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Chapter 56 - Cap. 56 La semejanza entre venganza y justicia

—Por cierto, ¿qué era esa habilidad, Tori? —Ainelen ladeó la cabeza mientras veía con ojos curiosos la diamantina de hoja espinada.

—¿Hmm?, ¿te refieres a la Ultra Súper Extensión del Filo Divino?

—¿Hasta le pusiste nombre? Qué asco —se mofó Danika.

Una vez más, estaban parados ante un pozo oscuro y tenebroso. El ánimo había decaído un poco, así que, sin esperar demasiado, se lanzaron hacia el cuarto nivel.

«Espera, ¡está completamente oscuro!», fue lo primero que pensó Ainelen al estabilizar sus pies en la dura roca.

Ruidos. Cerca de ellos era posible oír pequeños roces ajenos a los del grupo.

—¿Por qué no hay diamante aquí abajo? —preguntó Danika, afligida.

—Eso deberías saberlo tú. —Amatori hizo brillar su espada en azul, iluminando parte del área. Fue tan oportuno que, cuando sucedió, detectaron a dos goblins saltando sobre ellos con afilados cuchillos.

La rizada se cubrió a tiempo con su escudo, mandando a volar al goblin con un violento empuje. Fue como pegarle un manotazo a una mosca, increíble. Quedó estampado contra la pared. Por su parte, Amatori dividió a su propio oponente con un mandoble diagonal. Sus reflejos fueron equivalentes a los de un felino.

En un ejercicio similar al que realizaba cuando activaba curación, Ainelen observó en busca de seres vivos que entraran en su radio de resonancia. Nada más, aunque el goblin que yacía contra la roca seguía con vida. Al señalarlo, el chico con boca de gato lo remató.

Había sido un comienzo un poco aterrador, pero en general el cuarto piso lucía más calmado. Con la cantidad de goblins a los que mataron antes, tal vez la población estaba cerca de la extinción.

Deambularon por el túnel iluminados por las dos diamantinas, entonces salieron a la sala del yacimiento.

¿Qué era esa cosa en medio de la habitación rodeada de antorchas?

¡Detrás de ellos!, ¡la salida de pronto fue bloqueada por una barrera de luz!

Entrando en alerta, los chicos tensaron sus rostros. El peligro fluía con una densidad casi respirable, palpable.

El espacio abierto en el techo permitía ver parte de los niveles superiores, sin embargo, no había ningún pilar de diamante azul. La arquitectura del lugar era similar a una depresión, como estar entre dos estribaciones. Una especie de túnel, aunque demasiado espacioso para serlo.

Las llamas ondulantes en aquella procesión de antorchas no brillaron tanto como los seres que absorbían las miradas de los chicos. Era un grupo de goblins pequeños, seis, liderados por uno más grande que esperaba a sus espaldas. Qué extraño, los otros de su tipo habían formado en la primera línea.

La distancia entre humanos y goblins era considerablemente grande, así que, impulsados por la emoción del momento, Ainelen y los demás se acercaron. Fue como si algo los guiara, un sentimiento casi hipnótico.

El corazón de la esbelta muchacha de flequillo saltaba en su pecho. La atmósfera parecía obligarla a arrodillarse. Qué sensación más tortuosa.

La visión de los enemigos se aclaró. Los seis pequeñajos vestían harapos sencillos, como todos los de su tipo. La diferencia radicaba en que en vez de cuchillos portaban lanzas.

Los goblins no se movieron, parecían claros en que la situación transitaba por una fase donde ambos bandos se mirarían a la cara, reconociéndose antes de la matanza.

Desplegaban un aire de orden que no se esperaría de esta clase de criaturas. De seguro eran guiados por el grandote, quien portaba un casco de hierro del cual sobresalían dos grandes cuernos. Un capuchón cubría gran parte de su cuerpo, el cual, por cierto, no iba protegido con armadura. A Ainelen le llamó la atención de sobremanera aquel báculo azulado de su mano izquierda. ¿Eso era...?

De pronto esa cosa habló:

—Humanos —sí, lengua humana, rosarina. Los chicos se quedaron helados ante semejante evento—. Humanos, estoy diciendo palabras humanas —el goblin especial rio—. Ustedes invadieron hogar nuestro y mataron a mis familiares. Perdón, es una palabra no válida para decir.

Amatori fue el primero en salir del estupor.

—¡¿Qué?!, ¡¿podías hablar?!

—Sí. Me dicen Chamán. Soy líder de este lugar, papá goblin.

Holam ladeó la cabeza, resopló, con sarcasmo. Todos, a excepción de Ainelen, buscaban explicaciones a través de gesticulaciones de incredulidad. Por su parte, la muchacha yacía aterrorizada por la confirmación de sus temores.

—Lo que tiene en su mano es una diamantina. ¿Por qué un ser diferente a un humano tiene una?

Amatori abrió los ojos, entonces se percató recién de ese detalle. El goblin chamán se dispuso a responder sus dudas.

—Diamantina. Elk Tamalk. Nuestro dios nos obsequió unas pocas. Uolaris no es el único poderoso —explicó el chamán, con unas palabras que sonaban graves, estruendosas como una tormenta. Sus músculos donde debía haber cejas se contorsionaron, era una cara burlona—. Entonces, ¿empezamos?

Los chicos reforzaron el agarre de sus armas, esperando en su lugar la rápida embestida de los seis goblins. El chamán se quedó, alzando su bastón que adquiría luminosidad azulada.

Haría algo. Ainelen debía estar preparada.

—Chicos, tengan cuidado.

Todas las salidas estaban selladas por el campo mágico, así que para sortear el problema estaban obligados a asesinar al líder.

—¡Tomaré a los dos de la izquierda!, ¡Danika, ocúpate de los dos de en medio!, ¡Ainelen y Holam tomarán uno cada uno de los restantes!

La batalla inició bien para los chicos, pues el bajito asestó un rápido mandoble en el tronco de un goblin...

Hubo un estallido de luz. Un campo mágico se formó delante del ser, rechazando el ataque de Amatori. No fue solo una vez, sino que Danika también fue bloqueada cuando su espada bastarda cayó letal sobre otro goblin.

El goblin chamán rio como loco.

—Hay que matarlo primero a él —propuso Holam.

Tenía lógica, pero no era sencillo de ejecutar. Por mientras, y durante largo rato, el equipo se batió en un duelo que no tenía sentido. Sus ataques siempre encontraban un bloqueo efectivo, por consiguiente, el movimiento prolongado e inofensivo los llevó al cansancio y a la frustración. Poco a poco los goblins se atrevieron a empujar con mayor tenacidad.

En un intento desesperado, Amatori y Danika lograron coordinar un movimiento fantástico, volviéndose hacia sus espaldas al tiempo que sus espadas golpeaban desde dos direcciones a un goblin. La criatura en circunstancias normales habría sido rebanada, pero el escudo se duplicó, manteniéndolo sano y salvo.

Luego de un rato, Ainelen tenía cortes superficiales en sus brazos y piernas, además de raspones al deslizarse sobre la roca.

—Tomaré al chamán, aguanten como puedan —dijo de pronto Amatori. Su cara brillaba por el sudor que la perlaba.

—¡Es demasiado peligroso! —Ainelen se las arregló para rechazar a su contrincante, luego frunció el ceño—. Sería mejor esperar a que se le acabe la magia. No debería durar mucho más.

—No estaría muy seguro de eso si el usuario de diamantina no es humano. Tengo la corazonada que esto es solo una trampa, de que nos está reteniendo hasta que lleguen refuerzos. Voy a matarlo, ya verás.

—Pero...

—¡Soy un hombre que logra lo que se propone! —Dicho eso, las comisuras de los labios de Amatori se contorsionaron en una sonrisa engreída. Corrió endemoniado hacia el chamán, despertando miradas del terror en los goblins pequeños. Intentaron ir en socorro de su líder, pero Danika se interpuso en el camino, sacando pecho, como si de pronto se hiciera gigante.

—¡Antes de ese imbécil estoy yo! —La rizada acumuló fuerzas, balanceando con una sola mano su magna espada. Los enemigos retrocedieron, impedidos de seguir, ahora también por Ainelen y Holam.

Amatori alcanzó al chamán, iniciándose una confrontación unilateral. La bestia se limitaba a protegerse con escudos que aparecían y desaparecían, como destellos de relámpagos. El chico embistió con rapidez desde una dirección, luego desde otra, barriéndose para golpear desde algún flanco expuesto. No hubo éxito.

—¡Uno! —gritó Danika, aplastando huesos y carne con un crujido húmedo. Como el chamán estaba ocupado en su propia pelea, ya no podía proteger a sus esbirros. Eso hizo al equipo iniciar la contraofensiva.

Quedaban cinco. Sin hacerse esperar, Holam se barrió y con destacable movilidad cercenó los dedos de un enemigo. Este último soltó su lanza, quedando expuesto cuando el pelinegro le cortó la garganta.

Ainelen interceptó a otros dos, quienes comenzaron a temblar al verla. ¿Siempre había sido así la lucha de humanos contra goblins?, ¿tan desigual? Danika los encontró con la guardia baja y los empaló a ambos con un golpe horizontal. Las chispas de sangre salpicaron la cara de Ainelen.

«Brutal, hermana». La curandera se limpió con el dorso de su mano, solo para ver un momento más tarde a sus dos compañeros acribillando a la última pareja.

—Ustedes mataron a mi familia —la voz del chamán sonó llena de afligimiento. No era solo que su oponente lo tenía contra las cuerdas, sino que de verdad parecía triste, al borde del llanto—. Siguen matando a mi familia. ¡No los perdonaré! —Cuando el báculo azul brilló sobre el goblin, se generaron dos escudos entre los pies de Amatori, uno por delante y otro por detrás. Estaban tan juntos, que la extremidad que no alcanzó a escapar fue apretada hasta crujir.

Amatori dejó salir un alarido, retorciéndose del dolor.

«¡Oh no!», Ainelen entró en pánico, presagiando lo peor. El equipo se dispuso a correr hacia ellos, pero el líder extendió su diamantina en la dirección en que venían y una barrera semicircular les impidió continuar.

Mientras el goblin chamán mantenía las barreras activas, parecía estarse forzando como si levantara una roca de toneladas. Sus gruñidos a dientes apretados se acrecentaron, luego la sangre se le escurrió por la nariz.

—Te mataré y tomaré la diamantina. —Debajo de su túnica, el ser extrajo un sable similar a una aguja, preparándolo para clavarlo en el torso. Amatori iba blindado con una armadura de cuero endurecido, no obstante, se trataba solo de una protección ligera.

Con todas sus fuerzas, Ainelen golpeó la pared de luz transparente. Sus puños repetidamente hallaron el calor y el hormigueo que su piel recibía al impactar.

Así fue como, sin que ninguna pataleta de los chicos surtiera efecto, la punta del sable se hundió mortal en el pecho de Amatori. La hoja asomó en su espalda, atravesándolo por completo.