-¿Qué ocurre Duende?- preguntó el niño, preocupado al verlo retroceder. -¿Por qué no te lanzaste?
-¡Peligro! ¡Advierto peligro!
-¿Peligro? ¿Has dicho peligro?
-Si. Apaga la luz de tu artefacto. Que la habitación quede completamente a oscuras para poder defendernos. Hay un ser misterioso rondando por los caminos del pequeño bosque que hay en tu castillo.
-No es un castillo, duende, se llama casa y tampoco es un bosque, es el jardín, así se llama.
-Como sea, pero hay un ser malvado caminando ahí.
-¿Es la fantasma, verdad?
-No Ricky. Es una mujer que viste de bata blanca.
-¡Es ella! Es la mujer fantasma de quien te hablé. ¡Me quiere llevar! ¡Tengo miedo!
Ricardo se arrojó a los brazos de su superhéroe.
Aldo apretó los ojos, avergonzado de sí mismo por utilizar el recurso de la "cosa" que atemorizaba al pequeño para salir bien librado del problema y no terminar reventado como sapo al caer del balcón.
-No tienes de qué preocuparte, yo siempre estaré aquí contigo. Vendré todas las noches a cuidar tu sueño. No me iré hasta que estés dormido con la certeza de que nada te va a pasar. Esa es mi misión.
-Gracias, duende. ¡Eres increíble!
El Duende Escarlata besó la frente del chiquillo.
-Ahora duerme.
-¿Y la fantasma?
-Ella no vendrá hasta acá. Sabe que ahora estás protegido. ¿Acaso crees que se atreva a entrar por esa puerta y hacerte daño enfrente de mi nariz?
Pero el Duende Escarlata estaba equivocado. La mujer envuelta en la noche le tenía una sorpresa…
¡Ricaaaaaardoooooo!
El corazón de ambos dio tremendo vuelco al interior del pecho.
-¡No se ha ido, Duende! ¡Sigue en el pasillo!
-¡Rayos! ¿Qué diablos está pasando?
-Esa fantasma es dura de roer, duende. No se alejará tan fácil de mi casa.
Gracias a la espesa oscuridad, Aldo pudo esconder su rostro de miedo.
¡Ricaaaardoooo!
-¡Está más cerca, Duende! ¡Viene hacia acá! ¡Ella quiere hacerme daño!
¡He venido por tiiiiii!
Ricardo se abrochó al cuerpo del Duende Escarlata como un bebé koala que se prende en la espalda de su madre.
¡Te llevaré lejos! ¡Muuuuuy lejosssss!
-No debes demostrarle miedo-. Dijo Aldo, no muy convencido de que él mismo fuera el mejor ejemplo para el pequeño. -Recuerda que estoy aquí contigo y nada dejaré que te ocurra.
-¿Qué harás Duende Escarlata? ¿Saldrás y lucharás con ella? ¿La combatirás?
-¡Escóndete en el armario!- Le ordenó el chico, tras agarrar aire e inflar sus pulmones.
-¡Que no quede nada de ella! ¡Tú puedes hacerlo, Duende Escarlata!
El Duende Escarlata fue presuroso hasta el juguetero y tomó un bate de béisbol. Enseguida caminó hacia la puerta muy despacio. Sentía que su corazón estaba a punto de salir disparado por la garganta.
Lentamente giró el picaporte y de un jalón abrió la puerta y zigzagueó el bat en todas direcciones en busca del enemigo, pero su arma solo surcó el aire en medio de la tenebrosa oscuridad; no había nada, ni nadie.
Después emprendió una búsqueda rápida por todo la casa. Fue hasta la puerta principal y...
-¡Santo cielo! ¡Está con llave! Eso quiere decir que aún está dentro! ¿Cómo entró?!
Quiso encender la luz pero se detuvo.
-¡No puedo llamar la atención de mis papás! ¡Se extrañarían al verme vestido de esta manera!
Permaneció estático sin saber qué hacer. Repentinamente, tuvo la extraña sensación de ser observado por unos ojos escondidos entre la oscuridad y que se hallaban muy cerca de él. Corrió despavorido hasta la habitación de Ricardo. El trayecto le pareció más largo de lo acostumbrado.
-¿Que ocurrió Duende? ¿Acabaste con ella?- El chiquillo lo cuestionó al verlo de regreso.
-¡La liquidé por completo! Eso espero-. Explicó el adolescente sosegando el temblor de todo su cuerpo.
El pequeño salto como chapulín.
-¡Eres increíble!
Después se le arrojó a los brazos mientras él aún tragaba saliva, muerto de miedo.