizó el sable limpiamente fuera del cuerpo. La magia llenó la herida, invadiendo la piel, órganos y todo lo que conformaba la zona herida. El milagro de Uolaris regeneró el agujero, devolviendo una vez más a Amatori a su estado normal.
Se escucharon muchos gritos, entre ellos el de una humana. Al abrir los ojos, la curandera vio a Danika blandiendo su espada en un gran arco. Cuerpos mutilados volaron en todas direcciones, sonidos húmedos por doquier, sangre abundante en el suelo y en la armadura de la rizada. Pero no fue solo eso: algunos goblins se colaban por debajo y clavaban sus cuchillas en las piernas de la joven bastión.
Amatori tosió. Su boca estaba manchada de sangre y saliva. Se limpió al instante, luego se puso de pie y corrió junto a Holam y Ainelen a socorrer a Danika.
Los latidos se hicieron lentos y claros para la chica del flequillo. Parecía que el tiempo no avanzaba. Danika recibía cortes en sus extremidades, puñetazos en su rostro; a este paso...
Ella se desplomó, soltando su espada bastarda. Algún goblin debió cortarle los tendones de la mano.
—¡Abajo! —gritó Amatori, preparando su espada espinada con un aura azul. Cuando sus compañeros le hicieron caso, la hoja se extendió y con un susurro cortó todo lo que pilló de pie en un gran ángulo. Solo un par de goblins sobrevivieron, retrocediendo a trompicones por donde llegaron.
—¡Danika! —Ainelen se arrodilló a un lado de su amiga y la volteó. Su rostro tenía un corte en la frente y otros más en las mejillas. La sangre bañaba su piel morena, solo sus ojos azulados pudieron vislumbrarse mirándola débilmente—. Tranquila, todo estará bien. Espérame un poco —«su brazo luce terrible, tengo que hacer un torniquete o se desangrará». Rompiendo la camisa que le habían regalado en la Fortaleza Elartor, Ainelen desprendió un trozo de tela y lo anudó fuertemente contra la muñeca de Danika. «Uolaris, qué débil me siento».
Ainelen se fue de lado al sentirse mareada. Evitó caerse a tiempo al apoyar una mano en la roca.
—¡Goblins grandes! —alertó la voz gruñona del muchacho bajito—. Hay que encontrar refugio o podemos irnos despidiendo de este mundo. Yo cargaré a Danika.
Ainelen asintió, levantándose con los músculos de su cuerpo adormecidos.
Cuando el joven cargó en sus brazos a la rizada, casi se va de punta. Naturalmente, Danika poseía buena masa corporal y llevaba puesta una armadura de hierro. Holam se encargó de llevarse el broquel y la espada bastarda, enarcando una ceja mientras ponía una cara llena de interrogación.
—¿Iremos hacia los ascensores?
—¡No tengo puta idea, solo hay que moverse!
Los pulmones de Ainelen ardían con cada paso que daba a través de ese oscuro y frío pasillo. Las cavidades de la mina tenían algunas zetas luminosas. No se dio cuenta de eso hasta ahora.
Si alguien preguntara qué tan mala era la situación del grupo en ese momento, la mejor respuesta sería que peor no se podía estar. Ainelen era invadida por el miedo absoluto. Temía por cada uno de sus amigos, mucho más que por ella misma. Uolaris, Danika también tenía heridas profundas en sus piernas, pero ni siquiera había alcanzado a prestarles atención.
—Algo me he preguntado todo este tiempo —dijo de pronto Holam—: ¿cómo han hecho los goblins para salir de la mina? En algún momento deben adquirir comida y armas.
—Mientras dormimos —respondió al instante Amatori.
—La pregunta aquí es cómo. Me costaría creer que subían a los niveles que nosotros conquistamos. Creo que tienen otra manera.
—Ahora que lo dices —Amatori se detuvo, reacomodando a Danika en sus brazos. En un susurro muy bajo se le escuchó decir—. Maldición, no te mueras.
Los goblins de mayor tamaño eran lentos, no obstante, detrás de ellos se vislumbraban otros de los regulares. Tal vez no los perseguían con tanto ímpetu porque sabían que estaban atrapados en un callejón sin salida.
Amatori hizo acopio de fuerzas y continuó moviéndose. Ainelen y Holam corrían delante, regulando el paso.
—Este piso estaba bastante resguardado. ¿Por qué el chamán nos esperaba aquí y no en el último?
Ahí fue cuando lo encontraron.
El final del pasillo estaba iluminado por un marco rectangular azul brillante. En medio de este, una puerta hecha de la misma malla metálica del agujero bloqueaba el acceso, sin embargo, había un panel en el sector derecho inferior.
—Esto es... —cuando Ainelen se dio cuenta, corrió y lo escudriñó con detenimiento. Sus dedos acariciaron el frío diamante, un frío que no helaba.
«Es una sensación familiar. Tal vez si invoco a los colormorfos tenga una idea de qué hacer. ¿Qué hacía aquí?, ¿lo usaban los goblins?».
—¿Sabes qué hacer? —preguntó Holam.
—Ahí vienen. Hay que abrirla ya. Voy a usar mi espada.
—No —Ainelen detuvo a Amatori, segura de que la puerta del ascensor se abriría.
Cerró sus ojos e inhaló profundo. A diferencia de que cuando ejecutaba curación solo veía a los seres vivos, esta vez Ainelen vio una figura con patrones delante de ella. El ascensor tenía vida, y, aquel panel, parecía contener glifos que formaban un hexágono.
Tocó uno con la yema del dedo medio. Brilló, activándose con un sonido melódico. Se atrevió con los demás, repitiendo el proceso hasta que todos estuvieron activados.
«Vamos».
El brillo desapareció de los glifos con un sonido similar al de un vidrio quebrándose. Lo había hecho mal. ¿Había una secuencia ordenada?, ¿cómo se supone que la adivinaría?
Experimentó con diferentes órdenes, pero seguía sin funcionar.
Los chicos gimieron asustados, también Danika soltó un quejido.
Ellos confiaban en Ainelen, sus vidas estaban sobre sus hombros. Si no encontraba una manera de abrir la puerta, les tocaría hacer frente a una muerte horrible.
«¿Cómo lo hago?, ¿qué estoy pasando por alto?». No, ella no era una chica tan inteligente. De hecho, era muy perezosa cuando había que ser imaginativa. Era como golpearse la cabeza contra una pared, nada tenía sentido.
«Uolaris. Sus pilares», dijo de pronto una voz dentro de su cabeza, la parte más racional. «Agua, tierra, flora, fauna, conservación y equilibrio». ¡Claro, cómo no lo vio venir! Los glifos se parecían a esos, aunque no eran exactos. Estaban desordenados, así que Ainelen presionó en el orden que se les daba.
«Listo».
Se volvieron a apagar.
—¡¿Por qué?! —gritó desesperada.
Ignoró la preocupación de sus amigos, ya que estaba enfocada en recibir una respuesta de su yo menos tonta.
Hubo una risita traviesa.
«¿Desde cuándo que los goblins creen en Uolaris?».
Elk Tamalk. Aquel al que realmente adoraban.
Ainelen abrió los ojos como platos. En un acto instintivo, invirtió el orden.
El área tembló, entonces, cuando la muchacha retrocedió por el susto, la puerta agujereada del ascensor se deslizó hacia un costado.
—¡Lo hiciste! —la felicitó Amatori, siendo el primero en ingresar.
—No puedo creer que esta cosa funcione —Holam subió al mismo tiempo que la curandera, para su incredulidad.
Una vez dentro, Ainelen divisó a los enemigos a no más de diez metros de distancia. Venían hechos una fiera.
En el interior del ascensor también había un panel de diamante azul, así que repitió el orden y la puerta se cerró justo antes de que el primer garrote le destrozara la cabeza. El chirrido horripilante golpeó los oídos de los chicos, el ascensor temblando.
«Ahora, para subirlo». Aparte de los seis glifos no se veía ningún otro tipo de mando. Tal vez funcionaba como su diamantina, alguna orden mental. Cuando tuvo la idea de subir, el aparato sí que se movió. Eso la sorprendió.
Los rostros verduzcos de ojos brillantes y narices hinchadas garabatearon. Los goblins se perdieron bajo la oscura roca cuando alcanzaron el tercer nivel y continuaron subiendo.
Amatori de pronto gimió.
—Oye, Danika. ¡Nelen, Danika ha cerrado sus ojos!
No podía ser. Ainelen dejó de prestar atención al elevador y se acuclilló junto a sus amigos en torno a la rizada. Limpiaron sus heridas entre todos y aplicaron más torniquetes. Cuando la luz de la superficie, cada vez más próxima, iluminó su rostro, observaron en ella una palidez mortífera.
La sangre manchaba el suelo liso, el charco no dejaba de crecer.
No.
¡No!
Ainelen ahogó un suspiro. Sabía cuál era el estado de las cosas, pero lo intentaría de todas maneras. Acumuló magia en su cuerpo, preparándolo para cerrar las múltiples heridas de la joven de cabellera de rizos y cola de caballo.
«¡Curación!».
Hubo un estallido dentro del tronco de Ainelen. Fue como si le quebrara las costillas, aunque no era algo físico. Su grito fue solo una pequeña manifestación de todo el dolor que aquejaba sus órganos vitales.
—¿Qué ocurre? —Holam estaba boquiabierto. Su expresión era la adecuada para la tragedia que se avecinaba.
—¡Nelen!, ¡¿Qué pasa?!, ¡¿te han herido?!, ¡rápido, Danika se está muriendo!, ¡se está muriendo!
Luego de ordenar su respiración a medida que el dolor cesaba, Ainelen limpió su boca. Estaba apoyada en el suelo con ambos brazos. Los labios le temblaban; todo el cuerpo le temblaba. No quería decírselos. No quería ser ella quien les dijera esas palabras.
Ainelen deseó morir.
El ascensor subía lentamente, ya casi estaban fuera de la mina. El sol iluminaba radiante la copa de un par de árboles visibles desde el agujero.
—Yo... ya he gastado todos los hechizos curativos —dijo la joven, apenas soportando quebrarse. Aunque al finalizar, comenzó a llorar.
Con la mitad de uno habría bastado para lograrlo, pero esa misma mitad se la había aplicado para calmar las molestias de su mancha. Aquello que había ocultado a sus camaradas terminó siendo la condena más cruel que pudiera imaginar.
Las caras que pusieron Amatori y Holam al mirarla no se le olvidarían en toda su vida. A esos ojos les habían arrebatado las ganas de vivir, lucían vacíos.
Los había decepcionado. Les había fallado.
Ni siquiera tenía el derecho, así y todo, como su habilidad le permitía ver el estado de los meridianos, Ainelen sollozó sin pudor al ver la luz de Danika desvanecerse poco a poco.
—Es... una broma, ¿cierto? Danika no puede morir. No puede, ella... ella es fuerte. Ella es la mejor. Sin ella...
—Lo siento... lo siento mucho... Tori.
La línea de luz los cubrió por completo. Los rayos cálidos del sol mañanero alumbraban con una potencia exageradamente luminosa. Los chicos cerraron sus ojos con fuerza, por un largo rato. Una vez se adaptaron al ambiente natural, hubo un silencio estremecedor.
La luz de Danika había desaparecido por completo.
Durante toda la mañana se quedaron petrificados en aquella estructura cilíndrica que protegía el acceso al ascensor. Y aunque la puerta estaba abierta, nadie salió.
Danika yacía estirada en el suelo, su zona superior reposando cómodamente en el regazo de Amatori. Incluso con aquellos cortes en su rostro, su expresión dormida la hacía ver hermosa.