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Chapter 63 - Cap. 63 Un corazón que florece

De alguna manera, Amatori había salido vivo del enfrentamiento con el dragón. En palabras de los mismos exploradores, habían encontrado al muchacho inconsciente en las faldas de la montaña. Lo más curioso fue que en el nido no había rastro de la criatura ni de sus huevos.

El rebelde joven logró ahuyentar a una bestia legendaria y, de paso, descender una buena distancia para ser encontrado fácilmente. Un milagro, podrías llamarle.

No era de extrañar que su nombre ganara popularidad a notable velocidad, siendo llamado "terror de los dragones", tanto por gente alcardiana como también por los de piel azul.

Lafko se hallaba a un par de días a caballo del pueblo abandonado, por lo que recibía a menudo visitas de los exploradores, quienes tenían un ojo puesto sobre la mina. La explicación a porqué no la habían tomado antes, fue que existía escaso personal y la amenaza goblin tenía una fuerza desconocida. Era demasiado riesgoso, aunque sí que planeaban limpiarla más adelante.

Ainelen y los chicos le informaron todo lo ocurrido a Leanir y su gente, esperando que sirviera como una manera de generarles confianza y anular las sospechas. No solo fue eso, sino que contaron toda su historia, desde su salida desde Alcardia hace casi tres meses, según recordaba Holam.

Reflexionando sobre lo acontecido con la nube oscura, terminó siendo un atajo a la ruta que venían siguiendo a través del Valle Nocturno. Algunos decían que el fenómeno tendía a deformar el espacio-tiempo y lanzar lo que absorbía hacia la dirección desde la que asomaba. En ese entonces apareció desde el oeste, lanzándolos cerca de una zona donde crecía diamante azul. Leanir creía que eso podía haber influido.

Sabido lo anterior, Ainelen y los chicos podían estar seguros de que este era el lugar al que Iralu intentaba guiarlos. La llamada "Tierra de la Salvación". ¿No sucedería lo mismo que en la Fortaleza Elartor? Ahí creyeron que los problemas se habían terminado, solo para resultar siendo una ilusión con un final macabro.

A la mañana siguiente, luego de la llegada de Amatori y de que Ainelen lo sanara, se encontraban retenidos en una casa en un sector alto de Lafko. Les dijeron que pensarían sobre su situación y que durante el mismo día recibirían novedades, así que reinaba una atmósfera tensa.

La chica del flequillo se paró frente a la ventana que daba cara hacia el mar infinito, anonadada por el oleaje constante del agua. Esa era una cosa ridículamente hipnótica, pero no terminaba ahí:

La grieta en el cielo no contaba con suficiente gracia como para llegar al mar. Por alguna extraña razón, era como si le fuera imposible rasgar el cielo azul donde el agua reflejaba su coloración.

Ciertamente, Lafko tenía algo especial. Incluso Ainelen sentía que sus emociones se estabilizaban, que su magia refulgía. A ratos olvidaba que una enfermedad la mataba lentamente.

Al grupo se le permitió comer y beber agua, lo que fue agradecido como una bendición suprema de Uolaris.

Mientras desayunaban y el día ganaba luz, observaron cómo los Azomairu iniciaban su rutina de pesca. Se lanzaban al mar en torsos desnudos, nadando con hábiles aleteos de sus brazos tan poderosos como tenazas.

La espera finalizó pasado el mediodía, momento en que Leanir llegó hasta la casa junto a una mujer treintañera, la cual llevaba su pelo en una trenza que dejaba caer por un lado de su cuello. Se sentaron junto a los chicos en torno a la única mesa de la habitación y charlaron acerca de qué les parecía Lafko.

No fue lo que esperaban, era demasiado trivial. Algo debía esconderse entre todo eso. Ainelen maquinaba ideas terribles sobre lo que vendría cuando fueran al grano con sus intenciones.

Cuando la conversación cambió de rumbo, Leanir dio su respuesta:

—He decidido darles una oportunidad. Seré sincero, lo hago más que nada porque no es fácil sumar aliados desde Alcardia. Tampoco nos viene mal tener una tercera curandera.

—Ya veo —respondió Ainelen, quien estaba de vocera del equipo. Se sintió como un alivio gigante.

Entonces, fueron conducidos hacia otra casa, todavía más arriba. Había un camino que pasaba al borde del abismo, serpenteando hasta un jardín en un mirador desde el cual se podía ver Lafko en todo su esplendor.

El día era frío, pero soleado. Una brisa suave mecía el cabello de Ainelen, quien lo ajustó en una cola de caballo alta, imitando el estilo que traía Aleygar.

Al llegar a la particular casa, pintada íntegramente de blanco, Leanir advirtió algo:

—Esto no lo hago con nadie. Considérenlo una muestra de la confianza que estoy poniendo en ustedes.

El grupo ingresó al edificio, los chicos medio encorvados estudiando el lugar como gatitos asustados. A diferencia de las demás construcciones, esta sí que tenía más habitaciones dentro.

Una mujer de mediana edad saludó al kuntum de los alcardianos y abrió la puerta que vigilaba, tras eso accedieron y la acompañante de Leanir cerró.

Lo que hallaron dentro fue una persona durmiendo sobre una cama. Sin embargo, no fue algo común; esa persona, ni siquiera parecía ser una.

Los chicos se taparon la boca, Holam cerró sus ojos, como si le doliera ver eso. Amatori frunció el ceño. En cuanto a Ainelen, su cuerpo sintió escalofríos recorrer su espina dorsal.

Acostado boca arriba, el sujeto tenía la piel de su rostro, orejas, cuello y todo lo visible cubierto de escamas marrón y ampollas de las que manaba un líquido repulsivo, tal vez pus. Fue imposible saber si su género era masculino o femenino, si ignorabas su cabello largo y hermoso.

—Nurulú, estoy de vuelta. —Leanir se arrodilló ante la mujer, besando sin vacilar su mano derecha.

—¿Ella es tu esposa? —preguntó Amatori.

—Así es.

—¿Qué le ocurre?

Hubo un momento de silencio. Tras eso, el hombre de barba oscura clavó una mirada intensa en cada uno de los chicos.

—Ha llegado el momento de que conozcan nuestra realidad. La realidad de lo que oculta Alcardia.

La mujer que acompañaba a Leanir se alejó un poco, entonces aclaró su garganta, volcando la atención del grupo sobre ella. Era muy alta y de extremidades delgadas, toda su figura parecía una daga afilada. La coloración de su cabello y la ondulación del mismo la asemejaba un poco a Ainelen, aunque su expresión era un tanto ausente.

—Mi nombre es Ludier, formé parte de la División de Inteligencia de La Legión, por allá hace unos dos años. Estoy segura de que en algún momento debieron oír rumores acerca de una cuarta división.

—Creo que sí —respondió Ainelen, sumado al asentir de Holam y a la imperturbable postura de Amatori.

—Escuchando su historia no me queda más que admitir que se trata de algo que los altos mandos de La Legión harían. Hay cosas que se ocultan a los habitantes, cosas terribles.

—Si no fuera por Ludier —interrumpió Leanir—, no me habría convencido de perdonarles la vida.

Oh, eso sí que había estado cerca.

Ainelen esperaba que la mujer continuara con la historia, pero ella se quedó viendo a la enferma con ojos sin emociones. ¿Buscaba algo en específico o solo decidió hacer una pausa?

La anodina voz de Ludier salió de sus labios una vez más, lentamente.

—Pienso en cómo debería contarles todo. Veamos, sería más ordenado si comenzáramos desde el principio. Aunque necesitaré la ayuda de Nurulú. ¿Leanir?

El barbudo acarició la mano de su esposa, envuelta en vendas que se hacían insuficientes para cubrir las heridas de su cuerpo agonizante. De pronto Nurulú murmuró algo. ¿Estaba despertando? Abrió los ojos, de sublime e intenso azul, como si fuera la única zona de su cuerpo que aún no era alcanzada por el mal. Pronunció una frase en voz demasiado baja, luego fue subiendo el volumen.

—Mi esposa no se mantiene consciente. Temo que está cada vez más cerca el final. Quiero que escuchen atentamente lo que nos narrará.

Ainelen se preguntó qué quería decir con eso último, sin embargo, cuando Nurulú les relató esa historia, supo de inmediato que eran delirios producidos por un trasfondo que ella misma conocía. La sensación era terriblemente familiar.

******

El mundo me parece pequeño. Sinceramente, me pregunto por qué él nos necesita cerca suyo. No logro entender el propósito de nuestras existencias en estas tierras. Sdan parece motivado, pero no es el caso de Wertz y Porkf. Yo misma, que suelo apoyar al Gran Señor en sus campañas, soy incapaz de empatizar con esta causa.

«...»

He decidido abandonarlo. Mi naturaleza soñadora me obliga a viajar a otro continente, en busca de algo que no sé lo que es. Veo débiles rastros de lo que podría ser un futuro colorido. Lo seguiré.

«...»

Gran Señor, me he encontrado con un lugar extraño. Hay gente que apenas conoce lo que es una casa. No hay tablones de madera, tampoco ropa de seda ni de gamuza. Con suerte usan harapos hechos de plantas que los usan para cubrir sus genitales. Su naturaleza es bárbara, pelean por comida y se matan entre hermanos. Recorrí toda la región y se distribuyen en tribus, siendo todas demasiado similares. Llegué a la conclusión de que necesitan ser guiados.

«...»

Ha mejorado. No es mucho lo que les enseñé, pero ya no pelean tan seguido. Puede ser principalmente porque ahora hablan una lengua en común. Se reunieron decenas de tribus para cazar en conjunto. Aprovecharé de enseñarles a construir viviendas y artefactos sencillos, además de ropa.

«...».

Gran Señor, nunca fue mi propósito imitarte. Resultó de esta manera: ellos me ven como su diosa, lo que me incomoda bastante. Creo que otorgarles la posibilidad de construir pueblos y volverlos una civilización fue como despertarlos de una pesadilla. Algunos escriben en papiros acerca del advenimiento de tiempos de luz, del final de la condenación. No sé qué decir de eso. He decidido marchar hacia el sur.

«...»

Repliqué lo mismo con otras tribus. Pronto me doy cuenta de que el continente entero ya casi está asociado y que nacen países. Engendros humanos, están usando las herramientas que les di como armas para herir a sus propios hermanos. ¿Por qué los humanos actúan así?, ¿por qué no solo vivir pensando en hacer del mundo un lugar estable?

«...»

Había un último pueblo que no tomé en cuenta, en el extremo sur del continente. Eran los más apartados de todos. Sus tribus viven cerca de las montañas, en un bosque infinito. Con todo lo anterior, pienso seriamente en no intervenir.

«...»

Analizo mis errores. ¿Qué hice mal?, ¿acaso no debí creer que podía mejorar el mundo?, ¿he pecado, he sobreestimado el valor de mi existencia? Gran Señor, ilumíname.

«...»

Noté algo diferente en esta gente. Ya habían desarrollado ropajes con pieles de animales y fibras de plantas. Rezan a un dios llamado Uolaris, según dicen que creó la naturaleza. Se ven mucho más pacíficos que el resto de salvajes. Tal vez lo intente una última vez.

«...»

A diferencia de las ocasiones pasadas, estas personas no tienen deseos de expandir su dominio. Son un grupo de pueblos que buscan la armonía con la naturaleza. Planeo liderarlos activamente, no solo entregarles las herramientas. No cometeré el mismo error de antes.

«...»

Siempre me ha resultado curiosa la naturaleza humana. Nosotros, Los Cinco, nacimos con una misión concreta. Mis sueños me guían hacia el futuro, así como a Sdan el deseo de libertad. Hombres y mujeres son falibles, cambian a través del tiempo. Es maravilloso y cruel. Una imperfección que conmueve mi corazón. Me ha hecho preguntarme, ¿qué soy yo realmente? Me veo a mí misma como una criatura vacía cuando me comparo con ellos. ¿Es esto lo que llaman envidia?, ¿estoy empezando a sentir emociones humanas?

«...»

Gran Señor, he conocido a un hombre joven de piel morena y risos bailarines. Tiene una sonrisa que me hace sentir optimista. Es respetado entre la gran mayoría de los pueblos del sur. Paso mucho tiempo junto a él. Es como si hubiera una conexión entre nosotros. ¿Qué es esto? De repente creo estar actuando en base a caprichos y no a mis ideales. Ayúdame. Siento que pasar el tiempo con humanos me hace ser como ellos.

«...»

Una persona me declaró su amor. ¿Amor?, ¿qué es el amor? Me han explicado que es un sentimiento que desarrollas hacia otros, uno donde les deseas ver crecer, soñar, ser felices. Pero no sé si es solo eso. Me parece que hay varios tipos. El que más me llama la atención es ese que dicen que une a las parejas y luego estas tienen hijos. La persona dice amar a la otra, pero quiere que sea feliz solo junto a ella. Incluso si su amante es feliz, pero lejos, se ponen histéricos. Es un amor demasiado egoísta.

«...»

He aprendido a sentir miedo. Creo que él me comprende demasiado bien. Incluso cuando no soy humana, intenta discernir sobre qué estoy pensando. Hace de interprete entre yo y la comunidad. Jamás había sentido tanta cercanía con otra criatura viva, incluso... incluso contigo, Gran Señor.

«...»

Cada vez soy más egoísta. Últimamente el joven de risos bailarines ha estado ocupado, lo que de alguna manera me pone de mal humor. Es como si lo quisiera para mi todo el día y noche. No puedo hacer eso, por supuesto. Dije que estaba aquí para guiarlos, no para hacerlos míos. ¿Y si hago una excepción con él?

«...»

¿En qué estoy pensando? Necesito controlarme.

«...»

Tengo la impresión de que él me ve de una manera diferente a la del resto de mujeres. No sé lo que signifique, solo sé que este sentimiento ha comenzado a quemarme por dentro. Gran Señor, estoy maldita. Esto debe ser porque te traicioné.

«...»

No aguanté más. Le he revelado que lo amo. Amor de pareja, amor de mujer a hombre. Me aseguré de decírselo de todas las maneras posibles. No soy humana, así que puedo cometer errores en la forma de expresarme.

«...»

He conocido la felicidad. Él me dijo que sí. Quiere estar conmigo. Incluso me ha llamado "Rosa de los Milagros". Es un apodo tierno, creo que eso diría una mujer humana. Gran Señor, ya no sé lo que hago.

«...»

Una vez más, el miedo viene a mí. Los humanos envejecen, son mortales. Yo no. Les he entregado un poder especial, los he dotado de riqueza, pero no será suficiente. ¿Qué será de mi cuando a él lo alcance la muerte?

«...»

Hoy conocí la ira. Personas de su mismo pueblo lo asesinaron. Se lo han llevado. A la persona que amaba. ¿Por qué?, ¿qué hice mal esta vez? No solo yo lo apreciaba. Quienes lo adoraban se han batido en guerra contra los agresores. Mi pueblo ha comenzado a matarse entre sí.

«...»

Esto es lo que llaman tristeza. En medio del dolor que parece desgarrar mi cuerpo y alma, he tomado la decisión de castigar a Alcardia. Les arrebataré el poder sagrado y los encerraré en una prisión que rodeará todo el territorio de las montañas. La tierra se hará infértil, los animales huirán, los recursos serán mínimos. Sé que pelearán hasta matarse, pero es una prueba necesaria para que se den cuenta de que el odio no lleva a nada bueno. Un día volverán a ser lo que en un principio fueron, entonces me lo agradecerán. El final de la maldición ocurrirá cuando nazca la séptima generación a contar desde ahora. Rezaré por ellos. En cuanto a mí, he de descansar.

«...»

Cumplí mi palabra. La maldición se terminó. Los pocos que sobrevivieron conviven en paz y buscan crecer ayudándose unos con otros. Es lindo. Siento vergüenza, dolor, tristeza y en ocasiones, arrepentimiento de lo que hice. Merezco un castigo. Recurriré al sueño permanente. Además, lo extraño demasiado. Incluso pasando siglos, el hombre al que amé sigue impregnado en mi corazón. Tengo demasiado dolor. Desde ahora solo ayudaré a quienes deseen mi bendición. Mi reputación ya está por los suelos en Alcardia. Espero su dios les de protección, porque la necesitarán.