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Chapter 3 - Mi Verano

—¡Pide un deseo! —exclamó Isabella parada a mi lado.

El gran pastel de cumpleaños con la vela encendida frente a mí, esperaba ante la atenta mirada de todos mis amigos y familia.

Y allí estaba yo. Cumpliendo Quince años.

Vestida como una princesa de cuentos, y cumpliendo este tan anhelado sueño de tener Quince Años; como si esa edad marcara un antes y un después, un nuevo comienzo, o una nueva etapa especial en la vida.

Mis padres habían realizado una asombrosa fiesta.

El salón se veía hermoso con los tules y flores que mamá había preparado. Las mesas y adornos, las luces, todo era perfecto.

Mis familiares y amigos trajeron muchísimos regalos, y compartieron la comida, los juegos, el video de fotos que papá había preparado, y entre todos hicieron de ese tiempo, algo super especial.

Me sentía tan feliz.

Fue uno de esos momentos que quieres atesorar en un rincón de tu corazón para no olvidarlo nunca. Como si quisieras que se detuviera el tiempo y vivir siempre allí, rodeada de quienes te importan, sintiendo siempre su cariño y amor.

Miré a mi alrededor y me sentí afortunada.

¿Qué más podía pedir?

Soplé con todas mis fuerzas.

Y solo pude decir: Gracias, Dios, por todo lo que me has dado.

—Estás hermosa—me dijo papá emocionado mientras me abrazaba para sacarnos una foto—. Brillas como un verdadero Sol, siempre serás mi Sol.

Sus palabras me sacaron unas lágrimas.

Mamá se unió a nosotros, y Bruno, mi hermano menor también.

¡Cuánto amaba a mi familia! ¡Cuán importantes eran cada uno de ellos en mi vida!

Isabella y Noah llegaron corriendo a mi lado para otra foto.

«Mis mejores amigos.

Nos conocemos desde siempre, y los fuertes lazos que nos unen tienen una larga historia.

Ellos son los mejores amigos que uno puede tener. Hemos compartido gran parte de nuestra niñez y adolescencia. Nos apoyamos y ayudamos en todo».

Sonreímos a la cámara abrazados. Sería una gran foto para enmarcar.

Una vez que la fiesta terminó y los invitados se marcharon, recogimos los arreglos y nos fuimos a casa.

Esa noche no me podía dormir.

Me sentía tan emocionada y feliz por todo lo que había vivido, que mi mente y corazón se negaban a detenerse para descansar.

Repasaba cada detalle, cada momento vivido.

Era mi verano.

...

El aroma a la salsa podía sentirse de inmediato al abrir la puerta de entrada. Llegar a casa, tras un largo día de escuela, y ser recibida por semejante olor, era todo un privilegio.

Mamá estaba cocinando su especialidad: lasaña.

Aquel menú significaba una sola cosa: tendríamos visitas.

Era extraño que un jueves al mediodía alguien viniera a almorzar, pero no sería la primera vez que el abuelo o algún amigo de mis padres lo hacía.

—¿Quiénes vienen a comer hoy? —pregunté entrando a la cocina.

—El tío Alex—respondió mamá—. Papá lo encontró ayer en el centro y le prometió que vendría.

No quise opinar de inmediato sobre dicho acontecimiento.

«Hablar del tío Alex es un tema difícil en mi familia.

Es el hermano menor de papá, y vive deambulando por el mundo. Nunca sabemos su paradero. Hoy puede estar en Córdoba y mañana en Australia… Así es el tío.

Su relación con nosotros es casi nula.

Lo hemos visto solo un par de veces, y las cosas nunca terminan bien… Una discusión, una pelea… con el tío todo puede pasar.

Puedo definirlo como la oveja negra de la familia.

Sí, todas las familias tienen un miembro difícil y rebelde. Así es mi tío. No es hermano de sangre con papá, ya que es adoptado, pero papá dice que la sangre no es importante, que son hermanos y punto».

—¿Crees que está vez si vendrá?—cuestioné a mamá luego de pensar si era correcto hacer la pregunta.

—Espero que sí. Tu padre se veía tan ilusionado. Ya sabes que sufre mucho por tu tío…

—¿Por qué el tío es así?

—Es complicado, hija—explicó mamá dejando de lado la salsa blanca en la mesada—. Las raíces son muy importantes para cualquier persona, saber nuestro origen, quienes son nuestros padres… esto forma parte de la personalidad y el carácter de cada individuo… Tu tío quiso conocer a su familia biológica, trató de ayudar a sus padres, pero solo consiguió desprecio y sufrimiento… ese fue el comienzo de su decadencia… pero su peor error fue alejarse de Dios. En medio de esa búsqueda… en algún momento comenzó a culpar a Dios por las cosas que pasaron en su vida…

—Es muy triste…

—Sí… lo que más me preocupa es papá… Todos estos años ha dedicado su esfuerzo a estudiar y crear teorías sobre la conducta de las personas sin raíces familiares… El proyecto de su libro, su doctorado… siempre buscando una causa, un motivo para justificar y explicar las malas conductas de Alex…—reflexionó en voz alta, creo que hablando con ella misma.

—¿Necesitas mi ayuda?

—Sí, me vendría bien una mano, ve a tu cuarto a cambiarte, y luego prepara la mesa del comedor.

Una hora después, los cuatro estábamos sentados a la mesa.

Papá miró su reloj por décima vez.

—Creo que no vendrá—dijo mamá con tristeza.

—Tengo hambre—comentó Bruno—, ¿podemos comer?

—Sí, hijo, vamos a comer—afirmó papá, se notaba decaído y desilusionado—. Lamento que hayas tenido que trabajar tanto…—le dijo a mamá a modo de disculpa.

—Yo no—exclamó Bruno—. ¡¡Me encanta la lasaña!!

Los cuatro reímos.

—Es cierto. Disfrutemos de esta rica lasaña—agregué.

Conversamos y reímos. Queríamos hacer que papá se sintiera mejor, y lo logramos.

Así es mi familia. Nos apoyamos, nos animamos y alentamos unos a otros. Amo a mi familia.

—No entiendo porqué tienes que irte a Italia otra vez—le dije a Noah con lágrimas en los ojos.

—Papá tiene asuntos que resolver... Mis abuelos están ancianos y hace mucho tiempo que no los visitamos…

—¿No puedes quedarte?

—Mi madre no quiere. Dice que somos una familia y debemos estar juntos—intentó explicarme—. No sabemos cuánto tiempo nos quedaremos en Nápoles, pueden ser semanas o meses.

—¡¿Meses?!—exclamé sorprendida—. ¿Y tus estudios?

—Puedo estudiar allá, el idioma no es un problema porque desde pequeño mis padres me hablaron en italiano, y papá tiene algunos contactos... no perdería el año...

—¿Y la iglesia? ¿Qué sucederá con tu ministerio?

—Leonel y Mauro se encargarán del grupo de pre-adolescentes, y retomaré cuando regrese.

—¿Y el restaurante?

—Seguirá funcionando. Lucas, el administrador, se encargará de que todo siga marchando bien hasta nuestro regreso... es un viaje transitorio.

—¡No quiero que estemos separados por tanto tiempo!—protesté a mi mejor amigo.

—Solo serán unas semanas…

—¡Te extrañaré demasiado!

—Bueno, otras veces ya ha sucedido… Recuerdo un año que salieron de vacaciones en enero y nosotros en febrero y casi pasaron dos meses sin vernos...

—¡¡Y fue terrible!!

—¡Vamos, Sol!! No seas tan pesimista. El tiempo pasará rápido y nos mantendremos en contacto.

—¡¿En contacto?!... Jamás respondes mis mensajes... ¿Cómo podremos tener una charla o saber lo que nos sucede si respondes dos días después?

—Haré mi mejor esfuerzo... lo solucionaremos.

Así es mi amigo Noah, siempre optimista.

Seguro aprendió eso del tío Gino. Su alegría y entusiasmo. Esa mirada positiva de la vida. Siempre encontrando y buscando las soluciones. Siempre poniendo la mejor actitud ante la vida y los problemas.

Además, Noah es la persona más dulce y compresiva que existe. Muy pocas veces lo he visto enojado o serio, siempre tiene una bonita y simpática sonrisa en los labios, la cual le provoca unos simpáticos hoyuelos en sus mejillas. En eso lo debe haber aprendido de la tía Paloma. Siempre tranquila, con sus palabras serenas y su ánimo inquebrantable.

Desde que tengo uso de razón, Noah es mi mejor amigo.

Casi nos criamos juntos.

Nuestros padres son mejores amigos aun desde antes de casarse, y por esas cosas de la vida, compraron sus casas en el mismo vecindario, a solo dos cuadras de distancia.

De esos primeros años conservo los mejores recuerdos.

Nuestras salidas en bicicleta por la vereda, las películas de Disney en el living de su casa, armar pirámides de bloques, jugar a las escondidas, hacer chozas con toallones y manteles de mamá y jugar a la casita...

Yo, el pequeño terremoto, completamente inquieta y revoltosa.

Noah, el niño tranquilo, pacífico y conciliador.

Siempre cedía ante mis caprichos y locuras, jamás se negó a seguirme en mis travesuras.

Noah es ese amigo incondicional que está dispuesto a recibir el castigo, aunque no haya sido su culpa. Siempre presente en las buenas y las malas.

Los tíos lo adoptaron cuando tenía 6 o 7 años. Yo era muy pequeña en ese momento, solo recuerdo su mirada asustada y que por varios días no pronunció palabra.

Poco tiempo después nos hicimos inseparables.

Su mirada fue cambiando y el brillo de sus ojos se encendió de golpe y ya nunca más se apagó.

Otras cosas que recuerdo de aquellos años es su fobia al fuego.

En nuestro primer campamento en LAPEN, tenía 7 y Noah 10, pasamos unos días fabulosos. Conocimos otros chicos de diferentes iglesias y nos hicimos muchos amigos. Todo estuvo perfecto, hasta la última noche, la noche de despedida.

Nos sentamos en la oscuridad de la noche, todos los chicos del campa, rodeando una gran montaña de leña.

El profe de los juegos, encendió un fósforo y lo arrojó en medio provocando una fuerte llamarada.

Recuerdo como si fuera hoy los gritos que dio al ver la gran fogata encendida. El pánico y horror de su rostro… jamás lo olvidaré.

Esa noche se abrazó tan fuerte de mi cintura que me faltaba el aire.

Me quedé con él hasta que se tranquilizó.

No quiso hablar del tema. Creo que sentía vergüenza de su comportamiento, sin que me lo diga, entendí que era más fuerte que él, algo que no podía controlar.

Desde ese día evitamos los fogones.

—Es injusto que tengas que dejar tu vida, tus amigos... renunciar a todo, por acompañar a tus padres y visitar a tu abuelo, a quien casi ni conoces—continué protestando.

—No estoy dejando nada, ni renunciando a mi vida—afirmó tranquilo y seguro—. Solo será por un tiempo. Imagina que es un viaje de vacaciones. Pronto estaré de vuelta.

—No es lo mismo. Estarás en la otra punta del mundo.

—Para el caso... es igual si estoy en Chile, Brasil o Italia...

—Para mí no es lo mismo.

—Mi Sol...—dijo dando un paso y rodeándome con sus enormes y largos brazos—. ¡No sabía que te iba afectar tanto este viaje!—agregó.

"Mi Sol" hacía mucho que no me llamada de aquella manera.

De pequeño Noah siempre me decía así.

Golpeaba la puerta de casa y le decía a mi mamá: —¿Está mi Sol?

A todos les parecía gracioso, menos a papá que siempre le respondía:

—Ella es "mi Sol", Noah. Siempre será mi Sol.

Cuando crecimos solo usaba esa "forma de llamarme" cuando me veía realmente triste para levantarme el ánimo, o cuando estaba enojada, para que sonría y se me pase.

Recuerdo una vez que Noah debió ser internado. Tenía unos doce años. Me asusté mucho. Los tíos estaban muy preocupados, lloraban y mis padres le acompañaron en esos días difíciles.

Yo quería entrar a ver a Noah, pero no me dejaban por ser pequeña.

Papá me grabó un video donde Noah me mandaba saludos y me decía que estaba bien, que me quedara tranquila, que extrañaba a su Sol.

Entonces le respondí de la misma manera, con un video. Allí le decía que se mejorara y que tenía que ponerse bien para volver a jugar conmigo. Al terminar le dije: Noah, yo seré siempre tu Sol. A papá no le gustó demasiado aquella frase, pero sé que Noah se puso feliz al recibir mi video.

Hablando de papá. Siempre estuvo al pendiente de nuestra amistad.

Noah venía a mi casa seguido, muy seguido.

Jugábamos en el patio, o en la cocina. Sea donde sea que nos encontrábamos, la mirada atenta de mi padre nos perseguía.

Demasiado sobreprotector, creo yo.

Siempre allí, atento a nuestras conversaciones, a nuestros juegos.

Cuando crecí comprendí que éramos como sus conejillos de india. Siempre analizando nuestro comportamiento y reacciones.

Yo amo a mi papá y tenemos una buena relación. Pero Noah era mi amigo, y no quería que escuchara todas nuestras charlas y que constantemente interviniera en nuestra amistad.

A medida que el tiempo pasó, su presencia cerca de nosotros se convirtió en algo molesto para mí. Sentir su mirada observadora... Verle hacer anotaciones... era algo inquietante.

Sentía que mi vida era un continuo examen.

Ser hija de un psicólogo y una psicopedagoga no es fácil. Siento que debo encajar en las teorías de Freud, que debo vivir con los parámetros de conducta modernos de Jean Piaget... o evolucionar en mi personalidad según Albert Bandura...

Sumado a eso "la medida" que debo llenar es muy grande, y las expectativas que mis padres tienen sobre mi vida… siento que nunca llegaré a cubrir.

A veces quisiera tener padres normales, que no fueran tan exigentes, o que todo el tiempo me estuvieran presionando para superarme y dar lo mejor.

En casa las frases y preguntas reflexivas son algo cotidiano. Papá puede filosofar sobre un tema o caso de análisis y hablar durante horas.

A Noah le encanta chalar con él. Tiene cierta admiración por mi padre y pueden pasar horas conversando.

—¿Y cuándo se van? —pregunté resignándome a la idea de su partida.

—Pronto.

—¿Cuándo, Noah?

—Papá consiguió pasaje para el viernes...

—¡¿El viernes?!!—dije casi gritando—. ¡Ni siquiera hay tiempo de organizar una fiesta de despedida!

—Te dije que volveremos pronto... no necesito una fiesta de despedida.

—¡¡Pues la tendrás!! Aunque solo estemos con nuestras familias... y le diremos a Isabella... ¿Te parece mañana?

—Bien... hablaré con mis padres... Sé que mamá está preparando las valijas, pero imagino que una cena con amigos será algo a lo que no se negará.

...

Los tíos Marilina y Will llegaron temprano con Isabella y Pía. Un rato más tarde Noah y los tíos Gino y Paloma llegaron también.

La cena transcurrió entre risas y charlas.

Todos íbamos a extrañar a los Tarantino.

Yo no entendía la urgencia del viaje, pero al parecer todos estaban de acuerdo y hasta parecía que escondían algo.

Isabella, Noah y yo, nos levantamos al terminar de comer, y ocupamos los sillones del living, como ya era habitual.

—Fue una buena idea la cena de despedida—comentó Isabella—. Hacía un tiempo que no nos reuníamos.

—Y pasará otro largo tiempo—protesté—. Quizás sean meses, o años, o siglos...

—¡Sol!—exclamó Noah—. ¡Cuántas veces voy a decirte que es un viaje corto, hasta que arreglemos las cosas de mi abuelo!

—Tengo la sensación de que esta despedida será para siempre, que quizás nunca nos volvamos a ver—agregué realmente preocupada.

—Isabella, por favor, ayúdame a convencerla—murmuró Noah.

—No seas tan dramática, Sol—dijo mi amiga haciendo caso a Noah y dirigiéndole una mirada mientras le decía—. No te preocupes, me encargaré de ella mientras no estés—agregó guiñándole el ojo.

—Gracias, confío en ti.

...

Dos días después los Tarantino estaban rumbo a Italia. Los despedimos en el aeropuerto y regresamos a casa.

Sentí un gran vacío en mi pecho, sin poder quitar de mi mente ese sentimiento negativo de algo me estaban ocultando y que quizás no volvería a ver a mi mejor amigo nunca más.

Iba a extrañar a Noah. Recién se iba, y ya lo extrañaba.

...

Dos meses después de la partida, papá nos reunió a todos en la cocina. Al parecer había algo importante que debíamos resolver como familia.

El rostro de mamá estaba serio. Y papá intentaba disimular sus nervios. Algo extraño estaba sucediendo.

—Bueno, ¿por dónde empiezo?—dijo en voz baja papá—. Ustedes saben que hace un tiempo comencé un proyecto de investigación... y estoy escribiendo un borrador de lo que podría llegar a ser un libro.

Mamá tomó su mano que estaba sobre la mesa y los dos cruzaron miradas.

—Hay una editorial que quiere publicar este libro. En realidad, son dos editoriales... quieren hacer algunos arreglos, mejorar algunos capítulos...

—Eso es bueno—dije con una sonrisa—, ya comenzaba a pensar que eran malas noticias—agregué relajando mi cuerpo en la silla.

—Sí, bueno...—susurró mamá—. El tema... es que las editoriales están en Rosario.

—¿Y...?—preguntó Bruno que los miraba igual de impaciente que yo.

—Tendríamos que mudarnos por unos meses para poder terminar la investigación y los detalles del libro—soltó papá, como quien tira una granada sobre la mesa y espera que no explote.

—¡¡Mudarnos!! —dijimos a coro con Bruno.

—¡Estamos por terminar el año!! —dije asustada.

—Tengo mi entrega de diplomas, y el viaje de estudios—soltó Bruno afligido—. No voy a irme de Córdoba.

—No tiene que ser ya… Pensamos que podríamos hacer todos los arreglos para mudarnos en febrero. Quizás el tema del libro lleve seis meses o más—explicó papá.

—Van a darnos una casa donde quedarnos por ese tiempo y los inscribiríamos en un colegio cercano—comentó mamá.

—¿Y la iglesia?—preguntó Bruno preocupado.

—Ya estuvimos buscando algunas iglesias por la zona, donde podremos asistir el tiempo que estemos en Rosario—respondió mamá.

—Veo que ya tienen todo bien pensado—murmuré enojada.

—Sol, es una oportunidad única—agregó papá—. Entiendes que he trabajado diez años en esta investigación y sería un sueño hecho realidad el poder publicar mi libro... además de que van a pagarme muy bien y regresaremos a Córdoba apenas terminé el proyecto... lo prometo.

Sabía cuánto amaba papá su trabajo, y lo importante que era aquella investigación. En su mirada suplicante pude comprender cuánto significaba aquella oportunidad para él. Esperaban contar con nuestro apoyo para tomar aquella decisión.

—¿Qué piensan?—preguntó mamá—. ¿Podríamos hacer como familia este sacrificio por papá?

Bruno me miró de reojo. Creí que esperaba que yo hablara primero. Quizás esperando que me negara a ir y así poder juntos ser los rebeldes. Me sorprendió cuando tomó la iniciativa.

—Yo te apoyo, papá. Empezaré el secundario en un nuevo colegio… acá o donde sea, y si puedo ayudarte a cumplir este sueño, iré a Rosario.

Mamá tenía lágrimas en los ojos de la emoción.

En un instante los tres pares de ojos se posaron sobre mí.

—¿Sol?—preguntó mamá—. ¿Qué dices?

¿Qué podía decir? ¿Acaso sería la mala que frustrara los sueños de papá? Había perdido al único aliado que podía tener. Eran tres contra uno.

—Está bien—solté con seriedad—, pero prometan que podré jugar al fútbol en un club, hace tiempo que les vengo pidiendo y siempre hay una excusa... prometan que en Rosario lo intentaremos.

Los dos se miraron y sonrieron.

—Está bien. Entonces... comenzaremos los preparativos de la mudanza—agregó mamá.

En cinco meses estaríamos viviendo en Rosario.

...

Noah todavía estaba en Italia.

Al parecer los trámites habían llevado más tiempo de esperado.

Hablábamos de vez en cuando y me relataba sus actividades en Nápoles, donde había comenzado a estudiar y trabajar. El tío Gino también había conseguido un trabajo provisorio como chef y su estadía se prolongaría otros meses más. Temía que nunca regresaran, que se adaptaran a la vida en Italia y decidieran mudarse definitivamente.

Necesitaba de mi amigo en este momento difícil. Necesitaba sus consejos, sus abrazos. Tener que dejar mi casa, mi escuela, la iglesia... era algo demasiado abrumador para mí.

Sufría su ausencia en estos días, y ahora me iría con mi familia a vivir a otra provincia y también perdería a Isabella. Rogaba que Noah regresara a la Argentina antes de que nos mudáramos.

El viento comenzaba a sacudir mi vida. Las hojas se pusieron amarillas.

El otoño estaba llegando.