Refugiada tras una gran roca, cercana al precipicio, Ainelen se abrazó a sí misma soportando el martirio. Entre las bajas temperaturas y el dolor que su marca le provocaba, no sabía cuál de esas opciones era peor. Tal vez lo correcto era decir que ambas eran igual de malas.
Sus dientes repiquetearon, entonces soltó un leve gemido que se perdió entre el sonido del viento. A su lado, Holam y Amatori yacían descansando de espaldas a la dura e irregular pared rocosa. Sus miradas desinteresadas apuntaban en direcciones dispares hacia el cielo.
Para mitigar el dolor, un hechizo de curación no habría estado mal. Ainelen pensó en eso, pero no olvidaba lo sucedido. ¿Y si de repente aparecía una criatura peligrosa y hería a alguien?, ¿y si Holam o Amatori se golpearan al caer en la cuesta?
No. Mejor era guardarlos.
Dejando eso de lado, era increíble que al final hubieran encontrado una montaña en toda la llanura. Y no era una sola, sino que a lo lejos también sobresalían otras más pequeñas. Era el resultado de toda una mañana caminando sin parar.
¿Por qué Amatori había venido hasta este lugar? Cuando le preguntaron dijo que fue porque quería estar solo y explorar un poco; sin embargo, la chica sospechaba que él verdaderamente había querido dejarlos. ¿Y qué podía afirmar de eso? Pues nada. Él debía sentirse todavía muy molesto por la traición.
—Iré a ver algo —dijo de pronto el joven, ahora desaliñado y con una postura cada vez más encorvada. Se puso de pie. Ainelen abrió los ojos y por acto instintivo hizo amago de levantarse—. No me escaparé —aseguró Amatori, leyendo la mente de la curandera.
Luego de su marcha, Ainelen relajó sus músculos y apoyó la espalda en la pared, levantando la cabeza mientras cerraba sus ojos. Suspiró, poniendo empeño en aguantar el dolor.
Holam se levantó y salió del refugio. Echó un vistazo en la dirección por la que había ido el primer joven. Al parecer no confiaba en su palabra.
—Nelen, ¿puedes esperar aquí?
—No, voy contigo.
El pelinegro hizo amago de detenerla, pero ella se puso de pie lo más rápido que su enfermo cuerpo se lo permitió. Cerca de Holam, evitó mirarlo a los ojos, con expresión seria.
En silencio, el joven se dio la vuelta y comenzó a caminar.
El lugar estaba lleno de peligrosos picos que sobresalían afilados tanto arriba como debajo de la montaña. Daba la sensación que deambulaban en medio de un millar de cuchillas gigantes color ocre.
¿Hacia dónde había ido Amatori? No se veía nada más que desolación y una neblina opaca cubriendo el camino delante de ambos.
Tras un buen rato subiendo en caracol, llegaron hasta una formación similar al capullo de una flor. Bastante extraño. Amatori estaba en puntillas observando lo que había dentro. Ainelen y Holam se acercaron.
Los sonidos del viento sibilante parecían intensificarse.
—Primera vez que veo unos así. Son más grandes que los míos, maldita sea —bromeó Amatori, aunque las comisuras de sus labios de gato estaban lejos de formar una sonrisa. Ainelen se acercó a corroborar lo que él observaba, levantando la vista por sobre la abertura del capullo de rocas.
Eso era como dos manos juntas desde las muñecas, puestas hacia arriba con los dedos separados, preparadas para agarrar. Un nido, y, en medio de este, tres huevos, cada uno más grande que un humano adulto.
—No parecen ser de una gallina, no de una normal. ¿Podría haber gallinas gigantes aquí?
—Eso sería bastante optimista.
Ainelen abrió los ojos, clavándolos suspicaces en Amatori.
—Debes curarte —le pidió este.
El corazón de Ainelen se aceleró con un mal presentimiento. Sus temores existentes con respecto a preservar sus hechizos curativos desaparecieron, reemplazados por otro mayor.
Usó la mitad de un encantamiento, devolviendo a sus huesos y músculos el alivio temporal. Cada vez se sentía más placentero hacerlo, como una adicción.
Tan pronto como Ainelen se relajó al superar el dolor, se escuchó un lejano gruñido en el cielo. Los chicos torcieron sus cabezas en la dirección que creyeron era la correcta. Solo se veía un blanco infinito.
—Deberíamos salir de aquí —propuso Holam, con aire de consternación.
—Espero que no sea muy tarde. —Amatori hizo un gesto con el mentón para que se adelantaran. Cuando descendieron la cuesta, los gruñidos se hicieron cada vez más claros. Eran aterradores, el sonido retumbaba a través de toda la montaña, como si temblara. ¿Qué criatura era la que estaba sobrevolando cerca?
Una sombra enorme se deslizó en el cielo. Un cuerpo alargado, como el de un reptil, aunque un par de alas sobresalían a ambos lados.
—Me estás jodiendo —murmuró Amatori, corriendo en la retaguardia del equipo—. Me estás jodiendo que había uno aquí. ¡Justo aquí!
Ainelen tenía curiosidad, pero esta vez no preguntó el nombre de aquella cosa. No quería oírlo, no quería verla, solo quería salir de allí lo más rápido posible.
Entonces sucedió.
La neblina se abrió delante de los chicos, dando paso a una colosal bestia alada que aterrizó en el camino. El impacto fue ensordecedor, levantando roca y polvo.
Ainelen cayó de espalda junto a los demás, luego tosió y se recompuso para ver a la criatura con horror.
Si alguien le hubiera dicho que existía un ser de pesadillas, capaz de hacer que se orinara con solo verla, sería esta.
El animal era verdaderamente como un reptil de cuatro patas, con una cabeza alargada que en cuya boca sobresalía una lengua afilada y colmillos letales. Una cresta adornaba la columna espinal de la criatura, la cual terminaba en una cola que era tan larga como el cuerpo principal.
—Un dragón de fuego —indicó Amatori, poniendo una mano en la empuñadura de su espada.
El dragón, de coloración rojo intenso y pecho blanquecino, avanzó hacia el grupo con sus patas equipadas con poderosas garras. Soltó un feroz rugido, entonces comenzó a aspirar el aire. Algo pasaría.
Presintiendo que debían moverse sí o sí, los chicos se lanzaron cuesta abajo, pasando entre montones de piedras y bordes afilados. De inmediato, encima de ellos se formó una llamarada tan luminosa y calurosa que pareció derretir el área.
Ainelen se estabilizó y miró hacia arriba. La luz cesó, luego las enormes alas del dragón se abrieron. Venía a por ellos de nuevo. Siguieron bajando a duras penas, llevándose cortes y raspones en las extremidades.
La vida se le cruzó por delante, un sentimiento familiar, pero al que no lograba acostumbrarse. No lo lograría jamás, probablemente. Ainelen temía por su vida, sin asco, sin embargo, a su mente llegaron los recuerdos de lo sucedido con Vartor y Danika. ¿Aquí caería el resto de sus compañeros?, ¿o quizá morirían todos?
Amatori desenfundó su diamantina y la hizo brillar en azul intenso.
—¡Voy a distraerlo!, ¡corran lo más rápido que puedan!
—¡¿Qué?!, ¡No servirá! —refutó Ainelen.
—¡Alguien debe hacerlo o moriremos todos...! ¡Me corrijo!, ¡Solo yo puedo hacerlo!
Los chicos se quedaron paralizados viendo al dragón elevarse, acercándose mientras flotaba como una deidad que los abrazaría con esas alas parecidas a manos con garras.
—¿Estás seguro de lo que haces? —preguntó Holam. Sus ojos llenos de pánico tenían cierta melancolía, como viendo a su compañero con tristeza.
—¡¿Por quién me tomas?! —Amatori volteó la mirada hacia ellos. Sonrió maquiavélicamente—. ¡Voy a superar a Danika!, ¡No solo distraeré al dragón, también lo mataré!
Las lágrimas se formaron en las comisuras de los ojos de Ainelen. Apretó un puño con fuerza.
El bajito jamás había sido totalmente de su agrado. Era un grosero, un maleducado, también un pervertido. En ocasiones la había hecho sentir mal. Amatori era un muchacho que contrastaba con la figura de un chico atractivo. Se había preguntado en muchas ocasiones si sería capaz de entenderse con él alguna vez, pero de algo no tenía duda...
...lo apreciaba como a cada uno de sus camaradas. Amatori era un amigo, así como lo había sido Vartor. A su propia manera, con sus falencias y virtudes. Eso era lo que significaba ser humano, al fin y al cabo. Ainelen sabía a la perfección lo que era ser defectuosa, así que jamás fue capaz de odiarlo.
—Holam, por favor.
Obedeciendo la instrucción de su compañero, el pelinegro tocó el hombro de Ainelen, cuya postura no inspiraba señales de huir. La curandera se obligó a girar en la dirección de Holam, entonces saltaron a la cuesta. Un poco más abajo estaba el camino.
Ainelen no supo si el plan funcionaría, sin embargo, lo único que le preocupaba era la vida de Amatori.
Escuchó un grito de batalla a sus espaldas, así que echó una rápida mirada. Se había formado una cuarta mariposa cerca suyo. La espada y todo el cuerpo del muchacho brillaron en azul radiante, entonces la hoja luminosa se expandió hacia el cielo, desafiando al dragón, que parecía embobado por el espectáculo.
Increíblemente, cuando Ainelen y Holam corrieron camino abajo, no fueron perseguidos.
Los ojos de la chica, su alma y corazón, estaban puestos en la batalla. Casi tropieza por lo mismo. Entonces, vio como el aliento de fuego de la bestia cubrió a Amatori.