Verano...
Vacaciones, viajes...
Juegos, amigos, salidas...
Calor, sol, playa.
Pensar en el verano de la vida,
Es recordar los buenos momentos,
Los tiempos de alegría y felicidad.
Tiempos de risas y juegos.
Ese estado ideal del que nunca quieres salir.
El verano de mi vida fue extenso,
y comencé a sentirlo como algo normal,
como un estado cotidiano...
Ilusamente, pensé que podía permanecer
en un verano eterno.
La vida me sonreía y todo a mí alrededor
parecía un camino de rosas.
A mis quince años, todo era perfecto
y el calor me abrazaba.
Tenía un hogar feliz.
Abuelos, tíos, primos, muchos amigos
y compañeros, buenas personas
que me amaban y valoraban.
Además, excelentes notas en la escuela,
Buen concepto de mis profesores...
Un futuro prometedor...
Viví en pleno verano,
cada día de mi joven vida.
Dios me había dado todo.
Me sentía feliz y completa.
Salud física, mental y emocional.
Alegría y vitalidad.
Erróneamente,
asumí como normales
todos estos beneficios,
y hasta llegué a pensar
que los demás que me rodeaban
vivían como yo...
en un feliz y cálido verano.
Creí que la vida
era un eterno verano...
Pronto iba a descubrir
que había más estaciones.
Que el verano
no dura para siempre...
y que el viento del otoño
estaba a punto de llegar
y que muchas cosas en mi vida
estaban por cambiar...