La puerta azotó con fuerza contra la pared y vio venir a un torbellino vertiginoso de apenas un metro de altura, que de un salto, terminó montado en su torso como un jinete cuando doma a su caballo.
Aldo le arrojó la almohada al rostro y aulló, pues las rodillas de Ricardo se habían clavado como pinzas en sus costillas.
-¿Qué sucede, Ricky? ¿Estás bien? Deja de brincar, me estaba quedando dormido.
-¡Él estuvo aquí!- el niño gritó chillante y detuvo en seco su movimiento para observar atento, atornillando su mirada alucinada en los ojos de Aldo.
-¿De qué hablas?
-¡El Duende Escarlata entró por mi ventana! ¡Platicó conmigo! ¡Me contó cómo piensa acabar con la maldad de este mundo! ¡Él no va a permitir que les hagan daño a los niños, ni que los roben, maltraten o se mueran!
Esas últimas palabras erizaron la piel de Aldo y lo hicieron meditar dolorosamente, ojalá fuera así, pensó, que un superhéroe pudiera evitar que los niños del mundo sufrieran, en especial él.
Aldo se mordió los labios y lo miró con compasión mientras él chiquillo seguía boquiabierto esperando una respuesta de asombro gigante de su parte.
Pero Aldo tardó en razonar.
-Aldo, ¿me estás escuchando? Le clavó la rodilla derecha en la costilla.
-Seguro lo soñaste, hermanito-. Le respondió con una sonrisa y enseguida se fue de lleno a picarle las costillas.
Pero él chiquillo frenó el movimiento de sus manos de un manoteo brusco.
-¡No!- gritó tan fuerte que paralizó las facciones de Aldo. Su carita mostraba una inocente ira y conmovedora altanería, con disposición a retar el argumento.
-¡Fue real! ¡Me dijo que volvería esta noche! ¿Acaso no me crees?
En ese momento, Aldo recordó el tema de las alucinaciones.
-A ver, explícame, ¿Cómo llegó a tu ventana El Duende Escarlata? ¿Cómo estaba vestido?
El pequeño quiso hablar pero de pronto el color rojo canela que pintaba sus chapitas desapareció, y sus pupilas comenzaron a moverse hacia arriba como cuando el sol se empieza a ocultar tras una nube, dejando en blanco la parte donde debían ir los ojos. Después inclinó la cabeza al frente y cayó desvanecido encima suyo.
Aldo gritó asustado y se giró cubriéndolo con los brazos para acomodarlo sobre la cama. Volvió a gritar, esta vez con mayor desesperación.
La primera en entrar a la habitación fue la niñera. Aldo no tuvo tiempo de explicarle los detalles de cómo había ocurrido el desvanecimiento del niño, pero no hizo falta; ella, aleccionada, rápidamente abrió el cajón del buró y tomó una ampolleta y una jeringa y comenzó a prepararla.
El señor Octavio entró corriendo como proyectil, con una expresión gélida en el rostro. Y casi de inmediato entró la señora Flor, histérica y embistiendo a su paso la mesita de tareas de Ricardo. Don Octavio le pidió que recuperara el control y ella se quedó inmóvil tras fruncir el rostro para sollozar mientras recogía los brazos en cruz, en un abrazo para sí misma.
Esperaron por algunos minutos, pero la carita de Ricardo seguía más blanca que la cara de un muñeco de nieve.
Alarmado, don Octavio se puso en contacto con el doctor Galván.
-Si han pasado más de cinco minutos y no vuelve en sí, deben traerlo de inmediato a mi clínica.
La familia se había movilizado de inmediato y media hora más tarde, sentado en el regazo de su madre, Aldo recordaba las palabras de su hermano antes de que se desmayara:
"¡El Duende Escarlata! ¡Entró por mi ventana! ¡Platicó conmigo! ¡Me dijo cómo piensa acabar con la maldad de este mundo!"
Limpió con discreción dos lágrimas de su rostro, pues en ese momento el doctor Galván aparecía frente a sus padres.
-Se trató de una recaída mucho más fuerte que las anteriores; esto sucederá más a menudo, de forma creciente. Pasará esta noche en observación hasta que logre recuperarse del todo.
El señor Octavio asintió con la cabeza y enseguida pasaron a la habitación del niño. Él dormía tranquilamente.
La señora Flor deseaba hablar a solas con el señor Octavio, así que envió a Aldo a la cafetería por un par de refrescos de lata, uno para ella y otro para su padre. A Aldo se le antojó una malteada tamaño jumbo y se le hizo buena idea comprar una rosquilla de chocolate para Ricardo; le compartiría su bebida, pues confiaba que a su regreso él estaría ya despierto.
Y así fue, al abrir la puerta, su madre limpiaba con una toallita húmeda la cara modorra de su hermanito.
-Mamá, papá, ¿dónde estoy? ¿Qué me pasó?
-Tranquilo bebé. Estás en una clínica. Te sentiste mal porque te duermes muy tarde-. Le respondió la señora Flor, besándole la mejilla.
De pronto, Ricardo se levantó catapultado como un muñeco de resorte, de los que saltan sorpresivamente de una cajita al desprenderse la tapa.
-¡Mamá! ¿Qué hora es? ¡Dime por favor la hora! ¿Ya es de noche?
-Sí, mi amor. Ya es hora de que duermas-. Le dijo sujetándolo con suavidad.
-¡Llévame pronto a casa, mamita! Debo estar en mi habitación ¿No ves que él va a llegar y no me encontrará? ¡Vamos!
-¿Pero de qué hablas, bebé? , ya es tarde y esta noche nadie nos visitará.
-¡No entiendes, mamá! ¡El Duende Escarlata me visitó ayer por la noche y prometió que hoy lo haría de nuevo para seguir contándome sus aventuras!
-El Duende Escarlata no existe. Solo es un personaje de un cómic.
-¡Si existe! ¡Él entró por mi ventana!- Ricardo frunció las cejas.
La señora Flor puso los ojos en dirección a los de su esposo. Él abrió y cerró los suyos y suspiró.
Fue una batalla admirable la que los señores Rivas se echaron a cuestas para convencer a Ricardo de que se calmara.
-El Duende Escarlata no te puede visitar porque está muy cansado. La vida de un superhéroe es muy ocupada, ¿No ves que tiene muchas misiones secretas que hacer?
Pero el pequeño lloró y pataleó hasta que se quedó sin fuerzas y se volvió a dormir.
A Aldo le dieron instrucciones de tomarse la malteada en la sala de espera en cuanto vieron que su postura era a favor de su hermano.
Pero la malteada terminó encima de la mesita que había junto al sofá y la rosquilla de chocolate la abandonó en el interior de un cesto de basura. Le dio por caminar de un lado para otro, ansioso, con el eco de las palabras de Ricardo en su mente: "Él entró por mí ventana" y su insistencia en ir a casa y no quedarle mal al dichoso superhéroe.
En eso, la puerta del cuarto de su hermano se abrió y vio salir a sus padres discutiendo:
-Algún día esto iba a suceder. El doctor nos lo dijo claramente. ¡Ricardo ya alucina!
-Octavio, quizás sea conveniente que Ricardo no lea más ese cómic.
-De todas formas alucinará; si no es con personajes fantásticos lo será con algo más.
-¿Entonces fingiremos que ese superhéroe existe? ¡Es una locura!
-¡Existe! ¡El Duende Escarlata existe!- Aldo gritó y sintió su cara enrojecer y estirarse con una sonrisa estúpida y delirante. La sangre le fluyó por las venas a exceso de velocidad. Algo le hizo explosión entre la espalda y el pecho. Y estuvo a punto de alzar los brazos en dirección a la puesta del sol y apretar los puños en una pose triunfal, heroica y ridícula, pero se contuvo al darse cuenta que sus padres lo estaban mirando de una forma bastante extraña.
Y ese fue el motivo poderoso que tuvo Aldo para la mañana siguiente irse de "pinta" y llegar hasta el pequeño negocio de sastrería que había visto miles de veces cerca del colegio.
CONTINUARÁ...