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Chapter 2 - Capítulo 2 Un par de días atras

¿Había sido solo su imaginación o de verdad había escuchado esos extraños ruidos? 

Tal vez se había tratado de un mal sueño. 

Aldo estaba arrepentido de haber abandonado su habitación esa noche. 

Él cielo, antes turbulento, había disminuido considerablemente su fuerza. 

El señor y la señora Rivas dormían tranquilamente en su habitación. Ambos tenían el sueño tan pesado que podría una tribu africana tocar sus tambores de guerra y encender una fogata en medio de la alcoba sin conseguir que ellos abrieran los ojos.

Aldo no tiene miedo… Aldo es valiente… Aldo ya es todo un hombre… Aldo… ¡Rayos! ¡Era inútil! ¡Podía escuchar su respiración tan cerca de él! 

Aldo estaba muerto de miedo, pero pensó que no podía esperarse allí, parado, a que esa cosa se acercara a él, así que caminó sigilosamente de regreso a la habitación.   

Pisó el primer escalón, se tomó un segundo para respirar profundo y exhaló lentamente en un rictus de serenidad. Después puso el pie izquierdo en el segundo escalón y fue en ese momento cuando sintió una adrenalina correr por todo su cuerpo; desde los dedos de los pies hasta el último centímetro de cabello; fuerza que lo impulsó a soltarse en una alocada carrera cuesta arriba, disparado como un proyectil. Voló, brincó de dos en dos los escalones, tropezó y casi cayó, se recuperó, sin embargo volvió a tropezar. Pero finalmente llegó al pasillo. Fueron segundos de trayectoria que le parecieron una eternidad. 

Se detuvo en seco y se tocó el pecho con una mano para sentir sus latidos como tambores en medio de una jungla. No quiso girar el rostro atrás, pues estaba aterrado. Pasó saliva e hizo por tranquilizarse. 

Después, aún con el pecho inflándose en respiraciones bruscas, se concentró en la luz que se escapaba por el resquicio inferior de la puerta de la habitación de su hermano. Se acercó lo más que pudo y apreció que estaba entreabierta. La empujó suavemente. 

Ricardo, su hermano menor, aún estaba despierto, pero parecía de lo más entretenido. Leía la primera temporada de un nuevo cómic. Estaba sentadito, quietecito, silencioso, atento, con las piernas en postura de yoga sobre la cama; lo que le permitía establecer un contacto visual amplio con la revista. Sus ojos grandes; rodeados de abundantes pestañas, titilaban por encima de la figura del superhéroe impreso a todo color en la portada. 

Ricardo solo tenía cinco años y ya era todo un hábil lector, fascinado por las aventuras de ese nuevo personaje... "El Duende Escarlata".

-¡Axel es el más inteligente de la tribu de los Guerreros Hirams!- de pronto el pequeño comenzó a hablar solo. -Ganó todos los torneos de supervivencia. ¡Es el mejor!- Gritó contagiado de una sensación de aventura al tiempo que se incorporaba mostrando una pose de superhéroe. Hizo que Aldo sonriera, olvidándose por un segundo que una sombra lo acechaba a su espalda. 

De inmediato, Ricardo se tapó la boca, dándose cuenta de que sus gritos podrían haber despertado al vecindario completo. Enseguida volvió a apoyar el cuerpo sobre las rodillas y hundió de nuevo los ojos en las páginas del primer ejemplar del cómic.

Ricardo estaba emocionado porque en ese capítulo se definía el nombre del guerrero que iba a ostentar el título de "El Duende Escarlata", tras una minuciosa selección de seres verdes compitiendo en un torneo ocurrido más allá de la aurora boreal. 

¡Trac! ¡Trac!... ¡Trac!

-¡Rayos! 

La cosa subía por las escaleras. Y no era su imaginación. Pero lo más sorprendente era que Ricardo no la escuchaba. Quizás prestaba demasiada atención al cómic. Si. Eso era. Porque los sonidos eran realmente audibles y aterradores. Cualquiera que tuviera piel se le pondría chinita como la de una gallina. 

El miedo paralizó a Aldo. ¿Acaso podría ser un fantasma? 

Enseguida, escuchó más ruidos extraños, como de cadenas que eran arrastradas sobre la duela del pasillo. 

Aldo regresó lentamente la puerta de la habitación de Ricardo, cuidando de hacer el menor ruido. Era mejor que él no se enterara y que siguiera dando rienda suelta a sus emociones. 

Estaba asustado. De nuevo los tambores en su pecho. Ya no se trataba de su imaginación, eso lo podría jurar, pues escuchaba con toda claridad los ruidos que se acercaban a él cada vez más. Aunque Ricardo no los escuchara. 

Después vino un silencio macabro. Intentó cerrar los ojos, pero cayó en la cuenta de que era absolutamente igual que si los mantenía abiertos, al frente era imposible distinguir.

¿De verdad podría ser un fantasma? Quizás lo era. Y de ser así, sólo a él se le estaba manifestando, esa la razón por la que Ricardo no lo escuchaba. 

Se dio cuenta de que estaba sudando. Retrocedió poco a poco por el pasillo, sin dar la espalda, agitado. Así llegó hasta la puerta de su habitación. Apretó el picaporte y lo giró. 

En un segundo estaba dentro apoyando la espalda sobre la hoja de madera, respirando con apuro. Después corrió hasta la cama para echarse la sábana y cubrirse hasta el último centímetro de cabello.

En ese momento decidió que al amanecer, lo primero que diría a sus padres era una explicación amplia de lo que estaba ocurriendo esa noche. No me van a creer, pensó. Y es que, ¿qué papá en el mundo creería que en casa ocurren "espantos"? ¿Que un ente demoníaco deambula por la sala y los pasillos arrastrando cadenas? 

En ese mismo instante desistió de la idea de contárselo a sus padres. Trató de lograr la tranquilidad respirando pausado y obligando a su cerebro a despejarse de ideas demoníacas. 

Casi lo conseguía, cuando de pronto, escuchó gritos que provenían de la habitación de su hermano. ¡Rayos! ¡Lo había dejado solo justo cuando esa cosa caminaba en dirección a su puerta!

Arrojó la frazada y saltó como lince de la cama. Salió y corrió por el pasillo. Pudo advertir tras de él a dos sombras que corrían en la misma dirección y con la misma intensidad; eran sus padres. Al fin, un sonido había logrado despertarlos.

Fue el primero en abrir la puerta. Vio a su hermano de pie junto a la cama con una invasión de pánico en el rostro. Parecía un gatito indefenso que temblaba abandonado en una noche fría y tenebrosa. Tenía los ojos muy abiertos. Pensó en la posibilidad de que Ricardo hubiese tenido un encuentro con la cosa que deambulaba por la casa. Imaginó a ese ser maligno intentando hacerle daño. Sintió rabia. Se quedó estupefacto. Sus padres casi lo arrollaron cuando entraron como remolinos a la habitación. 

Fue en ese momento cuando Ricardo torció los ojos y cayó repentinamente como un costal pequeño de papas.

Doña Flor gritó agudamente. Don Octavio se apresuró a tomarlo entre los brazos y volverlo a la cama.

-¡Pronto, mujer! ¡Acerca las medicinas!

En ese instante apareció Rita, la niñera, mostrando un rostro pálido, confuso, y metida en un enorme camisón.

-¿Qué sucede, señor?

El señor Octavio no le respondió. Tomó el teléfono apresuradamente.

-¡¿Doctor Galván?!- Dijo a la bocina. –¡Ricardo ha sufrido una recaída y no vuelve en sí!

Don Octavio escuchó atento las indicaciones que el doctor le daba por la línea. 

Después Rita inyectaba en el brazo del pequeño una sustancia color ámbar.

CONTINUARÁ...