Ricardo filtró la mirada entre la oscuridad. Advirtió una sombra moverse sigilosamente en el marco de la ventana. Sintió temor y quiso taparse hasta el último centímetro de cabello pero optó por vigilar el movimiento de la sombra. ¿Y si era de nuevo la mujer fantasma?
Aquella sombra se movía astutamente como un volatinero que se esforzaba en recuperar el equilibrio sobre una cuerda floja. Finalmente logró quedarse quieto en el riel de la ventana y poco a poco fue adquiriendo un porte distinto.
¿Eso que ondeaba a su espalda era una capa o era el olán de un camisón de mujer fantasma?
Ricardo comenzó a reparar en la silueta. No era un camisón. ¿Acaso podría tratarse del…?
El corazón le empezó a revolucionar a mil latidos por segundo y se arrojó a encender la luz de la lámpara.
¡Y si! ¡Ahí estaba él!
Aunque la luz era muy tenue, Ricardo pudo distinguir perfectamente su traje ceñido al cuerpo y su derroche de gallardía en su postura. Además se trataba de un hombre y no de una mujer, por lo tanto dedujo que esa silueta no podía ser de nadie más que de su amigo intergaláctico: ¡El increíble y fabuloso Duende Escarlata!
Quiso gritar, brincar, explotar, girar hacia delante y luego hacia atrás como giran los osos pandas pero un nudo en la garganta y un tambor africano en el pecho se lo impidieron. Apenas pudo lograr un susurro.
-¡D...Duen...Duende Escarlata!
La silueta del superhéroe saltó al interior con asombrosa agilidad cayendo sobre la alfombra como hábil pantera.
Ricardo, que aún estaba sentado sobre la cama con sus piernas dobladas como una ranita, brincó hacia atrás asombrado y rebotó en la cabecera de la cama volviendo a caer de rodillas sobre el colchón.
-¡Oh! ¿Te lastimaste?- El superhéroe quiso acercarse pero reparó que, de hacerlo, el niño sufriría un colapso al corazón, pues estaba realmente emocionado.
-¡Eres de verdad!- dijo el niño mientras se pellizcaba el antebrazo.
-¡Claro! ¿Pero qué haces? ¿Por qué te haces daño?
-¡Aunchh! Quiero saber que esto no es un sueño. ¿No lo es, verdad?
-¡Soy tan real como tú! Puedes tocarme.
El Duende Escarlata se le acercó cautelosamente. Advirtió que a cada paso que daba, el chiquillo emitía un sollozo de emoción.
Pero Ricardo retrocedió dispuesto a encender la luz.
-¡Espera!- Lo detuvo. -Esa energía luminosa es diferente a la de mi planeta y lastima mis ojos. Con la luz de ese artefacto es suficiente-. Señaló la lámpara del buró.
-¿Puedo darte un abrazo?
-¡Claro pequeño!
El niño se acercó cauteloso, temblando de pies a cabeza. Primero tocó un brazo del superhéroe y al sentir la textura elástica de la tela del traje dio un respingo hacia atrás.
-¡Eres real!- gritó. -¡De carne y hueso!
-Pero que sea nuestro secreto.
El Duende Escarlata se colocó frente al pequeño, en cuclillas. Lo tomó suavemente de los hombros y advirtió que el pequeño aún vibraba de emoción.
-Cuéntame tus planes para tu siguiente aventura.- Le pidió el niño mientras no dejaba de tocarle el rostro cubierto por el antifaz.
-No puedo revelarlos, Ricardo. Pero te prometo que todo va estar bien en este mundo. Tú lo estarás. Serás muy feliz. Crecerás muy rápido y yo siempre estaré a tu lado para que así sea.
-¿Me cuidarás?
-Si, siempre.
-¿No dejarás que nada malo me pase?
-Mientras yo esté contigo nada malo te va a ocurrir.
-Estoy enfermo. Mis papás dicen que pronto me voy a curar y podré ir al colegio como todos los niños.
-Y así va a ser.
-Pero Duende, yo siempre me siento enfermo, cansado, a veces me desmayo.
-Eso pronto va a pasar.
-¿Me curarás con magia?
-Te prometo que si. Pero no debes dejar tus medicinas. Es importante que las tomes cuando tu mamá te diga.
-Saben horrible y no me gusta que me inyecten. Me duele.
-Pero tú eres valiente. ¿No es si?
El Pequeño asintió con un movimiento ligero de cabeza. Después acercó su carita lo más que pudo a la del Duende.
-Duende, hay una mujer fantasma que me asusta todas las noches. Ella quiere llevarme. ¡Tengo mucho miedo!
-Por eso estoy aquí. Voy a defenderte de ese espectro.
-¿De verdad? ¿Lo harás?
Ricardo abrió enormes ojos de emoción.
-Está vez mis papás tendrán que creerme que sí existes. Ahora mismo debemos ir a su habitación y despertarlos para que te vean y…
-Espera, Ricardo. Ellos no me pueden ver. Y recuerda que nuestra amistad será nuestro secreto.
-Son adultos, ¿es por eso?
-Si. Ellos no tienen la magia que tú si posees. Así que no deberás contar nada de mis avistamientos.
-De todas formas no podrían verte, duermen como felinos y nada los despierta. Es por eso que no saben que en esta casa hay una mujer fantasma.
-¡A esa maldita la vamos a atrapar!
-¿Qué le harás? ¿La llevarás al planeta Meraldú y la Corte del Rey Neferet la condenará a cadena perpetua en los calabozos del reino?
-Si. Y no podrá salir jamás. No volverá a hacer daño a ningún niño.
-Cuentame tu plan para atraparla.
Mejor te contaré más acerca de mi universo. ¿Te parece?
El pequeño dijo que si con un movimiento de cabeza y a partir de ese instante la noche se volvió interminable.
-Y todo mundo respeta a nuestro Rey Neferet porque él es un gran sabio.
-¡El rey Neferet y tú deben cuidarse del Terrible Gamaliel!
-¿Piensas que en realidad sea un duende malo?
-¡Si! Está fraguando un plan para entorpecer tu misión.
-No te preocupes, amiguito. Debes confiar en que el bien y el amor siempre triunfan por sobre todas las cosas.
El pequeño sonrió conforme.
El Duende Escarlata siguió hablando como merolico hasta bien entrada la madrugada.
De pronto, se percató de que el pequeño había cerrado los ojos rendido por el cansancio. Lo abrazó y lo besó en la frente con infinita ternura para después caminar muy despacito hasta la puerta.
-Duende ¿Te marchas?- La vocecita cargada de sueño apenas se logró escuchar.
-Los superhéroes también descansamos, pues requerimos de muchas energías para combatir a nuestros enemigos.
-¿Saldrás por la puerta?- le preguntó Ricardo con extrañeza.
Era extraño que un superhéroe buscara salidas tan sencillas como una puerta, pues comúnmente los grandes personajes salían por las ventanas o chimeneas, o en el mejor de los casos volando.
-Solo Iba a cerciorarme de que la puerta esté bien cerrada-. Argumentó el héroe, titubeante.
Y tras aquella explicación caminó valientemente hacia el balcón y con derroche de agilidad trepó en el barandal.
-¡Ha llegado la hora de marcharme!
-¿Volverás?
-Espera pronto mi visita. Ahora apaga la luz de ese artefacto y duerme.
Pero el pequeño se incorporó para verlo partir.
-Quiero verte volar.
¡Rayos! Aldo estaba en verdaderos aprietos, pues a sus pies se abría un enorme precipicio que terminaba varios metros abajo.
El pequeño siguió atento en espera de que su superhéroe favorito emprendiera la retirada.
Aldo tenía otra opción; regresar y hacer el ridículo ante su fiel admirador. Pero eso no iba a suceder. Así que contempló el abismo y se armó de valor. Apretó los puños. Respiró hondo y pausado. Abrió los brazos lo más que pudo y después inclinó el tórax hacia adelante. Seguro le dolería pero estaba dispuesto a pagar el precio de su aventura.
Volvió a tomar aire para impulsarse y…