-Bienvenida seas al jardín del Duende Escarlata y su ayudante Richy, hermosa princesa.
-Muchas Gracias, Ricky.
-Richy, soy Richy.- Corrigió.
-De acuerdo, Ricky. ¿Tu eres el hermanito de…?
-El Duende Escarlata y yo estamos infinitamente agradecidos y honrados con tu visita y por embellecer aún más este hermoso césped, que si bien es muy bonito, no se compara con tus ojos bellos.
-Gracias, Richy. Eres muy lindo. Y por supuesto, hazle llegar al Duende Escarlata mi más sincero agradecimiento.
La simpatía de Ricardo hizo que los labios de Evelyn mostrarán una sonrisa.
-Permíteme presentarme. Mi nombre es Evelyn.
-Hola Evelyn. Tienes un nombre bonito.
-Gracias. Que lindo eres, pequeño duende.
-¿Y que te trajo hasta estos lugares tan lejanos? ¿Acaso buscas la ayuda del majestuoso Duende Escarlata?
-Así es. He viajado desde latitudes muy lejanas, sin parar, hasta encontrar este paisaje de singular belleza, solo para conocer al increíble y majestuoso Duende Escarlata.
-¿Lati que?
-Latitudes… es decir de lugares muy lejanos.
-Te llevaré con él ahora mismo. ¡Sígueme!
-Agradeceré el inmenso favor.
Fueron por el camino pavimentado que llegaba hasta la puerta principal de la casa.
-Es aquí el palacio del Duende Escarlata. Tras esa puerta de hierro forjado se encuentra él. Debes entrar y buscarle. Yo hasta aquí puedo acompañarte.
-¿Y si mejor me llevas hasta donde está el d…
-Tengo tantas ocupaciones que hacer. Pero la principal es cuidar el jardín encantado, pues una Mujer Fantasma ha rondado el palacio y tememos que vuelva esta noche. Debo vigilar. Así que entra tú. Allá dentro hallarás lo que buscas.
El pequeño se alejó sin decir más. Evelyn se quedó cruzada de brazos en la puerta. Quiso ir detrás de él pero comprendió que el chiquillo se hallaba envuelto en una fabulosa fantasía.
Se quedó mirando la puerta. Acercó el rostro a los vidrios biselados con formas de flores, y pudo ver que al interior de la casa, había muy poca luz solar debido a que las cortinas de las ventanas estaban abajo.
Sin querer, Evelyn apoyó el brazo en el picaporte de la puerta, el cual era tan grande, que media la mitad de su antebrazo.
La puerta ya estaba entreabierta. Bastaba empujarla suavemente para poder entrar.
Y una vez que traspasó la puerta, Evelyn echó una mirada rápida al lugar, tomó un respiro y caminó rumbo a la escalera. Se puso nerviosa, pues pensó que era de mala educación entrar a una casa sin avisar. Pero siguió hasta subir los quince escalones de la escalinata, con grandes precauciones. ¿Cómo era que no había nadie en casa? Solo el chiquillo en el jardín, jugando pegado a los barrotes del barandal. Lo consideró un gran descuido.
Un momento, ¿Qué era eso que brillaba sobre la alfombra? ¿Un anillo?
Evelyn se puso en cuclillas para observarlo. Lo tomó entre los dedos y lo vio muy de cerca. Era una joya fina que parecía cara, aunque grande y no muy bonita. Decidió que lo guardaría hasta hallar a alguien en la casa y entregarlo.
En la planta alta de la casa había cuatro habitaciones; dos de cada lado del pasillo. ¿Cuál era la de Aldo? Se acercó a la última del lado izquierdo. Un sonido venía del interior. Pegó el oído. Se trataba de ronquidos. Alguien dormía allí. No se atrevió a tocar. Era una locura lo que estaba haciendo. Si era que alguien la descubría, menudo lió se armaría, pues la confundirían con una ladrona, o en el mejor de los casos, la llamarían entrometida y la echarían a la calle a escobazos.
Pese a estar pensando en eso, se animó a echar una mirada. Abrió la puerta un poco sin hacer el menor ruido.
Una mujer dormía tranquilamente en esa habitación, oscurecida por la falta de luz solar. Adivinó que se trataba de la madre de Aldo; la señora Flor. Era la hora de su siesta, supuso. ¡Pero qué barbaridad! ¡Vaya ronquidos para ser de una dama!
Cerró la puerta con cuidado y prosiguió. Por los ronquidos de la mujer supo que podría caminar con intensidad en tacones por el pasillo, ida y vuelta, como una modelo en una pasarela, llamando la atención del público, y la señora jamás despertaría.
Así que se relajó y continuó con la siguiente habitación. Repitió la estrategia de abrir y echar una miradita.
Era una habitación en completo desorden. Había montañas de ropa por todas partes.
Entró.
Levantó unos calzoncillos con las puntas de los dedos. Por el tamaño de ellos y el estilo juvenil, con estampados de superhéroes, adivino que pertenecían a Aldo. Inmediatamente los arrojó al piso.
-Se ve que su madre no entra aquí muy a menudo.
Reflexionó lo que hacía. Estaba invadiendo la privacidad de su nuevo amigo.
Se volvió para salir de la habitación pero se contuvo. Le pareció correcto dejarle un mensaje.
Se acercó a la mesa de tareas en busca de pluma y papel.
Se inclinó del torso para escribir y fue en ese momento en el que algo que estaba en el piso llamó su atención. -¿Un disfraz?
También había una espada, un antifaz y una capa roja reluciente como la piel de una cereza conservada en almíbar.
Recordó la actitud de Ricardo en el jardín.
-El Duende Escarlata. ¡Eso!
En la mesa vio un fracaso de pintura para payaso, color verde. Y sobre la cama un sombrero muy pequeño que, más que sombrero parecía un adorno para la cabeza. Era verde también y tenía estrellas doradas y azules.
Le conmovió descubrir que su nuevo amigo dedicará tiempo a jugar con su hermano más chico. Indudablemente eso hablaba del gran cariño que había entre ambos.
Escribió el recado y salió de inmediato.
Llegó al jardín y allí seguía Ricardo viviendo su increíble fantasía, protegiendo aquel jardín encantado.
Más ahora se hallaba sentado sobre el césped con las piernas cruzadas en postura de yoga. Se veía muy entretenido captando con gran interés un cómic.
Llegó hasta él.
-¿Qué haces Ricky?- Le preguntó
El pequeño brincó de los hombros, sorprendido.
-Oh, te asusté.
-Estoy leyendo las Aventuras del Duende Escarlata.
-¿El Duende Escarlata?
-Si ¡Mira!
El niño extendió las páginas a todo color de la historieta.
Al ver aquellas imágenes, Evelyn encontró similitud con lo recién visto en la recamara de Aldo.
-¿Y qué es lo que hace ese héroe?- Trató de averiguar.
-Ayuda a los niños rescatándolos de los malos que les quieren hacer daño. Te diré algo...- el chiquillo la observó fijamente, buscando en sus ojos un brillo de confianza. -Prométeme que no se lo dirás a nadie. Es muy confidencial y sería muy peligroso que los demás lo supieran.
-Te prometo que a nadie diré lo que tú me digas.- Evelyn alzó una de sus manos en señal de promesa.
-¡El Duende Escarlata me visita todas las noches para protegerme! ¡Ayer me salvó de una malvada ladrona que todas las noches se acerca a mi puerta y me quiere llevar!
Evelyn lo entendió todo. Se le quedó viendo al chiquillo con una gran ternura.
Iba ya a retirarse cuando creyó percibir el ruido lejano de una motocicleta que se iba acercando poco a poco. Salió a la acera y a los pocos segundos vio doblar en la esquina a un motociclista enfundado en un traje de piel sintética con un casco deportivo.
Se veía bien, pensó la chica al verlo estacionarse frente a ella.
Entonces Aldo quiso quitarse el caso pero los nervios lo estaban traicionando, haciéndolo actuar como torpe. Se le dificultó desabrocharse el ganchito que lo aseguraba a su cuello.
-Espera, déjame ayudarte-. Se acomidió Evelyn en apoyarlo.
Aldo parecía nerviosísimo y tragaba saliva apresuradamente.
Al fin, ella logró desabrochar el casco.
Despacio, muy despacio, Aldo se quitó el casco y saltó a la vista de Evelyn una cabellera muy alborotada.
La chica rió, divertida.
-¡Cielos! Yo nunca usaría esa cosa en mi cabello.
En los labios de Aldo apareció una sonrisa.
-Hola. Nunca pensé encontrarte aquí, en mi casa.
-Me pareció buena idea pasar a visitarte y compartir contigo los apuntes atrasados de las clases a las que no asistimos. ¿Lo recuerdas?
-¡Claro! ¿Quieres pasar? O prefieres que hagamos la tarea aquí en el jardín.
-En el jardín está bien. Oh, espera. Debo entregarte algo que encontré en el pasillo de tu casa.
-¿En el pasillo?
-Si. Lo que pasa es que Ricardo me dejó entrar pero como no había nadie dentro decidí esperar aquí en el jardín.
-¿Y qué es lo te hallaste en el pasillo?
La chica abrió su mano y le mostró un anillo.
-Quizás se le haya caído a tu mamá.
Aldo tomó el anillo entre el dedo pulgar y el índice y lo colocó a la altura de sus ojos, examinando con ojos de detective.
-Mamá solo usa el anillo de boda. No le gustan las joyas.
-¿Entonces no es de tu mamá? Porque es de mujer.
Aldo arqueó una de sus cejas y se quedó muy pensativo ante la mirada curiosa de la chica.