Esconderse debajo de la cama fue lo único que se le ocurrió a Ricardo en ese momento. Nunca había escuchado tan de cerca los lamentos de la Mujer Fantasma, y por más que se esforzó en seguir gritando, sus padres nunca aparecieron en su habitación.
¡Ricaaaardoooo!
El chiquillo se quedó sin aliento, se hizo bolita y apretó los ojos, pero la oscuridad lo asustó más y eligió abrirlos de nuevo. Se preguntó por qué nadie acudía a su auxilio si sus gritos eran tan agudos como para despertar al vecindario completo.
-¡Duende Escarlata! ¡Si tan solo estuvieras aquí!-
Comenzó a llorar cuando escuchó que el picaporte de la puerta crujía al abrirse. Tuvo que taparse la boca con una mano para que aquel horripilante ser no descubriera su escondite.
La habitación era iluminada con una luz muy tenue que se desprendía de la lámpara del buró, lo que le permitió al pequeño observar los pies descalzos de aquel espectro que avanzaban hacia el interior de la habitación y se detenían justo al borde de la cama.
-¡Duende! ¡No me dejes solo! ¡Prometiste siempre ayudarme!-. Rezó.
El terror lo invadió por completo y comenzó a temblar como un gatito empapado bajo una helada lluvia de invierno.
Quiso contener la respiración y obligar a su cuerpo a dejar de temblar pero fue inútil.
Era su fin, pensó.
No podía hacer nada ahí escondido. Ni tampoco nadie podía salvarlo de su inminente final. La Mujer Fantasma llegaría hasta él y se lo llevaría para matarlo.
¿Por qué Duende? ¿Por qué no estás aquí?- Seguía suplicando en voz baja. Pero su llanto lo traicionó, se le escapó un sonido nasal y eso trajo como consecuencia que los pies que veía tras la sábana de la cama avanzaran en dirección a sus ojos. La Mujer Fantasma había dado con su escondite.
Ricardo comenzó a llorar más fuerte. Esta vez gritó despavorido. Suplicó ayuda, pero ahí, en medio de la oscuridad no había duende, ni hermano, ni padres ni nadie que lo rescatará. ¿Dónde estaba el Duende Escarlata? ¿Dónde rayos se había metido Aldo ahora que lo necesitaba? Seguramente dormía en su habitación con la tranquilidad de que ya no era él quien tendría que cuidarlo de las sombras de la noche, pues esa responsabilidad había sido conferida ahora al Duende Escarlata, supuso Ricardo. Pero lo que su hermano no había tomado en cuenta era la posibilidad de que el famoso superhéroe tuviera otras misiones que resolver y batallas que enfrentar en otros lugares del planeta.
¿Sucedería qué en el último instante llegaría el duende por la ventana y lo salvaría? ¿O era que moriría a manos de esa malvada loca? ¿Acaso no volvería a ver jamás a su familia? ¿Qué iría a pasar cuando ellos se dieran cuenta de que no estaba más en la casa? ¿Lo buscarían? ¿Pero donde? ¿A dónde era que lo llevaría esa misteriosa mujer?
¡Ya te encontré, mocoso!
-¡Vete! ¡Déjame en paz! ¡Vendrá El Duende Escarlata y él me va a rescatar!
La Mujer Fantasma rió a carcajadas. Después dijo:
-No cabe duda que tu enfermedad te está volviendo loco. ¡El Duende Escarlata no existe! ¡Todo está en tu cabeza! ¡Por eso nadie te cree!
-¡Si existe!
La misteriosa mujer ancló las rodillas en la alfombra y alargó el brazo para alcanzarlo pero Ricardo retrocedió atemorizado.
El chiquillo gritó cuanto pudo.
-¡Nadie te va a escuchar!- Gritó el espectro.
*¡¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?!*
La voz vino del marco de la ventana.
La Mujer Fantasma giró el rostro y apenas pudo distinguir una silueta flaca y alargada que se le arrojó encima en feroz combate.
-¡Duende Escarlata!- Gritó Ricardo desde la oscuridad.
La mandíbula de la Mujer Fantasma crujió cuando la bota del Duende Escarlata se impactó en ella.
-¡Dale Duende! ¡Acaba con ella!- vociferó eufórico el chiquillo y salió del hueco de la cama por un costado.
El Duende Escarlata tomó el cabello de la Mujer Fantasma y la alzó para arrojarla a la cama, mientras ella alargó las manos para intentar golpearle el rostro pero solo consiguió rasguñar una de sus mejillas.
La mujer era ágil y casi enseguida de que cayera tendida sobre la cama se giró en ella y se alzó para correr después hasta la puerta, pero no contó con la habilidad de Ricardo, que escondido entre la oscuridad, le metió un pie, consiguiendo que cayera al piso.
El Duende Escarlata aprovechó el momento y se arrojó a ella. Ambos rodaron en voraz combate.
En un giro, ella quedaba encima del duende y lo aprisionaba de las muñecas.
Pero El Duende inflaba el pecho para tomar fuerza e impulsarse contra el cuerpo de la mujer y girar, para ahora ser él quien estuviera encima de ella.
-¿Qué es lo que buscas en esta casa? ¿Por qué haces todo esto? ¿Quién eres?
Después ella, sin responderle, repetía la maniobra de él, y volvía a colocarse por encima.
Fue en ese momento en el que Ricardo tomó la piedra de colores que noches atrás entrara por su ventana con el mensaje del duende y la alzó con la intención de estrellarla en la cabeza de la Mujer Fantasma, pero ella fue más astuta, pues logró esquivar la trayectoria y la piedra de colores fue a impactarse en el rostro del Duende Escarlata.
Error que fue aprovechado por la mujer del camisón para huir a toda prisa.
-¡Lo siento Duende!
-¡Aguarda aquí! ¡Iré tras ella!
Pero la extraña mujer se hundió en la oscuridad del pasillo.
Aldo intentó ir tras ella pero se dio de frente con la oscuridad. Giró el rostro en todas direcciones pero sólo un abismo tenebroso se abría frente a él.
Si en algo era buena esa malvada aparición era que sabía conducirse muy bien entre las sombras, y esa noche la oscuridad parecía más negra que de costumbre.
El Duende Escarlata atravesó la sala para inspeccionar la puerta principal. Se percató que estaba cerrada con llave. Corrió hacia la cocina y halló abierta la puerta que daba al jardín. Un viento helado y tenebroso, que ululaba, le golpeó la cara y le hizo estremecerse de miedo hasta quedarse sin aliento.
La Mujer Fantasma había logrado escapar.
-¿Qué pasó Duende?- La voz del chiquillo lo hizo brincar de los hombros.
-¡Huyó! ¡Esa ladrona huyó! Pero no te preocupes, no le quedaron ganas de volver. ¡Y si lo hace se las verá conmigo!