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Chapter 11 - LA ÚLTIMA HOJA

El domingo llamé a Gael y le dije que nos encontráramos en el patio de comidas del shopping, que iba a presentarle a Noah, pero con la condición de que no le dijera que era mi novio.

A Noah le propuse ir a conocer el shopping y merendar algo allí.

Le comenté que muchos de mis compañeros sabían ir allí los fines de semana, que justo un amigo puso en su estado que estaría paseando y sería lindo poder presentarlos.

—Me gustó mucho la reunión de anoche—comentó Noah mientras nos dirigíamos hacia el shopping.

—Sí, estuvo buena—respondí sin demasiado entusiasmo.

—Raúl y esos chicos me agradan… creo que tienen pasión por los perdidos, esa chica Carolina tenía necesidad de Dios y pudo saciar la sed de su alma…

Seguí escuchando sus palabras y esperaba que, al encontrarnos con Gael, Noah pudiera predicarle y Gael entendiera y aceptara el mensaje.

—¿Quién es este amigo que encontraremos? —me preguntó intrigado.

—Es… el capitán del equipo de f����tbol—respondí.

«Que no me haga más preguntas, no quiero mentirle a Noah, aunque ya lo hice armando todo esto».

Caminamos por algunos pasillos del shopping, mirando vidrieras y riendo, hablando de cualquier cosa. Cuando se hizo la hora del encuentro con Gael, caminamos hasta el patio de comidas.

Apenas entramos, divisé a Gael sentado cerca de un gran ventanal. Se veía tan lindo con esa camisa a cuadros y esos jeans ajustados.

—Allí está mi amigo—dije a Noah señalando la ventana.

Caminamos en silencio.

—Hola, Gael—dije saludando a mi novio con un beso en la mejilla.

—Hola, Sol—respondió serio y con una mirada extraña en su rostro.

—Te presento a Noah—dije señalando a mi amigo.

Los dos se dieron la mano y cruzaron una sonrisa forzada.

—Me alegra que puedan conocerse—les digo ante el silencio de los dos—. Noah es mi amigo desde que somos niños—le explico a Gael—, éramos vecinos.

—¿Juegas al fútbol? —le pregunta Gael a Noah.

���No.

—¿Eres hincha de algún equipo?

—No me gusta el fútbol.

—¿Y cuáles son tus pasatiempos?

—La cocina y la música.

—¿Acaso eres gay?

«Oh, por Dios», exclamé en mi cerebro con fuerza.

—¡¿Gael, que dices?! —solté sorprendida.

—No soy gay—respondió Noah cruzando su mirada conmigo.

—Perdón, es solo que… por tu ropa fina, peinado de moda, y que no te guste el fútbol… pensé…

—Está bien—comentó Noah, restando importancia—, así que… ¿eres el capitán del equipo de fútbol?

—Sí desde hace dos años. Este año iremos a los nacionales… la Pulga y su equipo también.

—¿Pulga? —me cuestionó mi mejor amigo sorprendido.

—Sí, como la pulga Messi—aclaró Gael—. Sol es muy buena, el equipo femenino nunca había llegado a una final, y menos ganado.

—Guau, parece que hay muchas cosas que ignoro.

—Gael exagera.

—Solo digo la verdad —agrega encogiéndose de hombros—. Sol es una chica especial... ¿acaso no la conoces?

—Bueno. ¿Qué vamos a merendar? —les pregunto cambiando de tema.

—Yo un tostado y una gaseosa—responde Gael.

—Para mí lo mismo—adhiere Noah.

—Okey, entonces, iré a comprar y ustedes pueden seguir conversando… Noah podrías comentarle de la película que vimos anoche.

Los muchachos me dieron el dinero y los dejé allí solos, para que pudieran hablar.

«¿Habrá sido buena idea juntar a Gael y Noah?».

Desde la fila del negocio los podía ver conversar. Noah hablaba y Gael simplemente escuchaba.

Deseaba que mi amigo le estuviera predicando.

Quería con todas mis fuerzas que Gael fuera salvo, pero no por las razones correctas.

Quería que él pudiera creer para que mis padres lo aceptaran como mi novio, quería que creyera para no sentir culpa ni remordimiento al estar con él, y para que, en un futuro, si llegaba a morir, no pudiera decir que nunca tuvo la oportunidad de escuchar.

Mis razones eran muy egoístas. Solo pensando en lo que me convenía.

Avancé hasta el lugar de hacer los pedidos y ordené las tres gaseosas y los tres tostados. Pagué y la muchacha preparó la bandeja con todas las cosas.

Al voltear, vi a Noah y Gael discutiendo.

«¿Qué está pasando?»

Apuré el paso y cuando me vieron llegar, los dos hicieron silencio.

—¿Todo bien? —pregunté al sentarme.

—Sí, perfecto—respondió el rosarino.

El rostro de Noah estaba transformado. No volvió a decir ni una palabra. Y evitó mirarme a los ojos.

Comimos casi sin decir palabra. El ambiente era realmente tenso.

—¿Dónde quedan los baños? —preguntó Noah poniéndose de pie.

Le señalé el lugar y cuando estuvo lo suficientemente lejos dirigí toda mi atención a Gael.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué discutían?

—Nada importante.

—¡Vamos, Gael! ¿Qué fue lo que pasó?

—Si me das un beso te lo diré.

—No.

—¿Por qué no?

—No quiero que nadie nos vea.

—¿Por qué todavía no les has dicho a tus padres y amigos sobre nuestra relación?

—Es complicado…

—¿Cuán complicado?

—Muy complicado, Gael… no puedo explicarte ahora.

—A veces no te entiendo…

—Lo hablaremos en otro momento…

—Siento que me ocultas cosas… ¿pasa algo que deba saber? ¿te pasa algo con ese chico?

—Es que…

«Soy cristiana, y no debería ser tu novia».

Desvié la mirada y Noah venía caminando del baño, así que dejé mi explicación para otro momento.

Terminamos de merendar y nos despedimos de Gael.

Mientras regresábamos caminando por la vereda hacia la parada del colectivo noté la incomodidad de Noah.

—¿Qué te pareció Gael?

No respondió de inmediato. Caminó pensativo. Creo que buscando las palabras.

—Me mentiste—soltó de forma fría y dura—. Me engañaste para que conociera "casualmente" a alguien de tu escuela… ¿Por qué no decirme que era tu novio?

Mis piernas amenazaron con fallarme y dejarme caer al piso ante esas palabras.

—¿Qué dices? —murmuré.

—No me mientas más, Sol. Gael lo dejó muy claro. Me advirtió que me alejara de vos, que no te iba a compartir, que eras de él… solo suya… y que se yo cuantas barbaridades más…

«Maldito Gael».

—Yo…

—No digas nada, porque de verdad que no sabría si es verdad o mentira—agregó haciendo que mis ojos se llenaran de lágrimas—. Jamás pensé que podrías ser capaz de algo así…

«Soy la peor persona del mundo».

—¿Tus padres lo saben?

Negué con la cabeza gacha.

—¿Ustedes… han… estado jun…?

—No —solté antes de que pudiera terminar.

No podía creer que Noah llegara a pensar eso de mí.

«¿Por qué me duele tanto? En realidad, me lo merezco».

—Me mientes, le mientes a tus padres, te enredas en un noviazgo con un chico mayor… ¿Quién eres?

Sus palabras nunca habían sido tan duras. Noah siempre había sido tan dulce y cuidadoso conmigo, y ahora se mostraba tan distante, tan cruel.

—¿Te das cuenta del lío en el que estás…? Es algo que excede a las mentiras… te has rebelado contra Dios mismo… y si no te alejas pronto de todo esto, vas a terminar muy lastimada, muy dañada.

—Lo sé…—dije avergonzada de todo lo que había hecho.

—¿Lo sabes? ¿Y por qué sigues haciendo lo mismo? ¿Por qué no terminas con ese chico? ¿Por qué no les dices la verdad a tus padres?

—Gael me entiende, es bueno conmigo… y yo… no es como nos han dicho, Noah… no es tan malo… soy feliz…

No pude continuar porque se formó un nudo en mi garganta y las lágrimas me nublaron la vista.

Noah permaneció en silencio unos segundos y después agregó.

—¿Feliz? ¿Crees que eres feliz?

Otro silencio se produce entre nosotros.

—¿Recuerdas cuando tuvimos ese congreso de jóvenes en Alta Gracia? —sus palabras eran tranquilas, aunque se notaba que estaba poniendo todo de su autocontrol para no gritarme—. Allí el predicador dijo una frase que no he olvidado, y grafica todo esto que sientes, decía así: El diablo te ofrece mucho, te da poco y te quita todo. ¿Crees que es correcto aceptar cosas que vienen del diablo porque te hacen feliz?... pues prepárate, porque el diablo te dará muy poco y te quitará todo.

Sabía que tenía razón en todo lo que me decía. Pero me resistía a dejar a Gael, estaba enamorada de él.

—¿Sabes lo que me preocupa?... —preguntó reflexionando en voz alta mientras seguía caminando—que estás mal, y sabes que estás mal y pareciera que te gusta estar mal… ¿Porqué continuas en ese camino?

No le respondí. ¿Qué iba a decirle? ¿Que quería a Gael y me gustaba estar a su lado, que me sentía querida e importante frente al equipo y mis compañeros por salir con el capitán del equipo?

Noah no lo entendería.

Continuamos en silencio.

—¿Le contarás a mis padres? —me atreví a preguntar luego de unos minutos.

—Sol… tú tienes que decirles a tus padres…

—No puedo… no ahora…

—Si no se los dices, yo les diré.

—Noah, ¡no puedes hacerme esto! ¡Eres mi amigo!

—Y porque soy tu amigo, es que voy a hacerlo.

—Si les cuentas, no me dejarán jugar más al fútbol, estaré castigada… ¡todo será un desastre!—agregué llorando.

—Y todo será para tu bien, aunque no te puedas dar cuenta ahora.

«No puedo permitir que Noah les cuente a mis padres».

—Si les dices… no volveré a hablarte, dejaré de ser tu amiga—amenacé.

De golpe Noah se detuvo en medio de la vereda y volteó a mirarme.

—¿No te das cuenta? Porque soy tu amigo es que debo hacerlo. Estás caminando hacia un precipicio con los ojos vendados y en algún momento llegaras al borde y vas a caer… No voy a permitir que eso suceda. Quiero creer que si fuera al revés… si me estuviera por caer… no lo permitirías,¿verdad?

—Claro que no. Pero yo estoy bien… Gael es un buen chico. No es como el resto…

—Creo que no puedes ver las cosas claramente, necesitas ayuda, Sol.

Tomamos el colectivo y llegamos a casa en silencio.

Corrí a mi habitación y me encerré. Necesitaba estar sola.

Me sentía enojada con Gael. Había arruinado todo al contarle a Noah sobre nuestra relación.

«¿Por qué no aprovechas esta situación y lo dejas?», me decía mi conciencia.

Quizás era la oportunidad perfecta.

Cuando bajé a cenar, papá estaba sentado a la mesa con Noah. Sus miradas me indicaron que algo le había contado. Me sentí completamente expuesta y a la vez enojada con mi mejor amigo.

Tomé mi lugar en la mesa ante la atenta mirada de ellos.

—Noah me estaba contando algunas cosas que me preocupan…—dice papá con su mirada inquisidora—. Sé que la adaptación a Rosario no ha sido fácil… y eso ha afectado tu relación con Dios… sabes que puedes hablar conmigo de estas cosas, no tienes que enfrentarlas sola.

—Lo sé, papá.

Miro a Noah de reojo. No sé que le habrá contado.

—Entiendo que la soledad es difícil, y has hecho amigos que no te convienen… y que nos has mentido algunas veces para salir con ellos…

«No se lo dijo».

Noah baja la mirada. Y yo me preparo para escuchar el sermón.

—Estoy decepcionado, no te creí capas de algo así…—es lo primero que dice y siento una punzada en el pecho. Recuerdo las palabras de Bruno: Eres la oveja negra de la familia, serás la sucesora del tío Alex, y me duele saber que es cierto todo lo que dicen.

—Sabes que puedes contar conmigo y con tu mamá para cualquier cosa—dice tratando de sonar más a psicólogo que a mi padre, y eso me molesta, porque ahora viene su análisis psíquico de mi error—. La presión de todo lo sucedido, los cambios, los rechazos en la escuela, te han llevado a tomar malas decisiones… me preocupa, Noah está afligido porque nos has ocultado salidas y otras cosas que prefirió no contarlas, porque es tu amigo… Sol… no voy a tolerar las mentiras, ni los engaños.

—Lo sé, papá—afirmó intentando no llorar.

—Si hay algo que estas ocultando y quieras decirme ahora… —agrega con firmeza.

Cruzamos miradas nuevamente con Noah.

—Me alejaré de mis amigos—respondo, aunque me niego a dejar a Gael.

—Hija, queremos lo mejor para ti. Noah es tu amigo, no sientas que te ha traicionado… los buenos amigos deben advertirnos cuando ven que cometemos un error…

«Sí, claro».

Mamá interrumpe nuestra charla al llegar con las pizzas listas. Por ahora, ignora todo lo sucedido, su humor cambiará por completo cuando papá le cuente que he mentido y tengo "malos amigos".

—¡Bruno, a comer! —grita desde el pie de la escalera.

Nos sentamos a cenamos sin hablar demasiado. Mamá cruza algunas miradas con papá, ya presiente que algo no está bien. Noah solo responde a las preguntas que mamá hace. Bruno intenta mejorar el ánimo de todos contando alguna cosa graciosa. Pero yo permanezco en silencio.

Luego de terminada la comida papá lleva a Noah hasta la terminal.

Nos despedimos con pocas palabras. Sigo molesta porque habló con mi padre, aunque una parte de mí entiende que hacía lo correcto, y estoy agradecida de que no mencionara a Gael.

Me entrega un pequeño papel antes de marcharse y veo en sus ojos una mezcla de tristeza y desilusión; imagino que ve en los míos: necedad, orgullo y resentimiento.

Así nos despedimos.

Me quedo en casa con el pretexto de tener que repasar para el examen de mañana.

Entro en mi cuarto y abro el pequeño papel que solo dice:

<

No olvides: "El diablo te ofrece mucho, te da poco y te quita todo"

Solo quiero lo mejor para vos. Te quiere, tu amigo Noah>>

Lo miro por unos segundos y lo meto en mi cajón de la mesa de luz.

«Son unos traidores. Gael y Noah».

Aunque mi corazón sabe que la única culpable, la única traidora en todo esto, soy yo.

No puedo concentrarme en estudiar. Las palabras de papá, los reproches de Noah, el silencio de Gael… todo da vueltas como un remolino de viento en mi cabeza.

Le escribo a Gael, con la esperanza de que podamos arreglar las cosas.

—¿Hola? No has vuelto a escribirme—digo en mi primer mensaje a modo de reproche.

—¿Ya se fue tu noviecito cordobés? —responde y casi puedo escuchar el tono de sarcasmo en sus palabras.

«¿No puedo creer que se haga el ofendido?».

Tiro mi teléfono sobre la cama y comienzo a llorar, me siento una tonta, no encuentro salida a todo lo que me está pasando. Intento orar, pero ya ni eso puedo hacer. Siento que mi oración apenas si llegaría hasta el techo. Me quedo dormida en algún momento sin darme cuenta.

El lunes llego al colegio y evito cruzarme con Gael. Yo soy la que está enojada y ofendida con él. No va a venir con histeria y celos.

Entro en el curso con rapidez casi justo sobre la hora del toque de timbre.

Castro entra unos minutos después con las hojas del examen.

Saluda con la prepotencia de siempre y reparte banco por banco las pruebas a realizar.

Allí estoy yo, mirando esa hoja con las preguntas, y no sé ninguna respuesta.

Nada.

No tengo nada para escribir.

Intento mirar la hoja de Javi o Timo, pero no puedo.

Todos están escribiendo.

Todos parecen haber estudiado.

Mi mente está tan en blanco que ni siquiera puedo armar una falsa respuesta.

Firmo la hoja.

Me pongo de pie con las lágrimas cayendo por mis mejillas y entrego mi examen.

La mirada de desaprobación de la profesora no hace más que calar profundo en mi alma.

Salgo al patio y comienzo a llorar. No solo por el examen. Lloro por mis malas decisiones, por las mentiras, por pelear con Noah, por hacer que mi hermano mienta… Lloro por todo…

Levanto la vista y contemplo un árbol en medio del patio. El viento del otoño le ha llevado todas las hojas, pero allí en la parte más alta, una pequeña hoja amarilla se aferra a la rama, negándose a caer, sujeta con su último aliento.

Una suave brisa sacude mi cabello, y al levantar nuevamente la vista, veo desprenderse la hoja del árbol y caer por el aire.

Así me siento. Voy en caída libre.

Ya no me queda nada.

He perdido a mi mejor amigo.

Gael está enojado.

Tendré un cero en historia. Y me llevaré la materia.

Mi padre está desilusionado de mí.

Mamá me dio un largo sermón al escuchar todo lo sucedido y fue más dura que papá en el castigo y las prohibiciones de salidas.

El otoño se está acabando. Junio se acaba.

Ya no hay hojas amarillas.

Siento que el invierno está llegado a mi vida.

Y tengo miedo por esta nueva estación. Nunca he enfrentado un invierno… un invierno en el alma… ya puedo sentir el frío.

Al tocar el timbre del recreo las lágrimas se han secado, aunque mis ojos están un poco hinchados y enrojecidos. Aún permanezco de pie en el mismo lugar mirando esa pequeña hoja amarilla tirada en el suelo.

Una sombra se proyecta en el piso.

Al levantar la mirada, me encuentro con Gael a unos metros de distancia.

—¿Podemos hablar?

Lo miro y no sé que responder.

«Tengo que terminar con él, es el momento oportuno», digo alentándome a hacer lo correcto.

Avanza unos pasos más y queda muy cerca de mí.

—¿Estás bien, Pulga? —susurra mirando mi rostro.

Siento un nudo en la garganta. Quiero decir algo, quiero decirle que se acabó, que no podemos estar juntos, pero las palabras no me salen.

Gael avanza un poco más y me abraza.

Apoyo mi rostro en su pecho y vuelvo a llorar.

—¿Qué pasó? ¿Cristal te hizo algo? —pregunta preocupado—. Sol, dime qué te pasa…

Quiero explicarle, pero son tantas cosas… ¿Qué voy a decirle?

—Lo siento, lamento lo del sábado, no quiero que llores—agrega a modo de disculpa—. Me volví loco al verte con ese tipo bien vestido… pensé que te perdería… lamento haberle dicho lo nuestro… ¿eso te trajo problema con tus padres?

Tragué el nudo que se había formado en mi garganta. Me sequé las lágrimas con el puño de mi campera.

Gael me miraba realmente preocupado.

—Perdón, Sol. Por favor, perdóname—insistía mientras acariciaba mi rostro.

Volví a abrazarme a su pecho y sentí sus brazos que me rodearon.

Quería quedarme allí para siempre.

Sentía que en medio de todo lo malo, Gael era lo único bueno que tenía.

El timbre del recreo no sorprendió allí abrazados en medio del patio.

Antes de marcharse a su curso depositó un beso en mis labios.

—Todo estará bien—dijo con voz dulce y tranquila—, hablaremos en el próximo recreo.

Regresé al aula afligida por no haber podido terminar con él, por no haber tenido la valentía de decirle que no podíamos seguir juntos.

«No voy a poder dejarlo, lo quiero demasiado».

Así fue, no tuve el valor. Simplemente seguí adelante. Mintiendo más, engañando y hundiéndome más en mis malas decisiones.

La confianza de mis padres no era la misma. Mamá me buscaba todos los días en el auto a la salida de la escuela o de los entrenamientos, y tenía prohibidas las salidas y encuentros con cualquier amigo fuera de la escuela. Revisaban los mensajes de mi celular, las conversaciones de WhatsApp y mis redes sociales.

También me daban regularmente un sermón sobre las consecuencias del pecado y que debía cambiar y buscar a Dios, mamá lo hacía durante nuestros viajes en el auto, y papá por las noches al despedirse en mi cuarto antes de dormir.

Sus palabras, en vez de sensibilizar mi corazón, me generaban rechazo y mayor dureza. El pecado se había arraigado en mi interior.

Noah me habían escrito mensajes casi todos los días. La mayoría eran versículos bíblicos o frases. Seguía insistiendo que debía dejar a Gael.

No respondí a ninguno. Pensé que dejaría de escribir.

La relación con Gael había vuelto a la normalidad, seguíamos siendo novios. Le había contado que mis padres no estaban de acuerdo y que debíamos ser cuidadosos, y solo podríamos vernos en el colegio o en los entrenamientos.

Le confesé que era cristiana. Que toda mi familia iba a una iglesia. Que por eso no aceptaban que estuviera de novia con alguien que no fuera cristiano.

Lo tomó de forma natural y no hizo más preguntas, así que no hablamos más del tema. Me sentí aliviada en cierta forma al confesarle sobre mi religión, porque eso era para mí, solo una religión.

«Es triste reconocerlo, pero no hay Jesús, Señor, Salvador, Mejor amigo… No tengo una relación con quien me ha salvado y rescatado y ha dado su vida en la cruz por mí».

En el tiempo de vacaciones de julio me vi poco con Gael.

Fueron una tortura esas dos semanas separados.

Al regreso de clases para finales de julio, volvimos a estar juntos y recuperar el tiempo perdido.

<>

Los mensajes de Noah seguían llegando y sacando lágrimas al leerlos. Pero aún así no le respondí.

Con el equipo estábamos a unas semanas de las eliminatorias nacionales. Para los primeros días de septiembre viajaríamos a San Miguel de Monte en Buenos Aires, donde se realizarían los partidos clasificatorios.

Valeria reforzó los entrenamientos. Estábamos completamente decididas a dar lo mejor y clasificar en un buen puesto.

Mis únicos momentos de felicidad eran dentro de la cancha o los recreos al lado de Gael.

El resto de mi día, era triste, aburrido, frío… cada vez más frío.

El lunes nos entregaron las libretas de calificaciones con el cierre del segundo semestre. La miré espantada. No solo tenía un uno en historia, que bien merecido estaba. También había bajado el promedio en Física y Biología.

«Mamá va a matarme».

Escondí el informe en mi mochila.

«No puedo dejar que lo vea».

Se lo mostraría el lunes siguiente a las eliminatorias, de otra manera, sabía que no me dejarían jugar esos partidos.

Un día después de los entrenamientos, Jaz estaba llorando. Me acerqué a ella para saber que le pasaba.

—¿Qué pasa, amiga?

—Es mi abuela… está muy enferma… mi mamá me acaba de avisar que van a llevarla al hospital.

—Uh… lo siento…

Hacemos una pausa. Jazmín está muy afligida. Quisiera tener palabras de aliento para ella en este momento, saber cómo ayudarla.

—Sol… ¿crees en Dios? —me pregunta.

Me quedó impactada de que ella saque ese tema.

—Sí… ¿Por qué lo preguntas?

—¿Qué crees que pasa después de la muerte? Es decir… la gente que muere… ¿A dónde va?

Imagino que está preocupada por su abuelita.

«¿Qué debo decirle?».

—Quizás pienses que estoy loca—agrega antes de que pueda responderle—, pero me gustaría creer que hay algo más después de la muerte… que si mi abuela muere… algún día podré volver a verla.

—La Biblia dice que Dios nos hizo seres eternos. Aunque nuestro cuerpo muera, nuestro espíritu tiene una eternidad… y las decisiones que tomemos en nuestra vida determinarán el lugar donde pasaremos la eternidad… puede ser en el cielo con Dios, o en un lugar de castigo lejos de Dios…

—¿El infierno?

—Sí, la Biblia también habla del infierno.

—Las personas malas serán castigas allí, ¿verdad?

Me quedo pensativa. Quisiera recordar los versículos bíblicos y poder decirle a Jazmín todo lo que la Biblia dice… pero no los recuerdo…

—Jaz… quizás al infierno vaya gente que se cree buena…

—¿Qué dices? ¿Dios no enviaría a alguien bueno a un castigo?

—Dios dice que todas las personas somos pecadoras. Todas hacemos cosas malas, es cierto que algunas hacen más cosas malas que otros… pero ante Dios no hay nadie que sea perfecto…

«Me siento extraña hablando de estas cosas. Algo que antes era común en mi antiguo colegio y con mis compañeros. ¿Por qué en Rosario había elegido ser otra persona y comportarme de esta manera?».

—¿Entonces todos vamos a terminar en el infierno?

—No —respondo con urgencia, necesito explicarle—. El hijo de Dios vino al mundo para mostrarnos el camino al cielo y como presentarnos ante Dios…

—¿Cómo sabes tanto? ¿Eres evangelista?

«Aquí llega el momento de decir una verdad entre tantas mentiras».

—Sí, Jaz, voy a una iglesia con mi familia.

—Ah…—responde sorprendida, quizás extrañada de que nunca le haya contado antes—. ¿Y qué me decías del hijo de Dios?

—Jesús es el único camino para llegar a Dios.

Hablamos un rato más y quedé en traerle un Nuevo testamento para que le lleve a su abuelita.

Me sentí bien de haber podido compartir con Jaz sobre Jesús. Me hubiera gustado conocer más la Biblia, y hablar como Noah…

Ahora podía comprender qué lo impulsaba a hablar a las personas sobre la Salvación en Jesús. Noah era sensible a la necesidad de otros, yo en cambio sentía vergüenza de contarles a mis amigas que era cristiana, estaba ignorando que necesitaban conocer de Jesús.

La última semana de entrenamiento me esforcé por llevarme bien con mis padres y hacer las cosas que me pedían. De esa manera accedería a que viajara.

El miércoles por la tarde al terminar el entrenamiento, Valeria nos dio las autorizaciones para el viaje. Saldríamos el viernes por la mañana hasta el sábado por la noche. Debíamos presentar todo al día siguiente.

Con las chicas del equipo caminamos hacia los vestuarios conversando animadas y con grandes expectativas de estos partidos, al entrar al vestuario, para nuestra desgracia, el equipo de hockey estaba allí.

—Chicas, salgamos antes de que se nos pegue el olor a perro mojado —gritó Leila recogiendo sus cosas y caminando a la puerta.

—Cada vez huelen peor—agregó Nair tapándose la nariz.

—Tomen—agregó Cristal arrojando un desodorante—, tengo otro en casa, creo que ustedes lo necesitan más.

El resto la siguió riendo.

—Odio a esta rubia antipática—gritó Jaz.

—¿Ellas también viajarán el fin de semana? —pregunté.

—Sí, el equipo de Hockey, los muchachos y nosotras—respondió Antonella.

—Tendremos que soportarlas dos días, ¡qué tortura! —dijo Dana poniendo sus manos en el pecho.

—Nosotras debemos enfocarnos en ganar esos dos partidos para calificar entre los primeros y ser cabeza de zona—les comenté.

—Es la primera vez que el colegio clasifica a los nacionales, ¡un gran logro equipo!—afirma Luz y todas aplaudimos.

Antes de despedirnos, saco de mi mochila dos Nuevo Testamento y se lo entrego a Jaz.

—Uno para tu abuelita y otro para ti —le digo extendiendo los pequeños libros.

—Gracias, Sol. Me hizo muy bien hablar contigo el otro día.

—Me alegro… cuando quieras volver a charlar…

—Seguro.

Nos despedimos y al salir del vestuario Gael me está esperando. Me sonríe y sus ojos celestes se iluminan.

Da unos pasos hasta llegar a mi lado y me abraza.

—Hola.

—Hola.

Sus manos aprietan mi cintura haciéndome cosquillas y sonrío.

—¿Estás más flaca? —me pregunta.

—No… ¿Qué dices?

—Sol… no serás una de esas chicas histéricas por el peso…

—¡¡Jamás!! Quizás sean los nervios de todo lo que está pasando en mi casa… no he tenido demasiado apetito últimamente.

—¡No vayas a enfermar!

—Prometo cuidarme.

—Te extraño—murmura en mi oído.

—Yo también.

—No me alcanza con solo verte en los recreos—dice sin soltarme—, ya quiero que sea viernes y podamos compartir juntos el viaje y los partidos.

—Aprovecharemos cada minuto juntos… yo también te extraño… pero ahora tengo que irme, mi mamá seguro está afuera…

—Sólo un minuto más—me ruega apretando su agarre.

—Un minuto y nada más.

<>.

Una lágrima se me escapa al leer el mensaje de Noah.

«Estoy en un mal camino, sigo mintiendo, sigo engañando… no he podido dejar a Gael».

No respondo el mensaje. Y sé que mi silencio es respuesta suficiente para que Noah entienda que todo sigue igual.

El jueves me preparo para ir a la escuela. Estamos desayunando y recuerdo los papeles del permiso.

Saco varias hojas de mi mochila para extenderlas a mamá que las firme, y veo caer al suelo el informe de calificaciones.

Mamá lo recoge y su rostro cambia al contemplar cada nota.

«Estoy muerta».

—¿Qué significa esto? —me pregunta señalando las notas de Historia y Física que son las más bajas.

—Prometo que las levantaré.

—¿Cuándo te entregaron este informe?

—Ayer… me había olvidado—miento.

—¿Sol?... Este informe tiene fecha de hace una semana. ¿Lo estabas ocultando?

—Mamá…

—Acabas de mentirme en la cara… ¿Más mentiras? ¿Qué te pasa?

—Yo…

Bruno baja corriendo las escaleras e interrumpe nuestro incómodo momento.

—Vamos que llegaremos tarde—dice tragando una tostada y tomando rápidamente el café con leche.

Un duro silencio se instala en la cocina y mi mirada está fija esperando su reacción.

Mamá dobla las hojas del permiso. Firma el informe de la escuela y agrega: —Avísale a Valeria que no irás a ese viaje. Estás castigada.

—Pero mamá, ese partido es muy importante…

—¿Sabes lo que es realmente importante? ¡Decir la verdad!, ¡ser honesta!, ¡cumplir con tus tareas!, ¡aprobar todas las materias!... ¡Obedecer a Dios!! ¡Eso es realmente importante! El fútbol y el equipo, no son lo más importantes, o no deberían serlo.

—Mamá por favor…—respondo, y comienzo a llorar.

—¡No llores! No voy a cambiar de idea. Así que no insistas.

Un nudo se ha formado en mi estómago. Salgo de casa sin desayunar. Bruno sale corriendo y se adelanta camino a la escuela.

Camino despacio, estoy llorando… sé que llegaré tarde de todos modos.

«Odio mi vida. ¿Por qué todo lo malo tiene que ocurrirme a mí? ¿Cómo voy a decirles a Valeria y al equipo que no iré?».

Entro a la escuela y camino directo al aula. La clase ya ha comenzado.

Al salir al recreo me encuentro con Gael.

—Mañana a esta hora estaremos viajando, podremos pasar dos días completos juntos—comenta entusiasmado, y siento que mi corazón se rompe en pedazos.

—No iré—suelto de golpe.

—¿Qué dices? ¿Estás bromeando?

—Reprobé tres materias, y mi madre me castigó—explicó con lágrimas en los ojos.

—¡¿Qué?! No… no puede ser. ¿Por qué tu madre no te castiga con otra cosa? ¿Acaso no sabe lo importante que es este partido?

—No sé cómo decirles a las chicas… ¿Qué va a decir Valeria?

Gael está muy enojado, camina de un lado a otro y se queda pensativo.

—No les digas. Quizás tu mamá cambie de opinión…

—No lo hará. Ya me advirtió que nada cambiará.

—El equipo no podrá ganar sin ti. ¡Tienes que ir!

—Gael, ¿no me escuchaste?...

—Puedes escaparte—sugiere y lo miro incrédula de lo que acaba de decir—. El colectivo sale a las cuatro de la mañana… cuando tus padres despierten ya estaremos demasiado lejos…

—¿Estás loco? ¡Me internarán en un convento!—digo en broma—, o viviré en una penitencia perpetua.

—Bueno, pero habrás jugado el partido… solo piénsalo, Sol…

—¿Y la autorización?

—Dile a Valeria que la olvidaste, y la traerás mañana.

—¿Y la firma?

—Sol… la falsificas… ¿nunca firmaste por tus padres?

«No. Nunca. Es lo único que me faltaba para defraudar completamente a mis padres».

En el almuerzo no probé bocado, fuimos a la cantina, pero no pude comer nada; Gael terminó comiendo mi porción de tarta. Tenía un nudo en el estómago que me impedía tragar. Durante el entrenamiento me siento sin fuerzas. Mi mente y mi cuerpo están completamente agotados.

—¿Estás bien? —me pregunta Valeria al terminar de entrenar.

—Me siento cansada, no he comido bien durante el día, creo que son los nervios previos al partido.

—Descansa, te necesitamos bien para mañana.

Terminó el entrenamiento.

No le dije nada a Valeria ni al equipo de mi castigo.

Comencé a considerar el plan de Gael como una posibilidad.

En mi mente comienzo a planear todo: Como salir por la ventana, como llegar hasta la puerta de la escuela… necesitaba practicar la firma…

«¿Cómo puedo estar pensando esto en serio? ¿Tendré el valor de hacerlo?».

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Mamá me busca como todos los días. Intenta sacar algunos temas de conversación, pero yo solo respondo lo indispensable.

—Algún día, cuando tengas tus propios hijos, vas a entenderme—dice cuando estacionamos frente a casa—, no es fácil ser padre, poner límites y castigos… no creas que me gusta verte sufrir…

«Eso parece».

—Sol, quiero que entiendas que todo lo que hacemos con papá es por tu bien, porque no queremos que pagues las consecuencias de errores más graves en tu futuro.

«Claro, por eso hacen desdichada mi vida ahora».

—¿Qué dijo Valeria y las chicas del equipo? —pregunta.

—No quiero hablar de eso, mamá—respondo saliendo del auto y cerrando la puerta con fuerza.

Camino lo más rápido que puedo a mi cuarto.

Me doy una ducha y me recuesto en mi cama.

Me siento débil. Mi estómago exige algo de comer. Recuerdo que, con los nervios y angustia del día, no he probado bocado. Pero no quiero cruzarme con mis padres hasta la hora de la cena, así que, me obligo a dormir un poco, para recuperar las fuerzas y permanecer despierta por la noche para poder escapar.

«Escapar… jamás imaginé que yo podría hacer una cosa así».

Bruno golpea la puerta de forma insistente haciendo que despierte sobresaltada. Todo se ve oscuro.

—Mamá dice que bajes a cenar—grita con fuerzas del otro.

—Ya bajo—le respondo mientras me siento al borde de la cama.

He dormido un par de horas. Realmente las necesitaba. Me siento con más fuerzas. Bajo las escaleras despacio y escucho a mamá y papá discutir en la cocina.

—¿Qué vamos a hacer, Cris? Cada día está peor…

—Se le pasará… es una crisis de la adolescencia.

—¡No me vengas con esas idioteces!, ¡esto es serio!… Sol está rebelde, completamente cerrada y negada a escucharnos… ¡Nos miente en la cara!

—Si nos escucha, le tomará un tiempo hasta que vuelva a ser la de antes.

—¡Por Dios, Cris! ¿Te estás escuchando? Ella no está bien. Deja de minimizar las cosas… nos ha mentido y engañado, está distante y fría, ya no lee su Biblia, no quiere ir a la iglesia… hasta ha perdido el brillo en sus ojos… ¿Acaso no lo ves?

—Mariel…

—Nunca debimos venir a Rosario—dice mamá y se produce un silencio.

—¿Quieres decir que todo esto es mi culpa?

«¿Mis padres discutiendo?».

—Solo digo que las cosas han cambiado… nunca estás en casa… no tienes tiempo para nosotros…

—Estoy aquí.

—Hace meses que no tenemos una salida en familia.

—¿Y todo es mi culpa? También estás ausente mucho tiempo trabajando muchas horas en tu consultorio…

—Porque necesito salir y hacer algo. No conozco a nadie en esta ciudad, también extraño a mis amigas y mi familia…

—Mariel, no quiero discutir…

—Nunca quieres discutir, pero ya estoy cansada, Cris… y los problemas con Sol han sido demasiados… Ya no puedo más…

—¿Qué quieres que haga?

—No lo sé��� es que… ella era tan feliz en Córdoba, tan alegre y dulce… hablaba con nosotros, nos reíamos juntos… ¿Cuándo dejamos de ser esa familia?

«Yo también me lo pregunto. ¿Cuándo dejamos de ser esa familia? ¿Cómo llegué a convertirme en lo que soy?».

—Pronto regresaremos a casa… en un mes terminan el libro y saldrá a la venta…

—En un mes… quizás la hayamos perdido—dice mamá en un sollozo.

—Todo estará bien, por favor no llores—escuché decir a papá.

«¡Lo que me faltaba! Mis padres peleando también por mi culpa».

Bruno me encuentra allí en la escalera.

—¿Qué haces? ¿Estás espiando?

—Mamá y papá… estaban discutiendo… nunca los había escuchado pelear así…

—¿Qué escuchaste? ¿Por qué discutían?

—No sé, Bruno… solo discutían…

—Bueno, bajemos a cenar, muero de hambre—dice mi hermano.

Nos sentamos en silencio y mamá trae la comida a la mesa. Veo sus ojos rojos, su mirada triste y mi estómago se cierra. Ya no tengo hambre.

Bruno enciende la tele y comemos casi en silencio, mirando un programa de concurso de cocina.

Apenas si puedo tragar unos bocados de pizza.

Ayudo a mamá a lavar los platos y dejar acomodada la cocina. Nos despedimos y me voy a mi cuarto.

Me tiro sobre mi cama y unas notificaciones entran en mi celular. Número desconocido.

Sé que es Gael.

* Hola, Pulga. ¿Vas a venir al viaje?

*¿Pudiste firmar los papeles? Las chicas te necesitan…

* Quiero compartir este viaje a tu lado…

«¿Qué voy a hacer?».

Miro la hora del celular. Son la 23:15. El colectivo sale de la escuela a las cuatro de la madrugada. Serán largas horas de espera.

Papá golpea la puerta de mi pieza minutos antes de la medianoche. Entra y se sienta al borde de mi cama.

Me mira pensativo. Ya estoy preparada para otro de sus sermones.

—Mi Sol—dice apoyando su mano en mi pierna—, te quiero tanto, hija… nunca dudes de mi amor… A veces puedo parecer ocupado, distante… pero ustedes son lo más valioso que Dios me ha dado… tu mamá, tu hermano y vos… son mi vida… lo sabes, ¿verdad?

Imagino que sus palabras tienen que ver con la discusión que tuvo con mamá, con los reclamos sobre su ausencia.

—Lamento que todo se haya complicado al venir a Rosario… De verdad, nunca quise lastimarlos o hacerlos sufrir.

Siento que mis ojos pican, y que las lágrimas pronto saldrán sin poder contenerlas.

—Lo sé, papá—respondo.

Se acerca y me abraza. Y ya no puedo contener las lágrimas.

—Lo siento tanto—dice con gran pesar, como si fuera su culpa.

—Yo lo siento, papá—digo llorando.

—Todo saldrá bien, hija—susurra a mi oído mientras frota mi espalda con sus brazos—. Mi Sol, le pido tanto a Dios que todo vuelva a ser como antes…

«Yo igual, papá, de verdad quisiera regresar el tiempo».

Se despide dándome un beso.

Me quedo allí, aún con las lágrimas saliendo de mis ojos, y en mi corazón siento una punzada.

Una lucha terrible se desarrolla en mi interior.

Los mensajes de Gael siguen llegando.

Saco los papeles del cajón de mi mesa de luz. Tomo una lapicera y comienzo a probar en una hoja imitando la firma de mamá.

«¿Qué estoy haciendo?».

Cuando logro hacerla lo más parecida posible, tomo la autorización y respiro profundo antes de poner aquella firma falsa.

Apago la luz de mi pieza, para que mis padres no sospechen. Uso la linterna del celular para preparar lo que necesito.

Busco mi mochila y preparo mi uniforme del equipo, los botines, algo de ropa extra y unos ahorros de dinero.

Me tiemblan las manos cuando estoy guardando todo.

Una parte de mi quiere detenerse, hacer lo correcto. Pero otra parte, está cegada, y quiere correr al lado de Gael y del equipo.

Aquellas horas pasan lentamente, son como una eternidad.

Miro el celular y marca las 3:30hs.

Sé que tengo unos quince minutos caminando hasta el colegio, y debo llegar con tiempo para que Valeria reciba mis papeles.

He repasado más de cien veces la forma de bajar por la pared del vecino que tiene unas molduras salientes, y como saltar a la vereda sin ser vista desde la habitación de mis padres.

Abro la ventana despacio, con cuidado de no hacer ruido, y me preparo para salir, el aire frío golpea

Mi rostro… pongo un pie sobre el marco de la ventana y me sujeto con los brazos de ambos costados.

Impulso mi cuerpo hacia afuera… y en ese mismo instante, siento como si una mano invisible me empuja hacia adentro y caigo de espaldas al piso.

Miro hacia todos lados confundida, pensando que quizás alguien me tiró de la mochila, quizás mamá o papá, pero estoy sola en mi cuarto.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo y comienzo a llorar. Es como si pudiera sentir una presencia invisible allí conmigo que me retiene.

«Dios mío… ¿Qué estaba por hacer?».

Entorno la ventana con cuidado, no cierro por completo para no hacer ruido, dejo la mochila y me tiro sobre la cama aún llorando a más no poder.

Minutos después el celular vibra con insistencia.

Son mensajes de Gael. Después es una llamada de Valeria. Mensajes de las chicas del equipo.

No los respondo. Ni siquiera los abro para que no sigan insistiendo.

Miro Instagram, en donde comienzan a publicar algunas fotos.

Jaz y Dana sentadas en el mismo asiento, debajo decía: "Vamos por la victoria".

Vicky había publicado una selfie desde adelante donde se veía el pasillo y los rostros asomados de varios chicos y chicas del equipo.

Al mirarlas lloré aún más.

«Debería estar ahí, debí posar con Dana y las chicas».

Seguí mirando.

Cristal había subido una foto con Leila y Nair. "Juntas siempre… las más bellas" y otra con Gael, que debajo decía, "No te preocupes, Sol, yo voy a cuidarlo muy bien".

Siento que me golpean sus palabras y mi bronca aumenta.

Tiro el celular lejos de donde estoy.

No quiero seguir torturándome, no quiero sentir, no quiero.

«¿Por qu�� todo lo malo tiene que pasarme a mí?».

Me quedo dormida sin darme cuenta, en algún momento de la madrugada, cansada de llorar.

Siento frío, mucho frío. Me duele la espalda, todo el cuerpo… pero más me duele el alma. Me abrazo con fuerza, intentando sentir un poco de calor, pero estoy sola, estoy triste, le fallé a Dios, les fallé a mis padres, he fallado a todos, me fallé a mí misma.

Siento que ha llegado el frío. Es invierno.