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Chapter 6 - SOL DE OTOÑO

Una semana de clases había transcurrido.

Las cosas no habían cambiado demasiado.

La mayoría del curso permanecía ignorando mi presencia, sobre todo las chicas.

Algunos varones se habían acercado a saludar y había conversado con ellos, pero con urgencia necesitaba una amiga.

La única con la que había formado una cercana relación, era con Micaela, la muchacha que atendía la cantina. Ella tenía unos 25 años, muy simpática y divertida. Allí pasaba casi todos los recreos, escapando de la soledad y la indiferencia de mis compañeros.

—Hola, Sol—dijo Mica al verme entrar por la puerta de la cantina.

—¿Cómo va todo por aquí?

—Muy tranquilo, siempre el primer recreo es así—me explica—. ¿Cómo vas con las chicas del curso?

—Igual—le respondo sentándome en una banqueta frente al mostrador.

—Seguramente es por Cristal. Ella domina al grupo, si le pareces una amenaza...te mantendrá lejos de todas.

—¿Yo una amenaza?—cuestioné asombrada

—Claro, Sol, eres bonita, simpática y la novedad...

—No hablas en serio. ¡¡Cristal jamás se podría sentir amenazada por alguien como yo!!—dije riendo por sus palabras.

—La conozco desde que venía a primaria, siempre actúa de la misma manera... Otras chicas han sufrido lo mismo que tú.

Un grupo de muchachos entraron a la cantina haciendo bullicio y riendo en voz alta. Por sus remeras de la promo identifiqué que eran de sexto año. Me alejé un poco para darles lugar a comprar.

—Hola, Mica—dijo uno de ellos—, queremos dos gaseosas y un paquete de galletas.

Cuando levanté la vista desde mi lugar, me encontré con la mirada del rubio, ese con el que choqué el primer día.

—Sol,¿verdad?—dijo mientras se acercaba hacia mí—. ¿Cómo has estado?

—Bien—respondí con timidez.

—¿Qué te parece el colegio? ¿Te has adaptado?

—Me cuesta todavía.

Su ceño se frunce y sus ojos se achinan. Me mira extraño y luego dice.

—No eres de Rosario... ¿verdad?

—No—respondo bajando la mirada—. Soy de Córdoba.

—¡Una cordobesa!—dice sonriendo e imitando mi tonada de forma divertida.

—¡Gael!—grita uno de sus amigos llamando su atención—. ¡Nos vamos!

«Ahora sé que su nombre es Gael».

—¡Los alcanzo en un momento!—responde y regresa la mirada hacia mí.

—Soy Gael Serrano, un gusto tener a una cordobesa por aquí, me encantan las cordobesas—dice en forma seductora.

Mica me mira con una sonrisa cómplice y me guiña un ojo.

—Algún día... podríamos... salir ¿qué dices?

Lo miro sorprendida. No puedo creer que este chico, que acaba de conocerme, ya me está invitando a salir. Nunca me había pasado algo así con un chico. Menos con uno tan lindo.

—No lo creo—respondo.

Veo la sorpresa en su rostro, como si nunca en su vida una chica se hubiera negado a salir con él.

—Okey—rasca su nuca como desconcertado—. Quizás más adelante, cuando nos conozcamos mejor—agrega mordiendo su labio para frenar la amplia sonrisa de su boca—. Nos veremos pronto, Sol.

Cuando sale de la cantina, Mica suelta una risa y agrega:

—¡¡Cristal morirá de bronca!!

—¿Por?

—Gael era su novio, terminaron hace unos meses, se comenta que él la cortó... al parecer ella quiere regresar... lo persigue en forma insistente.

«Oh, lo que me faltaba, un motivo más para que Cristal me odie».

...

El domingo en la iglesia estuve sola casi todo el tiempo. Bruno se hizo amigo del hijo del pastor, y andaban juntos para todos lados.

Unas señoras muy amables se acercaron a saludarme y también dos chicos jóvenes. Pero las únicas dos chicas adolescentes que hay al parecer son muy amigas entre ellas y no se mostraron interesadas en incluirme, me saludaron de compromiso y luego de unas pocas palabras se marcharon.

Siento que todo está en mi contra desde que llegamos a Rosario. Las chicas de la escuela me odian, y también las de la iglesia.

«Nada me sale bien».

En Córdoba tenía muchas amigas en la iglesia y en la escuela. Siempre he sido sociable y extrovertida. Me sentía feliz y segura.

En unos pocos días, todo ha cambiado en mi vida, nada parece resultar bien.

«¿Por qué me pasa todo esto a mí? Dios me debe estar castigando por algo malo que hice… o tengo algo malo», pensé.

No tenía ganas de regresar a la iglesia. Ni tampoco de ir al colegio. Quería encerrarme en mi cuarto hasta que papá terminara la publicación de su libro y pudiéramos regresar a casa, a Córdoba, a mi vida normal y feliz.

«Dios, ¿por qué no me envías un rayo del cielo y acabas con mis sufrimientos?».

...

Papá estaba abocado a terminar el libro.

Desde muy temprano en la mañana se encerraba en su escritorio y pasaba horas leyendo y escribiendo.

Por las tardes su editor y él trabajaban en las correcciones, a veces en casa y otras en el instituto.Llegaba por las noches, agotado.

El nuevo ritmo de actividades de Rosario nos había distanciado bastante.

Por momentos sentía que también había perdido a mi familia, y eso me ponía triste y melancólica. Lo único que hacía era encerrarme en mi cuarto, escuchar música, hacer mis tareas o mirar televisión durante largas horas. Salteaba las comidas, porque odiaba tener que recalentarme un plato de comida y almorzar sola.

«Ahora sí puedo comprender a aquellos que sufren depresión, sé exactamente lo que se siente no querer levantarse de la cama, no querer enfrentar la vida y las personas».

Mamá fue la primera en notar mi decaimiento y cambio de humor. Casi no hablaba y hasta mi apetito también estaba desapareciendo.

—¿Te inscribiste en el equipo de fútbol?—me preguntó una tarde al verme tirada frente al televisor.

—No lo sé, quizás sea una mala idea—respondí sin ánimo.

Hasta había perdido el interés de inscribirme y jugar. Veía todo de forma negativa y pesimista.

—¡Vamos, Sol!—insistió—. Siempre has querido formar parte de un equipo, ¿por qué no lo intentas? Quizás te sorprendas y hagas nuevas amigas allí. No puedes pasarte todo el día encerrada en casa…

Mamá tenía razón.

Sabía que no estaba bien.

«Mi estilo de vida espatético, y debe cambiar».

A la mañana siguiente, en el primer recreo, fui hasta el gimnasio y me anoté en el equipo de fútbol femenino. Con ese solo paso, mi humor cambió. Puse mis expectativas en aquel grupo de chicas que no conocía, rogando que allí pudiera encontrar las amigas que no tenía.

...

Las prácticas del equipo comenzaron unos días después.

La escuela está inscripta en la LIFUS (Liga de Fútbol de Colegios Secundarios), y participaba de competencias a nivel provincial y nacional. Eso me incentiva a entrenar y prepararme para dar lo mejor.

Los entrenamientos serán tres veces a la semana y los partidos y campeonatos, los días sábado por la mañana o tarde.

Estoy tan emocionada. El fútbol es una de mis grandes pasiones. Siempre soñé con jugar en un equipo estable, y no solo en los campeonatos de la iglesia una vez al año o en un partido de campamento.

Luego de la escuela, almuerzo en la cantina y me dirijo al vestuario para cambiarme y prepararme para el primer entrenamiento.

Al entrar me encuentro con varias chicas de mi curso.

—Hola, Sol—dice Leila al verme llegar.

—Hola—les digo mientras comienzo a sacarme el uniforme.

—¿Te inscribiste para el equipo de hockey?—pregunta Nair, una de las amigas de Cristal.

—No, vine al entrenamiento de fútbol.

—¡Fútbol!—exclama Leila—. Ese deporte es muy violento, ¿no tienes miedo a quedar como una machona?

Sonrío ante su comentario.

—Me gusta el fútbol.

—Pero ese equipo nunca ha ganado nada, son unas perdedoras—explica Nair—. En cambio, nosotras tenemos el título de campeonas provinciales.

—Cuando en junio vayamos a las olimpiadas en Santa Fe, terminarás llorando con ellas, como todos los años, nunca han ganado nada—exclama Leila.

—Todas las futbolistas son unas brutas y ordinarias—murmura Nair.

—Chicas, chicas... no molesten a la nuevita—se escucha desde el otro lado de la puerta del baño.

«Conozco esa voz. Es Cristal».

Abre la puerta con su vestimenta de hockey puesta y debo admitir que le queda muy bien. Parece una modelo de ropa deportiva. Cristal es alta y delgada, sus largas piernas lucen muy bien con aquella pollera pantalón y las medias rosas hasta sus rodillas. Lleva sus rubios cabellos recogidos en una coleta y se ve bien aun sin maquillaje.

Camina pasando a mi lado con aires de grandeza. Mira a sus amigas y comenta: —Creo que será bueno verla traspirar y correr con ese grupo de perdedoras. Cada quien a donde pertenece—una arrogante sonrisa en su rostro hace que mi estómago se estruje.

De pronto, siento ganas de tirar de sus hermosos cabellos rubios y darle un fuerte golpe en esas delicadas mejillas rosadas y perfectas.

«¿Qué me pasa? yo no soy así, yo no pienso así».

Bajo la cabeza y continúo guardando mi uniforme y sacando de la mochila unos shorts, una camisera y mis botines.

Se miran escandalizadas y Cristal les hace seña de que salgan.

—Vamos, chicas, dejemos a la nueva ponerse su uniforme de muchachito— y todas rieron.

Cierro los ojos con fuerza y cuento hasta diez para no responder a su insulto.

Gracias a Dios todas se fueron del vestuario y puedo terminar de arreglarme para ir al entrenamiento.

Al llegar a la cancha de fútbol veo en una punta el equipo de varones haciendo pre calentamiento.

Todos corren y saltan sobre la línea detrás del arco.

Rápidamente distingo a Gael entre ellos. Sus cabellos claros brillan bajo el sol de esta hermosa tarde de marzo.

La entrenadora toca el silbato, llamando al grupo de chicas justo en el arco contrario.

Me acerco con timidez. Son unas quince chicas de diferentes cursos de la escuela.

Valeria es nuestra entrenadora. Lleva tres años con el equipo. Se presenta y nos pregunta nuestra posición en la cancha. La mayoría son defensoras y medio campistas.

—Bueno, Sol, eres nueva en el equipo... ¿cuál es tu posición?—me pregunta.

—Soy delantero, pero juego en medio campo también.

—¡Un delantero!—exclama una de las chicas.

—¡Justo lo que necesitamos!—agrega Valeria entusiasmada—. Nunca hemos tenido nadie que se sienta cómodo en esa posición—me mira y entiendo que su preocupación es mi baja estatura.

—Soy pequeña pero veloz—le aclaro y ella sonríe—, digamos que Messi no es muy alto, y eso no le impide ser el mejor del mundo—agrego y todas ríen. Ya me caen bien estas chicas.

Corremos alrededor de la cancha, luego hacemos unos ejercicios de estiramiento y comenzamos a practicar pases de a dos.

Al terminar el entrenamiento, he conocido a Jazmín y Antonella, son de sexto año. Las dos son simpáticas y se mostraron muy amigables. También Luz y Dana, ellas son de tercero. Mara y Vicky son de quinto y llevan varios años en el equipo.

Esa tarde llego a casa cansada, pero feliz. Este grupo de chicas serán mis amigas. No importa que en mi curso no tenga ninguna amiga. Sé que puedo contar con este equipo y ya quiero jugar con ellas en un verdadero partido.

...

Luego de un mes de clases las cosas siguen igual.

Cristal y las chicas de mi curso me tratan como si tuviera una enfermedad contagiosa. Javi y Timo dicen que están celosas.

«¿Celosas de mí? Es una locura».

Los entrenamientos van cada día mejor. Comenzamos a entendernos cada vez más y a hacer jugadas preparadas. Valeria está muy contenta y dice que cree que este año podemos mejorar el nivel del colegio en la tabla de posiciones, donde siempre estamos cerca del final de tabla.

En el recreo voy nuevamente a la cantina.

Mica está atendiendo a un montón de chicos amontonados, así que me dirijo a un rincón donde pueda estar tranquila cerca de una ventana. Ojeo mi celular y me distraigo con eso. Pero unas voces cercanas llaman mi atención.

Levanto la vista y en una mesa cercana a donde estoy se encuentran Gael y un par de amigos. Están tomando una gaseosa y riendo. Gael está de espaldas, así que no puede verme.

Cristal llega con Leila y Nair. Acercan unas sillas y se instalan cerca de los chicos. Ellos se muestran felices de su presencia.

—Quería invitarlos a una fiesta que voy a hacer el fin de semana—decía Cristal sonriendo—. Ustedes no pueden faltar. Será una noche super divertida y habrá buena música y tragos...

—¡Seguro! Allí estaremos—respondieron casi a coro.

—Pueden traer algunos amigos del equipo de fútbol—agregó Nair—. ¡Nos encantan los futbolistas!

Ellos rieron.

—Espero que vayas, Gael, mi madre te extraña y le encantará verte—agregó Cristal acercándose a él y tocando sus cabellos.

—No creo que pueda—responde sacudiendo la cabeza para sacar la mano de la rubia.

—¡Vamos, Gael! Claro que puedes ir—insistieron los muchachos.

Cristal se acerca aún más y susurra algo a su oído. Le da un beso en la mejilla y se retira.

Leila y Nair la siguen como perritos falderos.

Hubiera querido ver el rostro de Gael. ¿Qué le habrá dicho Cristal? ¿Iría a la fiesta?

«¿Por qué debía importarme lo que hicieran?».

...

El equipo recibió la invitación de un colegio cercano para unas olimpiadas que sería en dos semanas, donde participarían cuatro colegios de la zona. Sería en fútbol femenino y masculino, hockey femenino, vóley masculino y femenino.

Valeria reforzó los entrenamientos. Así que esas dos semanas nos quedamos todos los días después de clases. Los varones también, así que nos cruzábamos seguido con Gael en los entrenamientos.

—Hola, Sol.

—Hola, Gael, ¿cómo van los entrenamientos?

—Bien, ¡Augusto nos está matando!—comentó secando su frente con una toalla.

Los dos caminamos hacía un recipiente de agua fresca al costado de la cancha.

—Te he estado observando... Eres buena—dice mientras tomamos agua.

—Me defiendo—respondí con una sonrisa—, también eres bueno.

—Ah, sí, eso dicen—susurra son aires de ganador—. Debo hacerle honor al puesto de capitán.

—¿Qué tal los equipos que enfrentaremos? ¿Cuál crees que es el rival más fuerte?

—El Santo Tomás—me explica—, en ese colegio casi son todos federados y juegan en clubes de primera. Entrenan muchísimo. El año pasado perdimos la final contra ellos. Sobresalen en todos los deportes.

—Puede ser que este año no tengan tanta suerte.

Un fuerte silbato nos interrumpe y debemos regresar al entrenamiento.

...

El día del campeonato nos reunimos muy temprano en la escuela y todos los equipos subimos a un colectivo que nos llevará al predio donde se realiza el campeonato.

Valeria nos da algunas indicaciones antes del primer partido. Todas estamos nerviosas, ya que será la primera vez que enfrentaremos a rival en este año.

Los varones ganan su primer partido 3 a 2 contra el colegio de Fátima, las chicas de hockey van empatando en el primer tiempo. Y nuestro partido comienza.

Llevamos veinte minutos cuando Jazmín, nuestra capitana, recibe un golpe en el tobillo y queda lesionada.

«No podemos tener tanta mala suerte», pienso con bronca.

Ella es una excelente jugadora, además de organizarnos en la cancha y generar las jugadas.

Antonella recibe la cinta de capitana y continuamos jugando. No nos entendemos, perdemos pelotas en media cancha y nuestros pases terminan en los pies de las rivales siempre.

Al terminar el primer tiempo perdemos 1 a 0.

Valeria nos alienta con sus palabras. Jazmín llora de impotencia, porque su dolor en el tobillo continua y lo más seguro es que no pueda jugar ningún partido. Siento que deberíamos acomodarnos diferente en la cancha, quiero decir algo, pero el referí toca nuevamente el silbato y comienza en segundo tiempo.

Mi mente no deja de repasar las jugadoras contrarias. No son buenas. Ellas cometen muchos errores también. Necesitamos aprovecharnos de eso.

Me acerco a Anto y le digo que vamos a hacer la jugada preparada. Ella abre los ojos como platos.

—¡Sin Jaz no vamos a poder!

—Lo intentaremos. Necesitamos hacer un gol.

Le hago señas a nuestra arquera para que saque con fuerza hasta nuestra posición. Miro a Dana y Vicky que corren por el lado derecho de la cancha, y Anto me sigue por el izquierdo llevándose mi marca y dejándome el espacio libre para patear al arco.

La arquera se adelanta para taparme y en ese momento, cruzo la pelota al extremo contrario del área donde Dana la frena y baja, sin demorar Vicky se adelanta de su marca y patea directo al arco.

—¡¡¡Goooool!!!—festejamos todas a coro abrazadas en el área.

El equipo de varones que observa el partido festeja desde la tribuna con nosotras. Valeria nos apura a regresar al partido. Aún quedan unos diez minutos de juego.

—Bien, Sol, ¿qué hacemos ahora?—me pregunta Antonella.

—Vamos a ganar este partido—respondo con firmeza y todas afirman.

Cinco minutos después anotamos el segundo gol y ganamos el partido.

Valeria está feliz. Se abraza con Jazmín al costado de la cancha. Los muchachos aplauden y nosotras estamos felices de ganar nuestro primer partido.

...

Ya está oscureciendo cuando regresamos al colegio. Los varones quedaron en segundo lugar, perdieron la final contra el Santo Tomás, tal y como Gael lo predijo.

El equipo de hockey obtuvo el primer puesto y Cristal está feliz de llevar la copa nuevamente al colegio.

Nuestro equipo perdió la final contra el Santo Tomás por penales. Nos sentíamos felices de no haber perdido ningún partido, y solo perder la final en los penales. Si hubiera jugado Jazmín de seguro ganaríamos.

—Hey, Pulga—me gritó un chico desde el fondo del colectivo—. ¡Eres la revelación de este campeonato!

Sonreí ante su comentario, y cruce miradas con Gael, quien me brindó una amplia sonrisa.

Todos aplaudieron y silbaron.

La cruda y fría mirada de Cristal no pudo opacar mi alegría.

Me sentía feliz.

Desde que llegamos a Rosario, sentía que nada me había salido bien.

Pero ahora, en este momento, las cosas comenzaban a acomodarse en mi vida. Pondría todo mi esfuerzo en el equipo de fútbol. Había encontrado mi lugar.

Bajamos del colectivo frente al colegio. Todos nos sentíamos conformes con los resultados.

Cristal y sus amigas estaban conversando y sacándose fotos con su trofeo y palos de hockey, haciendo poses.

Caminé en busca de mi mochila para irme a casa, y al pasar cerca de ellas, Cristal estiró su palo entre mis piernas para que tropezara y caí de rodillas al suelo.

—Cuidado,pulgosa—dijo riendo mientras se alejaba.

—Hey, ¿estás loca, Cristal?—escuché decir a una voz grave detrás mío y de inmediato sentí una mano firme que me ayudaba a levantarme—. ¿Estás bien?

Gael me ayudó y regresó su dura mirada a Cristal.

—Fue un accidente—se defendió encogiéndose de hombros.

«Golpearé a esa chica y le quitaré esos bonitos dientes», pensé completamente furiosa.

—Ven, déjame ver tu rodilla—dijo Gael acompañándome a sentar en un escalón de la vereda.

—No es nada—respondí sacudiendo la arena incrustada en mi piel—, he recibido golpes peores.

Los dos reímos.

—No sé qué le pasa a esa chica—comenté—, desde que llegué no ha parado de atacarme.

—Así es Cristal... nunca he podido entenderla—confesó—. Tiene un alma malvada, demasiado cruel e insensible... es completamente superficial... y dominante.

Sentí que se estaba desahogando conmigo. Quizás por eso las cosas entre ellos no habían funcionado.

—Creo que no he hecho nada para merecer todo su odio...

—No necesita razones, ella siempre actúa así con las personas, hasta con Nair y Leila que son sus amigas, siempre las humilla... no entiendo porqué permanecen a su lado.

Los dos nos ponemos de pie.

—Bueno, debo regresar a casa, mis padres se preocuparán—agrego mientras intento caminar.

Un quejido involuntario sale de mi boca. La rodilla me duele bastante.

—¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve hasta tu casa?

Levanto la vista sorprendida de su ofrecimiento. Gael sonríe. Me señala el auto estacionado frente a nosotros.

—Mi mamá vino a buscarme. Podemos llevarte hasta tu casa—aclara rápidamente.

—No quiero molestar...

—No es molestia. Vamos.

Los dos cruzamos la calle y subo al auto, donde una mujer muy bonita y simpática me sonríe también.

—Mamá, ella es Sol. Se golpeó su rodilla. ¿Podemos llevarla hasta su casa?

—Hola, Sol—saluda amablemente—. Seguro, hijo, ¿cómo salió el partido? —le pregunta interesada.

—Perdimos la final—le comenta.

—¿Contra el Santo Tomás?

—Así es…

—¿Estás en el equipo de hockey?—me pregunta mirando por su espejo retrovisor.

—No, en el equipo de fútbol—respondo.

—¿Y cómo salieron?

—Segundas… también perdimos contra el Santo Tomás.

—Vaya… qué pena chicos. Bueno… ¿Dónde es tu casa, Sol?

Le indico la dirección y al mirar por la ventanilla, veo que los ojos de Cristalestán fijos en nosotros, observando detenidamente la escena y echan chispas de bronca.

Un sentimiento de satisfacción me inunda el pecho.

«Lo siento, Cristal, tu jugada salió mal. Yo gano esta vez».

...

El lunes siguiente al campeonato me preparo para mi nueva tortura diaria: ir al colegio.

Camino aquellas cuadras bajo el tímido sol de otoño, y así me siento. Apagada, débil. No soy la chica feliz y segura de hace meses atrás. Ni siquiera tengo las fuerzas para enfrentarme con la rubia antipática de Cristal. Sigo caminando lentamente. Si no me apuro, llegaré tarde y recibiré una nota de la preceptora. Así que, preparo mi mente para los maltratos de Cristal y sus amigas, me mentalizo a recibir las miradas acusadoras de todo el alumnado que me sigue mirando como bicho raro...

En la entrada me encuentro con Antonella. No saludamos y caminamos juntas. Al vernos, Jazmín corre a nuestro encuentro.

—¿Cómo está tu pierna?—le pregunto apenas llega cerca.

—Bien, Sol, solo fue un golpe, con unos anti-inflamatorios y hielo todo pasó.

—Me alegro tanto. Creo que podríamos haber ganado... si no te hubieran lesionado—afirma Antonella.

—Seguro que sí. En las olimpiadas de junio seremos campeonas—dice Jazmín festejando y me abraza.

Dana y Vicky se acercan y juntas caminamos por el largo pasillo. Somos el equipo de fútbol femenino.

Siento que las miradas de todos son diferentes. Me saludan al pasar por el pasillo y sus sonrisas son amigables. Todo a mí alrededor me confunde.

«¿Acaso entré a otro colegio?».

Los muchachos del equipo de fútbol nos saludan al pasar frente a ellos.

—Hola, Pulga—exclaman varios de ellos.

—Hola, chicos—respondo sonriente.

—¿Cómo está tu rodilla?—me pregunta Gael Serrano.

Las chicas me miran confundidas.

—¿Qué te pasó, Sol? ¿Estás bien?—preguntan casi a coro.

—Solo un tropezón contra un palo de hockey—explico encogiéndome de hombros.

—¡Cristal!—exclama Jazmín y todas se miran enojadas.

—Me alegro que estés bien—afirma Gael con una sonrisa—. Nos vemos en el entrenamiento, Pulga.

«Suena tan bien cuando él lo dice».

Seguimos por el pasillo y al oír el timbre nos despedimos. Cada una se dirige a su curso.

«No es tan malo el colegio después de todo», pienso mientras mi pecho se inunda de confianza.

Confianza que dura poco tiempo. Ya que, al entrar al curso, un gran cartel en el pizarrón dice: Cordobesa Pulguienta.

«Sé quién escribió estas palabras».

Mi día vuelve a ser como todos los anteriores. El sol vuelve a ser tibio y apagado como en otoño. Siento que mis "hojas de confianza" caen al suelo, amarillas y secas.

Cristal vuelve a ganar. Sigue haciendo amargas mis horas en el curso y se ha encargado de opacar mi poca alegría en la escuela.