Ainelen no comprendía qué bicho le picó como para envalentonarse de tal manera y transmitir una frase llena de convicción. Convicción falsa, por supuesto. Por dentro temblaba de un miedo profundo, una sensación basada en desesperanza y abandono.
Sin embargo, ya era demasiado tarde. El grupo se hallaba ahora mismo observando el agujero que conducía al tercer piso. Debía hacerse responsable, como curandera y guerrera de apoyo.
Se escucharon sonidos lejanos. Los goblins aparentemente no sabían de esta nueva operación que se tejía amenazante a sus espaldas. En todo caso, en la negrura de ese tétrico pozo jamás sabrías si alguien te estaba mirando. Nada era seguro.
—Repasemos la estrategia —dijo Amatori, de rostro concentrado y sereno, como pocas veces.
El plan del equipo era sencillo: bajarían e irían directo hacia la zona de los ascensores. Como los goblins grandes no podían desplegar todo su potencial en un pasillo tan estrecho, optarían por una estrategia defensiva para empujarlos hasta llegar al yacimiento. Ahí se desarrollaría el primer acto, donde la idea era bajar lo más rápido posible el número de goblins ordinarios y, de ser posible, a los regordetes.
Luego de verificar la habitación del ascensor había dos posibles caminos: primero, si no estaba, regresarían e irían directo al cuarto nivel, repitiendo la planificación. Segundo, si la respuesta era positiva, se acababa todo y volvían a la base. Cabía destacar que, en el primer caso, si no se encontraba en el cuarto nivel, darían por hecho que estaba en el quinto, así que no habría necesidad de seguir bajando.
Ainelen, Danika, Holam y Amatori se dedicaron miradas serias. Era algo superficial, detrás de eso existía un nerviosismo vivo. Aquellos ojos saltaban, un brillo ardía furibundo.
Insegura de si la seguirían o no, Ainelen estiró una mano en medio del círculo. Para su sorpresa, el primero en unirse a ella fue Amatori, dejando caer su palma suave, entonces lo siguieron Danika y Holam. Todos juntos asintieron, con una sonrisa tenue que se dibujó en sus labios.
Era la hora.
Bajaron.
Ainelen fue la última en ir esta vez, solicitándolo personalmente a los demás. Detrás de eso se escondía su mentira. El malestar de su mancha acuchilló su costado, doloroso, molesto, cada vez más intenso. ¿Por qué justo ahora?
Intentó agarrar la cuerda, pero al hacer la mínima fuerza cuando cerró su puño izquierdo, sus músculos ardieron. La chica gimió, entonces concluyó que debía usar un poco de su magia para apaciguar la tortura.
«No hay problema. Aun me quedarán cinco hechizos básicos para emplearlos cuando los necesite», pensó, así que procedió con eso.
Ainelen se lanzó a través de la cuerda, renovada por la bendición de poseer una diamantina curativa. Su aterrizaje fue suave, detrás de sus camaradas que escaneaban atentos cada sector del túnel negruzco y estrellado en azul. Era hermoso, de verdad parecía una noche iluminada por estrellas incontables.
Amatori volteó la cabeza hacia Ainelen. Era un: "te dije que tenía razón".
La hora estimada era la de amanecer. El sol todavía no debía salir en ese momento, por lo que los goblins, de conocer los hábitos humanos, no se esperarían ser atacados ahora. Como el túnel que se combaba hacia la derecha lucía desolado y silencioso, el plan indicaba ser preciso.
Los chicos avanzaron caminando casi en puntillas, con sus armas puestas delante, preparados para acribillar a quien fuese que se moviera de la nada. Ainelen portaba su bastón-hoz y dos cuchillos, uno en cada cadera. También llevaba su odre de agua lleno a tope.
«Se ha vuelto un poco blando», pensó, al apretujar la diamantina. No era un cambio significativo, pero de alguna manera sentía que la cosa se había vuelto un poco como la greda, moldeable a su mano.
En medio del recorrido hacia la sala del yacimiento, los chicos solo hallaron el sonido de sus pasos y respiraciones. De esta forma, cuando lograron alcanzar la siguiente habitación, se cruzaron con dos goblins grandotes que supuestamente estaban haciendo guardia. Y era mejor decirlo así, porque en realidad se tambaleaban sobre unos banquitos mientras una burbuja casi estallaba en sus narices.
Los ronquidos pedregosos de las criaturas eran una señal contundente de la oportunidad que tenían por delante. Amatori lo comprendió de inmediato, pero antes de que su espada cortara el cuello del primer enemigo, una flecha voló sobre las cabezas de los jóvenes.
Un pequeño goblin con harapos y arco gritó como si de repente le abrieran el estómago. Eso sacó del sueño a los vigilantes, quienes abrieron sus bocas con grandes colmillos y retrocedieron como cerdos revocándose en un charco de barro.
Iban vestidos con cotas de mallas y cascos. Eso dejó sorprendida a Ainelen.
—¡Yo y Danika tomaremos al de la izquierda!, ¡tú y Holam vayan por el otro!
Cambiando a una postura radicalmente ofensiva, Amatori y Danika rodearon a su respectivo oponente, mientras que Ainelen y Holam hicieron lo mismo con el restante.
La curandera comprendió que ya no había espacio para que alguien se limitara a mirar. Ella misma lo había propuesto, así que se obligó a tragarse su cobardía e intentar golpear un punto crítico del goblin. Pero, ¿dónde? Si se atrevía a ir por sus piernas era seguro que terminaría aplastada o estrangulada. También debía poner mucha atención a los arqueros.
La luz del enorme pilar de diamante azul iluminaba bien el lugar. Por allá, recargando su arco. Venía ingresando un grupo de varios goblins con cuchillas y dagas.
El goblin A, quien era al que enfrentaban Amatori y Danika, agitó más rápido de lo que se esperaba su garrote, obligando al muchacho a cancelar su ataque. Danika se deslizó por uno de sus flancos buscando sus espaldas, actuando como distracción. Eso le dio tiempo al bajito para activar su espada. La muerte esperaba ansiosa por la vida del ser, no obstante, una vez más, una flecha impidió que diera el golpe de gracia.
En paralelo, Ainelen se lanzó hacia un costado y Holam hacia el otro, esquivando un devastador garrotazo vertical. El pelinegro actuó como distracción, corriendo hacia un punto ciego enemigo. Naturalmente, goblin B lo buscó con mirada furiosa.
«¡Ahora!». Ainelen se deslizó un poco y blandió su bastón para conectarlo en la espinilla. Dado el alarido que soltó el goblin, intuyó que fue suficiente para generarle una oportunidad a Holam.
La hoja de la espada del chico se clavó de punta a través de la axila del monstruo, donde no cubría la armadura. Los gritos del ser enloquecido resonaron en ecos, despertando a todo ser que residía en la mina.
Pero B no se echó a morir todavía. Con un manotazo obligó a Holam a retirarse. Ainelen vaciló, entonces cerró la distancia por detrás. De un momento a otro se sorprendió de estar parada tan cerca de una criatura aterradora, a punto de clavarle un cuchillo en el cuello.
Su compañero recién se dio cuenta. Boquiabierto, parecía que moriría de un ataque al corazón al verla ahí.
Rápido, si no asesinaba al goblin, las preocupaciones de Holam sí que estarían justificadas.
La respiración de Ainelen se descontroló. Estaba planeando matar un ser vivo, cubrir sus propias manos de sangre. Antes no fue así porque otros elegían ensuciarse por ella.
Vamos. ¿Por qué dudaba?
El goblin se dio cuenta, notándola a través del rabillo con sus asquerosos ojos ámbar. Ainelen soltó un grito; antes de que el fuerte brazo la atrapara, la hoja de su cuchillo se hundió con facilidad en el cuello de la criatura.
Presa del pánico, soltó su agarre y cayó sobre su trasero. Gateó como pudo hasta donde Holam, a punto de llorar.
La víctima se retorció con el cuchillo aun en su carne, entonces se desplomó y convulsionó. La sangre carmesí se derramó generosa sobre el suelo, formando un charco que dio forma a líneas irregulares. El goblin falleció. Ainelen lo había matado.
—¡Aquí vienen los otros! —gritó Amatori.
Eso hizo que la joven curandera volviera en sí. La otra pareja también había tenido éxito. Danika retiraba su espada bastarda ensangrentada del cuerpo decapitado de aquel goblin.
Los enemigos que se aproximaban eran alrededor de una quincena. Por su actitud dubitativa, parecían intimidados con ver a sus dos superiores caer así de rápido. Pero no se detuvieron; un par de flechas salieron disparadas hacia los chicos, obligándolos a separarse en flancos lejanos. Eso reavivó el frenesí goblin, quienes chillaron en multitud y encerraron a ambas parejas.
Ainelen chocó espaldas con Holam. Al ver las sonrisas repulsivas de los enanos en harapos, pensó en lo fatal que se veía la situación. Deseó regresar al primer nivel.
Con su bastón se defendió como pudo. Un goblin intentó saltar hacia ella. Lo expulsó, luego a otro, y a otro, y a otro. Era un festival de risotadas donde parecía que la gracia del juego era golpear una piñata de dulces, aunque aquí no existía una recompensa, solo un castigo si erraba cualquiera de sus garrotazos.
Holam replicaba sus acciones, manteniendo a raya a los adversarios del lado opuesto. Por lo menos las flechas ya no llegaban. Los goblins no eran tan estúpidos como para dejar atrapados a sus aliados en el fuego cruzado.
¿Qué estaban haciendo? Era cierto que se mantenían en pie, sin embargo, ¿el enemigo atacaba con pasividad? No, ellos estaban dosificando. Sabían que en algún momento los chicos se cansarían. Era imposible mantener el mismo ritmo. Y así fue: Ainelen perdió el aliento. Cuando sus movimientos se hicieron lentos, sintió de lleno que su brazo izquierdo era apuñalado.
Supremo Uolaris. ¡Un goblin estaba colgando de ella, como una araña!
Ainelen lo alejó con su mano derecha, donde tenía su bastón. El ser saltó hacia atrás muy ligero, con una risa que parecía de satisfacción.
La chica no tuvo tiempo siquiera para decidir si era bueno retirar el cuchillo, pues Holam también fue herido.
Estaban perdidos.
Oh. La voz de Amatori. ¿Qué decía?, ¿quería que se agachen?
Actuando por instinto, la joven se lanzó junto a Holam al suelo.
Cuando los ojos púrpuras de Ainelen se aclararon, notaron como las mitades de los goblins cayeron secas. La multitud de enemigos se había reducido a una pila de cadáveres separados por la mitad de la barriga. No se veían intestinos ni gotas de sangre, solo carne cristalizada.
La diamantina de Amatori... la hoja se había extendido por lo menos unos ocho metros. Brillaba, palpitaba. Cuatro colormorfos revoloteaban felices alrededor. La espada entonces se contrajo, volviendo a su forma original. ¿Cuándo aprendió esa habilidad?
—Hey, todavía hay algunos vivos —señaló Danika, con el mentón. Tres goblins huyeron hacia el acceso del cuarto nivel.
Posterior a ganar la batalla, el grupo se detuvo a descansar. Ainelen se vio obligada a usar un hechizo completo para cerrar su herida, la cual fue de lado a lado. La sangre que perdió la hizo marearse, así que caminaron con lentitud hacia los ascensores. Holam, por su parte, tenía heridas menores. Como no contaban con botiquín de primeros auxilios, decidió usar la mitad de un hechizo para evitar el desangramiento. Si no lo hacía, también estaría limitado en la próxima pelea.
—Tampoco está aquí —verificó Danika, acercándose a la malla robusta que protegía el agujero del ascensor.
—Solo quedan dos opciones —dijo Amatori—. Si está en el último, nos arriesgaremos a subir por la cuerda. Será una locura y todo, pero no queda más que intentarlo. Puedo hacer escaleras en la pared usando mi diamantina.
—Suena bien —estuvo de acuerdo Ainelen, dejándose caer sobre un banco que permanecía en buen estado.
Se pasó una mano por el pelo, desordenando su flequillo mientras rascaba su cabeza.
Qué cansancio. Qué caos. Era solo la primera parte de esta aventura y ya quería irse a dormir. Por suerte solo quedaba una parte más, la última.