William no supo cuánto tiempo estuvo en la sala privada; su semblante reflejaba la inquietud de sus emociones, algo que no era habitual en él. La confusión y la rabia se mezclaban en su interior, formando un tormenta que amenazaba con desbordarse.
La grabación le había dejado mas preguntas que respuestas. Si lo que Ivonne decía era cierto, si realmente había estado controlada y no pudo ayudar a tiempo... Un peso opresivo cayó sobre su pecho, incrementando malestar en su ya frágil ser. ¿Quién estaba detrás de todo? ¿Y por qué Rebeca?
Los recuerdos de Rebeca eran una daga constante: su risa, sus gestos, la forma que iluminaba su mundo... Durante años, nunca dejó de llorar su pérdida. Un nudo se formo en su garganta y sus ojos enrojecieron. Con una inhalación profunda, logró calmar sus emociones. Una mirada decidida remplazó la duda en su rostro mientras se levantaba. Sin embargo, al hacerlo, un repentino mareo lo golpeó. Para evitar caer, se sostuvo de la mesa, esperando a que la sensación pasara antes de dirigirse a la puerta.
Antes de salir, su mirada se posó brevemente en el espejo de la pared. El reflejo que lo observaba devolvía una imagen de desoladora, llena de vulnerabilidad. Cerro los ojos por un momento y, con esfuerzo, recompuso de habitual semblante.
Cundo finalmente cruzó la puerta, otro mareo más severo hizo que se detuviera por completo. Esto no era normal. Apenas había bebido lo suficiente como para sentirse así. Mientras el malestar se intensificaba, una certeza inquietante se instaló en su mente: algo no iba bien y lo sabia. Mordió la parte interna de su mejilla, y el sabor metálico de la sangre lo inundó, obligándose a mantenerse alerta. Sentía mas calor de lo habitual, como si su cuerpo estuviera al límite.
Haciendo un gran esfuerzo por mantenerse erguido, notó que un camarero que pasaba se detuvo al verlo.
- ¿Señor, se encuentra bien? -pregunto el joven, mientras observaba a William.
- ¡Avise a su encargado! -ordenó William, su voz firme a pesar del evidente esfuerzo por no desplomarse.
El joven hizo un asentamiento y se dio la vuelta para buscar a su superior.
Mientras se alejaba, William intentó retroceder hacia la sala privada. Sin embargo el lugar estaba envuelto en un extraño silencio, algo inusual incluso para esa altas hora de la noche. Fue entonces cuando escuchó un murmullo de voces susurrando a poca distancia. Inicialmente no prestó atención, hasta que una palabra captó toda su atención: su nombre.
Intrigado se acerco lentamente al origen de estas, haciendo todo lo posible por no ser visto. Se ocultó detrás de una la columna, esforzándose por escuchar con mayor claridad.
- ¿Cómo está? -preguntó una voz grave.
- Parece que esta haciendo efecto. Lo encontré bastante mareado -respondió otra voz, mas suave, cargada de nerviosismo.- Ya hice lo que me pediste, dámelo.
Hubo una breve pausa antes de que el hombre grave hablara nuevamente.
- Ten. -El tono era frío mientras se escuchaba el leve sonido de algo siendo entregado-. No vuelvas a aparecer nunca más. Con esto tienes lo suficiente para vivir cómodamente el resto de tu vida.
- ¿Qué le pasara a ese caballero? -preguntó el joven, con algo de duda y preocupación.
El hombre soltó una carcajada seca, cargada de desprecio.
- ¿Ahora quieres ser un buen samaritano? -respondió, con burla evidente.
Ante la respuesta, el joven bajo la mirada y se apresuro a marcharse, desapareciendo rápidamente del lugar. Cuando desapareció ya no hubo rastro de él, el hombre volvió a hablar, esta vez con tono mas autoritario
- Vayan a por él. -Su voz resonó como una sentencia.
William, al escuchar la última frase, hizo gran esfuerzo por no moverse del lugar. Gracias a la poca iluminación de la zona, los hombres no lo percibieron mientras avanzaban hacia la sala privada.
- ¡No esta! -Grito uno de ellos desde el interior de la sala.
- ¡Pues búsquenlo! No puede haber ido muy lejos en su condición -ordeno el hombre con voz grave.
Mientras los hombres de dispersaban para buscarlo, William salió del lugar con movimientos lentos y precavidos. El mareo era cada vez mas intenso, su visión comenzaba a nublarse y el calor no paraba de aumentar junto con su respiración. Con la respiración entrecortada, reunió las fuerzas que le quedaban se dirigió, hasta el ascensor. Por suerte no tuvo que esperar mucho, ya que se encontraba en la piso.
Cuando las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a moverse, soltó un leve suspiro de alivio, aunque su mente seguía en alerta.
Al llegar a su destino, espero un momento antes de salir, asegurándose de que no hubiera nadie en el pasillo. Tras comprobar que estaba despejado, comenzó a caminar, tambaleándose ligeramente, hasta distinguir un carrito de la limpieza abandonado frente a una habitación.
Empujo la puerta y entró. Dentro una joven estaba cambiando las sabanas de la cama, completamente ajena a su presencia hasta que escuchó el sonido de la puerta cerrándose.
- ¡Salga! -ordeno William con voz firme, aunque cargada de esfuerzo.
La joven se dio la vuelta sobresaltada, mirando al hombre que acababa de entrar. Algo le decía que debía irse en ese momento. Con mezcla de confusión y miedo asintió la y rápidamente salió de la habitación con la cabeza gacha, dejan atrás el trabajo sin terminar.
Tras salir la joven, toda la tensión en su cuerpo se fue, permitiendo que se relajara. Comenzó a desvestirse, en ese momento necesitaba una ducha, con intención de dirigirse a este, con pasos pesados.
Un sonido repentino, algo que caía al suelo, hizo que se detuviera. Volviendo a ponerse en guardia. Se dirigió hacia la fuente del sonido, sus pasos cautelosos y medidos.
Al llegar al lugar del sonido, encontró a una joven tratando de incorporarse. Su cabello rizado cubría su rostro, dejando ver la parte superior de su espalda. Llevaba un vestido color borgoña que le dificultaba el movimiento.
- Disculpe la habitación esta ocupada -dijo William con voz autoritaria, y cargada de desconfianza.
La joven se sobresalto al escucharle, levanto su mirada hacia él. Sus ojos parecían buscará alguna pista de las intenciones del hombre que tenía frente a ella. Sin dejar de observarlo, respondió con un hilo de voz:
-Lo siento... Pensé que estaba vacía...
Ninguno hizo movimiento alguno, ambos se observaban mutuamente, la sensación de calor no disminuía, generando incomodidad en ambos.
William estudio a la mujer. Su mirada vidriosa y el rubor en su rostro delataban su estado. Sus movimiento eran inquietos, como si tratara de resistirse a algo que no podía controlar del todo. Por su parte, no podía ignorar la punzada de incomodidad que persistía en su cuerpo, una mezcla de confusión y la necesidad que parecía emana de un lugar mas profundo e irracional.
No supo en que momento sus pies comenzaron a moverse hacia ella. A pesar de que su visión seguía borrosa, se esforzó por enfocar su mirada en su rostro, intentado descifrar cada uno de sus detalles.
La respiración de ambos se entrelazaba en el silencio de la habitación, creando una atmosfera cargada de incertidumbre. Ninguno parecía romper el momento, como si significara dar un paso irreversible.
La joven dejo que su mirada recorriera el cuerpo del hombre. Su camisa, parcialmente desabotonada, dejaba ver su tonificado torso. Su mirada volvió a encontrase con la de él, apretándola en un cruce de emociones que ninguno terminada de comprender.
William, sin apartar los ojos de los suyos, percibía cada detalle de la joven: la forma en que sus labios entreabiertos parecían buscar palabras que no llegaban, el ligero temblor de sus manos y la lucha interna reflejaban sus movimientos.
- Yo...
No pudo terminar de hablar. Cuando unos labios se apoderaron de los suyos en un frenesí cargado de lujuria y deseo primitivo. El avance fue directo, hambriento, dejando poco espacio para dudas o titubeos.
La joven, sorprendida al principio, sintió como el calor en su cuerpo se intensificaba, consumiéndola por completo.