Fran miraba su ordenador con aburrimiento. Llevaba ya unas cuantas horas trabajando, y lo único que le daba fuerzas para seguir era que la hora de comer era dentro de poco. Bueno, realmente no era lo único.
Ana se acercó a su mesa de manera despreocupada. Como siempre, iba bien arreglada. Su belleza natural resaltaba gracias al maquillaje que llevaba. Tenía una presencia que inspiraba confianza, como era de esperar para alguien de su estatus. A pesar de eso, llevaba la camisa ligeramente escotada, por lo que Fran tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar directamente cuando se le acercó.
—Hey, Fran. ¿Cómo llevas esos informes? —preguntó Ana con entusiasmo apoyándose en su mesa. Tenerla tan cerca ponía un poco nervioso a Fran, pero intentó que ella no lo percibiera.
—E… esto… bien. Muy bien. Ya me queda poco para terminar —contestó Fran
Aunque Ana era su superior, Fran había pensado durante un tiempo pedirle salir. Hasta donde sabía, ella estaba soltera y se llevaban bastante bien. No perdería nada intentándolo.
—Genial. Cuando los termines déjalos sobre mi mesa y les echaré un vistazo —Ana se despidió con una sonrisa y comenzó a caminar de vuelta a su mesa. Fran quería haber alargado la conversación un poco más, pero siempre que estaba alrededor de Ana se quedaba sin palabras. Aun así, no podía dejar pasar aquella oportunidad para hablar con ella.
—¡Espera, Ana! —la llamó Fran elevando la voz más de lo que esperaba. Llamó la atención de otros trabajadores, por lo que inmediatamente le embriagó la vergüenza. Ana se giró hacia él y le miró. Fran bajó bastante el tono de voz, lo suficiente como para que Ana apenas lo escuchara—. Me… me preguntaba si después del trabajo… ejem… ¿te gustaría tomar una copa conmigo?
Por primera vez desde que la conocía, las mejillas de Ana se tornaron rojas y parecía más insegura de lo habitual. Se colocó un mechón debajo de la oreja y miró hacia el suelo.
—Supongo que si terminas todo tu trabajo podríamos ir a tomar algo —contestó Ana ligeramente ruborizada. Después de decir eso, miró a Fran con una sonrisa vergonzosa. Se giró y caminó hacia su despacho.
Fran se quedó unos segundos procesando lo que acababa de pasar, no pudiendo contener su sonrisa. Tras tantos meses de espera, por fin iba a tener una cita con Ana. Podía quedarse todo el día imaginando cómo iba a ir la cita y pensando en lo guapa que era Ana, pero lo que le había dicho le motivaba para trabajar aún más rápido que antes.
Unas cuantas cabezas se asomaron por encima de los ordenadores y las mesas. Todas ellas compartían una sonrisa pícara.
—Pero bueno. Fran el Virgen por fin va a tener una cita —le provocó Gil con tono burlesco. Aquello hizo que Fran se ruborizara también.
—Por última vez: ¡no soy virgen! —trató de defenderse Fran. Sus compañeros de trabajo, a los que también podía llamar amigos, solían picarle de vez en cuando con ese tema. Aunque sí le molestaba ligeramente, sabía que no pretendían ofenderle y que solo estaban de broma, así que no se enfadó con ellos. Además, estaba demasiado emocionado por la cita con Ana como para permitir que comentarios como aquel le afectasen.
—Sí, sí, lo que tú digas amigo, pero queda la pregunta más importante: ¿Tienes protección? —preguntó inquisitivamente Casero, otro de sus amigos
Fran tardó unos segundos en reaccionar a lo que le había dicho su compañero, pero cuando lo hizo su cara se volvió completamente roja.
—¡¿Qué?! ¿Yo con Ana…? Pero es la primera cita. N… no creo que pase nada de eso… —contestó Fran nervioso
Gil, quien se sentaba en la mesa del al lado, le puso una mano en el hombro.
—Amigo, siempre hay que estar preparado para lo inesperado —aconsejó Gil como si fuera su mentor. Tras decir eso, pasó discretamente un envoltorio de plástico cuadrado a Fran, quien lo aceptó sin saber de qué se trataba.
—¡¿Ehhhhh?! —gritó Fran cuando identificó el contenido del envoltorio. Sus compañeros comenzaron a reír a carcajadas, lo que hizo que algunos de sus superiores les miraran mal.
De repente, Fran comenzó a encontrarse mal. Sentía un molesto dolor en la cabeza que iba en aumento poco a poco. No le dolía lo suficiente como para irse del trabajo, pero comenzaba a molestarle. Se levantó de su silla.
—Me encuentro mal. Ahora vuelvo —se excusó Fran y comenzó a caminar hacia los baños.
—Gil, te has pasado. ¿No ves que eso es demasiado indecente para él? —Escuchó que bromeaba uno de sus compañeros. Aun así, los ignoró y siguió caminando.
Cuando llegó al baño el dolor en su cabeza había aumentado preocupantemente. Se lavó la cara con el agua del grifo, pero no pareció tener ningún efecto en su dolor.
"Esto es malo" pensó "Si tengo que ir al hospital me perderé mi cita con Ana". El dolor de cabeza comenzaba a dificultarle mantenerse en pie. Además, ahora parecía que se estaba extendiendo hacia la barriga, dándole una unas ganas terribles de vomitar. Se metió en uno de los baños y cerró la puerta con pestillo. Se arrodilló enfrente del váter tratando de contener las ganas de echarlo todo. "Mierda. Tengo que ponerme bien" pensó Fran. El dolor era tal que incluso le costaba mantenerse consciente.
Se agarró con fuerza a la tapa del váter, preparado para devolver todo lo que había comido. Pero el momento nunca llegó. En lugar de eso, notó como tanto el dolor de barriga como el de cabeza comenzaban a perder fuerza. No sabía cómo ni por qué, pero se empezaba a sentir mucho mejor que antes. Dejó de tener ganas de vomitar e incluso podía ponerse en pie sin dificultades. Se tomó unos segundos para suspirar del alivio. Parecía que solo había sido un extraño susto.
Dispuesto a volver a su trabajo, Fran se giró para salir del baño. Levantó la mano para quitar el pestillo, pero notó una extraña resistencia en su brazo derecho. Le costaba levantarlo y estirarlo, como si hubiese algo tirando de él. Entonces lo notó. Una extraña sustancia gris se estaba extendiendo por su brazo, cubriendo cada vez más de él.
Fran observó desconcertado como la extraña materia avanzaba por su extremidad, hasta que notó esa misma sensación por todo el cuerpo. Preocupado, miró también su torso y sus piernas. La sustancia estaba cubriendo todo su cuerpo.
Fran entró en pánico. No estaba seguro de lo que le ocurría, pero sospechaba que no era nada bueno. Trató de quitarse la sustancia de su cuerpo rascando con todas sus fuerzas, pero era inútil. Por más que tratara de detenerla, aquella cosa seguía avanzando.
—¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! —gritó Fran mientras se movía con desesperación. La sustancia estaba ahora subiendo por su cabeza, cada vez más rápido, hasta cubrirle su campo de visión.
Gil entró en los baños con cierta preocupación. Hacía unos minutos que Fran hab��a ido en aquella dirección. Sinceramente, Gil no sabía si se encontraba mal o qué le pasaba, pero estaba seguro de haber oído un grito hacía unos instantes. Al preguntar al resto de sus compañeros, nadie parecía haberlo escuchado, pero Gil no dudaba de su audición.
—¿Fran? —preguntó mientras caminaba por los baños. El lugar estaba en completo silencio, pero Gil podía notal que algo no iba bien. Al no recibir respuesta, decidió acercarse al único baño que tenía la puerta cerrada. Podía ver una sombra en el suelo, así que seguro que había alguien—. Tío, ¿estás bien?
Lo que pasó fue tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar. La puerta del baño donde se suponía que estaba Fran se rompió como si fuera papel, y un golpe mandó a Gil a volar contra los lavamanos.
Lo primero que sintió fue dolor. Un increíble dolor en su espalda y en su cabeza acababa aparecer a raíz del impacto con el lavamanos. No sabiendo cómo, Gil permaneció consciente. El dolor en su espalda no parecía poca cosa, ya que, aunque trataba de mover las piernas, estas no respondían. Además, en pocos segundos sintió su cara mojándose con un líquido caliente, que rápidamente comenzó a formar un charco rojo en el suelo.
Todavía desconcertado y aturdido por el golpe, Gil miró hacia el baño donde estaba Fran. En lugar de él, una criatura gris y monstruosa avanzaba hacia fuera. Tenía grandes brazos y unas garras muy afiladas. Debía medir unos tres metros y parecía mucho más fuerte que una persona normal. Sus ojos amarillos daban la impresión de brillar. Entonces Gil se dio cuenta y el pánico comenzó a apoderarse de él.
Últimamente por las noticias se anunciaban horribles accidentes en diversos puntos del país. Todos ellos tenían algunas cosas en común. Varias víctimas mortales, destrucción del lugar del accidente y los responsables: criaturas que poseían humanos para causar desastres. Los Geist.
Fran comenzó a recuperar la consciencia lentamente. Aun así, era como si estuviese viendo una película. Parecía que hubiera alguien más moviéndolo y que él era un simple espectador. Lo primero que vio fue el baño destruido. En el suelo se encontraba una figura conocida, Gil, pero estaba gravemente herido y trataba de huir arrastrándose con sus brazos.
—¡Ayuda por favor! ¡Un Geist en el baño! ¡Ayuda! —Gil gritaba desde lo más profundo de sus pulmones, como si su vida dependiera de ello. Al principio no entendía a qué se refería. En aquel baño solo estaban ellos dos. No había ningún Geist.
La imagen que Fran veía se movió hacia Gil lentamente. ¿Por qué no estaba él en control? ¿Era aquello un sueño? Quizás se había desmayado en el baño y estaba teniendo una pesadilla bizarra. La imagen se acercó hasta estar cerca de la cara de Gil, quien tenía una expresión de terror puro.
—No… Fran, por favor. Déjame ir —Lágrimas comenzaban a caer por el rostro de Gil. Pero él había cerrado ya los ojos.
"¿Por qué está llorando?" pensó Fran. No terminaba de entender lo que estaba sucediendo, como si su consciencia estuviera todavía adormecida. Sintió entonces cómo su brazo se movía hacia delante. En la imagen, en cambio, se veía un monstruoso brazo con garras afiladas saliendo de sus manos. De un movimiento limpio, el brazo bajó hacia Gil, atravesando su cuerpo como si fuese mantequilla. Gil dejó de respirar y se quedó quieto con la expresión de terror grabada en su cara.
"¿Gil?" se preguntó Fran a sí mismo. Poco a poco la información comenzaba a ordenarse en su mente. ¿Por qué había mencionado la palabra "Geist"?
—No… ¡No! —gritó Fran al darse cuenta de lo que sucedía. No había nadie más en el baño con ellos. Él era el Geist. Él había matado a su amigo. Y lo peor de todo era que no podía detenerlo. El Geist había tomado el control de su cuerpo y él solo se podía limitar a observar.
Su cuerpo se movió hasta la puerta de los baños sin que él pudiese detenerlo. En lugar de abrir la puerta, el Geist golpeó la puerta, rompiéndola con sus poderosos brazos.
—¡No! ¡Para! —sollozó Fran con lágrimas en sus ojos.
El Geist que le controlaba hizo caso omiso. Tras haber roto la puerta de del baño, todos los trabajadores lo miraban y al darse cuenta de lo que sucedía, comenzaban a gritar y a correr despavoridos.
El monstruo se abalanzó ante la primera fila de trabajadores que encontró, destrozando de paso las mesas, ordenadores y objetos que se encontraba en su camino. Fran sintió la ira con la que el Geist golpeó al primer oficinista, probablemente matándolo al instante. Saltó de un lado para otro, atacando a cualquier persona que se cruzara en su camino y dejando un rastro de cadáveres y destrucción.
Fran no podía parar de gritarle al monstruo que le controlaba que parase, pero ni siquiera sabía si le estaba escuchando. Sentía una gran impotencia por no poder detener las acciones del Geist, y no podía parar de llorar por ver a sus compañeros morir de aquella manera.
De repente una figura conocida le llamó la atención. El monstruo se acercaba a una joven mujer guapa y vestida de traje. Ana.
—Ana… vete, por favor. No puedo controlarlo —avisó Fran casi para sí mismo.
El Geist cogió con el brazo izquierdo a la mujer por el cuello. Ana comenzó a gritar y a golpear el brazo que la sujetaba, pero no podía liberarse.
—No lo hagas… —rogó Fran desesperado. Le costaba ver con las lágrimas en los ojos y sabía que era inútil tratar de resistirse, pero esperaba que por algún milagro el Geist no matase a Ana.
Notó cómo su brazo se tensaba y escuchó un crujido. La mujer se dejó de mover. Fran tenía los ojos cerrados, pero sabía lo que había sucedido. El monstruo abrió la mano y Ana cayó al suelo inmóvil.
—Por qué me pasa esto a mí… —sollozó Fran, sin fuerzas para resistirse.
—¡Alto! ¡L…las manos arriba! —ordenó una voz desde la entrada de la oficina. Dos guardias de seguridad le apuntaban con sus pistolas, aunque ambos estaban aterrorizados como para avanzar hacia él.
—¡Sí! ¡Por favor, matadme! —gritó Fran desde el interior del monstruo, aunque no estaba seguro de si lo habían escuchado.
El Geist dio un paso hacia los guardias, lo que provocó que le dispararan varias veces por el miedo. Ambos miraron hacia el monstruo después de dispararle, pero este avanzó sin inmutarse. Las balas no habían logrado atravesar su dura piel. En lugar de eso, algunas habían rebotado y como consecuencia el gran ventanal que separaba las oficinas del exterior del edificio se rompió en pedazos.
Al ver que su estrategia no había funcionado, los guardias retrocedieron despavoridos. El Geist, ahora molesto, saltó hacia uno de ellos y le clavó sus garras en el torso, matándolo al instante. Al otro, en cambio, lo agarró del cuerpo y lo llevó hasta el ventanal roto. Había más de treinta pisos de altura, por lo que la caída sería sin duda mortal. Sin esperar ni un segundo, el monstruo lanzó al guardia al exterior.
Fran había dejado de llorar. Ahora solo quedaba un pensamiento en su cabeza. Tenía que morir. No quería vivir ni un segundo más siendo testigo de la masacre que hacía el monstruo con su cuerpo. Usando toda la fuerza de voluntad que le quedaba, trató de mover su cuerpo debajo de toda la sustancia con la que le envolvía el monstruo. Si lo hacía lo suficientemente rápido quizás podría conseguirlo.
—Vamos… —Casi gritando del esfuerzo, el hombre dio un paso hacia delante. Ya que se encontraba enfrente del ventanal, aquello hizo que cayera también por el agujero del ventanal. El Geist trató de agarrarse a cualquier cosa para evitar caer, pero ya era demasiado tarde.
Ambos cayeron por el precipicio. Durante la caída, un solo pensamiento se cruzó por la mente de Fran. Le gustaría haber tenido esa cita con Ana. Al impactar en suelo, Fran murió instantáneamente. La sustancia del Geist que le envolvía el cuerpo se comenzó a desvanecer como si fuera un fantasma, dejando solo el cuerpo inmóvil del hombre.