—Veinticinco años… —murmuró, casi para si mismo—. Debe haber sido una eternidad para él.
Sin más dilación, empujo la puerta y entró.
La habitación era sencilla, con paredes en tonos neutros y una gran ventana por la que se filtraba la luz de la tarde. Un par de máquinas medicas emitían un pitido monótono, llenando el ambiente de una serenidad artificial.
En la cama, un hombre de cabello canoso y rostro demacrado yacía en silencio, con los ojos cerrados. Su respiración era pausada, pero su expresión reflejaba agotamiento profundo, más allá de lo físico.
Durante años, había hecho todo lo posible por esconderse. El hombre que alguna vez lo llamó padre lo había buscado sin descanso, sin éxito... solo para descubrir que, todo este tiempo, había estado más cerca de lo que imaginaba.
El recién llegado se acerco lentamente y tomo asiento en la única silla junto a la cama. Se inclino apenas, estudiando el rostro del anciano con una mezcla de burla y desprecio.
—Vaya, padre… —su voz destilaba ironía—. No puedo decir que sea un placer verte así, pero… bueno, aquí estamos.
Los parpados del hombre en la cama temblaron ligeramente, como si reconociera aquella voz incluso en su estado de debilidad.
El visitante sonrió con suficiencia.
—Despierta, Ethan. Tenemos asuntos pendientes.
Ethan Miller tardo unos segundos en reaccionar. Sus ojos, hundidos y cansado, se abrieron con esfuerzo, enfocándose lentamente en la figura que tenia delante. Al reconocerlo, su expresión de la confusión al desconcierto y luego a una sombría resignación.
—Tú… —su voz era apenas un susurro, áspera y desgastada por los años—. No pensé que volvería a verte.
El hombre sonrió, ladeando la cabeza con fingida curiosidad.
—¿Eso pensaste? —se acomodó en la silla, cruzando una pierna sobre la pierna con despreocupación—. Que ingenuo de tu parte, padre.
Ethan inspiró con dificultad, su pecho alcanzándose de manera irregular. La tensión en la habitación era palpable.
—No tiene derecho a llamarme así —murmuro con amargura.
—Oh, vamos. Dejemos la hipocresía —el visitante se inclino hacia él. Su sonrisa helada—. Ambos sabemos que no estoy aquí por sentimentalismos.
Ethan cerró los ojos un instante, como si intentara reunir fuerzas antes de hablar.
—¿Qué quieres, James?
El hombre dejo escapar una risa baja, carente de humor.
—Vaya, ni siquiera intentas fingir que te alegras de verme. Que decepcionante.
Ethan no respondió. Sus ojos lo observaban con una mezcla de cansancio y algo más difícil de definir: ¿pena, quizá?
—Sabes lo que quiero —continuó James, su tono volviéndose más serio
Ethan se mantuvo en silencio, pero su mandíbula se tensó ligeramente, confirmado lo que James sospechaba.
—¿Dónde está el documento, padre?
La pregunta quedo flotando en el aire, cargada de expectativa y amenaza.
Ethan sostuvo su mirada sin responder de inmediato, pero en sus ojos se encendió un destello de desafío.
—No lo sé —susurro finalmente.
James apretó los labios en una sonrisa tensa, chasqueando la lengua con fingida decepción.
—¿Eso es lo mejor que puedes decirme? —apoyo un codo en el brazo de la silla y llevo una mano a su barbilla, como si estuviera considerando algo—. No me hagas perder el tiempo, viejo.
Ethan lo miro con firmeza, y por primera vez, James noto algo que lo molestó profundamente: en su estado débil y postrado, su ya anciano padre no mostraba miedo.
—Aunque lo supiera, jamás te lo diría —dijo Ethan con una calma que solo avivo la ira de su hijo.
La sonrisa de James se desvaneció. Se inclino aún más, su rostro quedando a escasos centímetros del de su padre.
—Oh, ya veremos… —susurro con un filo peligroso en la voz.
El silencio se extendió entre ambos, cargando de amenazas no pronunciadas y viejas heridas que aún sangraban en lo mas profundo de su historia.
Ethan sostuvo la mirada de James sin pestañear, su postura frágil contrastado con la firmeza de su expresión. No había temor en sus ojos, y eso solo sirvió para avivar la frustración de su hijo.
James se enderezo lentamente, recomponiendo su expresión en una sonrisa gélida.
—Sabes, padre… pensé que el tiempo que estuviste escondido con esa niña te habría hecho mas sensato. Pero sigues igual de terco.
Ethan se quedo en silencio ante su comentario, su rostro impasible, pero sus manos temblaban levemente sobre las sábanas.
James inclinó ligeramente la cabeza, su sonrisa ensanchándose con frialdad.
—No hagas que las cosas sean tan difíciles, Ethan… Sabes de lo que soy capaz.
Ethan inspiro profundamente, sin apartar la mirada de James. Sus ojos, aunque cansados, destilaban una firmeza inquebrantable.
—No necesito que me recuerde de lo que eres capaz —respondió con voz serena—. Lo has demostrado más de una vez.
James esbozo una sonrisa ladeada, pero sus ojos reflejaban impaciencia.
—Entonces deberías ahorrarte el heroísmo y decirme lo que quiero saber.
Se inclino ligeramente hacia él, su sombra proyectándose en la cama.
—¿Dónde está el documento? —pregunto con un tono que bordeaba la dulzura venenosa.
Ethan no respondió de inmediato. En su mente, la imagen de su nieta apareció fugaz mente. Su instinto paternal rugía en su interior, pero su rostro permaneció impasible.
—No lo sé.
James suspiro y se enderezo, negando con la cabeza como si estuviera tratando con un niño testarudo.
—No me mientas, papa… —Su voz se tornó fría, cortante—. Se que lo ocultaste antes de adoptar a esa estúpida mocosa y desaparecer. Ahora no me hagas repetirme. Dime donde esta y tal vez… solo tal vez, considere ser indulgente contigo.
Ethan apoyó sus manos sobre la sabana, con los nudillos pálidos por la presión.
—Si realmente supieras lo que es la indulgencia, no estaríamos teniendo esta conversación.
James apretó la mandíbula. Sus ojos centellearon con rabia contenida.
—No te hagas el mártir, viejo —espeto con dureza—. Si crees que con tu silencio la estas protegiendo. Estas muy equivocado.
Ethan sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero dejó que su expresión flaquera.
—Si realmente hubieras logrado encontrarla no hubiese venido aquí solo. Este hecho, me hace pensar sobre tus pocas habilidades.