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Chapter 9 - GOLES DE OTOÑO

Llegaron las olimpiadas.

Viajar a Santa Fe por un fin de semana era una experiencia nueva. El desafío mayor había sido conseguir el permiso de mis padres.

Valeria y las chicas hablaron con mi madre por teléfono y le rogaron que accediera a este viaje.

Gracias a mis buenas notas y "fama de hija ejemplar", mis padres aceptaron. Digo fama porque en estos últimos meses he estado lejos de ser la hija que ellos creen.

Salimos el viernes por la mañana de la puerta de la escuela, el equipo de hockey femenino, los equipos de fútbol femenino y masculino junto con sus entrenadores y algunos docentes.

Con Gael nos sentamos en el primer asiento, junto a Valeria y Augusto. Como capitanes de los equipos teníamos que tomar decisiones y recibir algunos consejos de nuestros entrenadores.

Charlamos gran parte del viaje y reímos por los comentarios divertidos del chofer.

Las dos horas se pasan rápidamente.

Al llegar a Santa Fe, nos instalamos en un predio del gobierno donde se albergaban todos los deportistas. Almorzaremos temprano algo liviano, ya que a las dos de la tarde será la ceremonia de inauguración y seguido a eso comienzarán los partidos.

Gran cantidad de chicos y chicas de toda la provincia se encuentran caminando por las calles. Cada uno vistiendo su uniforme como equipo.

Gael pasa su mano sobre mi hombro mientras nos dirigimos a la cancha principal.

—Me encanta estar aquí contigo—dice a mi oído con una hermosa sonrisa en su rostro—. La verdad, no me importa si ganamos o perdemos, solo quiero disfrutar de estos días a tu lado.

Sus palabras hacen que sienta que mis pies no tocan el suelo.

—También me encanta estar a tu lado… pero yo quiero ganar—respondo, y los dos reímos.

—Si perdemos tendrás que consolarme—dice haciendo un gesto gracioso con su boca—, necesitaré miles de besos para sentirme mejor.

—Y si ganas… estaré tan feliz que te daré miles de besos también.

—Ves, por eso me da lo mismo ganar o perder—dice antes de darme un beso en medio de la calle llena de estudiantes.

«Lo sé, somos dos cursis enamorados, y me encanta».

La ceremonia termina y Valeria nos junta a las chicas para una charla.

Cada partido es importante para pasar a la fase siguiente.

Hoy tenemos tres partidos y si ganamos mañana pasamos a cuartos de final y semi… y el domingo por la mañana es la final.

Terminamos el primer partido ganando 3 a 2.

Nos apuramos a ir hasta la cancha exterior, donde los varones están terminando su segundo partido. Van empatando 1 a 1.

Las chicas comenzamos a gritar y a alentarlos.

Quedan cinco minutos para el final cuando Gael se acerca peligrosamente al arco y un defensor lo patea directamente en su tobillo haciendo que caiga dolorido al piso.

—¡¡Penal!! —gritamos todos desde la tribuna.

Quiero correr hasta donde Gael se encuentra tirado en el piso y ver que esté bien.

Se levanta rengueando y el árbitro señala el punto del penal.

Quedan dos minutos.

Augusto le hace señas a Victor de que patee. Pero Gael se adelanta y ubica la pelota. No dejará que otro ejecute el penal.

Toma carrera, y todos dejamos de respirar por unos segundos, hasta que vemos la pelota entrar con toda velocidad en el arco y golpear con fuerza la red. Nuestras voces se unen en un grito de ¡¡¡Gooool!!

El equipo masculino tiene dos victorias consecutivas y eso le da la oportunidad de que, aun empatando su siguiente partido, pasen a cuartos de final.

Abrazo a Gael cuando se acerca a la tribuna.

—¿Cómo estás? ¿Te duele la pierna?

—Es solo un raspón, nada que un par de besos no puedan solucionar—agrega guiñándome un ojo—. ¿Cómo salieron ustedes?

—Ganamos 3 a 2. Hice dos goles.

—Vamos empatados entonces, yo hice los dos goles del partido.

Valeria nos avisa que nuestro siguiente partido está por comenzar.

Los muchachos tienen un descanso de una hora hasta el tercer partido del día, así que nos acompañan y serán nuestra hinchada.

Valeria nos junta al costado de la cancha y nos ordenamos igual que en el partido anterior.

Terminamos el primer tiempo empatadas, sin poder hacer goles.

Todos mis tiros pegaron en los palos.

Estoy completamente enojada conmigo misma.

El equipo ha hecho bien los pases y las llegadas al arco, pero no logro concretar ninguna definición.

Gael está sentado detrás del banco y en el entretiempo me llama.

—Tienes que probar cambiar de lado con Jazmín. Si entras por derecha tendrás más apertura del arco—me explica—, la defensora que te marca es zurda, y será más fácil desmarcarte de ella.

«Tengo el mejor novio del mundo», pienso mientras me explica la jugada.

Me alejo de él y le transmito al equipo la sugerencia de Gael y a todas les parece bien.

Comienza el segundo tiempo.

Saca el equipo contrario.

Cuando logramos recuperar la pelota y cruzar mitad de cancha, Jazmín se cruza en diagonal al lado izquierdo y yo avanzo por el centro, pero buscando la derecha del arquero.

Dana recibe el pase de Jaz en el área grande y gira para darme el pase. La defensora interpone su pie y la pelota se eleva por el aire. Corro dejando detrás a la defensora y cabeceo.

Veo la arquera saltar y tratar de agarrar la pelota que pasa entre sus manos.

—¡¡¡Gooool!! —gritan a coro.

—¡Grande, Pulga! —grita Emanuel.

—¡¡Esa es mi chica!! —exclama Gael saltando.

Terminamos ganando 2 a 0.

El siguiente partido de los muchachos está a punto de comenzar.

Lo ganan con facilidad 3 a 0.

Regresamos a los albergues felices de haber obtenido tres victorias y pasar a la siguiente ronda.

—Eres una gran capitana… hiciste un excelente trabajo en la cancha—me dice Gael.

—Gracias por tus indicaciones, gracias a ese cambio táctico pude hacer el gol.

—Lo hubieras hecho lo mismo de alguna manera. Tal como en los otros partidos—dice mientras me da un beso rápido.

—Necesitamos urgente una ducha—le digo haciendo un gesto gracioso—, los dos tenemos un fuerte olor después de los tres partidos.

—Sol… ¿Podrías prestarme shampoo?

—Seguro. Ven a buscarlo en un rato.

—Okey, nos vemos pronto, con mejor aroma—bromea—, así puedo besarte sin que apeste.

Quedamos con los chicos del equipo en juntarnos después de darnos unas duchas y salir a comer algo para cenar a una pizzería del centro.

Busco mis elementos de limpieza y la ropa.

Las chicas tenemos duchas comunes en un edificio cruzando el patio. Eran los vestuarios del gimnasio municipal.

Al entrar a las duchas nos encontramos con el equipo de hockey. Ellas también ganaron sus partidos y pasaron a la siguiente fase.

Cristal sale envuelta en un toallón rosa y su cabello mojado está suelto sobre sus hombros.

—Felicitaciones, Pulgosa, escuché que estás haciendo quedar bien a nuestra escuela—dice con su sarcástica sonrisa.

—Felicitaciones para ustedes también. Escuché que ganaron los tres partidos.

—Como siempre—afirma Nair.

—Esta fase es pan comido—agrega Leila.

—Chicas… podríamos dejar de lado las diferencias por un tiempo—sugiero intentando de apelar a una tregua—, ya que somos de la misma escuela, y tratar de mantener la paz.

Nair, Leila y Cristal se miran y sueltan una sonora carcajada.

—Lo siento, Pulga, pero somos de convicciones firmes. No toleramos a las machonas—responde Cristal.

—Sol—la voz de Gael se escucha desde la puerta—, ¿me prestas el shampoo?

Estoy buscando el frasco en mi mochila cuando veo a Cristal caminar hasta la puerta, aun envuelta en su toalla y se asoma.

—Hola,Gaelito, felicitaciones por ganar los partidos.

—Hola, Cristal—responde con normalidad.

Mi sangre comienza a hervir. Esa chica no tiene ni una pizca de pudor.

Busco el shampoo y salgo de prisa.

—¿Porqué no te vistes, Cristal?—le digo mirando con bronca sus ojos claros y chispeantes.

—¡Ay, Pulga! No te preocupes, Gael ya ha visto todo este cuerpito, no le sorprenderá hacerlo nuevamente, hasta quizás lo esté deseando...

Y al escuchar sus palabras siento que mis piernas van a dejarme caer al suelo en cualquier momento.

Gael la mira con odio y rápidamente me busca con la mirada.

Yo suelto el shampoo y entro al baño con rapidez.

—¡Sol, espera…! —es lo último que le oigo decir con claridad.

Mientras me alejo, los escucho discutir.

No voy a quedarme para seguir siendo humillada por ellos.

Entro rápidamente a una ducha, porque no quiero hablar con nadie del equipo. No sé si las chicas llegaron a escuchar las palabras de la rubia, de todas formas, no voy a quedarme a llorar frente a todas.

Cierro la puerta y las lágrimas comienzan a caer.

Mi mente imagina a Cristal desnuda frente a Gael y tengo ganas de vomitar.

Siento que caigo por un precipicio sin fin.

Me dejo caer sentada en el piso y apoyo mi cabeza contra las rodillas.

«¿Qué esperabas Sol? Gael tiene diecisiete años… ¿Acaso creías que seguiría virgen hasta el matrimonio? ¿Acaso piensas que es como Noah o el resto de los muchachos de la iglesia?».

—Sol, ¿estás bien? —pregunta Dana.

—Sí. Quiero estar sola.

—Gael está en la puerta. Quiere hablar con vos—dice Vicky.

—No quiero verlo. No lo dejen entrar.

Escucho a las chicas murmurar entre ellas. Puedo imaginar sus rostros y sentimientos de lástima por mí. Las duchas se abren y en silencio comienzan todas a bañarse.

Luego cierran. Se cambian sin hablar demasiado.

Aún permanezco aquí. Llorando. Sintiéndome una niña tonta.

—¿Sol? —escucho decir a Jazmín del otro lado de la puerta—. Gael está como loco… no se ha movido de la puerta. Quiere entrar a verte…

—No quiero hablar con él.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué te hizo Cristal? No le hagas caso…

—Nada… esta vez, no es su culpa.

—¿No vas a ir a la pizzería?

—No. Vayan ustedes. Me quedaré a dormir. No tengo hambre.

—¿Quieres que me quede contigo?

—No… Estaré bien.

Escucho que Jazmín sale del baño y decido ducharme.

Las lágrimas siguen cayendo de mis ojos.

Dejo que el agua caliente me golpee la espalda.

Termino de cambiarme lentamente, sin poder sacar de mi cabeza las palabras de la rubia y la mirada de Gael.

Guardo mis cosas y al salir, me encuentro con Gael parado frente a la puerta. Se interpone en mi camino.

Bajo la mirada porque no quiero que me vea llorar e intento tomar el camino hacia la pieza.

Rápidamente se acerca y me detiene del brazo.

—¿Podemos hablar?

—No quiero hablar ahora.

Me obliga a mirarlo y mis ojos ya están llenos de lágrimas.

—Lo siento—dice con preocupación—. De verdad, Sol, no quería lastimarte, ni hacerte llorar.

—Pues ya es tarde…

—Si te hubiera conocido antes, si hubieras llegado antes al colegio… todo en mi vida sería diferente. Yo sería diferente… porque a tu lado, siento que todo en la vida es diferente…

No quiero escucharlo. En mi mente solo puedo imaginarlo al lado de Cristal, besándola y tocándola.

Sacudo su agarre de mi brazo y le dirijo una dura mirada.

—No quiero hablar ahora. Por favor, quiero irme a dormir—le exijo con firmeza—. Mañana… mañana hablaremos.

Y me alejo con rapidez, dejándolo parado allí en medio del patio.

No tengo hambre, mi estómago se cierra otra vez.

Cuando suena el despertador siento que mi cuerpo está débil y golpeado. Casi no dormí en toda la noche. Y las lágrimas fueron mi fiel compañía.

—¡Vamos, chicas!—dice Vale con entusiasmo—. A desayunar que nuestro primer partido es las diez de la mañana y tenemos que hacer un precalentamiento.

Las miradas de todas las chicas del equipo se depositan en mí. No dicen nada, pero sé que están preocupadas.

—¿Cómo te sientes? —me pregunta Jaz sentada en la cama a mi lado.

—No voy a mentirte… no es mi mejor día.

—Cristal es una arpía. Nunca creas en lo que ella diga… Intenta escuchar a Gael… ustedes se quieren—me aconseja con cariño.

Llegamos al desayuno y lo primero que encuentro al entrar es la mirada de Gael.

Parece que tampoco ha dormido en toda la noche. Hay ojeras bajo sus hermosos ojos celestes, su mirada es triste y un gesto preocupado se refleja en su rostro.

Se sienta a mi lado y el resto de los chicos entiende que necesitamos estar solos.

—Te ves terrible—dice con sinceridad.

—Lo mismo digo—respondo mientras revuelvo mi café con leche.

—¿Sigues molesta?

—Molesta no. Decepcionada—digo sin levantar la vista.

—Quiero aclararte que no es lo que estás pensando. No me enorgullece lo que voy a decir, quisiera poder volver el tiempo atrás y cambiarlo…—se escucha triste y arrepentido—. Solo estuve con Cristal una vez. Y luego de eso...

—Gael, no quiero detalles—aclaro levantado mi mano e intentando cortar su relato. Realmente no quiero escucharlo.

—Por favor… déjame explicarte…

—No creo que pueda seguir con esto—le digo acerca de nuestra relación.

���¿Qué dices?

—Que estoy confundida… que quiero tiempo…

—No, Sol, por favor—dice con lágrimas en los ojos—. Yo… lo siento, de verdad eres importante para mí, nunca sentí esto por nadie.

Levanto la mirada y me derrumbo ante sus ojos cristalizados.

—Siento que no puedo competir con ella—le digo explicando mis sentimientos.

—No necesitas competir con ella—me aclara—. Tú ya ganaste. Eres mil veces mejor que Cristal, soy diez mil veces más feliz a tu lado que lo que fui con ella…

Cada una de sus palabras derrite y elimina mi enojo.

Quiero abrazarlo y besarlo de nuevo.

—Sol… es ella la que no puede competir contigo—dice mirándome con tristeza y desesperación.

Valeria interrumpe nuestra charla con un silbato que nos indica que debemos ir al entrenamiento.

—Esta charla no ha terminado—aclara Gael—. Lo nuestro no ha terminado.

Salimos de ahí directo a la cancha donde comenzamos los tiros de calentamiento.

—¿Estás bien, Sol?—me pregunta Vale que ha notado mi ánimo.

—No dormí bien anoche, y me duele un poco la cabeza—respondo.

—¿Has comido bien?—cuestiona apoyando su mano en mi espalda—, estás muy delga Sol.

—Estoy bien, no tengo apetito.

—Si te parece, podemos poner a Jaz de capitana y que descanses en este primer tiempo. Vemos en la marcha, si es necesario entras a jugar.

—Estoy de acuerdo.

El primer tiempo me quedo en el banco. Las chicas están haciendo un excelente trabajo, pero les cuesta llegar al arco.

Faltando veinte minutos para terminar Valeria me pone a precalentar al costado de la cancha. Justo en ese momento Vicky le da un pase a Dana, y ella se adelanta con un pase cruzado a Jaz y anotan un Gol.

Todas gritamos desde afuera y festejamos.

No es necesario que entre a jugar, y realmente agradezco ese tiempo para poder aclarar mi mente y recuperarme.

Al terminar vamos hacia la cancha donde los muchachos están jugando y van perdiendo 3 a 1.

Augusto grita desde el banco a los chicos que corran. Al parecer está muy enojado con el equipo.

Víctor, que está sentado como suplente, me mira de reojo.

—Gael está haciendo que pierdan el partido—dice mirando hacia otro lado—. No sé lo que pasó anoche entre ustedes… pero nunca lo había visto de esa forma… Eres importante para él… en serio, Sol. Eso está a la vista… si es por la loca de Cristal… te puedo asegurar que Gael nunca la quiso…

Las palabras de Víctor calman aún más mi enojo.

—¿Qué puedo hacer ahora?

—Solo decirle que lo perdonas. Que te interesa… desafíalo de alguna manera para que reaccione o estamos fuera del campeonato.

El árbitro suena el silbato dando el final del primer tiempo.

Mi mirada se centra en Gael. Lo veo caer sentado en el césped y llevar sus brazos a la cabeza.

Lo veo frustrado. Confundido.

Mientras la mayoría de los jugadores se reúne junto a Augusto.

Aprovecho el entretiempo y camino por la cancha hasta llegar junto a Gael y me siento allí a su lado.

—Estás jugando pésimo—le digo chocando nuestros hombros.

—Ya no me importa el partido, ni el campeonato…—dice bajando la cabeza.

—¿Y yo?—le pregunto—. ¿Ya no te importo?

Levanta la mirada.

—Lo único que me importa es estar con vos.

—¿En serio?

—¿Lo dudas?

Le sonrío con mis labios apretados y su mirada cambia.

—Vamos a poner las cosas así—digo a modo de desafío—. Este partido parece perdido, casi como lo nuestro… ¿verdad?

Gael me mira confundido.

—Si logras revertir este resultado… si regresas a jugar como siempre… olvidaré todo lo sucedido, las cosas volverán a ser como antes.

—¿Me estás chantajeando? —dice con una sonrisa.

—Te doy una oportunidad.

Me mira en silencio. Sus ojos celestes se iluminan con esperanza.

—No voy a desaprovecharla—dice animado—. Voy a ganar este partido.

Al ponernos de pie, nuestras miradas se encuentran, sé que, ganen o pierdan, ya lo he perdonado.

—Solo te daré un adelanto como incentivo—agrego acercándome y besando sus labios.

Los gritos y abucheos del equipo nos hacen cortar el beso y reír a los dos.

—Tienes que ganar este partido—le digo al separarnos.

—Seguro… Gracias, Sol.

Me alejo con una sonrisa en los labios, y con mi ánimo renovado, con ganas de jugar el próximo partido y ganar estas olimpiadas.

Los muchachos juegan como nunca los segundos cuarenta minutos. Logran el empate. Y deben definir por penales.

Valeria nos llama para ir a la semi final. Quiero quedarme a ver estos penales, pero nuestras rivales no esperaran.

Es nuestro partido decisivo. Al igual que los muchachos, necesitamos ganar para pasar a la final mañana.

Entramos a la cancha… y del otro lado se encuentra el Santo Tomás.

Son el equipo que nos ganó la final anterior por penales.

Valeria nos reúne y alienta con sus palabras. Nos recuerda alguno de los errores y puntos débiles de nuestras contrincantes.

Comienza el partido.

El primer tiempo está peleado. Ninguno de los dos equipos logramos anotar. Y solo quedan diez minutos.

Escuchamos gritos de afuera de la cancha y vemos a los muchachos festejar. ¡Han ganado!

Gael se ve feliz.

Saber que ganó por mí me llena de una satisfacción y alegría.

Me saluda desde la tribuna y arroja un beso al aire con su mano extendida.

Necesito poner todo mi esfuerzo para anotar un gol antes que termine este tiempo. Sé que puede ser desequilibrante comenzar el segundo tiempo ganando por un tanto.

Miro a las chicas y les hago seña de que vamos a hacer nuestra jugada preparada.

Con Jazmín dentro de la cancha, esta vez nos organizamos mejor. Dana avanza y da un pase directo a los pies de Jaz en el área grande.

—¡Marquen a la diez! No la dejen patear—grita su entrenadora desde el banco.

Cruzo en diagonal por la izquierda llevando a dos defensoras en mi carrera. La arquera se acomoda frente a mí con sus manos abiertas esperando que patee. Entonces le doy el pase a Dana, quien recibe la pelota. ¡Goool!

Todas corremos festejando.

Terminamos el primer tiempo 1 a 0.

En el entretiempo, me acerco a la tribuna y sin decir nada Gael me abraza con fuerzas.

—Pulga —me dice al oído provocándome cosquillas—, gracias por darme una nueva oportunidad.

—La ganaste en buena ley—le digo cuando nos separamos del abrazo.

—¿Puedo…?

Se a lo que se refiere. Y antes de que lo pregunte, me cuelgo de sus hombros y lo beso.

—Tuve tanto miedo de perderte—me dice al separarnos.

—Debo regresar al partido.

—Tienes que hacer otro gol en los primeros diez minutos—agrega Gael—, eso las dejará desmoralizadas y sin ánimo, será como un golpe de nocaut.

—Lo intentaré.

—Hazlo para mí—me dice desafiante—, dedícame ese gol.

Le brindo una amplia sonrisa. Quiero hacer ese gol para él.

Comienza el segundo tiempo.

Las chicas de Santo Tomás juegan con más fuerza. Golpean a Dana y cometen varias faltas.

El ��rbitro parece favorecerlas y no sacar ninguna tarjeta ni dar sanciones por sus golpes.

Siento más bronca por aquella injusticia.

Faltan tres minutos para terminar y Antonella choca contra una de ellas en nuestra área y les cobran un penal.

—¡Es injusto! —gritamos todas—. Ellas se han cansado de pegarnos y no les cobras nada.

El árbitro se enoja y saca la tarjeta roja y expulsa a Antonella, dejándonos con diez jugadoras y empatando 1 a 1.

Estoy furiosa. Siento que está comprado este partido. La única alternativa es hacer un gol. Si llegamos a penales, perderemos otra vez contra ellas.

Ya no queda tiempo, así que al sacar del medio, me dirijo sola al arco.

Paso a las tres chicas que tengo en frente y corro hacia el arco. Mi mirada está fija entre esos dos postes blancos. Estoy en la línea del área. Nunca he pateado desde tan lejos del arco.

Freno la pelota y con todas las fuerzas que la impotencia, bronca, injusticia y todo lo que tengo guardado me da, pateo la pelota.

La veo seguir la trayectoria hacia el arco y decido cerrar los ojos.

De golpe un estallido de gritos que viene de la tribuna me hace estremecer.

Y siento los brazos de mis compañeras alrededor de mi cuello.

—¡¡¡Gooooool!!!

Abro mis ojos y al mismo tiempo el árbitro suena el silbato dando el final del partido.

Todos los compañeros del colegio que estaban en la tribuna entran corriendo a la cancha y se abrazan con las chicas.

Gael llega a mi lado y me abraza con fuerza.

—Gracias a ese gol—grita con euforia—, ¡están en la final!

Nos abrazamos y festejamos con todos.

Ha sido un día agotador. Luego de las duchas el cansancio de todo el día cae sobre mi cansado cuerpo. Siento que mis ojos se cierran solos.

Cenamos algo en el comedor del albergue y nos vamos a dormir.

Gael me da un beso corto.

Los dos estamos igual de cansados. Mañana será la final. Los tres equipos del Instituto hemos llegado a las finales.

Debemos descansar.

Las tres finales se jugarán de manera simultánea.

Así que no podremos alentar a nuestros compañeros.

Las chicas recibimos la acostumbrada charla de Valeria. Pero esta vez es diferente.

—Estoy tan orgullosa de ustedes—nos dice con una sonrisa—. Para mí, ya somos campeonas, sin importar el resultado del partido. Hemos llegado tan lejos… las he visto crecer como jugadoras y como equipo y me siento muy feliz por eso. Sé que todas quieren ganar… yo también lo quiero… pero lo más importante es que les mostremos que somos un equipo unido y que hemos luchado para llegar hasta aquí. Algo que para ellas fue sencillo…

—¿Lo dices porque nos enfrentaremos contra las tres veces campeonas? —pregunta Vicky.

—Sí, y porque muchas de ellas son jugadoras profesionales. Para la escuela, ya es un orgullo que seamos segundas… ahora vamos a divertirnos y a mostrar que nos hemos preparado de la mejor manera para llegar hasta aquí.

—Vamos a divertirnos y a ganar este partido al mismo tiempo—digo con voz fuerte alentando a las chicas.

Todas nos abrazamos en ronda y estamos listas para la final.

El equipo contrincante está parado en la cancha y con solo ver el porte y tamaño de esas chicas, ya me siento intimidada.

«Vamos, Sol, no puedes volverte cobarde en este momento».

Sonrío mostrando confianza. El equipo me necesita fuerte y decidida, no asustada y apocada.

Nos paramos en la cancha y el árbitro suena el silbato, dando comienzo al partido.

Estas chicas son rápidas, además de ser enormes de tamaño, y saber muy bien lo que hacen en la cancha.

Nuestra arquera ha sacado más de diez tiros directos al arco, y nosotros todavía no hemos podido pisar el área chica.

He corrido por toda la cancha. Mis piernas se sienten cansadas. Pero no voy a rendirme. Ninguna de nosotras va a rendirse.

Terminamos el primer tiempo y el partido sigue empatado 0 a 0.

Vale nos alienta. Dice que estamos jugando excelente. Que sigamos así. Yo siento que debemos hacer unos cambios. Si seguimos jugando igual, van a marcarnos un gol en cualquier momento.

—Tenemos que cambiarnos de lado—le digo a Jaz—, y reforzar la izquierda de la cancha—explico—. Dana y Anto tienen que mover la pelota por el lado contrario, porque hemos tenido pocos tiros al arco, debemos intentar llegar desde afuera y por el centro. Trataré de quitarme la marca y necesito el pase en el punto del penal.

Todas asienten.

Espero que mi idea funcione. Necesitamos ganar. Por Valeria, por la escuela y por nosotras como equipo.

Entramos al segundo tiempo bastante cansadas.

Ellas parecen venir de un día de spa. Ni siquiera están cansadas.

Nuestras llegadas al arco son inútiles. Su arquera es muy buena y ha tapado todos mis tiros.

—Quizás debamos ir por el empate—sugiere Jaz.

Sé a lo que se refiere. Pero no quiero llegar a los penales. Aunque parece ser nuestra única opción.

Nunca me gustó jugar a defendernos y simplemente evitar que nos hagan un gol. No voy a quedarme detrás de medio campo para bloquear su juego.

—Jaz, tenemos que hacer un gol…

—Lo sé, pero estoy agotada.

—Último esfuerzo, amiga—le pido.

Asiente y las dos salimos corriendo.

Anto da un pase largo. Una defensora saca la pelota fuera de la cancha y es nuestra oportunidad de un córner.

Dana va a patear y con Jaz nos ubicamos en el área chica, cerca de la arquera.

Escucho el silbato del árbitro y veo la pelota volar por el aire. Necesito llegar a cabecear. Doy un paso adelante y paso delante de la arquera. Siento el fuerte impacto en mi cabeza, y caigo de frente al suelo.

Demoro unos segundos en reaccionar.

Jaz se acerca gritando.

—Gooool, amiga, lo hiciste.

El resto del equipo llega a nuestro encuentro para festejar.

Aún faltan diez minutos.

—Ahora sí podemos jugar a defensa—le digo a Jaz con una sonrisa.

Retrocedemos y bancamos el resto del partido sacando al pelotazo cada uno de sus tiros.

Cuando suena el silbato final caigo rendida sobre el césped.

Estoy cansada.

Mis piernas ya no responden. Pero estoy feliz. ¡Hemos ganado!

¡Somos las campeonas del torneo provincial!

Dana me levanta tomando mis manos y todas nos abrazamos y lloramos de alegría.

Valeria se une a nosotras.

—¿Saben algo de los chicos? —pregunto.

—No, su partido todavía no ha terminado—responde Valeria.

—¡Vamos!

Juntas corremos hasta la cancha donde el partido parece haber terminado.

Augusto tiene a todos los muchachos en ronda.

—Van a penales—nos explica Victor—. Empataron 2 a 2.

Nos ubicamos en la tribuna cerca del arco donde se ejecutarán los penales.

Mi mirada se cruza con la de Gael y sé que está cansado. Todos los chicos lo están.

Los penales son bien ejecutados, hasta ahora todos han hecho gol. Van 4 a 4. El equipo rival patea y pega en el travesaño y sale. Sabemos que Emiliano tiene que hacer el gol para ganar.

Toda la responsabilidad recae sobre sus hombros.

El resto del equipo está de pie abrazado esperando la ejecución.

Emi toma carrera y le pega a colocar en el lado izquierdo. Pega en el palo y entra. Todos gritamos y saltamos.

—¡¡Ganamos!! —grita Augusto y se abraza a los suplentes.

Las chicas corremos hacia el arco donde todos saltaron sobre Emiliano.

El viaje de regreso es una fiesta completa. Todos en el colectivo estaban felices. Los tres equipos del Instituto salieron en primer puesto.

Augusto, Valeria y Trini, le entrenadora de las chicas de hockey, están completamente felices.

—¿Estás feliz? —le pregunto a Gael.

—A tu lado siempre soy feliz—dice mientras me abraza.

—Hablo en serio, te pregunto por los resultados del campeonato—digo restando importancia a sus dulces palabras.

—Y yo te respondo en serio. Me daba lo mismo ganar o perder, te lo dije el día que llegamos… Tú iluminas mis días.

Lo miro y no puedo creer que tenga al novio más maravilloso del mundo.

Al llegar a casa estoy tan cansada que solo quiero entrar a mi cuarto y dormir un día seguido.

Luego de probar unos pequeños bocados de la cena y contarle a mis padres sobre los partidos y nuestra victoria, subo a mi habitación y me recuesto en la cama aun vestida.

Mi mente repasa todos los acontecimientos del fin de semana. Me siento tan afortunada por tener a Gael en mi vida. Me dolió enterarme de lo que pasó entre Cristal y él, pensé que no podría perdonarlo… hasta sentí por momentos que era la oportunidad de dejarlo y hacer las cosas bien. Pero lo quería, estaba enamorada y por estar a su lado quizás estaba dispuesta a perdonar eso y mucho más.

Unos golpes en la puerta llaman mi atención.

—Puedo pasar—me dice papá abriendo la puerta.

—Sí, claro.

—Quería que oráramos juntos—agrega.

Lo miro asombrada. Ahora que lo pienso, no he tenido una oración en mucho tiempo. Es más, no he pensado en Dios en todo el fin de semana.

Papá se sienta en el borde de la cama.

—Estoy muy cansada—le digo tratando de evitar el momento.

—Bueno, solo déjame orar por ti, y puedes dormirte después.

Cierro los ojos, y papá apoya su mano en mi espalda.

Mientras lo escucho orar mi corazón se siente hecho trizas.

«Dios mío… ¿acaso todavía escuchas mi voz?Soy una farsante, una pecadora».

Papá termina de orar, me da un beso en la frente y sale de la pieza.

Me siento mal. Sé que en mi vida hay muchas cosas que no están bien… cosas que debería dejar, cambiar… un ardor en el pecho me hace querer llorar.

«¿Qué me está pasando?».

Mi celular vibra en mi bolsillo.

—Sueña conmigo, Pulga—dice el mensaje de Gael.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Pienso en Gael y lo que compartimos este fin de semana. Rápidamente olvido los sentimientos de culpa y remordimiento.

—Sueña conmigo, Gael —le respondo.