-¡¡¡Aldo!!!- la señora Flor gritaba desaforadamente -¡¿Acaso no me escuchas?!
Aldo abrió los ojos por completo y lo primero que vio fue el rostro de su madre enfadada.
-¡Cielos! ¿Por qué gritas mamá?
-¡Mira la hora que es!- Respondió la Señora Flor con los puños sostenidos sobre la cadera.
Aldo se talló el rostro y se giró para observar las manecillas en el despertador. Después miró a su madre, pero contrario a reaccionar se quedó petrificado sobre la almohada.
-Aldo, ¿Estás seguro que te duermes a la hora que se apagan las luces de esta casa?
-Si, mamá. Pero tengo mucho sueño.
-¿Es que acaso no piensas ir al colegio?
Aldo no se movió.
-¡Aldo!- Su madre le propinó un almohadazo.
-¡Mamá, no hagas eso!
Y vino la avalancha de reclamos; su madre insistió en que debía levantarse y apurarse para no llegar tarde al colegio; que sus calificaciones no eran precisamente las mejores; que no se quejaba pero que sería buena idea que empezara a poner más empeño, pues él ya le había prometido que sus calificaciones subirían como la espuma este semestre, como cuando era un niño y cursaba la primaria, que tiempos aquellos, expresó la señora Flor con un suspiro y recordó lo orgullosa que se sentía cuando en las juntas escolares se pavoneaba frente a las otras madres presumiendo las calificaciones de su hijo. Pero volviendo al reclamo de esa mañana; que si bien no iba tan mal en la escuela podría mejorar, que de ese ocho punto ocho podría subir a nueve en el siguiente periodo de exámenes y que ese nueve quizás podría elevarse a un nueve punto dos y que con la ayuda de Dios y de su cabeza podría llegar muy pronto al tan soñado diez al terminar el curso.
Y como si cayeran sobre Aldo ráfagas de granizo en su cabeza, se alzó de la cama rápidamente y corrió al baño presuroso en medio de la alegata de su madre.
No habían pasado ni cinco minutos cuando salió con el cabello escurriendo de agua y enfundado en una toalla de la parte de abajo. Abrió un cajón y después otro y otro más en busca de calzoncillos limpios.
Su madre no paraba de sermonear.
Aldo, al fin halló unos calzoncillos y volvió al baño. En un minuto volvió a salir y se vistió como de rayo, volteó al espejo y con una mano se acomodó el cabello por un lado. Le dijo que si a todo lo que su mamá decía sin saber que decía. Rápidamente empacó en su mochila todo lo que necesitaba y la montó a su espalda. Le plantó un beso en la mejilla a su madre y escapó de la habitación. Salió al jardín y vio a su hermano jugar bajo la sombra del abeto. Alzó una de las manos para saludarlo y despedirse mientras el chiquillo le gritaba un adiós.
-¡Cuando estés de vuelta quiero contarte algo del…! - el pequeño hizo una pose de superhéroe.
-¡Te veo a mediodía, enano!- Le respondió mientras trepaba la vieja moto.
En segundos salió disparado en su viejo y ruidoso vehículo, pegando loca carrera por el vecindario, la cual no paró hasta hallarse frente al portón del colegio.
Estaba cerrado.
-¡Rayos!
Observó la altura del zaguán y se compadeció de sí mismo.
-¡Adiós a los dos decimos progresivos y consecutivos de calificación con los que sueña mi madre! ¡No me permitirán la entrada! Mamá se pondrá como una leona.
Buscó con la mirada entre las rendijas al prefecto, pero de éste ni sus luces. No era tan cruel el tipo, tenía buena pinta y ya en varias ocasiones le había perdonado algunas faltas graves de comportamiento. Él podría ser su única esperanza una vez que lo convenciera. Pero mientras él no hiciera su aparición, seguía perdido. -Treparé y cruzaré el zaguán.
Comenzó a escalar como una lagartija.
El descenso fue más rápido y mucho más fácil.
Pero justo al pisar suelo firme, una voz áspera y cargada de autoridad lo hizo brincar del susto:
-¡¿Pero, usted qué cree?!
Era el director del colegio. El docente se le acercó visiblemente molesto. Puso una cara de muy pocos amigos.
-¿Que se supone que hace? ¿No me diga que ahora se dedica a jugar al superhéroe y ya le da por trepar los barandales?
Irónico, el hombre había adivinado la razón de su atraso ese día.
-En este momento, usted se regresa a su casa y no vuelve hasta mañana, un poco antes de la hora de entrada.
-Pero, señor director, ya estoy aquí, qué es lo importante, han pasado solo quince minutos.
-Usted no cuestiona, Rivas, solo obedece. Ah y por favor no se le olvide pasar mañana a la dirección por su reporte.
A Aldo no le quedó más remedio que aceptar el castigo.
El director lo tomó del brazo y lo puso fuera del colegio. Aldo no tuvo más oportunidad de insistir pues el profesor cerró la reja y se dio la media vuelta para desaparecer enseguida.
Aldo comenzó a caminar despacio por la acera del colegio. Estaba resignado, triste, derrotado y preocupado. ¿Cómo iba a argumentar a sus padres que estaba muy lejos de subir de promedio en sus calificaciones? ¿Y cómo explicarles que todo se debía a que estaba haciendo realidad la más increíble fantasía de su hermanito? Ellos nunca aceptarían que, por inventar a un superhéroe, faltara a sus responsabilidades. Realmente le gustaba asistir a clases. No era el mejor alumno pero le agradaba la escuela.
Y en esas iba, cuando a su paso encontró una lata de refresco vacía y tirada en el suelo. La pateó con desgano. La lata se disparó a un par de metros adelante. Aldo volvió a patearla al llegar de nuevo a ella pero está vez aplicó una mayor fuerza haciendo que volará como proyectil algunos metros.
-¡Auchhh!
Levantó la mirada y grande fue su asombro al descubrir que aquel proyectil de aluminio fue a estrellarse en el rostro de una chica que de inmediato reconoció:
-¡Evelyn!
La chica se hallaba respirando hondo y sobándose una de las mejillas.
-¡Perdón! ¡Soy un tonto!
-Sería conveniente que cuando lances algún objeto por el aire observes que no haya nadie cerca.- Respondió Evelyn, primero muy seria, pero después su rostro estalló en una gran risa.
-¿Te, te...?- Titubeó Aldo.
-¿Tete? No, me llamo Evelyn. ¿Tú eres Aldo, verdad?
-Si. ¿Te, te, te duele mucho?
-Poquito.
-He sido un grandísimo tonto. Estoy profundamente apenado. Quisiera hallar la forma de regresar el tiempo para que éste incidente no sucediera.
-Descuida. No seas tan intenso. No es para tanto.- Le respondió ella como si nada hubiese pasado. -Fue un buen pretexto para conocerte. ¿No crees?- sonrió, y esa sonrisa puso roja la cara de Aldo. -Y para hablarte y ser amigos, pues ya te conozco pero nunca hemos platicado. De verdad que eres muy serio.
A Aldo se le llenaron los ojos de luz. Después no supo qué decir. Se le pegaron los labios como también sus neuronas.
-Siempre he querido ser tu amiga pero tu eres muy…
-¡Evelyn!- Alguien gritó.
Evelyn respondió al llamado con una sonrisa que iluminó la belleza de su rostro.
-¡Hector¡ Aquí estoy.
Aldo giró el rostro atrás y una mueca vacía se manifestó en su rostro al observar al sujeto que llamaba a esa hermosa princesa.
-El sangrón-. Dijo entre dientes.
-Es mi novio-.Respondió ella y sonrió.
Hector se acercó cariñosamente a ella.
¿Pero cómo puede una chica tan linda estar enamorada de un tipo tan sangrón?, pensó Aldo para sí mismo.
-¡Hola bicho!
-Hola…
-¿No me digas que tú también te has volado las clases?
-No… es decir, si...
-¿Si o no?
-Llegué tarde y no me permitieron la entrada.- Le explicó Aldo viéndolo con desprecio.
Héctor ignoró la respuesta de Aldo. -¿Nos vamos mi vida?- Se giró hacia Evelyn.
-¡Hasta luego, Aldo!- Se despidió la chica.
Aldo solo atinó a señalar un adiós con la mano y sonreír como tonto. Los vio partir, con el corazón roto.
-¡No puedo creer que sea novia de ese presumido!
Bajó la vista y se halló la lata de aluminio que hace algunos instantes pateara y se estrellara en la mejilla de su princesa.
-Al menos me sonrió y...- Una sonrisa bailoteó feliz sobre sus labios. -¡Le agradé! ¡Si! ¡Le dio gusto conocerme!
Tomó la lata entre las manos y la llevó hasta el centro de su pecho, apretándola con fuerza y ternura, como si en ese abrazo depositara todo el sentimiento de amor a esa princesa.
-Guardaré esta lata como un tesoro encontrado, símbolo de este día.
Más tarde, alrededor del medio día, Aldo regresó a casa. Después de saludar a su madre, se sentó a la mesa.
Doña Flor iba y venía de la cocina con platos de comida y con todo lo necesario para sentarse a comer.
-¿Cómo te fue en la escuela?
El calibre de la pregunta sacó a Aldo de sus más lindos pensamientos.
El chico apenas iba a responder pero su madre comenzó a llamar a gritos a su hermano.
Y en cuestión de segundos, apareció Ricardo saltando y cantando durante su trayecto por las escaleras. Y en cuanto vio que Aldo ya había llegado a casa, aceleró su carrera hasta frenar su cuerpo con el de él en un abrazo muy tierno.
-¡Que bueno que ya llegaste Aldo!
Aldo sonrió al contemplar la carita del niño iluminada de felicidad.
-¿Por qué tan contento chaparro?- Le dijo.
El pequeño le acercó la cara para hablarle al oído.
-El Duende Escarlata estuvo aquí anoche.
-¡¿De verdad?! ¿Y qué te dijo?
-Baja la voz, Aldo. Recuerda que mamá y papá no creen que El Duende Escarlata existe.
La cercanía de la madre interrumpió la charla secreta.
-¿Qué tanto chismorrean mis niños?
-Nada mamita... Cosas de hermanos.- Dijo el chiquillo.
-¡Vaya! ¿Y ésta madre amorosa no merece saberlo?
-Tú dices que hay cosas que solo los papás deben platicar.
-Cierto, bebé.- Respondió doña Flor.
-Pues así también, hay cosas que solo los hermanos deben platicar.
La señora Flor sonrió conmovida y después volvió a la cocina.
El chiquillo continuó con su confidencia:
-Ya no tendrás que preocuparte por la mujer fantasma. ¡El Duende Escarlata acabó con ella!
Tanta inocencia contenida en él invadió a Aldo de ternura.
La señora Flor volvió con la última ración de comida.
-¿Ya han terminado mis querubines de secretearse? ¡Ahora a comer rica sopa!
Mientras que Ricky hacía enormes esfuerzos por consumir el contenido de su plato, Aldo se hundia angustiado entre sus pensamientos:
-Me preocupa no saber porque esa cosa asusta a mi hermano. No logro entender el motivo de su presencia en ésta casa... ¿En realidad se tratará de una fantasma? ¡Tengo que prepararle una trampa para descubrir lo que en realidad ocurre!