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Chapter 5 - MI OTOÑO

No me gustan los primeros días de clases.

Menos me gusta comenzar en un nuevo colegio, donde no conozco a nadie y todos me miran como a un bicho raro.

Mientras camino por el pasillo lleno de estudiantes, siento las miradas de todos posadas sobre mí, y eso me espanta.

Cuando mi padre decidió aceptar esta propuesta de trabajo, sabía que el cambio afectaría a toda la familia. Mudarnos a una nueva ciudades algo difícil y doloroso. Sobre todo para mí.

En Córdoba tenía a mis abuelos, primos y tíos, pero aquí no conocemos a nadie. Estamos solos.

Rosario es una bonita ciudad. No puedo quejarme por eso.

Las dos semanas que llevamos viviendo aquí, hemos podido recorrer gran parte de la costanera y los paseos principales, aunque solo desde el auto.

Papá realiza un trabajo de investigación y está escribiendo un libro sobre las conductas del comportamiento humano, tarea que puede facilitar su doctorado en psicología; y el centro de investigación CONICET, aprobó y apoyó su proyecto, y financiará económicamente la publicación de su libro.

Mamá trasladó su consultorio y comenzó a atender algunos pacientes en casa, hasta que consiga algún puesto fijo en una escuela o gabinete psicopedagógico.

Mi hermano menor comenzó primer año del secundario, así que para él, el cambio era inminente, ya sea en Córdoba o acá en Rosario; debía abandonar sus compañeros del primario para comenzar esta nueva etapa. Como período de adaptación comenzó las clases tres días antes y ya tiene nuevos amigos. Por lo cual, apenas bajamos del auto corrió hacia ellos dejándome sola.

«Gracias,Bruno, por apoyar a tu hermana mayor».

Levanto la mirada del suelo mientras sigo caminando, solo para confirmar que las miradas de varios estudiantes siguen sobre mí.

Odio ser la nueva. La que no conoce a nadie.

«Ser la chica nueva apesta».

Me miran como si fuera de otro planeta, como si nunca en su vida hubieran visto a una chica de cabello rizado hasta la cintura, ojos verdes y de baja estatura, sí, así soy yo. Mi piel blanca pintada de pecas que cubren mi rostro, mi cara un poco redondeada, boca pequeña y nariz respingada.

Las extrañas expresiones en sus rostros hacen que vuelva a pasar mi mano por mi cabello, pensando que quizás llevo algo extraño como una hoja o escarabajo encajado en él. Reviso mi uniforme nuevamente, quizás lo coloqué mal o hay una parte fuera de lugar... quizás me coloqué una media de cada color o me manché la pollera con algo en el desayuno.

Gracias a Dios todo está en orden.

Entonces... ¿por qué nadie puede brindarme una sonrisa y un saludo como una persona civilizada?

Al continuar mi camino por el largo pasillo, me quedo mirando un gran cartel del equipo de fútbol de la escuela y sus días de entrenamiento. Estoy distraída leyendo cuando recibo un fuerte impacto de costado y termino de rodillas en el suelo.

—¡Oh, perdón! ¡Lo siento!—exclama un muchacho de cabellos rubios y ojos muy claros. Toma mi brazo y me ayuda a levantar—. Soy un torpe, realmente no te vi—continua con su disculpa sin que yo haya podido decir ni una palabra.

Las miradas de varias chicas están sobre nosotros en este momento y me hacen sentir más avergonzada.

Sus ojos celestes se detienen de repente y frunce su ceño como si hubiera descubierto algo extraño.

—¿Eres nueva?—suelta de golpe con una simpática sonrisa dibujada en su rostro. Solo asiento con mi cabeza, al parecer las palabras no salen de mi boca. —¿Cómo te llamas?

—Sol—digo suavemente mientras acomodo en mi hombro la mochila y recorro con mi mirada al apuesto muchacho. Tiene hermosos ojos celestes y un largo y ondeado cabello rubio.

—Un gusto, Sol...—responde haciendo un gracioso saludo.

El fuerte sonar del timbre interrumpe nuestra charla y me señala que debo entrar en mi aula.

—Nos veremos pronto—dice a modo de despedida y sale corriendo por el pasillo.

«No me dijo su nombre. ¿De qué curso será?», me preguntó aún inmóvil en mi lugar.

Por su estatura... calculo que debe ser de sexto. Aunque en mi interior, quiero que sea de cuarto, para poder compartir el curso con él.

Camino buscando mi aula. Ya quedan pocos chicos en el patio.

Entro con timidez.

Recorro con la vista buscando un asiento vacío, preferentemente uno que se encuentre al fondo del salón, donde pueda pasar desapercibida el resto del día.

Camino por el pasillo entre las sillas, hasta el final del aula, y tomo el último banco. Dejo mi mochila en el piso y me siento.

Observo por la ventana, y el gran patio se encuentra completamente vacío, todos los alumnos han entrado en sus aulas.

Regreso la vista al curso y observo como todos se saludan.

La mayoría, se conoce del año anterior, recuerdo que era lindo ese momento de reencontrarse luego del período de vacaciones.

«Ahora apesta».

Un grupo de chicas me observa y conversa entre sí, todas ríen. Sobre todo una chica rubia, muy bonita. Imagino que se burlan de mí... no lo sé.

Intento ignorarlas.

Dos muchachos se ubican en los bancos delante del mío.

—Hola, chica nueva—dice el más delgado de ellos—. Soy Javi. ¿Cómo te llamas?

—Sol.

—¿Soledad? ¿Solange?—preguntó el otro.

—Simplemente Sol.

—Ah... ¿como la nota musical?

—Aja—afirmo.

—Hola, Sol, yo soy Timo, de Timoteo—bromea.

Reí ante su comentario.

Javi y Timo resultaron ser bastante piolas y amables. Hasta ahora, los único dos que notaron mi existencia y me saludaron.

El profesor no tardó en llegar y, sin demasiado protocolo, comenzó la clase de Física.

Escribió un montón de cosas en el pizarrón.

No me gusta estar al fondo, por mi altura, siempre los de adelante bloquean mi visión.

Intento copiar, aunque no logro ver la pizarra completa.

Timo es bastante alto y grandote, y justo está en dirección a la pizarra.

Ruego a Dios que el profesor no borre, ya que aún no he podido anotar todas las consignas.

Cuando suena el timbre del primer recreo, me quedo y me acerco a copiar las cosas faltantes.

—No puedes permanecer en el aula—me dice la muchacha alta de cabellos rubios y lacios que se reía de mí al comienzo de la clase—. Quizás no lo sabes porque eres nueva, son las reglas.

—Termino de copiar estas cosas y salgo—respondí intentando ser amable, aunque ella no lo era conmigo para nada.

Bajo la mirada a mi carpeta y continúo intentando completar las consignas.

Por el rabillo del ojo, la vi dirigirse al pizarrón. Tomó un borrador y comenzó a pasarlo con rapidez por toda la pizarra.

—Espera... ¿Qué haces?—cuestioné enojada.

—No obedeces las reglas, así que... ahora no tendrás nada que copiar.

La miré sorprendida por tal mala actitud.

Cerré mi carpeta y caminé hacia mi banco.

«Perfecto, acabo de llegar y ya me gano una enemiga»

Salgo al patio, donde la mayoría se encuentra en pequeños grupos conversando. Pequeños grupos a donde no pertenezco.

Camino hasta la sombra de un pequeño árbol y saco mi celular del bolsillo.

Tengo un mensaje de papá.

—¿Cómo va ese primer día? ¿Muchos nuevos amigos? Gracias por tu esfuerzo y buena actitud. Te amo. Papá.

Sonrío ante sus palabras.

«"Muchos Amigos", seguro».

Hasta ahora, solo he logrado dos saludos amigables y una crítica enojosa de la rubia antipática.

—Estoy bien, superando la primera hora de clases—le respondo—. También te amo.

Papá y yo tenemos una estrecha relación, casi más cercana que con mi mamá. Conversamos por largas horas ya que tenemos muchos temas en común. Miramos algunas series de Netflix juntos y desde muy pequeña tenemos el ritual de despedirnos cada día con un tiempo de oración y charla en mi cuarto.

Sé que con mi hermano hace lo mismo, pasa primero por su habitación y luego llega a la mía.

Espero con ansias ese tiempo donde solo estamos él y yo.

De pequeña me encantaba que me contara historias de la Biblia o me leyera algún Salmos. Luego sus preguntas me hacían pensar mucho en cómo Dios me hablaba a través de estos pasajes.

Mamá se asomaba en la puerta y nos observaba mientras los dos reíamos y hablábamos hasta tarde.

A medida que fui creciendo las visitas de la noche fueron distanciando y cambiando, papá ya no leía, pero sí me preguntaba por mis lecturas, y luego orábamos juntos.

Mis padres siempre han estado cercanos y atentos a todo en mi vida. Estoy agradecida por tenerles.

Esta mudanza significa mucho para papá.

Luego de años de investigación y estudio, su sueño de este libro se hace realidad. Pero para eso es necesario que como familia hagamos este sacrificio.

Como psicólogo, siento que papá siempre está analizando mis actitudes, amistades, respuestas... A medida que crecí y tomé conciencia de esto, evité comentarle algunas cosas y nos distanciamos un poco.

Antes le contaba absolutamente todo lo que me pasaba y sentía, pero ahora, ya no puedo. Siento que no me entendería.

Él lo sabe. Un día hablamos sobre el tema. Me dijo que hay una parte de mi intimidad que está bien reservarme. Que lo respetaba, pero que siempre puedo confiar en él.

El timbre suena sacándome de mis pensamientos y anunciando que debo regresar dentro del aula.

Camino hacia la puerta y, nuevamente, la rubia y yo, nos cruzamos intentando entrar las dos al mismo tiempo por la estrecha puerta.

Sus ojos me miran con bronca, como si le hubiera hecho algo.

La dejo pasar primero.

No quiero discutir con ella.

Vuelvo a tomar mi lugar en el fondo del aula.

Una profesora de unos cincuenta y tantos años entra en el aula provocando un rotundo silencio a su paso.

Aurelia Castro. Profe de Historia. Así se presenta.

Todos parecen respetarla, más bien temerle.

Castro saluda y comienza casi de inmediato su clase.

Mientras está hablando, camina por los pasillos entre las filas de sillas, llega a mi lugar y detiene en su narrativa.

—No sabía que teníamos una alumna nueva—comenta, mientras sus ojos marrones me escanean de arriba abajo—. ¿Cuál es su nombre?

—Sol—respondo con timidez—. Sol Taylor.

—¿De qué escuela viene, señorita Taylor?

—Del Colegio Luterano de Córdoba.

—Ah... lo imaginé por su tonada... bien, espero que se ponga al día con nuestra materia, no voy a volver a dar los contenidos anteriores, le sugiero que pida una carpeta del año pasado, así no atrasa al resto del curso...

—Lo haré, profesora—respondí en un susurro.

Sentí que mi corazón saltaba de mi pecho de los nervios que tenía ante su dura presencia, además de todas las miradas del curso sobre mí.

—Ya tendremos tiempo de conocernos, pero le advierto que soy muy estricta en el cumplimiento y prolijidad de los trabajos... Espero tome en serio mi materia.

Se alejó en silencio por el pasillo y luego continuó la clase.

«¡Vaya primer día he tenido!»

En la hora siguiente conocí al profesor de Matemáticas, Aníbal Núñez. Un hombre joven y simpático, bastante buen mozo... pude notar las miradas y suspiros de muchas de mis compañeras.

Lo mejor del día fue cuando tocó el timbre final y pude salir de ese horrible colegio. Rumbo a mi casa.

Mi casa... bueno, el lugar a donde vivimos, porque micasa está en Córdoba a 400 km de distancia. Esa siempre será mi casa.

Aunque ya hace casi un mes que nos mudamos, todavía no me acostumbro a vivir aquí.

La casa nueva es muy linda y moderna, con grandes ventanales de vidrio y ambientes amplios. Los dormitorios están en la planta alta, abajo hay una amplia cocina, un gran comedor, un baño y una cochera para dos autos.

Está ubicada en una gran avenida, a unas seis cuadras de la escuela y a dos de la costanera. En el barrio Lisandro de la Torre, en el Norte de la ciudad.

El jardín no es muy grande, pero tiene unos bonitos arbustos y plantas con flores que le dan un toque cálido.

Al llegar a la puerta, recojo un sobre que el cartero ha dejado en la entrada. Es para papá, del Instituto CONICET.

Abro la puerta y me dirijo a la cocina, sintiendo que estoy en una carrera de obstáculos, esquivo todo lo que hay por el piso.

Todavía quedan cajas sin abrir apiladas por toda la casa.

Mamá intenta, de a poco, poner en orden las cosas, pero debemos esperar el resto de los muebles, que llegarán el fin de semana.

—¿Qué tal ese primer día de clases? —pregunta mamá mientras pica unas verduras para el almuerzo.

—Mejor hablemos de otra cosa—respondo dejando mi mochila sobre una silla y caminando a la heladera para tomar algo fresco.

—¡Vamos! ¿Tan terrible ha sido? —insiste.

—Imagina algo terrible, multiplícalo por tres y elévalo a la décima potencia...

—¡¡Qué exagerada y fatalista!! ¿Quién eres? ¿Y qué hiciste con mi hija? —dice mamá bromeando—. Volveré a repetirte que tienes que darle una oportunidad a este lugar... Sol, todos hemos hecho sacrificios... será por un tiempo, lo hacemos por papá...

—Lo sé, mamá, y hago mi mejor esfuerzo...—respondí siendo sincera.

—Las cosas mejorarán, pronto tendrás muchos amigos ¡y todos los chicos del curso te amarán!—exclamó siendo tan optimista que ni ella lo creía.

—Sí, seguro—respondí alejándome hacia la escalera que llevaba a mi dormitorio.

«Todos me amarán».

Llegué a mi cuarto y me dejé caer de espaldas sobre el colchón.

¿Por qué tuvo que complicarse tanto mi vida?

La pequeña iglesia a la que asistimos casi no tiene adolescentes de mi edad. En la escuela, nadie me habla...

Necesito a Isabella y a Noah.

Tomo mi celular y escribo un WhatsApp.

—S.O.S. amigo, te necesito—le escribo.

Pero como es normal en Noah, no responde, y quizás pasen dos días hasta que lo haga.