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Chapter 41 - ¿Qué hará si no le dice donde se encuentra?

Liliana permaneció todo el día en el hotel, revisando minuciosamente cada una de las grabaciones que le habían entregado. Su mirada estaba fija en la pantalla, analizando cada detalla, cada movimiento.

El tiempo transcurría sin que ella lo notara. Su vista comenzaba a cansarse con cada imagen que revisaba.

Con un suspiro, se recargo en el respaldo de la silla y cerro los ojos por un instante. Su mente repasaba lo que había visto tratando de unir las piezas sueltas.

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Cuando el coche se detuvo frente al pequeño hospital, las miradas de los pacientes y transeúntes se posaron de inmediato en él. En aquel pueblo modesto, no era común ver un automóvil de semejante lujo.

Dentro del vehículo, un hombre observaba el edificio con evidente desagrado. Su expresión se torció en una mueca de asco mientras recorría el lugar con la mirada.

—¿Realmente… está aquí? —pregunto con condescendencia, sin molestarse en disimular su incredulidad.

Su asistente, sentado a su lado, asintió con discreción.

—Si, señor. Ha vivido aquí desde su última recaída… hace cinco años.

El hombre soltó un bufido burlón y sacudió la cabeza.

—¿De verdad esperas que me lo crea? —rio sin humor, como si la idea le resultara absurda.

Su vista volvió a posarse en la fachada del hospital, examinándola con detenimiento, como si esperara que su propia desconfianza le revelara algo oculto.

—¿Qué hay de la chica? —pregunto finalmente, sin apartar la vista de la entrada.

El asistente bajó la mirada hacia la carpeta de documentos que tenía en las manos.

—Ha sido imposible encontrar información detallada sobre ella… Solo hay registros de su adopción.

El hombre entrecerró los ojos, pensativos, antes de esbozar una sonrisa sarcástica.

—Parece que su perdida fue más dolorosa de lo que imagine… ——murmuró, dejando que sus palabras flotaran en el aire por un instante antes de añadir con burla—. Parece que aún sigue teniendo miedo.

El asistente no respondió de inmediato. Sabía que cualquier palabra fuera de lugar podría alterar el delicado equilibrio de la conversación. En su lugar, deslizo un documento sobre el tablero del coche.

—Esto es todo lo que conseguimos.

El hombre tomó el papel sin apuro, hojeándolo con una ceja arqueada. Solo contenía una fecha de nacimiento y la foto de una niña de cinco años.

—Insuficiente —sentenció con frialdad, dejando caer los documentos en su regazo—. Si ha logrado mantenerla oculta por tanto tiempo, debe ser muy preciada para él.

El asistente se movió ligeramente en su asiento.

—¿Sabes cómo se llama la joven?

—Los registros que hemos obtenido hasta ahora solo mencionan el nombre de Violeta. No hay rastro de un apellino ni fotos recientes de ella… solo algunas tomadas en el orfanato.

Los dedos del hombre tamborileaban sobre su rodilla mientras su mirada seguía fija en la entrada del hospital. Un par de enfermeras cruzaron la puerta con semblante despreocupado. Todo parecía tan normal… tan patéticamente tranquilo.

—Vamos a entrar —decidió de pronto, girándose hacia su asistente con una sonrisa gélida—. Es hora de saludar a mi querido padre.

El asistente trago en seco, asintiendo sin decir una palabra. Sabia que cuestionar aquella decisión no era una opción.

El hombre ajusto el cuello de su traje antes de abrir la puerta del coche y descender con calma medida. El aire fresco de la tarde le golpeó el rostro, pero no mostro reacción alguna. Con paso firmes, cruzo la calle y se encamino hacia la entrada del hospital.

El edificio tenía un aire antiguo, con paredes desgastas por el tiempo y ventanas que reflejaban la pálida luz del día. No era un sitio en el que esperaría encontrar a alguien como su padre… y, sin embargo, ahí estaba.

Al ingresar, el interior lucía en mejores condiciones que el exterior. Las instalaciones parecían haber sido renovadas recientemente. El característico aroma del desinfectante le golpeo la nariz. Recorrió el vestíbulo con la mirada hasta la recepción, donde una enfermera hojeaba unos documentos sin prestarle atención.

—¿En qué puedo ayudarlo? —pregunto la recepcionista con una sonrisa ensayada, alzando la vista de su escritorio.

El le dedico una mirada fría y cortante antes de responder.

—Vendo a ver al señor Ethan Miller.

La sonrisa de la mujer titubeo por un segundo.

—¿Es usted familiar?

El hombre inclino ligeramente la cabeza, su expresión indescifrable.

—Digamos que… soy su legado.

La recepcionista frunció el ceño, claramente desconcertada por su respuesta. Dudo por un momento, observándolo con cautela desde el otro lado del mostrador. Su porte imponente y su apariencia refinada la hicieron dudar de si debería insistir. Con rapidez, echo un vistazo a la pantalla de su ordenador y comenzó a teclear.

—El señor Miller esta en la sala de reposo, en el tercer piso. ¿Podría darme su nombre para anotarlo en el registro de visita?

El hombre la observo con frialdad. Una sombra de asco y rabia cruzó su rostro.

—Eso no será necesario. Espero que no vuelva a ocurrir.

Su tono afilado dejo en claro que no estaba haciendo una solicitud, sino dando una orden. La recepcionista dudó, su mirada oscilando entre el y el asistente que aguardaba en silencio a unos pasos de distancia. Finalmente, opto por no insistir y asintió con rigidez.

—Tome el ascensor al final del pasillo. Habitación 312.

Sin más, el hombre enderezo su postura y se encamino en la dirección indicada. Su asistente lo siguió en silencio, con el gesto tenso.

—Señor… ¿Cree usted que el dirá la ubicación del documento? —murmuró una vez dentro del ascensor.

El hombre sonrió una expresión gélida y carente de humor.

—Oh, no lo se. Pero si no lo hace… encontraremos la forma de que lo haga.

El ascensor se detuvo con un leve tintineo, y las puertas se deslizaron con suavidad. Un pasillo largo y silencioso se extendió frente a ellos, iluminando por luces blancas que proyectaban un resplandor frío sobre el suelo impecable.

El hombre avanzo sin prisa, cada paso resonando con una cadencia pausada pero firme. Su asistente lo seguía de cerca, manteniendo la vista al frente.

Al llegar a la habitación 312, se detuvo ante la puerta. Su mano se cerro en torno al pomo por un instante, pero en lugar de girarlo de inmediato, esbozo una sonrisa torcida.