A Aldo se le ocurrió enviarle un mensaje a su hermano de una forma muy peculiar:
Un objeto extraño, lanzado desde el jardín, entraría esa tarde por la ventana de la habitación. (abierta por supuesto). Ricardo se le quedaría viendo atentamente por algunos segundos lleno de temor. Después se acercaría cauteloso y descubriría que se trata de una roca de colores envuelta en un pedazo de papel de color rojo; un rojo escarlata en un tono encendido como la piel de una cereza. En él se hallaría inscrito un mensaje:
Ricardo:
Recuerda dejar abierta la ventana.
El Duende Escarlata.
En el rostro de Ricardo se iluminó una gigantesca sonrisa. Era un hecho que esa noche su superhéroe favorito lo visitaría y ante tal increíble noticia comenzó por volverse loco y desatarse como un torbellino dando vueltas por toda la habitación saltando y pegando gritos. Estaba feliz. No le cabía tanta dicha en el corazón. No sólo se alegraba de saber que el superhéroe entraría de nuevo por la ventana, sino que además le había enviado un regalo para él; de seguro que aquella hermosa piedra de colores era del planeta Meraldú, pensó.
Era un gran honor para él recibir semejante obsequio, así que colocó con mucho cuidado aquella piedra preciosa encima de su buró para que cuando el duende estuviera ahí viera el objeto brillar con la luz de la lámpara.
Se puso su mejor pijama y a partir de ese momento el paso del tiempo le pareció interminable.
Y es que desde un par de horas atrás, en cuanto hubo anochecido, Ricardo no se había apartado ni un centímetro de la ventana; parecía un pequeño guardián que vigilaba en lo alto de un castillo de cuento que protegía un gran secreto.
De vez en cuando estiraba el cuello y agudizaba la vista por entre las ramas del abeto que estaba cercano a su habitación.
Pero nada, ahí en la oscuridad nada se movía, ningún ser de otro planeta arribaba al lugar.
Ricardo no se quería perder por nada del mundo el momento exacto de la llegada del famoso Duende en su nave intergaláctica con lucecitas en tonos cerezas. Pero ahí, en medio del patio, solo estaba el viejo abeto, rodeado por la oscuridad de la noche, y cuyas ramas se mecían al compás de un viento suave pero vertiginoso.
Del duende ni una sola luz.
De pronto tuvo la sensación de que la oscuridad de la noche se volvía tremendamente macabra; adquiriendo un tono espeluznante, voraz, como una escena misteriosa de alguna película de terror, cuando se está a punto de ocurrir un crimen. La extraña panorámica le recordó el episodio de la noche anterior; el de la mujer fantasma que lo llamaba por su nombre y arrastraba cadenas en el pasillo.
Retrocedió atemorizado. Pensó en cerrar la ventana pero repuso que de hacerlo, Axel, El Duende Escarlata, no hallaría forma alguna de entrar.
Decidió solo apartarse y regresar a su cama. Miró por enésima vez el reloj. Las manecillas, vencidas por su mirada insistente, marcaban la hora esperada.
Era ya la media noche y a partir de ese instante, Ricardo ya no despegó los ojos de la ventana ni por un momento. El viento nocturno que circulaba por toda la habitación y que le golpeaba suavemente el rostro, le provocó un bostezo gigantesco.
Vino un segundo bostezo pero lo disipó como pudo y tomó entre las manos el ejemplar del cómic para entretenerse.
Pero siguieron pasando los minutos y nada.
De nuevo comenzó a ser atacado por una ráfaga de incesantes bostezos. Vino uno, después otro, otro más, y finalmente otro; entre cada uno le lloraron los ojitos. La espera lo estaba cansando. Tenía la cabeza de lado, a veces se le iba para atrás, reparaba en la espera y reaccionaba, luego su cabeza volvía a balancearse pero ahora hacia adelante, y después se mecía desde atrás hacia adelante, y viceversa; una y otra vez, y entre esas brincaban sus hombros repentinamente para tratar de recuperar el sentido y la postura.
–No vendrá- dijo con tristeza y se levantó de la cama para caminar hasta la ventana y asomarse por última vez al jardín. Miró al cielo. La luz de la luna llena iluminaba las ramas del abeto.
Lanzó un suspiro de decepción y después volvió a la cama.
-Tal vez se haya encontrado con otra misión que cumplir-. Supuso. –Lo sabré cuando papá compre el siguiente episodio.
Se convenció de que nada ocurriría esa noche y se enredó como capullo entre las sábanas. Puso el ejemplar de la revista sobre el buró junto a la piedra de colores y apagó la luz.
Cerró los ojos.
Respiró profundo seguidas veces y tras ello, comenzó a dejarse envolver por una nube suave y delicada, que lo desvanecía lentamente en un fondo de paz…
Pero de repente, un ruido…